domingo, 15 de enero de 2017

En el último azul: resumen

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“EN EL ULTIMO AZUL” de Carme Riera. Resumen.


Por José Luis Vicent Marin.

Resumir sin omitir e intentando no excederme. Ese será, a pesar de su frialdad, mi primer objetivo, y lo haré en las mismas tres partes que contiene esta obra basada en hechos históricos y amenizada con otros inventados fácilmente identificables.

La primera parte se desarrolla en 1687 en “Ciutat” de Mallorca gobernada por Antonio Nepomuceno, virrey algo permisivo con los judíos de cuyo compromiso con la Iglesia duda el inquisidor Rodríguez Fermosino sirviéndose de la rivalidad de los padres Ferrando y Amengual por ocupar una rectoría, para perseguirlos.

La espita se enciende a los diez años de una historia similar cuya parte erótica escuchada por el marino Joao Peres en boca del capitán Harts, intenta repetir acudiendo al lugar donde aquél era recibido con los ojos vendados en los aposentos de una misteriosa dama, pero antes de conseguirlo escucha unos gritos y acude en auxilio de Aina Cortés a quien encuentra ensangrentada cerca de su amante herido y de un muchacho —su hermano—con el sexo dañado.

El tío de Aína, el orfebre Rafael Cortés, apodado Costura, que desde que murió su joven esposa se pasa las noches en la azotea vigilando La Calle —donde moran los judíos supuestamente conversos— lo ha visto y no duda en acudir al padre de ésta —otro Rafael Cortés apodado Cap de Trons—porque imagina que es el causante. Costura, que a diferencia de su primo, solo busca los beneficios de no ser judío, pretende delatarle ante el Padre Ferrando a fin de que influya en su favor por el encargo de una custodia, pero camino de la Iglesia es abordado por Valls que para conminarlo a retirar la denuncia lo invita a comer en su huerto en compañía de otros judíos a quien se dice que alecciona. Costura acepta porque piensa que el Rabí es el único que podría evitar perder una deuda de su primo si este fuera condenado, y de paso retiene algunos hechos punibles que actúen a su favor como sacar agua en domingo o las conversaciones —algunas disparatadas— de Josep Tarongí apodado “el Cónsul”, de Pere Onofre Aguiló o del propio Valls que se da cuenta y mirándole a los ojos se lamenta de que no exista una máquina capaz de grabar con exactitud todo lo que se habla para que nadie pueda tergiversarlo.

Ya a solas, recuerdan la historia de Harts. El Cónsul cree que se fracasó por culpa de Blanca Mª Pires. Valls no piensa igual y ahora con ella en Livorno —ciudad condescendiente y próspera—, vela por sus intereses en la isla, ya que al fallecer su marido Andreu Sampol, compró sus posesiones antes que fueran incautadas. Recuerda un triste episodio de asedio que de niño le llenó de furia y cree que ha llegado el momento de intentar una nueva fuga porque de lo contrario, el tema de Costura y Cap de Trons se volverá contra ellos.

Este tema también se debate en la Iglesia de Montesión donde cada semana se reúnen en aburridas tertulias los dos jesuitas, el cronista Angelat, el Juez de Bienes Jaume Llabrés, y el sobrino letrado del virrey Sebastiá Palou. Al Juez de Bienes le encantan los “quartos embatumats” de las monjas clarisas pero no le gusta que el Padre Ferrando hable bien de Costura ensalzando su papel delator. El Padre Amengual solo está interesado en su cursi obra sobre la vida de sor Noreta —sobrina de la virreina a la que su marido aborrece pensando en los bailes de sus esclavas moritas. Sebastía Palou se burla abiertamente de las frases rimbombantes del padre Amengual y el cronista Angelat alude que su papel —a diferencia de los poetas— es contar la verdad sin añadir ni quitar punto. Aparece Costura llorando porque su primo se muere y el Padre Ferrando insta al malsín a sacarle más cosas antes de que fallezca.

