lunes, 22 de enero de 2018

ABIERTO TODA LA NOCHE

Las comedias de David Trueba.
Comicidad, humor y algo más.
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Entre 1995 y 1999 publica David Trueba dos novelas: Abierto toda la noche y Cuatro amigos. Se trata e dos comedias que comparten su adscripción a un género nada fácil y en el que el autor se mueve como pez en el agua. Si consideramos que una obra comienza con al cita que precede el relato, la transcripción de las que presentan sendas novelas nos puede situar ante dos actitudes y tonos, análogos pero no semejantes, que reflejan la evolución del autor.


Habrá tanto dolor como placer, tanta soledad como compañía, tantas bofetadas como besos”  
DIOS

Amor mío, amor mío.
Y la palabra suena en el vacío. Y se está solo.
VICENTE ALEIXANDRE

La primera, perteneciente a Abierto toda la noche, avisa al lector sobre lo que se encontrará: una historia llena de contrastes respecto a emociones, sentimientos y costumbres en los que podemos reconocernos la mayoría de seres humanos. Y también, quizá, nos advierte de que no nos fiemos de las apariencias, pues lo que podría parecer una comedia frívola sin otro propósito que entretener, podría contener algo más que un conjunto de secuencias divertidas. Y el que lo firme Dios también da que pensar.

La segunda corresponde a Cuatro amigos y es evidente que la cita poética remite a la soledad y el vacío del que pide y clama amor sin encontrar otra respuesta que el silencio. En lo que también nos reconocemos pero no resulta nada gracioso.  ¿Por qué no? ¿o quizá, sí?

Podríamos considerar que la fresca ironía de la primera ha mudado en la amarga reflexión de la segunda.
Con estas consideraciones y expectativas abordamos el comentario de las dos novelas.


Abierto toda la noche

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Una voz narradora en primera persona, que ocasionalmente se oculta en el registro coloquial del “tú”, nos congrega desde el interior de esta historia como testigo de los disparatados episodios sobre la vida y milagros de la familia Belitre. El narrador dice ser un amigo de Nacho -guapo, simpático e irresistiblemente sexy- el tercer hijo de los seis que forman la prole de Felix y Paula. Poco más sabemos, salvo que se conocieron en COU y que los hechos que leeremos sucedieron en el verano de 1986. Nos encontramos ante un relato salpicado de ironía, sarcasmo y humor del bueno, recursos que  permiten ocultar la subjetividad e implicación del narrador mediante  una apariencia de  indiferencia, producto de la distancia entre el narrador y lo narrado. Por ello, entre la risa que surge de lo cómico se traban temas muy serios, pero dejados caer como al desgaire, como si no tuvieran importancia, que es una de las maneras en que los humanos se defienden del dolor causado por las aristas de la vida. Algunos convierten este proceso en arte, el arte de la comedia. No olvidemos las palabras de DIOS y su aviso de que todo está mezclado. A ver si desliamos un poco el enredo y separamos los hilos de la madeja.

A lo largo de los 21 capítulos nos encontramos con una GALERÍA DE PERSONAJES formada por los diez miembros de la familia Belitre, incluidos los abuelos, Abelardo y Alma. En esta novela coral -porque, como indica el narrador, lo importante es el conjunto- cada personaje arrastra sus propios atributos y contradicciones, algunas francamente divertidas. O trágicas, según se mire. De mayor a menor, cada hijo (todos chicos) alude a la caricatura de algún tópico o cliché. Félix, que no acaba de madurar profesional ni personalmente, quizá porque no quiere ver su propia mediocridad como periodista y se vuelve loco con su primera experiencia sexual; Basilio, el joven condenado al ostracismo y al desamor por un acné extremadamente eruptivo, pero escritor vocacional; Nacho, el triunfador sin esfuerzo pues está dotado de atributos suficientes para ser feliz; Gaspar, el tímido adolescente enamorado sin éxito pero genial dibujante de comics; Matías,  que padece un extraño trastorno que le hace creerse una figura de autoridad, en este caso, su padre; y el pequeño Lucas, aparentemente un niño travieso, siempre que no toquen su pecera. En fin, los más normales son Felix, el padre, un hombre corriente y sobrepasado por los hechos; y Paula, la madre, un ama de casa que hace lo que puede con cierta dosis de extravagancia. Un grupo que va mostrando su personal peripecia vital en un relato que se desarrolla en un tiempo cronológico con leves retrospecciones  que añaden datos y disponen indicios para que el lector pueda reconstruir e interpretar la historia.

