Esta es
una novela excelentemente
construida por la eficaz pluma creadora de Ignacio Martínez Pisón, en la que se
relata la amarga vida de Justo Gil,
un personaje perdedor y perdido en la historia de España durante el periodo que
va de los años 50 hasta los comienzos de la transición, en la mitad de la
década de los 70.
La
singularidad de la novela reside en la forma en que el autor traslada la responsabilidad de la
narración a un conjunto de voces,
trece exactamente, que son a su vez los personajes testigos de la trayectoria
del protagonista, de modo que cada uno de ellos aporta su particular punto de
vista. El resultado es una visión
compleja y completa de las razones y sinrazones de Justo Gil, que llega
como inmigrante a la Barcelona de los años 50, con múltiples oportunidades para construirse una vida, pero que se
ve arrastrado por un destino fatal a representar siempre un papel -a fingir ser
quien no es ni puede ser- para poder sobrevivir.
Justo Gil,
un hombre menudo pero atractivo e ingenioso, al que conocemos como vendedor a
domicilio de máquinas de escribir, y luego como empresario moroso y quebradizo,
maestro del fingimiento y de la estafa; más tarde como infiltrado entre los
niños bien de la burguesía, acompañante y espía de juergas y conspiraciones
clandestinas contra el Régimen franquista. Finalmente, el engaño inicial a la
que sería su amor platónico deriva en el oficio maldito en que más se miente:
confidente de la policía secreta, trabajo forzoso que le conduce a su destrucción
por aquellos a quien había servido, en su faceta más degradada, la montaraz
derecha fascista surgida al inicio de la democracia.
Este
artilugio narrativo nos permite
disfrutar de una novela coral
que refleja magistralmente una sociedad cambiante, cuyas raíces sientan las
claves de la sociedad española actual. Inmigrantes que devienen en satisfechos
barberos, vendedores de humo, pequeños empresarios de tiendas de barrio, y
futuros burgueses del negocio del ladrillo. Secretarias y estudiantes que
disfrutan del ocio de los cines y cafés, y después, de los “bocaccios” de moda
que tanto progre acogieron, testigos de redadas y detenciones. Abogados que
quieren ser notarios y se conforman con las secretarías de los Ayuntamientos,
huérfanos que se convierten en policías profesionales. Otros, deliciosamente
surrealistas como los palindromistas, padres de Noel, amable y tierno testigo
del fin de Justo. Hay en esta novela un universo total en el que la
superstición alterna con la codicia, y la estupidez de la dramatización de los
actos antifranquistas se muestra con una ironía tan sutil que apenas deja ver
la intención crítica que el autor esconde tras las voces de sus narradores vicarios. En fin, las
miserias y grandezas (pocas) de una sociedad en plena efervescencia
transformadora. La historia convertida vida ficcional pero profundamente
anclada en la realidad.
A pesar de
su complejidad narrativa, esta novela se lee bien y su discurso narrativo se
desliza con agilidad a lo largo del relato, manteniendo una tensión narrativa
anticlimática que confiere a la lectura la agradable y placentera serenidad de
un texto elaborado con hilos argumentales muy bien orquestados. Nada sobra ni
falta y todo está en su sitio, nada molesta ni chirría en esta biografía
imaginaria contada por aquellos que conocieron la injusta vida de Justo. El carácter sinfónico de la novela
se acentúa al final cuando la muerte de Justo es cantada por un trío de
personajes, en un crescendo de acelerado ritmo, que se interrumpe de forma
abrupta en su tono más alto, tenso y sostenido. GB
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