sábado, 21 de abril de 2018

Tierra de campos



 Tierra de Campos o el pasado en la mochila

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“te sumerges en un pozo oscuro y profundo donde el tiempo es todos los tiempos acumulados. Eres entonces el niño y el adulto, todo un yo completo sin transcurso, soy Dany Mosca en trescientos sesenta grados a la redonda” (P.11)

“Ariel sonrió. […] A mí no me importa saber cómo acaban las películas. En el fútbol es igual, si sólo importara el resultado, si sólo importara el resultado podríamos tirar cinco penaltis cada equipo al empezar y a casa. No, lo que importa es el juego”. (Saber perder, p. 190)

Esta tercera novela de David Trueba comienza con una reflexión sobre el relato y  su estructura narrativa. Lo metaliterario y lo narrativo se superponen en esta ficción donde soñar y despertar aluden al plan del novelista y a los materiales que integrarán su ficción. Narración y evocación se articulan en una trama compleja donde historia y discurso alternan y enlazan sus tiempos. El primer fragmento que leemos es una muestra de los territorios por los que discurrirá el relato. Nos encontramos con una frase en cursiva -todos conocemos el final- que sirve como pie o impulso para acceder a las ideas que esta ambigua afirmación sugiere. ¿El final de qué? ¿El final del cuento, de la lectura, de la novela, de la vida? En el primer párrafo, una voz externa nos habla de las reglas de un juego que es al tiempo el de leer, escribir y vivir. Una invitación a entrar en una ficción donde importa más el proceso que el desenlace.  

Con esta propuesta, el narrador selecciona a un lector dispuesto a interesarse por un cuento cuyo contenido muestre el carácter contradictorio y confuso, bondadoso y cruel, de la naturaleza humana. El narrador anticipa además el carácter de un relato donde el tiempo de la  evocación –el sueño- se impondrá al tiempo de la historia –el despertar. Lo que se predice es una novela que combina acción y reflexión, historia y análisis en una proporción que prima lo segundo sobre lo primero. En esta novela pasan pocas cosas, pero se piensa mucho en ellas. La historia, mínima, consiste en un viaje que sucede en  apenas un día. El protagonista, Dani Mosca, acompaña el cadáver de su padre en el coche fúnebre que le lleva desde Madrid al ficticio pueblo de Garrafal de Campos, donde se celebrará el funeral que clausurará el relato y una etapa de  su vida. Durante el trayecto, el protagonista y narrador se desplaza hacia el pasado evocando fragmentos, hilos o hebras, de su vida para  elaborar un tejido, el texto narrativo y su trama, donde se muestra el panorama personal, social y estético de un periodo,  madrileño y español, que comprende casi un cuarto de siglo, desde los 80 del siglo XX hasta el 2004. El resultado es una novela concebida como un lienzo de muy variados tonos y texturas.

El espacio, el barrio de Tetuán, y el Madrid de la movida con algún que otra incursión en el extranjero, se minimiza como marco de la acción, mientras el tiempo del discurso se dilata y expande para abarcar el complejo continente de ideas, argumentos, personajes y emociones que configuran el universo temático y sentimental de esta novela. Y que intentaremos comprender y comentar.


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Las voces, los personajes, el aprendizaje vital en soledad y en grupo

El relato proviene de la voz de Dani Mosca, narrador interno e implicado en la descripción de su personal  proceso interior, de la adolescencia quinceañera a la madurez de los 40, de una soledad a otra. La subjetividad con que muestra su fragilidad emocional se alterna con una distante melancolía que le permite analizar las circunstancias de su vida con cierta objetividad y lejanía. El tono del discurso confiere al relato un ritmo lento y pausado que se adecua a la necesidad del protagonista de comprenderse a sí mismo e integrar el pasado en su presente. La mirada hacia atrás de Dani Mosca recorre todos los aspectos de su vida: una infancia de clase baja con sus primeras clases de guitarra con don Aniceto -personaje recurrente en las novelas de DTrueba- el profesor gruñón y entrañable que, sobre todo, le enseña a amar la música, sembrando así el germen vocacional que determinará su futuro; sus escarceos amorosos y sexuales, desde la fugaz Almudena del descubrimiento, a la amplia galería de chicas calificadas como “las ocasiones perdidas, los encuentros fallidos, los cruces de miradas, las líneas sin continuación”, hasta llegar a Oliva y Kei, en las que creyó encontrar el amor y la salvación.

Vemos pasar los veranos en Madrid y sus piscinas urbanas con cómicas e iniciáticas ninfómanas como Elena, maestra del magreo con jerga propia como “chavalete, solete, cuidadete, majete,..y pellízcame el culete”. O los del pueblo de sus ancestros, un asfixiante secarral paisajístico y humano, con  unos habitantes tan sabios como maliciosos. El padre es un antagonista poderoso contra el que DM debe enfrentarse en su búsqueda de una identidad y espacio propios. Cristiano, convencional, rígido, austero y  muy trabajador,  no entiende el camino emprendido por su hijo, al que niega y rechaza. Como Leandro de Saber perder, este personaje intenta compensar su desorientación vital tras la muerte de su mujer con un control excesivo de su cuerpo, la práctica desmedida de  gimnásticos paseos y otras manías como limpiar “los platos sin jabón… o la taza del váter y el lavabo con la misma bayeta, por ese orden”. El padre de DM representa a una generación que sobrevivió a la guerra civil y a una precaria situación económica y política, provocadas por la dictadura posterior, mediante el impuesto acatamiento a las normas y el resignado esfuerzo del trabajo.

En su proceso de aprendizaje DM debe superar los estados emocionales que se le presentan en la vida. El deseo de conservar la niñez (“Papá, ¿cuándo vas a crecer?”) da paso al vacío y la soledad del final de su relación con Oliva. El dolor y la incomunicación contribuyen a la percepción de su fracaso como amante que se suma a su frustración como hijo. El duelo por la muerte y por la pérdida de estos dos pilares de la vida de DM se expresan cuando a través del retrovisor reconoce los ojos del padre en los suyos propios, y con ello, la herida primigenia que es consustancial a los hombres.