Los que faltan, los abuelos, son dignos ascendentes de tal prole, pues la abuela, como el Edgardo de E.J.Poncela, no se levanta de la cama y se escribe con sus amigos muertos, pues  según dice “la muerte es el estado natural del hombre”. Representa la subversión ante las convenciones, el ansia de libertad y la sabiduría de la vejez. Es una luchadora que ya descansa de sus batallas, las cuenta con gracia e ironía y se ríe de casi todo, como si fuera una vanguardista jubilada. Un personaje entrañable y atractivo sin pelos en la lengua y con una gran perspicacia para detectar y describir las patologías de su familia. En cierto modo, representa al autor contemplando la Comedia Humana desde su poltrona para contarnos todo lo que pasa con una precisión tal que sustituye las descripciones por diagnósticos. Algo que también es un rasgo del estilo del autor. El abuelo es  su  oponente, el extremo contrario: conservador acérrimo, feroz antitabaquista y beato meapilas, como le insulta su esposa. Su ñoña religiosidad le lleva a hablar con Dios a cualquier hora del día o de la noche y explicar el universo ficticio en que vive,  iluminado por esa divinidad imaginaria, fruto de la demencia que padece. La cita de arriba forma parte de esas conversaciones. Este personaje  sufre de una patología senil, resultado de su edad, pero el resto también son enfermos emocionales y tampoco tienen cura, como casi nadie.

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Por lo tanto no podemos esperar que personalidades tan singulares protagonicen hechos corrientes. Asistimos a episodios que se resuelven en gags cómicos  en los que reconocemos la influencia del cine y la literatura que han configurado el universo imaginario del autor. Está la casa destartalada y solitaria a la que se muda la familia y que funciona como espacio de la representación donde confluirán los personajes con su particular equipaje sentimental. En medio de este maremágnum de conflictos, la risa actúa como gratificante catarsis que pone punto final a algunas secuencias. Recordamos la pelea del abuelo y su amigo Manolo por el cartón de Ducados, la trifulca que se arma entre la familia y los vecinos por el follón que hay en la piscina, la  furiosa reacción de un Lucas rabioso contra la francesa Nicole por el asunto de los peces, y la  hilarante explicación del abuelo sobre la intersección de la luz divina y el faro roto del coche. También la estrafalaria visita del abuelo con los testigos de Jehová  para ver el milagro de la vidente de El Escorial,  seguida de las pintadas nocturnas y la correspondiente detención y entrevistas en infumables programas televisivos. La eficaz COMICIDAD de estas secuencias refleja el conocimiento que el autor tiene de los recursos clásicos de la comedia -el contraste y la hipérbole- y su talento para aplicarlos en el relato.  A ello contribuye la eficacia en la  creación y uso de los DIÁLOGOS como instrumento que sirve tanto para describir personajes tanto como para hacer avanzar la acción. Y para conseguir el efecto cómico, claro.

