lunes, 4 de febrero de 2013

El Quijote, Prólogo

EL PRÓLOGO YA ES UNA BROMA

En la presentación de la propuesta de leer el Quijote, planteada en la primera reunión de este club de lectura, ya avanzamos algunas ideas sobre lo que nos encontraríamos como lectores. Desde las primeras líneas descubrimos a un Cervantes irónico, que escribe desde la distancia que da  la madurez y el haber tenido una vida llena de sinsabores. Para no llorar ante su situación y la del mundo que le rodea, Cervantes ha optado por reírse de todo, empezando por sí mismo. 
Sus comentarios nos hacen sonreír con benevolencia y sin demasiada amargura. Estamos ante alguien con gran sentido crítico sobre casi todo, sobre la vida y sobre la literatura, que tan bien conocía; ligeramente desengañado, no lo está tanto como para caer en la acidez del sarcasmo, así que se queda en la sorna y en la parodia. Y lo hace desde el comienzo, por lo que nos proponemos disfrutar con él y con sus palabras.

El autor busca la complicidad del lector dirigiéndose a él en segunda persona,  algo común, una de las convenciones en las publicaciones de la época. Pero en este caso encontramos en ese "desocupado lector", una cualidad que adscribe la lectura a su justo término: la de la diversión ociosa. Desecha así Cervantes esos lectores pedantes y sesudos, pagados de sí mismos y de la altura y nobleza de sus actos, para admitir a aquellos que quieren hacer lo mismo que el escritor: pasarlo bien.

Y si lo que se llevaba en otros prólogos era la alabanza de la obra, nuestro autor opta por lo contrario, es decir por lamentarse de su "mal cultivado ingenio" y de haber engendrado "un hijo seco, avellanado y antojadizo". Para colmo, se ríe de  otros libros creados en maravillosos escenarios, con la mención del tópico del locus amoenus, y completa la jugada con la observación de que esta criatura se "engendró en la cárcel". Con esta estrategia de burlarse de sí mismo y de su libro, se cura Cervantes de lo que otros podrían decir de ambos, que fue mucho y malo, administrando el remedio antes de la enfermedad, una terapia bastante recomendable para aquellos que ya han sufrido bastante y no quieren seguir por ese camino.   

A continuación pasa el autor a plantear otro cliché que estaba de moda desde la Edad Media: las filiaciones de la obra, en qué autores se inspiró y qué fuentes consultó para construir su libro. Era costumbre que todos los autores incluyeran grandes listas de autoridades literarias, filosóficas y científicas, desde los griegos hasta sus contemporáneos, pues era eso lo que daba a la obra prestigio.  Así que Cervantes se inventa un interlocutor con el que platica sobre estas cuestiones y nos muestra en forma de diálogo su intención de dejarnos a solas con la novela y ofrecérnosla "monda y desnuda, sin el ornato del prólogo, ni de la innumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse".

Así que, planteado el problema, la solución que le propone su amigo es sencilla: copiar de esos libros tan sabios la lista de autores, de la A a la Z, y asunto resuelto. En cuanto a los sonetos de autores prestigiosos que solían anteceder a las obras, más de lo mismo: los escribe el propio Cervantes y después, como dice su interlocutor, con muy buenas razones, se les pone el nombre de quien se quiera "ahijándolos al Preste Juan de las Indias o al emperador de Trapisonda". Tampoco hay que preocuparse de buscar citas y sentencias ni mencionar bibliografía alguna, pues basta con introducir alguna de "las sentencias o latines que vos sepáis de memoria [...] y luego, en el margen citar a Horacio" , y listo.  Por cierto, lo sonetos y poemas que siguen al prólogo son tan disparatados como divertidos. Dejamos al lector que los conozca y los disfrute.

Esta técnica paródica es una de las claves para entender y disfrutar de esta original novela. Así, se ríe el lector con  la burla de tales ocurrencias y costumbres, a la par que las conoce y aprende, una forma bastante agradable de instruir deleitando, como dijo el desconocido autor de el Lazarillo de Tormes.

Con más seriedad y sin ironías, declara el autor que el libro es "una invectiva contra los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón". De esta afirmación se infiere que Cervantes tenía clara conciencia de la originalidad de su novela, puesto que no podía encontrar referencia alguna en ningún escritor del pasado. 

En cuanto al estilo, desprecia Cervantes los confusos e intrincados párrafos al uso, y opta por "palabras significantes, honestas y bien colocadas" para que "salga la oración y período sonoro y festivo". Sencillez y claridad frente a abigarramiento y oscuridad, lo que adscribe a nuestro escritor a la frontera entre la estética renacentista y la barroca. No nos resistimos a incluir la última y extensa cita en la que el amigo del autor menciona los efectos que  desea produzca  el libro en todo tipo de lectores:

"...leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecien ni el prudente deje de alabarla"

Para acabar este comentario, nos detenemos en algo que nos ha conmovido: la ternura y cariño que Cervantes tuvo por su criatura, tanto por el libro como por los dos personajes que elevó a la categoría de mitos literarios. Así leemos en el cierre de este singular prólogo. 

"Don Quijote de la Mancha  [...] fue el más casto enamorado y el más valiente caballero que de muchos años a esta parte se vio en aquellos contornos. [...] pero quiero que me agradezcas el conocimiento que tendrás del famoso Sancho Panza, su escudero, en quien, a mi parecer, te doy cifradas todas las gracias escuderiles que en la caterva de los libros vanos de caballerías están esparcidas" GB

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