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El reconocimiento de la culpa y el amor limpio como redención se alojan en la figura de su padre, del que opinaba que “Todos los que sobreviven a una guerra necesitan remontarse en el amor a un tiempo anterior y no contaminado”. La madre, enferma y senil, es, como otras veces, un personaje pasivo, plácid y acogedor que  DM conserva en el recuerdo. El descubrimiento de la vida como teatro donde cada uno representa a un personaje concurren en la evolución personal de DMosca, cuya instrucción en la caída de las máscaras tiene lugar en la sarcástica y provocadora secuencia de su primer concierto en el colegio, donde se impusieron a la impostada progresía del Mono como un “borrón en su intachable estampa de complicidad con la chavalería, que le arruinaba el personaje de abierto y solidario con la causa juvenil.”

En su travesía vital, DM reflexiona y asume, con irónica lucidez, la evidencia de la muerte, al afirmar que quizá “la muerte sea más poderosa que cualquier otra idea, porque siempre ríe la última”. A esta reflexión se  asocia necesariamente la conciencia de la vida como viaje hacia la muerte, como “una muerte a plazos”. También el tiempo se contempla como realidad que absorbe y acumula los hechos vividos. Como dice esta criatura ficticia, creada por DTrueba con la concisión que le caracteriza: “Hay pasado por todas partes. El pasado está posado sobre nosotros como el polvo sobre los muebles”.
El narrador define, con la precisión diagnóstica del mejor DTrueba, la dificultad de DM para llenar su vacío interior:
Lo peor, animal triste, era descubrir que la plenitud siempre quedaba más allá. Que persistía el hambre. Que el hambre era mayor que el bocado. Que el hambre era de otra cosa. […] Gus insistía en que la culpa era mía, que yo era un ególatra romántico, enamorado del amor, y que para mí el amor era un sueño. […] Puede que entonces ya se fraguara mi confusión entre deseo y realidad. (p. 126)

El grupo de amigos crea el entorno emocional en que se fragua el crecimiento y evolución de DMosca. Como personaje complementario y testigo de su proceso de aprendizaje está el trío formado por Gus, Fran y Animal. El primero combina la pasión con la intuición creadora y la rebeldía para representar su rol de personaje extravagante, provocador, maldito y sofisticado en el mundo de la música y la noche. El segundo, mayor y más maduro, se alza como modelo racional y pragmático de ciencia y cultura. El tercero es el amigo fiel e impulsivo, que, atrapado en un aturdimiento tenso, agitado y nervioso, puede además mostrarse sentencioso: “Nos hacemos mayores, pero no nos hacemos mejores” (p. 377). Lo dionisíaco y lo apolíneo se  funden y alternan en esa etapa vital llena de promesas. Aunque no falta  un toque de expresionismo naturalista en las razones que Gus arguye para justificar el nombre del grupo, que “las moscas siempre vuelven a la mierda

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El grupo musical consuma el tránsito de la adolescencia a la juventud  circulando el ámbito escolar -el colegio, el instituto, la universidad- con un sabroso anecdotario que culmina en la formación del primer grupo de rock. Luego vendrán las actuaciones en locales pequeños hasta llegar a la apoteosis del éxito con su bagaje de orgías, miedos, estrategias y recelos que la carrera musical acarrea. También se muestra con crudeza la cara más oscura y sucia del negocio, la codicia de los managers y la masificación que reclama la conversión de la música en producto de consumo. En el desorden de la euforia triunfal, DMosca percibe el abismo del caos y se aleja hacia un aislamiento creativo que le permite componer. La música resuelve la dispersión vital de DM al facilitar su viaje desde el dolor y el vacío al oficio. Para DM, la canción es el motor de una vida donde el sueño y el deseo se materializan, así como la aceptación de la soledad y el caos existencial le conducen a una madurez cuyo territorio es la música y no la tierra.

Éramos lo que hacíamos” piensa DMosca al final del viaje, cuando su mirada interior sintetiza en un trazo sus reflexiones. “Tanto das, tanto tienes” –se dice- relativizando el dramatismo de las cosas y vislumbrando la esperanza de reencontrar el amor perdido. “Amigos nada más, el resto es selva” –concluye- al sentir la complicidad de Animal, que parece leerle la mente. Reconoce así el papel decisivo que la “gente más valiosa” de su vida ha tenido al impulsarlo hacia su ideal transformado en canto.

El último párrafo enlaza con el primero, conectando el fin del relato con su principio. El narrador confirma su propuesta de una historia sin desenlace donde lo esencial es el proceso en que un contenido complejo, con muchos planos, se adecua formalmente para componer el singular edificio que es Tierra de Campos.


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Algunos temas más que tienen su importancia:

Aunque éste es el relato de un proceso personal, los cambios socioculturales   que experimentó España durante los veinticuatro años del discurso retrospectivo de DM, aparecen como marco y fondo de ese proceso.

El lector encontrará irónicas y jugosas descripciones de la sustitución de los pequeños comercios por grandes almacenes, la masificación consumista del deporte, la música y la televisión; el funeral del padre, el cementerio y el tópico sermón del cura del pueblo; las burbujas municipales y musicales; la crisis desde varias perspectivas; Los chinitos y la adopción, los entierros en tanatorios, los inmigrantes y su visión del mundo, los abusos de niños por los curas, la extrema derecha brutal, los iconos de los años 80, los prejuicios de los taxistas con gente como Jairo, el chófer ecuatoriano del coche fúnebre, y las leoninas condiciones de las discográficas.

El misterio negro de la muerte de Gus y el poder de los que mandan; el melodrama de Lurditas y la adopción encubierta que oculta viejos y reprimidos prejuicios; el Cristo que asusta a Maya en la penumbra de la iglesia; El putero rico que patrocina las obras de la iglesia; y  no podía faltar el moco verde de Foskitos en la página 166..

La música y el proceso creador merecen  una atención especial como eje articulador de la personalidad de Dani Mosca, cuya evolución ilustra el nacimiento y formación de un músico. En este caso, el narrador imaginado por el autor realiza un auténtico análisis del  proceso de creación de las canciones que van surgiendo a partir de las experiencias vitales de DM, desde la adolescencia  a la madurez. Teniendo en cuenta que el narrador cuenta y piensa desde  la perspectiva de sus cuarenta y seis años, sus juicios son proyecciones sobre el pasado evocado desde el presente.