Otra  asunto es EL HUMOR que, cargado de sentido crítico, varía de tono y matiz a lo largo de la novela, desde el verde al negro con algún toque de gore escarlata. El más inofensivo sería el que se refiere al trastorno de Matías, una conducta que le hace ejercer de padre y esposo. Consideraciones edípicas aparte, la situación sirve al propósito de parodiar el rol paterno convencional. En este sentido, la simulación de Lucas reproduce uno de los tópicos del padre de familia y evidencia su escasa o nula aportación al grupo familiar como algo desfasado e inútil. Lo mismo sucede con la madre, que se sirve de un libro titulado “Ser madre hoy”, cuyas sugerencias complican los problemas en lugar de resolverlos. Parodia y burla de esos comportamientos que aún se   reconocen en la actualidad. Más agresiva con toques tremendistas es la descripción del rostro de Basilio y sus supurantes granos, lo mismo que esa viñeta donde los alumnos se ahogan en un aula inundada de semen. Es un humor que provoca y perturba, quizá porque este personaje, Basilio, es el que más sufre, el más maltratado incluso por aquellos que pretenden curarlo. El episodio entre Basilio y Mayka  discurre entre el melodrama y la sátira. La ironía ha desaparecido para dar paso a la parodia más mordaz.

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 El sexo y la religión, como referentes de una forma de ser y pensar arraigada en la sociedad, son objeto de la crítica –humorística, naturalmente- del autor. Así, la exaltada reacción de los chicos de la casa ante las costumbres de Nicole como modelo de libertad sexual y revulsivo moral,  insta a reflexionar sobre los enfermizos hábitos de los españoles y su nula educación al respecto. Aunque la abuela con su descarada elocuencia lo diga a su manera: “He leído que apenas se cambian las bragas. Eso es la civilización”. En cuanto a la religión el personaje del abuelo es, sin duda, el núcleo en que confluyen las críticas más mordaces. Sus desayunos con Dios atribuyen a este ente imaginario los discursos más delirantes, hasta el punto de que Dios parece el más excéntrico de los dos. Hablan de cosas banales como el fútbol y la afición divina como hincha del Atlético “desde los tiempos en que se denominaba Atlético Aviación”. Pero también “aleccionaba al abuelo sobre la influencia de las casas en las personas que las habitan”. Al abuelo no le agrada el Dios solemne que pontifica sobre asuntos serios y cuando le suelta la cita inicial como premonición de futuro, el abuelo  lo desprecia: “Si sólo me dices eso…”  En otra ocasión le dice a su nieto Gaspar que Dios le ha ordenado no revelar nada a  “no creyentes o novelistas” con lo que el propio autor es expulsado, en la ficción, del edén divino. Pero  nosotros sospechamos que eso es irrelevante ya que creemos que Dios es el propio autor, que se divierte haciendo desvariar al abuelo.  Su cinismo cuando consuela a Abelardo por  su incapacidad de ver a la Virgen así lo evidencia: “la mentira puede ser tan buena como la verdad si es utilizada con bondad” Si este no es el principal axioma de la filosofía de cualquier escritor que se precie, que venga Dios y lo vea.



Precisamente la mentira es uno de los TEMAS que se cuelan entre tanta risa y sonrisa. Por este relato circulan muchos mentirosos: timadores, gurús, sectarios… Mentir es el motivo recurrente de la conducta de Felix, un simulador experto y ligeramente paranoico, que curiosamente pertenece a un oficio salvaje como el periodismo donde se inventan noticias, opiniones y artículos. Es decir, donde se miente mucho. Esta cita lo demuestra:
Felisín dio un sorbo a su vaso de agua  y con credibilidad absoluta se dispuso a mentir a su familia.”

Como todo buen relato y toda buena comedia los personajes mienten a los demás o a sí mismos según su conveniencia. Sara, el elemento catalizador de la acción,  desvela lo que hay bajo los disfraces, pues no sólo Basilio se oculta bajo una máscara. La búsqueda de una felicidad que nunca llega es el objetivo que persiguen los personajes,  por lo que resulta irónico y bien traído que el autor mate a Nacho, el único que lo tenía todo. Claro que el trastorno de Matías, además de paliar el dolor, resolverá el problema con una impostura, una falsificación, naturalmente. Solo podemos desear que nunca acaben la ficción ni la mentira.

