En este comentario no me
quiero referir a grandes topónimos, como El
Toboso, Puerto Lápice, o incluso
La Mancha; quiero referirme a otros
topónimos que podemos llamar menores y que a mí me resultan conocidos. Ello no
significa que sean menos
importantes ya que otorgan a la
obra que nos ocupa un plus de verosimilitud.
Veamos. El capítulo XX de
la primera parte que aunque su título
es largo y elusivo trata de la ‘Aventura
de los batanes’, y lo ubica Cervantes al borde mismo de ‘una corriente de
agua o arroyo’ supuesto que pone
en boca de Sancho al principio del capítulo “-No es posible, señor
mío, sino que estas hierbas dan testimonio de que por aquí cerca debe de estar
alguna fuente o arroyo que estas yerbas humedecen…”
Las Lagunas de Ruidera, actualmente incluidas en la demarcación del Parque Natural de las Lagunas de
Ruidera está formado por quince
lagunas que ocupan una extensión de unos treinta kilómetros. A lo largo de su
recorrido unas lagunas se comunican con otras a través de una compleja red
fluvial con gran cantidad de arroyos y cascadas constituyendo un paisaje de
singular belleza. Están situadas en el Campo de Montiel entre el término
municipal de Ossa de Montiel, el más occidental de la provincia de Albacete, y
una parte del término del vecino municipio de Ruidera, que ya pertenece
administrativamente a la provincia de Ciudad Real.
El conjunto recuerda por su
forma una cadena o rosario con el tamaño de las cuentas irregulares y desigual
distancia entre ellas pero enlazadas unas con otras, de tal modo que cada
laguna vierte el agua que le sobra en la siguiente, ubicada a altitud inferior.
Finalmente después de la última laguna su caudal se desliza hasta el vecino
embalse de Peñarroya, en el término municipal de Argamasilla de Alba.
Hacia la mitad de esta suerte de rosario se encuentra la laguna Batana, situada entre la Santo
Morcillo de la que recibe el agua que le sobra y la laguna Colgada, de la que
la separa un desnivel importante, y que vierte en ella sus excedentes del líquido elemento,
formando una hermosa cascada.
Es un hecho admitido que la laguna Batana “… que se llama así
porque al final de la misma había un batán de construcción antigua”; con toda
probabilidad este batán estaba construido en el límite de la laguna con su
vecina, la Colgada ya que entre las dos existe una diferencia de altura de
cierta importancia, que permitiría aprovechar la energía potencial del salto de
agua entre ambas lagunas. Actualmente no quedan restos visibles de aquella
construcción.
Tal vez el rodeo haya sido demasiado largo, pero lo que quiero poner de
manifiesto es que en pleno corazón de La Mancha, escenario mayoritario de las
aventuras de nuestros héroes, existe una realidad física y tangible, donde toma
apoyatura el escenario concreto de una aventura. Efectivamente es muy verosímil
que don Quijote y Sancho llegaran a aquel paraje (que existe de verdad), que
siendo de noche cerrada se quedaran al borde mismo de la laguna. Es verosímil
también que oyeran los ruidos que el agua hacía al caer a la laguna vecina
formando una cascada, distinguiéndose perfectamente la naturaleza de este ruido
de otros rítmicos y metálicos
debidos a los golpes de los mazos y demás mecanismos del batán….
Hasta ahí lo verosímil, después la frondosa imaginación de Cervantes
construyó un capítulo que puede incluirse entre los más divertidos de toda la
obra.
Nos presenta un Sancho muerto de miedo desde luego, pero poliédrico como
en pocas ocasiones con cambios en su estrategia y en su comportamiento en corto
espacio de tiempo. Es evidente que el único objetivo que Sancho perseguía en
aquellos momentos era persuadir a su amo
de que no emprendiera su aventura o que la aplazara hasta que
amaneciera, pero para ello Sancho acudió primero a sus ‘conocimientos’ de
astronomía intentando interpretar la posición y movimiento de las estrellas… ¡en
una noche oscura!. Fracasado este intento, Sancho lo intentó de nuevo atreviéndose
a contarle a don Quijote un cuento
sin fin, destinado deliberadamente a dilatar el acometimiento de la aventura.
Por último, ante el fracaso de estos ardides, Sancho resuelve trabar las patas
de Rocinante aprovechándose de que en la oscuridad de la noche su amo tendría
dificultades en descubrir la treta.
Conseguida la inmovilización de Rocinante y aguijoneado por el miedo y
el frio de la madrugada, Sancho acaba ensuciándose (literalmente) en las mismísimas
narices de don Quijote y sin soltar una mano del arzón de la silla del caballo,
en una escena vívida y desternillante como pocas, consiguiendo de paso el
enfado de don Quijote.
Después de que amaneciera y descubrieran la verdadera causa de sus
miedos y desasosiegos, entran por la propia simpleza del asunto en un ataque de
risa a dúo, que pronto deriva en una desusada burla por parte de Sancho, que
llega a cuestionar incluso la valentía de su amo. De nuevo éste se enfada y le
da a Sancho dos golpes con el lanzón, y después lo sermonea con razones ‘propias’
de antiguos caballeros andantes en situaciones semejantes.
De nuevo estas escenas finales del capítulo nos presentan un Sancho
acomodaticio, pasando rápidamente de la socarronería a la gravedad, poniendo de
manifiesto que no se trata de un simple patán ayuno de recursos y de ingenio.
(Abdón Arjona)