El origen, el impulso inicial de la creación, es de carácter irracional e intuitivo, y surge cuando, como dice Neil Young, se deja de pensar. La necesidad de comunicación, que en el relato se asocia simbólica e irónicamente al acto de “tocar timbres”, es el siguiente paso para avanzar en el proyecto. “En realidad, toco timbres, una, diez, veinte veces, y a lo mejor alguien me oye y me abre” dice Dani Mosca, avergonzado ante un padre que considera que ser cantante no es un oficio. Luego llega el momento en que la realidad se transforma en arte y aparecen las primeras composiciones: las manos de viejo de don Aniceto, la fugacidad erótica de Almudena. También se mencionan las influencias de las canciones escuchadas – las de Irving Berlin- como fuente de experiencias compartidas y origen de  las propias creaciones. El  artista se inspira y nutre del arte. Esta novela es también una nómina de compositores, intérpretes y grupos de esos años, los que escuchaba nuestro protagonista, su grupo y la gente de su tiempo. Si los anotáramos tendríamos un compendio de la historia musical desde los años 80 y 90 hasta los comienzos del 2000.


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Interesante es la reflexión sobre el arte musical como tal. Llega en el momento en el que el compositor analiza la naturaleza de lo que hace. Se trata del salto de la experiencia musical a la reflexión metamusical. En palabras de Dani Mosca:

La canción de tu vida no es esa canción que a los demás les llega más adentro […] Para un músico la canción de su vida es la canción que le hace músico” 

La canción más tonta del mundo”, de irónico título lleno de ambigüedad.

Sigue el proceso de preparación y profundización en las exigencias del oficio que se quiere dignificar. El encuentro con la poesía y la necesidad de conocer las creaciones de otros y dotar de profundidad y rigor las propias. El narrador lo explica:

me afrentaba que nuestras letras fueran infantiles y toscas, que carecieran de valor literario, por lo que, con rubor, entraba en librerías de viejo y hojeaba entre los versos qué escritores podrían abrir una senda más interesante que nuestro ombligo de jóvenes fiesteros” (p.177)

Se plantean las dificultades de adecuar letra y música y la  influencia de la cadencia y musicalidad de las lenguas, al comparar las posibilidades y dificultades del castellano y el inglés a la hora de componer. Pero sobre todo, se insiste en el dolor y la tristeza como fuentes de inspiración y composición de canciones de temática universal. La experiencia vivida dota a las composiciones de la verdad necesaria para pasar del entretenimiento al arte, de la solvencia profesional al compromiso con el universo emocional y sentimental del ser humano. Al respecto hay dos citas clarificadoras:

Gus, Animal y yo nos pusimos a cantar lo que sentíamos. Ausencia, ilusiones rotas, esperas sin recompensa, soledad, humor de supervivencia. Con el tiempo supe que la tristeza que me duró tantos años era un motor para la música. Que los de afuera necesitan sentir que les hablas de ti para encontrarse contigo en el espejo”

Gus dijo algo…[…] somos el grupo menos cínico del mundo. Somos transparentes. Hacíamos canciones para sanar las heridas porque no conocíamos otra medicina. Regalábamos caramelos porque necesitábamos caramelos” (pp. 212-213)

Como el novelista, el músico DMosca concibe su arte como comunicación, que no se completa hasta que es recibida por su destinatario. “Todo el mundo tiene una historia” le dice A Animal cuando éste le reprocha que se enrolle con cualquier plasta en los conciertos.

Yo me justifico, no les doy conversación, me limito a dirigirla un poco. Le pregunto por su vida sus condiciones, la historia de su familia, sus aficiones, y acabo por encontrar siempre esa novela oculta que toda persona lleva dentro de sí. No es un rasgo de generosidad, lo hago para sobrevivirles. En nuestra profesión […] también tenemos que oír historias, porque vamos a contarlas, vamos a tratar de llegar a esa gente con una canción.” (p. 239)



Alguna que otra clave
Y aún a pesar nuestro, vuelve, vuelve
este destino de niñez que estalla
por todas partes.
Claudio Rodríguez


Partiendo de la cita inicial, podríamos considerar como una clave de la novela el tema del destino, que se fragua en la infancia y es arrastrado a lo largo de la vida. De hecho, la evocación del protagonista busca  el sentido de su vida en la revisión de su pasado. Otra cuestión a tener en cuenta  es  tratamiento metaliterario donde la novela reflexiona sobre sí misma, sobre el arte y la creación en general. Se establecen analogías entre la música y el cuento, y de éstas con la vida. Todas se relacionan con el sueño y con el juego, el artificio lúdico y ficticio del recuerdo sin tiempo. Debajo de la trama y de la historia hay un sinfín de ideas sobra casi todo, como una declaración sobre la existencia y sus valores. Cada secuencia o hecho, narrado o evocado, hay un indicio que sugiere  otro significado, el  metaliterario. “Teníamos que cerrar e irnos” le dice Dani a Animal cuando está cerca el final del concierto en el pueblo. El lector intuye que también está a punto de cerrarse el relato. Y asñi es. Por eso son tan importantes en esta novela la primera y última página, porque en ellas están contenidos  el proyecto e intención del novelista. Principio y…fin. G.B.


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Tierra de campos


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TIERRA DE CAMPOS” de David Trueba


Por José Luis Vicent Marin.

Creo que los que ya conocemos las anteriores obras de Trueba, si leemos ésta ocultando el autor daríamos en el clavo atribuyéndosela a él porque a pesar que cada una de ellas posee registros distintos en clara evolución, existen numerosos sellos identificativos o al menos a mí así me lo parece. Por ejemplo, el itinerario, el viaje como curso y discurso de la vida. La familia, siempre un peso pesado en sus relatos. La sexualidad sin ambages en esta obra apenas se percibe pero incluso cuando existe, no deja el rastro de otras que focalizaban demasiado la atención de algunos lectores. La sencillez con que expone cualquier idea, momento o sentimiento por profundo que sea sin recurrir a frases complicadas y la habilidad para no romper el ritmo narrativo cuando se establecen diálogos simplemente separados —o conectados— por comas son otras señas cada vez más acentuadas. Y cómo no, el amor y la amistad, sobre todo la amistad como uno de los valores supremos de esta vida, a menudo incluso por encima del amor y casi nunca fundidos o confundidos. Los vemos inequívocamente grabados a fuego en esta obra narrada en modo biográfico por un tal Dani... ¿Dani qué?