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Algunas frases  para pensar

“…lo que quería decir Ambrose Bierce con eso de “El hogar es el único sitio abierto toda la noche

para tu familia cambiar de casa será como cambiar de piel. Antes de que puedan llamarla hogar, tendrán que manchar las paredes con sus miserias y sus alegrías”

“Pensar, se dijo, es la causa de todos mis males” (Felisín)

No busques en los libros lecciones que aprender –le decía a su nieto- Los buenos libros tienen que hacerte daño, cambiarte la vida.”

“El padre, mientras calentaba con sus pies los pies helados dl abuelo, pensó  que las mudanzas venían a demostrar lo poco que uno deja tras de sí”

“Vender seguros de vida  consiste en recordarle a la gente que va a morir, y eso no es plato de gusto. Por eso, la regla de oro es no pronunciar jamás la palabra “muerte”. Hablaremos a los clientes de “ausencia forzada”, “lo inevitable”, lo que ha de llegar”, pero jamás nombraremos a la muerte.” (Félix a Felisín)

Algunas preguntas para conversar:

 ¿Esta cita le dio una idea para su libro a Antonio Orejudo para su libro Los cinco y yo?:
“¿Ya has dejado la (novela) de Guillermo Brown cuando es abuelo y sus nietos son fachas? – le interrogó Nacho recordando un viejo proyecto.”

¿A qué nos recuerda la secuencia de la supuesta entrada de Félix llevando en brazos a  su mujer y entrando en la nueva casa?

¿Y esta imagen de Nicole, la francesita de ojos verdes y centelleantes, dónde la hemos visto?
Abelardo tocando Diana  está inspirado en el Almirante Boom de Mary Poppins?

¿Y Aurora en su cama?

¿Por qué llora tanto Alberto Alegre tras las sesiones de cine?

¿Qué os parece la conversación entre Basilio y Mayka sobre el doblaje? (219)

¿Dónde hemos visto (o leído) antes al doctor Bausan, el psiquiatra  tocado?

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Hablando de psiquiatría, he aquí algunos tratamientos:

Nicole: “Que cambie la familia”

Dr. Bausan: Teoría de la invisibilidad: personas que pasan desapercibidas, hombres invisibles, expertos en desaparecer. “La necesidad de huir de la agresividad con que la sociedad maltrata a los enfermos, deformes, feos e inadaptados, los conduce a la invisibilidad como solución perfecta” (Aviso: la ironía consiste en decir lo contrario de lo que se piensa o viceversa)

¿Qué os parece el imaginario síndrome de Latimer?


A propósito del neurólogo galés A.A.Brill que se menciona,  hay una película de 2014, A Brilliant Young mind, de Morgan Matthews,  sobre un niño autista. ¿ Curiosidad?  
GB


Cuatro Amigos


Por José Luis Vicent Marin.

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Verano de 1996. Cuatro amigos preparan desde Madrid un viaje de vacaciones hacia levante, concretamente hacia Valencia, el lugar donde a su parecer, se puede disfrutar más y mejor del día y la noche desmedidos. Jornadas cuyas veinticuatro horas estarán a plena disposición del disfrute sin complejos y donde comer lo que sea, dormir donde sea y follar con quien sea se convertirá en su máxima y casi única expresión de libertad. Una —creo— bastante fiel representación de gran parte de la juventud de aquellos años, en este caso, dadas sus edades —mucho más próximas a los treinta que a los veinte—, estirada como un chicle por voluntad propia conocedores de estar arribando a su final.


Por fortuna, ese viaje encerrará más cosas que se irán desgranando en base a los monólogos interiores del narrador y principal protagonista llamado Solo porque según sus amigos a menudo prefería estar en ese estado que en compañía. Los otros tres se van dibujando según avanza la obra pero en ningún momento tendrán la profundidad del primero y siempre serán juzgados bajo el prisma de aquél.