El virrey, informado por su sobrino, dice que hablará con Valls en cuyo huerto se ha refugiado Costura herido por unas pedradas. El Rabí, hospitalario, lo atenderá tras hablar con Pere Onofre Aguiló —único con salvoconducto para entrar y salir de la isla—instándole a que acuda a Blanca en busca de dinero para poder pagar la huida porque hay “celo inquisitorial” y Sebastiá Palou, de paso, le entrega unos pergaminos perfumados. De regreso a Mallorca con el dinero de la viuda de Sampol en el pecho, Aguiló recuerda su amistad y sus diferencias con Valls pero ahora coincide en que el Mesías está por venir y desea que Jacob Mohasé, Rabí de Livorno, se decante por el hijo de Blanca, con cuyos ojos —según su mujer Esther Vives— encandila a los hombres. 

En el ínterin, el inquisidor Fermosino ha recibido la carta de Costura de manos del Padre Ferrando a quien considera un “insecto repulsivo” largándolo sin aclarar lo que hará. Tampoco Amengual le gusta pero al menos no le molesta con sus vidas de santos. Aunque sabe, por muchos casos que hojee —como el de los tratos carnales del Obispo con “la coixa”, la más prestigiosa prostituta del burdel—, que el de la delación es el único que llenará sus arcas vacías.


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La segunda parte empieza con el intento de fuga de un grupo de judíos acaudillados por Gabriel Valls que envenenó a Costura con una dosis tan escasa que le dio tiempo de delatar antes de morir. El grupo salió de Ciutat como cualquier domingo después de escuchar la misa cristiana, hasta llegar al jabeque patroneado por el capitán Willis que los escondió en la bodega conminándoles a que no rezaran hasta alcanzar “el último azul”, pero el mal tiempo les impidió zarpar, el bebé de Aína se ahoga, Valls empieza a sentirse culpa y tienen que regresar antes del cierre de puertas. En Ciutat, la loca Caterina Bonnín —suegra de Valls— ha vociferado que Madó Grossa se ha llevado a su hija alarmando al alguacil y su ayudante que se topan con los grupos separados en hombres por un lado y mujeres y niños por otro. A uno de ellos se le escapa decir que vienen de un jabeque y son llevados a la “Casa Negra” donde comparecen ante el Juez de Bienes y ante el escribano encargado de relacionar los bienes confiscados, como las casas que inmediatamente son cerradas con maderas y listones paseando a sus ex dueños por delante de ellas.

El Rabí en su celda cree que si interrogan a Willis están perdidos, pero mantiene la esperanza en su hijo Rafael a quien aconsejó esconderse en el burdel y se anima recordando a Blanca y sus conversaciones acerca de Cristo, Dios o Adonay y otra con Aguiló asegurándole que Joao Peres trabaja para ella.

Su hijo es ayudado por Beatriu Más, “la coixa” que le cayó bien desde el principio atendiéndolo en todas las facetas, tanto humanas como las propias de su profesión, procurándole un hábito de monje para salir del burdel.

En la tertulia de Montesión, el padre Ferrando duda de la lealtad de Sebastiá Palou que intenta disculpar a Gabriel Valls mientras que el padre Amegual se ofrece a escribir una nueva obra de la que solo posee el título: “Cánticos a favor de la fe triunfante”. El cronista Angelat anima a los dos jesuitas envueltos en su pelea de gallos a que trabajen juntos: uno basándose en datos de los presos y el otro con el ornato de la pluma.

En la calle, una turba capitaneada por el líder de los “bandejats”, Sen Boiet, se levanta bramando contra los judíos y de paso protestando contra el virrey por el precio del trigo. Rafael Valls vestido de monje aprovecha la contienda para salir de Ciutat pensando en su madre, en su prometida y en “la coixa”, pero cuando va a atender a un moribundo que resulta ser Sen Boiet, es descubierto por la ausencia de coronilla en la cabeza.

En la Catedral, llena incluso por los familiares de los fugitivos, el sermón del Obispo está repleto de calamidades infernales, calderas hirvientes y agradecimientos al “viento insuflado por la boca de Cristo” que impidió la huida de los herejes y “que salvó a los fugitivos de morir en el mar concediéndoles la posibilidad de ver el cielo”. En la oratoria, el propio virrey se siente aludido y piensa que las moritas —a las que un día de borrachera agredió sexualmente— han cantado y por eso la Iglesia le persigue, a pesar de saber de buena mano que las revueltas fueron instigadas precisamente por ella.