Su vida contada en dos partes encabezadas por citas que intentan ofrecer alguna pista, otro rasgo significativo.  Cara-A con una de Claudio Rodriguez señalando en mi opinión la importancia del niño que fuimos y nunca abandonamos del todo “y aún a pesar nuestro, vuelve, vuelve ese destino de niñez que estalla por todas partes” y Cara-B con la de nuestro estimado y conocido Thomas Bernhard en la que parece referirse al valor de seguir manteniendo ilusión por la vida aunque nuestro alrededor parezca derribarse  “No se había dejado destruir por la destrucción de sus esperanzas”. Dos caras como dos partes de un disco de vinilo que el mismo Dani compositor, músico y cantante, todavía estuvo a tiempo de grabar antes de su desaparición y sustitución por otros formatos. Entre ellas, decenas de capítulos camuflados —otro punto de distinción y originalidad que de alguna manera siempre inserta en sus obras— entre la frase que repite como final del último o como inicio del siguiente, bien para dar continuidad, bien para saltar en el tiempo. Como todos hacemos sin apenas darnos cuenta, un paso real hacia delante, mil pasos mentales hacia atrás. Las dos velocidades por las que nos regimos, la de los sesenta segundos por minuto y la de los inmedibles momentos por segundo. En este caso cerca de treinta años iniciados desde los quince y narrados —recordados— en el transcurso de un día sin su noche.

Cara-A, el camino: de Madrid al pueblo natal de su padre a bordo del coche fúnebre que lo transporta para enterrarlo por segunda vez —la ironía nunca se echa de menos— en el lugar que él hubiera deseado. El preparativo, la partida, el trayecto contemplativo o las leves conversaciones con el chófer ecuatoriano Jairo —otro latinoamericano de excelente factura incrustado en su obra— son la excusa perfecta para modelar la estructura que va componiendo la vida de Dani desde que formara el grupo musical “Las Moscas” con sus compañeros de colegio  Gus y Animal —la amistad— hasta su relación con Oliva y Kei —el amor— y el más que apreciado regalo de sus hijos Maya y Ryo —quizá la esperanza.


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Cara-B, el destino: la llegada a Garrafal de Campos —tampoco los nombres son gratuitos— donde se encontrará con un gran recibimiento por parte de personas que dejaron algunas huellas en sus escasos días de veraneo, como Jandrón, el niño con quien comparte un secreto guarro, ahora alcalde empeñado en recibirlo con todos los honores, y otras que tuvieron relevancia en la gestación física de su propia vida, como Juliana, la madre de Lurditas, la enigmática muchacha muerta en las misiones africanas cuyo nombre encuentra un día entre algunos documentos de su padre.

Entre acto y acto el repaso a una vida ganada a base de impulsos, a base de seguir más el camino de las emociones que el de las razones, “sin emociones no hay existencia” viene a decir refiriéndose con pena a su madre, víctima temprana de la enfermedad de Alzheimer que sobrevivirá a su marido, un padre demasiado cargante, demasiado en contra de a lo que se dedica su hijo “¿cantante?, eso no es una profesión”, pero que conservará toda su colección bien ordenada, eso sí, sin desenfundar.

Profesión nacida casi de la casualidad por la iniciativa de Don Jesús, el cura “enrrollao” del colegio que permite la creación de grupos para un concurso escolar, aprendida —en lo que a tocar guitarra se refiere— por medio de Aniceto, dueño de una tienda de música cercana a su casa —un callejón sin salida que denominan La estrecha muy significativamente— que le ofreció clases gratuitamente, y cultivada a base del desarrollo de su propio espíritu creativo influido por su estado de ánimo y contrarrestado  por sus inseparables revitalizadores —en el escenario y en la vida— Animal con sus cervezas y su batería rompedora y Gus, el chico de Ávila que en el colegio consiguió pasar de villano a héroe haciendo que todos a su alrededor superaran el efecto incómodo de su sexualidad ambigua con su infinita capacidad de trasmitir entusiasmo al público. Su extraña muerte dejará a Dani hundido en la pena absoluta “sin Gus no hay grupo” pero su pasión por la música o quizá su pasión por reflejar sus emociones en ella será motivo suficiente para no abandonarla.

Dos grandes amigos —para siempre— “amigos nada más, el resto es selva”, algunos escarceos sexuales de adolescente incluyendo otro clásico: la relación intergeneracional en este caso con la asistenta de su madre, infidelidades en aventuras de una sola noche obtenidas sin esfuerzo como consecuencia del rédito al éxito profesional y dos grandes amores a los que pierde progresivamente: Oliva porque su naturaleza reposada y amante de la naturaleza no cuadra con la de un músico cuyo hogar consiste en viajar de lado a lado y Key porque su flechazo en Japón tomó una consistencia basada en muchas cosas, entre ellas la admiración “yo inventé a Key y ella me inventó a mí”, pero quizá no contó con el insondable poder de una cultura tan distinta. Tal vez sí, en ella sí, madre de sus hijos, transformó el gran amor en una buena amistad.

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Dos caras de un mismo vinilo, de esos que algunos escuchábamos sin hacer otra cosa en un lugar concreto escogido para ello y que tanto estimamos, no solo por su material sino a menudo por el mayor porcentaje de calidad que concentraban. Cada generación escoge su música, eso está claro, la que en ese momento existe. Pero ¿y la que persiste? quizá también se trate de un guiño a un pasado musical bastante destrozado con la llegada, uno tras otro, de múltiples formatos capaces de aglutinar millones y millones de notas con escaso orden y menos concierto como le ocurre cuando observa la cantidad de piezas que Paula —la jovencita que aporta un rayo de luminosidad y vida entre aquellas gentes del pueblo— concentra en su ordenador y entre las que no figura ninguna obra suya. Tal vez Dani no sabía si buscaba persistir, y si su padre insistía en que para ser feliz bastaba con conformarse, él, casi siempre insatisfecho, buscaba serlo con la música muy direccionada en trasmitir lo que sentía con sus letras bobas, románticas, tristes o distendidas.