Así, Claudio, rubio y atractivo, representa un poco al líder, al imprescindible, al que siempre se le perdona que llegue tarde aunque lo haga a conciencia, vive emancipado en un piso de mierda con su perro Sánchez y se saca los cuartos repartiendo bebidas a los bares. Raúl, alto, delgado, frío, recientemente casado y padre de dos gemelos de siete meses, hace el viaje pendiente de las llamadas de su mujer Elena —sin renunciar a disfrutar de otras en el camino— encadenado al que debió ser uno de los primeros móviles que habría en España, obsequio de su suegro, quien le remata con los grilletes de forzoso contable en su empresa para ganarse la vida, toda una antítesis a sus irrenunciables deseos de ser libre. Blas, grueso, glotón, hijo de militar, indiferente a opinar de nada pero reconciliador de hostilidades dentro del grupo y sobre todo mitificador de sus propias aventuras sexuales. Y Solo, el hombre triste que aun conociendo las profundidades de su mente y de su corazón, suele elegir el camino contrario o simplemente suele no elegir para dejarse llevar y terminar como quien dice, arrastrado a su propia suerte, muy lejos siempre de su casi invisible madre —crítica de arte—  y sobre todo de la exquisitez de su súper padre —crítico literario que le consigue un puesto en su mismo periódico del que se despide por hartazgo justo antes de emprender el viaje— quien a cada ligero encuentro-desencuentro suele terminar empequeñeciéndole con su actitud plana pero superlativa. 
La novela está dividida en tres partes bien diferenciadas que además se sitúan supongo que concienzudamente  en tres puntos geográficos distintos.

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En la primera se detallan los preparativos y el viaje en sí mismo hacia la cuna de la diversión sin límites. Ese entusiasmo por lo que para ellos representa vivir, respirar, abandonar la obligación y que bautizan con múltiples nombres del estilo “viaje al centro de las piernas” y títulos similares, quizá no sea más que una huída disfrazada de vacaciones. En un lenguaje vivo, alegre y no exento de ironía no se omiten tampoco acciones soeces o breves diálogos sin remilgos muy en consonancia con una realidad enfocada a la caza de sexo y a la animalidad por encima de cualquier idea de confusa resolución, como Anabel, el ligue que el obediente Blas debe dejar en Madrid pero que presentada por sorpresa en Valencia juega o más bien la hacen jugar a la indefinición de si busca más al grupo que al propio Blas. O la checa Sonja —rescatada de un prostíbulo de bajo nivel— a la que el propio Blas esconde en la furgoneta, mientras los otros tres practican sexo en grupo con una venezolana. Pero a medida que avanza la acción —intrascendente por otro lado—, se filtran in crescendo, las cataratas de pensamientos y recuerdos de Solo, el inequívoco narrador que en primera persona nos comunica una ristra inconmensurable de ideas, frases a menudo espléndidas que van sepultando la superficialidad descriptiva de los acontecimientos en los que se encuentran o acometen en su afán libertario. De hecho, al final de cada capítulo, nos obsequia con cuatro o cinco líneas de un proyecto literario al que denomina “escrito en servilletas” como colofón de lo que nos ha ido trasmitiendo, llámese la diferencia abismal padres-hijos (especialmente padre) o su melancolía ante la figura de Bárbara, la novia con la que rompe tras diecinueve meses y veintitrés días —esa minuciosa contabilidad le delata— en una aparente inmejorable decisión que se va tornando en la decisión más imperdonable de su vida.  Abandonan Valencia sin rumbo prefijado y dada la escasa distancia entre el pueblo que Raúl menciona estar en ese momento y el pueblo de los padres de Elena donde ella le habla desde el otro lado del teléfono,  no les queda más remedio que acercarse y gozar de la cordialidad de sus suegros y el encanto de un pueblo aragonés en fiestas donde de bodega en bodega y de peña en peña, el alcohol, el sexo y alguna que otra trifulca —en este caso es Claudio quien se las ve con un mocetón que defendía la integridad de su hermana—, toman de nuevo impulso poniendo a prueba “esa cosa fiera e irracional de la pandilla”. El viaje debe proseguir —así estaba estipulado a pesar de ese fortuito desembarque— y Raúl le confiesa a Solo que el matrimonio es un error, recriminándole que en su día fue Bárbara quien le apartó a él momentáneamente del grupo, esa institución inviolable que pretenden sublimar a cada instante a fin de que no se les caiga encima.