La tercera parte empieza en Livorno. Los cuarenta días que tarda en presentarse de vacío el capitán Willis, hacen dudar a Blanca y Aguiló de la verdad de sus explicaciones pero éste se siente responsable y decide volver a Mallorca donde han comenzado las declaraciones. Primero niños y mujeres a las que como hembras consideran poco capacitadas, y después los hombres. Los tormentos van consiguiendo su objetivo. Algunos niños dan detalles de su estancia en el jabeque y María Pomar con los brazos descoyuntados, admite que Costura tenía razón y que Valls les enseñó el padrenuestro judaico. Madó Grossa se los recoloca y en su celda recibe los cuidados de la visionaria Sara dels Olors que la trata como su “virgencita” y de “la coixa” que se gana su amistad tras los primeros recelos, sobre todo cuando a cambio de algunos favores sexuales al alcaide, consigue que éste permita a su prometido Rafael—detenido con el hábito de monje— visitarla unas horas con la discreta presencia de sus amigas.  Su padre, Gabriel Valls que también consiguió verlo un rato, se pregunta en la oscuridad y silencio de su celda, por la suerte de su mujer María Aguiló a la que ama como una imposición a sí mismo y no puede evitar compararla con la inolvidable viuda de Sampol que jamás hubiera acudido como ella, sumisa y triste al embarque. Valls sigue con su sentimiento de culpa y sus reflexiones, hasta creer que Adonay y el Dios cristiano solo están en la tozudez humana, mientras el Padre Ferrando desiste de hacerle razonar y es relevado por Amegual que se limita a leerle textos de autores anti judíos.

Desde que el virrey volviera de Madrid donde acudió en busca de apoyo con la excusa de concretar detalles de una próxima visita real, y mosqueado por la presencia de un cura que le miraba mal junto a la Reina Mariana de Austria, los poderes eclesiásticos y cívicos en la isla están cada vez más distanciados. El fiscal Llabrés pretende acelerar los procesos “talando todo árbol sano por mucho fruto que dé” aun a costa de arruinar Mallorca y Sebastiá le dice a su tío que le van a relevar y que él se va a casar con la fea y devota hermana de la virreina Onofrina porque a su prometida le han confiscado los bienes.
Mientras tanto, Aguiló sufre un accidente con la yegua que le transportaba y convencido de que el destino lastrará su culpa de por vida se hunde en la melancolía. Blanca toma las riendas mientras reflexiona sobre los misterios de su origen y el posible parentesco con Joao Peres a quien enviará en sustitución de aquél con la esperanza de llegar a tiempo de realizar pactos mercantiles porque los “bandejats”, según le escribió Sepastiá Palou, odian a los judíos.

Valls, insiste en que le interroguen para presentarse como único culpable o se dejará morir en la celda y en una tensa disputa verbal con el fiscal niega ser apóstata aunque nunca renunciará a ser judío porque “no puede dejar de serlo”. El inquisidor le recuerda sus conversaciones en el huerto apuntando que no hay salvación fuera de la religión católica y que habrá tormento para hacerle entrar en razón.

Las sentencias solo libran a los niños, a “la coixa” por seguir su causa abierta, y a unos pocos con penas de 15 años a perpetua. El resto, excepto Isabel Tarongí y Gabriel Valls que serán quemados vivos, han aceptado la religión cristiana y por tanto tendrán la suerte de pasar por el garrote antes de la hoguera.

Cuando llega Joao, Ciutat es una fiesta. Habla con Sebastiá en la misma casa donde Blanca recibió al capitán Harts intentando aclarar lo que entonces sucedió, para concluir que ahora ya es demasiado tarde y ni el dinero ni el anillo con sus iniciales hubieran hecho cambiar al tribunal. Joao, a cierta distancia pero intentando que Valls descubra en sus ojos una muestra de gratitud y comprensión, observa cómo finalmente mirando al mar se retuerce entre las llamas.

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