A pesar de los momentos más bien fríos en los que trata de documentar los entresijos oscuros e interesados de algunos intermediarios y profesionales del mundo musical, esta obra se leería bien en un espacio íntimo como el rinconcito de su última casa donde trataba de componer sus canciones y respecto a aquella pregunta de inicio, tengo serias dudas en decir que esa primera persona tan melancólica en su expresión ha sido Dani Campos hablando de Dani Mosca o Dani Mosca hablando de Dani Campos.


Una confusión tan propia de mí como lector, como quizá de él, que al final, a la mirada interrogativa de su hija acerca de quién o cómo es su padre responde mentalmente no saberlo a ciencia cierta. Quizá la respuesta, si es que tiene importancia, venga dada bajo el recuerdo de personajes tan dispares como su padre —un Campos práctico y anclado al pasado— o como Gus —un Mosca idealista maravilloso que renegaba de las raíces— para llevarle—llevarnos— a la conclusión de que al fin y al cabo no somos mucho más que lo que hacemos sin importar demasiado de dónde venimos. 


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Saber perder





Saber perder o la fragilidad de “los seres que no trascienden


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"…pensé en la vida oculta de tantas personas, los seres que no trascienden, esa especie de topos que sobreviven sin necesidad del resto del mundo, que consumen la comida en latas y que guardan los libros debajo de la cama. Gente que se niega a pertenecer, eso que tanto obsesiona a otros. Quizá todos unidos formaran un país subterráneo, inexistente, pero no muerto.” (Cuatro amigos, pág. 136)

Esta cita de Cuatro amigos, la anterior novela de David Trueba, hace referencia a la gente corriente cuyas vidas sin relieve esconden historias muy vivas. Quizá el observador impenitente puso su mirada en estas gentes anónimas para escarbar en  su interior y crear el complejo universo donde existen como personajes. Esta novela, plural y diversa, parte de un suceso azaroso, el accidente que una adolescente, Silvia, sufre cuando es atropellada por Ariel, una joven estrella del fútbol argentino que ha sido fichado por un importante equipo madrileño. A partir de este hecho, el hilo que une a los dos personajes genera su propio universo sentimental al tiempo que se extiende hacia el exterior,  se multiplica y nutre con la vida de aquellos que conforman  sus respectivos ámbitos vitales. Los enredos emocionales y las vivencias existenciales de  todas esas vidas se entrelazan y anudan para formar el tejido espacial y temporal que es la trama de la novela. Diversidad de personajes, diversidad de argumentos, diversidad de temas.

El relato sitúa los hechos en los años 2004-2005, cuando aún no se sentían los síntomas de la crisis económica y campaban a sus anchas los sueños de aquellos que se dejaron arrastrar por el espejismo del negocio fácil y especulativo de la burbuja. Como dijimos, los hechos son escasos y la narración mínima. Dos accidentes –el atropello de Silvia y la caída de su abuela Aurora- desencadenan una serie de acciones secundarias que sirven al propósito de presentar a los personajes, colarse en sus conflictos y acceder a sus biografías. La fragmentación de las historias permite al lector  participar en la reconstrucción del puzle que es esta novela. La ralentización del tiempo contribuye a la sensación de estar ante un relato muy descriptivo donde las múltiples retrospecciones permiten aproximarse al interior de los personajes y escuchar sus reflexiones y comentarios. Este acercamiento se produce ocasionalmente de forma directa, mediante monólogos interiores insertados sin más en el discurso narrativo, o bien a través de una voz narradora externa pero absolutamente omnisciente, lo que nos autoriza a conocer sus contradicciones y secretos.

Ariel personifica el mito del ídolo caído pues en él confluyen dos ideas sobre el fútbol: el negocio y el deporte, el juego. Formado en La Argentina por el emblemático entrenador Simbad Colosio, “El Dragón”, Ariel experimenta el desgarro del deportista que ha crecido con la emoción del juego y se ve forzado a convertirse en una estrella de la gran empresa del fútbol y a someterse a unas reglas que no controla. En este proceso, que también es el de la pérdida de la inocencia, la ingenuidad de Ariel  deviene en confusión, dolor, soledad y nostalgia de lo que dejó atrás.

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Al tiempo que vamos conociendo las inquietudes y contrariedades que padece Ariel asistimos al despliegue de un fresco que disecciona y radiografía el mundo del fútbol. Desde el método para crear una estrella-producto que sea rentable y mediático, a las corruptelas de conseguidores, directivos y todo tipo de intermediarios. La manipulación y el chantaje, los costosos y pretenciosos hábitos de jefes y aspirantes VIPS, los tópicos del futbolista con deportivo, chalet y novia modelo, las formas de ocio superficial y vacío, todo pasa ante los ojos de un Ariel desorientado y humillado. Cuando espera encontrar consuelo en la esposa de un compañero bien instalado, familiar y profesionalmente, aquella le lee la Biblia. Humor aliñado con sarcasmo que no falte.

El miedo al fracaso y la dependencia de su hermano Charlie, su  promotor  y enigmático representante de un mundo que no entiende y donde se siente desplazado, marcan los primeros días de Ariel en un ámbito culturalmente ajeno. La música, como memoria de una feliz rebeldía del pasado, y la relación con Silvia atenúan el doloroso aislamiento sentimental y profesional de este personaje, que acusa la fatiga del vencido en la vida y en el juego, en el juego de la vida. Como metáfora de la humana condición del héroe, su cara más vulnerable es su dependencia de  una idea del fútbol que ya no existe. Y si no existe, tampoco existe Ariel, pues ese, el juego, es su esencia, la razón de ser de su identidad. Muerto el juego, Ariel se queda sin nada.