La segunda parte es bastante corta y el título “Solo en ninguna parte” ya dice bastante. La furgoneta con olor a queso en la que viajan sufre una avería y a duras penas alcanzan aparcar delante de un decadente hotel de carretera en algún punto cerca de Logroño donde quedará definitivamente detenida obligándoles a pasar dos o tres noches en medio de un paraje perdido, un hotel inencontrable “paraíso de adúlteros e infieles” de donde emerge la figura de Estrella, una mujer septuagenaria que ha cumplido su sueño de no tener casa ni familia y que adora ese lugar donde es imposible la poesía y todo consiste en acudir a la imaginación. A Solo le encanta la supuesta vida de Estrella como prototipo de la “gente que se niega a pertenecer” y mantiene jugosas conversaciones con ella acerca por ejemplo de lo que une tener un enemigo común apuntando que a diferencia de ella que lo tenía con Franco, ellos carecen de alguien a quien matar. Mientras tanto, Claudio ha intercedido para que Sonja tenga una noche de sexo con Blas y ella, una vez remunerada y tras una llamada desde el teléfono de Raúl a alguien que vendrá a recogerla,  desaparece de sus vidas. También Solo llama a casa. Mantiene con su madre un par de anécdotas sin interés. A su padre le dice que ha dejado el periódico y tras un “tú sabrás lo que haces”, vuelve a pensar en aquello de “matar al padre”, ese hombre lleno de ego, tan enorme que nunca debió tener hijos. En un momento discute con todos sus amigos: con Raúl porque le rompe el teléfono dado su temor desmedido a que llame Elena, con Blas por la verdad de su cita con Sonja y con Claudio por lo mismo y porque le confiesa que su perro Sánchez que dejó al cuidado del padre de Blas, ha muerto de un infarto apabullado bajo las órdenes del militar. El estado de ánimo de Solo decae, dice estar bien dentro de su maldad y ser un personaje desvanecido en el recuerdo. Estrella les invita a comer fabada en su habitación. Solo se emborracha y mientras sus amigos consiguen desplazarse a Logroño, él se queda con Estrella quien le confiesa que tampoco es feliz, que simplemente lo aparenta y se lamenta de no dejar casa ni familia ni amigos “nada de lo que pensé de niña se ha cumplido”. Estrella se insinúa y Solo acepta. Ella dice no ser más que una “puta vieja” y él le contesta que es “un puto joven”. Claudio había encontrado entre la ropa de Solo una invitación a la boda de Bárbara con un tal Carlos y sabe que ese es el motivo de su irritante actitud. A la mañana siguiente, una limusina con chófer les está esperando: “nos vamos de boda” dice Claudio. La amistad ha renacido aunque seguramente nunca se marchó.