Como el resto de personajes, debe buscar su lugar en el mundo. Lo hará con vacilaciones  y  pasivamente, dejándose llevar por los acontecimientos, tanto en el  desafío emocional como en los otros. Al final no sabemos si lo consigue, sólo intuimos que se desplaza a otro lugar donde posiblemente le espere más de lo mismo. El que no será el mismo es Ariel, que quizá encuentre en la aceptación de su destino cierta estoica resignación para seguir adelante.

Silvia y su familia completan el imaginario universo de la novela. Los hombres, el padre, Lorenzo, y el abuelo, Leandro comparten el fracaso y la frustración por no haber podido hacer realidad sus sueños y parecen perdidos y empeñados en lamentarse por su maldita mala suerte. En cambio las mujeres,  Silvia y Aurora,  se muestran más calmadas y capaces de mirar más allá de sus ombligos. ¿Es ésta un constante en la narrativa de David Trueba?

El itinerario vital de Silvia, una adolescente que  persigue su proyecto de vida, va desde los inevitables encuentros de iniciación sexual cutre, a una pausada relación con Ariel, que va procesando con cautela y precaución, actitudes que le permiten reflexionar sobre su experiencia y sacar conclusiones. Su inteligencia le permite distanciarse ligeramente de los acontecimientos y verlos desde fuera, como evidencia su irónica visión del ambiente de su instituto, sus profesores y compañeros. El monólogo interior que  muestra su visión del mundo es casi una parodia del mundo escolar y sus criaturas. Como otros personajes, vive una doble vida  mintiendo a los demás más que a sí misma, pero finalmente acepta con filosofía su soledad y encaja sin estridencia su ruptura sentimental. Consciente de la falsedad de los hechos y de la gente que la rodea, reconoce su soledad y admite pagar ese precio por su independencia.  Más madurez no se puede pedir.


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Lorenzo, el padre de Silvia, pertenece al tipo de desengañado irascible que practica un victimismo a tono con la mediocridad que origina su frustración.  Acabado para los negocios, intenta compensar su vacío con el sexo sublimador del ego, y con el fútbol como catarsis y evasión. Se vale de las mentiras para sobrevivir con máscaras que no engañan a nadie y mucho menos al comisario que le investiga por un misterioso crimen. Su relación con la cuidadora ecuatoriana de su madre discapacitada roza el esperpento, debido al contraste entre las diferentes formas de entender la Historia y las cosas de Dios. Siempre a la defensiva e incapaz de asumir sus fracasos, los va acumulando hasta el trágico y doloroso absurdo de tener como confidente a un anciano senil. Oculta su desesperación ante los demás pero no puede huir de sí mismo. Un hombre tan corriente como otros y con un mar de fondo que le lanza sin compasión a simas cada vez más profundas.


Y llegamos a Leandro, un personaje al tiempo trágico y grotesco. La frustración por su mediocridad profesional se intensifica con la envidia de los que sí triunfaron, intensificando su rencor e irritación contra el mundo. El abuelo de Silvia podría haber sido un jubilado peripatético y aburrido como otros, si la fractura de cadera de su mujer no le hubiera  lanzado hacia el sexo de pago como forma de huir de una realidad que se le hace insoportable. El color gris de su vida impregna su primera incursión en la casa de citas, donde conocerá a Osembe, en un nebuloso  atardecer de domingo, como si el paisaje evocara su desorden interior. Enfermo de dolor y miedo a un futuro que sabe muy negro, se siente arrastrado hacia la mentira que, a medida que se incrementa, se hace más pesada y le impulsa en su huida hacia adelante. Ofuscado por un obsesivo deseo sexual con el que pretende encubrir su soledad y falta de afecto emprende una alocada y autodestructiva carrera hacia ninguna parte. Aislado en un matrimonio viejo y en circunstancias adversas, cada paso que da para buscar compañía le conduce al prostíbulo, donde la piel tersa y oscura de Osembe pone precio a la necesidad de compañía de un hombre desesperado por alcanzar un imposible: reconstruir una vida que se acerca a su fin.

Leandro es consciente de la decrepitud del cuerpo de los viejos cuando observa la mano de su nieta sobre el rostro de Aurora, la esposa también mayor, cuya dignidad para aceptar su condición es el contrapunto de la furia desbordante del marido:

“Leandro envidió la caricia de las manos de la chica al posarse sobre el rostro de Aurora y recorrerle la frente y las mejillas. Esas manos sin marcas, sin erosiones aún, con todo por sucederles”


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Como lectores, no podemos evitar sentir una mezcla de ternura y horror ante el caótico y desconcertante recorrido vital de este personaje, que es, a la vez, consciente e inconsciente, que combina lucidez  y ceguera, como símbolo de la contradictoria naturaleza humana. Como lo es el disfraz con que juega su rol social y familiar, con la mentira como alimento de la supervivencia. Hasta que la representación se haga imposible y no haya ningún telón que encubra la verdad. Su lucidez nos admira tanto como el talento del narrador para  transformar las descripciones en diagnósticos:

“Se atusa el pelo frente al espejo. […] Nadie sospechará por su aspecto la inmensa desolación que esconde. Ve a un hombre muerto al fondo de sus ojos. Leandro se dedica a sí mismo una mirada inteligente para controlar cualquier emoción. Frío.”


No olvidemos los personajes secundarios como elementos necesarios del paisaje urbano que arrincona a una clase que ha visto muy rebajadas sus expectativas: los inmigrantes, rechazados por sus empleadores que miran con displicencia de nativos a los nuevos vecinos llegados de fuera, son a la vez víctimas y verdugos de sus propios congéneres, sobreexplotando viviendas y trabajadores; algunas ONG que chantajean o se cobran beneficios a costa de aquellos que dicen defender; la burlona descripción de la vida okupa y sus falsos valores, que la rebelde Mai experimenta en propia carne antes de caer en la decepción de las revoluciones fingidas.