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La tercera parte abarca desde el trayecto y llegada al lugar de la boda —la iglesia de un pueblo de Lugo y el Pazo familiar del novio como escenario del banquete— hasta el momento del regreso. Solo, una vez más se deja llevar, por momentos cree estar asistiendo a su propia boda y todo fluye de forma bastante caótica. La comedia que se desprende de situaciones grotescas —por cierto muy apropiadas para llevar al cine— es en realidad la tragedia de Solo que, con el alcohol discurriendo por sus venas,  suelta durante el banquete subido a una silla, una perorata en contra del matrimonio. Un matrimonio que él hubiera deseado para sí al echar de menos aquella “dulce cárcel” que significaban los muslos de Bárbara a la que conoció sustituyéndole pícaramente en una entrevista a una celebridad de Hollywood para convertirse poco después en los enamorados más deslumbrantes del periódico. Ahora, llegada la hora del baile se siente abandonado por las dos generaciones que suponen Bárbara y su propia madre de la que envidia la buena relación entre ambas, hasta que la novia se le acerca y a Solo le sabe a hogar posar la mano sobre su cuerpo. Hablan de lo que sucedió entre ambos: cómo a fuerza de querer ser uno y uno, dejaron de ser pareja o cómo siéndolo se quedaban sin conversación como cualquiera de las demás. Solo, en su aspiración a formar parte de la pareja perfecta creyó que lo mejor sería romperla y Bárbara supo entonces que él anteponía su vida a ellos mismos. Solo, en medio de la boda que debió ser la suya, piensa que Bárbara era la vida y la dejó escapar.

Para no alejarse demasiado de los objetivos para los que habían iniciado estas vacaciones, el chófer se va con su limusina al comprobar el lamentable estado del asiento de atrás, fruto de la vomitona de una chica —la hermana del novio— a la que Blas en otros de sus “casi follo” había llevado hasta allí. Un improvisado partido de fútbol —para bajar la comida— en el prado contiguo al Pazo sirve para que Solo termine con un pie enyesado al golpear a una piedra traicionera—o justiciera— que se interpuso en el camino hacia el tobillo de Carlos, así que lo mejor —Bárbara todo cordialidad— será pasar la noche allí y regresar en tren al día siguiente. Raúl, como hombre casado y consciente de que nada más había que hacer allí, toma el primer tren con destino a sus obligaciones. Los demás aceptan quedarse y Claudio aprovecha la noche inmejorablemente al tirarse a la madre de Carlos  ataviada a duras penas con el traje de novia de su nuera.
En un último intento de acercar sus sentimientos a Bárbara, Solo se empieza dar cuenta de que ya está viendo a otra Bárbara, que no ha cambiado como ella asegura sino que se ha acostumbrado. Discuten por una interpretación errónea del sexo que cada uno esperaba del otro y cuando entre lágrimas ella le confiesa estar embarazada, Solo recuerda cuándo y cómo abortó un niño de él, para cerciorarse al fin de que ella esperaba a un amigo en su boda y se presentó el enamorado.

A la mañana siguiente comen con la familia de Bárbara y una vez más se pone de manifiesto la distancia hacia el padre —en este caso otro padre, el de Carlos, emperador del cemento— con una discusión acerca de las escasas motivaciones de una juventud que según él lo tiene todo. Solo mira a Bárbara y piensa: todo no.

El viaje tocó a su fin con esa “bien conservada libertad” que consistía en un Raúl —seguramente ya con su mujer y sus gemelos— abrasado por la culpa y la responsabilidad, Blas eludiendo los problemas con la creación de su único problema: estar gordo, y Claudio apartando la certeza de que pronto se pasaría día y noche repartiendo cajas de debida. Y Solo? Para Solo, el viaje que bautizaron con innumerables títulos cochinos terminaba con la convicción de significar el comienzo de otro que sí está amparado por el primer fragmento del título de esta tercera y última parte de la novela “Es tan duro vivir sin ti” en alusión a la vida que le espera en adelante,  o incluso el segundo fragmento “milonga triste” quizá en alusión a la consecuente tristeza que le habían deparado los numerosos embustes a sí mismo en pos de una felicidad a la que ha dejado de tener miedo demasiado tarde.

Y el lector?, ¿qué ha sucedido en el lector?: pues en mi caso, he tenido la sensación de estar leyendo dos novelas paralelas y al mismo tiempo divergentes (la ciencia de la geometría —una de las más antiguas— jamás estaría de acuerdo con esto que en las letras empleamos con mayor o menor acierto sin temor a destruir teorema alguno): la que abarca todo aquello que se dice y se hace y la que abarca todo aquello que solamente Solo desde su íntima soledad, piensa y siente.

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