Los personajes de las novelas de David Trueba comparten el miedo al futuro y a la muerte, la huida, el fingimiento y la mentira como formas de superar la soledad y  vulnerabilidad que los acerca a la parte más íntima y entrañable de sus lectores. Como alguien dijo una vez, eso es empatía. GB

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Cuatro amigos




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Cuatro amigos o las “neuras” de la treintena


De nuevo nos encontramos ante un relato en primera persona donde el narrador oculta a su personaje, Solo, que se presentará al lector más adelante, en el capítulo 2, ya iniciado el relato y presentados los personajes. Solo, será el cronista de las disparatadas y también tópicas aventuras veraniegas de un viaje vacacional que clausurará la tardía adolescencia del grupo al tiempo que revelará sus ocultas miserias. Claudio, Raúl, Blas y Solo representan diversas formas de huida de una realidad que les exige algún tipo de compromiso, personal o profesional, que les abocaría a una vida que ellos consideran mediocre o vulgar.

Su viaje se convierte en un atolondrado recorrido hacia los placeres más comunes, como los que se derivan del alcohol y el sexo rápido e inmediato, sea comprado o compartido. Beber y follar son los objetivos aparentes de estos cuatro amigos que ven cómo se les viene encima  el tiempo de  una  madurez que temen y de la que desean evadirse a toda costa. Solo narra los hechos en un tono desenfadado y coloquial combinando la comicidad de algunos episodios con  una reflexión retrospectiva y analítica mediante la que desvela –con un notable grado de implicación- claves del pasado y define, en el presente, su estado emocional y el de sus amigos. Incluso se permite algunas prospecciones respecto a  un futuro que se muestra tan incierto como inevitable.

La novela se convierte así en el interesante fresco de una generación nacida en los años 70 del pasado siglo y criada en una democracia más o menos progresista, que no ha evitado la frustración producida por la imposibilidad de hacer realidad los deseos. David Trueba armoniza magistralmente el sarcasmo de la parodia con una melancolía tierna y evocadora, impregnada de humor inteligente. Con una mirada lúcida hacia las carencias y despropósitos de sus criaturas, desmenuza sus comportamientos y actitudes, los observa y analiza, para rematar su diagnóstico convirtiendo el retrato en caricatura.

Dividida en tres partes, los títulos de cada una nos orientan sobre su contenido:

El título de la primera parte, Veinte mil leguas de viaje subnormal contiene la valoración del narrador sobre las desmadradas aventuras del grupo en una destartalada furgoneta que “huele a queso”.  A modo de presentación, la narración va derramando datos sobre unos personajes cuyos perfiles psicológicos evocan tópicos encarnados:

Raúl, el casado del grupo con bebé adjunto, se siente atrapado en la convención de un matrimonio percibido como una trampa tras un embarazo sorpresa. El viaje como terapia de evasión, tras arrancar el permiso a su mujer, personifica el intento de cimentar una relación y una vida que le aterran. El humor del narrador se evidencia en la justificación de su aventura, que el personaje presenta ante los otros, que, como los lectores, no se la cree:

un respiro sería positivo para la pareja/ hay que oxigenar la relación/hay que enfocarlo con nuevas perspectivas/echarse de menos es maravilloso/la distancia engrandece el amor…”

La implícita e irónica crítica de los manidos libros de autoayuda se emplea aquí para evidenciar la necesidad de Raúl de ocultar sus miedos, ya que la mentira y el fingimiento son una constante en los personajes de D. Trueba. Todos mienten y se mienten.

Como Gaspar, de Abierto toda la noche, Raúl está poseído de un furor sexual excesivo y enfermizo. El narrador, con ácida y provocadora precisión, hilvana su caricatura:

El torrente de esperma retenido con forma humana que es Raúl desarrolló su priapismo mental a lo largo de los años en que fuimos amigos. Nunca se le dieron mal las chicas, habían de ser del género rápido, decidido, era negado para el romanticismo o el flirteo civilizado. Era un seductor de casa de socorro.

Esta última frase es una muestra excelente de la capacidad de síntesis del autor para destacar con pocas palabras un rasgo esencial de un personaje. David Trueba, como los clásicos, tiene esa virtud: más que describir diagnostica.

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El desvelamiento de la verdad que encubre este personaje llegará casi al final, cuando todos dejen caer sus máscaras y muestren aquello que escondían tras tanto desvarío.

Añoraba, supuse, la inocencia, la inopia vital, la falta de ataduras. Raúl ladeó su mirada hacia la ventanilla. En cierto modo avergonzado. Era su carácter. Antes de ser padre también solía perseguirlo un sentido insatisfecho de la vida, la sensación de estar perdiendo el tiempo. Raúl era incapaz de disfrutar un solo momento, siempre pensaba que ese instante le hacía perder otro.”


Claudio, el líder carismático, se muestra más estable respecto el rol que le ha tocado: triunfador, atractivo y cínico, no tiene problemas en mantener el tipo y la apariencia de ligón triunfante, desenfadado y anclado en su  libertina mocedad. Con el papel bien aprendido y las defensas firmes se pondrá, como siempre, al frente del grupo y de la función. Atrapado en su personaje hasta el final, el mismo lo certifica: “Ya me conoces, soy un follaviejas.”

Blas, el gordito simpático que nuca liga, es el gracioso del grupo, el colchón confortable en que apoyar el hombro. De nuevo las palabras del narrador lo definen con irónica exactitud:

Blas desplegó su estrategia mutante hasta transformarse en una inmensa y acogedora oreja, amable, comprensiva, un gordo y callado escuchador de desgracias ajenas […] Blas, como un muro de lamentaciones con ojos, escuchaba y se frotaba las manos ante la perspectiva de un revolcón cariñoso y rápido mientras la chica te llora en el hombro”

Como los demás, Blas está dominado por el deseo sexual, pero nunca consigue satisfacerlo. Incluso cuando cree hacerlo resulta ser una farsa. A su manera, este personaje es el más sincero de todos, el que menos finge ser otro. Con su anorak asfixiante en pleno agosto de acuerdo con un delirante plan de adelgazamiento, resulta tierno e inocente. Y físicamente fuerte, pues es capaz de superar la calva quemada por el sol, la incomodidad de una diarrea aguda y violenta y el odioso chándal.

En esta parte, el argumento avanza con las atolondradas y malogradas aventuras de los amigos por atestadas playas levantinas y carreteras aragonesas, donde la humedad se mezcla con el calor polvoriento de los caminos, campings cutres y aparcamientos abandonados. Las reacciones gamberras del grupo y sus miserables recursos para conseguir comida, bebida o un polvo apresurado en cualquier puticlub  miserable se impregnan de  esa comicidad  paródica, desesperada  y crepuscular, propia de  las historias de solterones desnortados.

En medio de tanto disparate, la historia de Solo y su fracaso amoroso se dejan ver entre evocadoras secuencias de un pasado marcado por una educación liberal y la necesidad de matar al padre. El relato deriva hacia el proceso de auto- psicoanálisis de un personaje atormentado por la frustración profesional y el miedo al compromiso con  quien cree fue el amor de su vida. El dolor por la pérdida, combinado con su falta de fe en la posibilidad de ser feliz nos muestran a un ser perdido que busca algún tipo  de anclaje para ubicarse en el mundo. Sus opiniones sobre su estado y el de sus amigos son contundentes y nada compasivas.

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Como su nombre indica, Solo se aparta de las personas y de los hechos para tomar distancia y elaborar sus juicios. El miedo, la soledad y la frustración emergen de la mentira que percibe en sí mismo y su entorno. La causa de su infeliz estado se encuentra en un error básico y muy común que consiste en  creer que la libertad se encuentra con los amigos y no con el amor. Escéptico, melancólicamente irónico y muy observador, la voz narradora de Solo se resuelve en diálogos eficaces, comentarios sintéticos y descripciones  sucintas con la precisión y el acierto de –repetimos- un diagnóstico.

“…pensé que las cosas más decisivas de la existencia suelen suceder de un modo accidental, lo cual debería darnos una pista sobre nuestra ilimitada importancia, y sin embargo persistimos en tomarnos demasiado en serio. Ni siquiera somos víctimas, somos trozos de madera en un mar caprichoso.”

La segunda parte, Solo en ninguna parte, actúa en el relato como transición o pausa entre la desventurada y fallida peripecia del viaje y la apoteosis final del tercer acto de la representación. La soledad del lugar, el calor del aire y el sudor de los cuerpos son síntomas del malestar interior de los personajes, de su cansancio inmenso y de su necesidad de detenerse, de parar. El paisaje desértico en que se ubica la extravagante casa de cartón piedra que les acoge conforma un solitario y simbólico universo de espera en el que se producirá algún atisbo de la verdad que pugna por emerger y despojar a los personajes der algunos de sus disfraces.

Este espacio, habitado por la vieja y sabia Estrella como émulo mítico de una Circe seductora o una sirena de secano, es el marco simbólico del aislamiento de Solo, que rompe la enfermiza pasividad de su ego maltratado y dolorido. Su bloqueo emocional y sentimental se disuelve en el excesivo y generoso vómito de “fabada y whisky”, y también de otras cosas imposibles de digerir, como la pérdida de su relación con Bárbara, el amor de su vida. La habitación de Estrella provoca reminiscencias cinematográficas, asociadas a un realismo mágico cercano al surrealismo, presentes también en algunos diálogos que recuerdan el teatro del absurdo:

El recepcionista, cuando ya empezábamos a alarmarnos, dejó caer que su hermano era mecánico.
-¿Ah, sí? ¿Y dónde está tu hermano? -El chaval parecía contagiado de la planicie del paisaje.
-¿Y él podría venir a arreglarnos la furgoneta?
-No sé. Está de vacaciones.
¿Dónde?
-En su casa.”

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En la tercera parte, Es tan duro vivir sin ti o milonga triste, se rompen por fin los hilos que sujetaban las máscaras de los personajes, que se ven así  forzados a mirarse desnudos y explorar los hechos y circunstancias  relativos a su carácter y su vida. Las cómicas y paródicas escenas de la llegada de los cuatro amigos en limusina a la finca cántabra donde se celebra la boda de Bárbara, contiene todos los elementos para satirizar el evento y a los personajes que participan. Desde el nuevo rico del cemento al correcto y posmoderno concejal y la suegra con perrito… nada escapa a la pluma del autor, camuflada en la voz de Solo, narrador y voluntario y desmadejado personaje, que irrumpe en la vida de una ex-novia que ya no le necesita. Este es el capítulo donde todos capitulan y se rinden ante lo evidente: la aceptación de la derrota y su inevitable soledad.

Se trata de experimentar y dejar constancia de la catarsis final, donde se libera la sensualidad del deseo en los muslos tersos e incitantes de Bárbara como cárcel de amor, a la vez que se conmemora el fin del viaje como despedida de toda simulación. La mentira se acaba y la solitaria evidencia del fracaso solo encuentra consuelo en la calmante presencia de los amigos en el vagón del tren que les conduce a su punto de partida. Las cínicas palabras de Solo ilustran la desesperada lucidez de un personaje consciente de lo que se oculta tras las apariencias:

“Respirar. Hoy es mañana  y en la boda de Bárbara me asfixiaba, navegaba en alcohol. Eso sí, libre como un pájaro, como a Claudio le gustaba, con tanta libertad que necesitábamos ser cuatro para transportarla a hombros. Nuestras veinte mil leguas, nuestra gran ruta, nuestro viaje era una forma de sacar a pasear nuestra libertad y restregársela por la cara al mundo. Somos libres. A Raúl le abrasaba la culpa y la responsabilidad. Blas eludía todos sus problemas con la creación de un problema enorme: estoy gordo. Claudio aparcaba la certeza de que en una semana estaría de nuevo empalmando noches con días para repartir cajas de bebida, libre, eso sí…”

Demoledora reflexión sobre el gran teatro del mundo, aplicada en esos momentos, a la cotidianeidad de la vida de unos treintañeros que no quería crecer. Una comedia muy ácida donde el viaje simboliza el recorrido interior de Solo, desde el dolor de la pérdida a la lúcida aceptación de la soledad en amistosa compañía. GB

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Algunas cuestiones y citas dignas de recordar

¿Dónde comienza la novela? Atención a la cita inicial:
Amor mío, amor mío.
Y la palabra suena en el vacío. Y se está solo.
VICENTE ALEIXANDRE

La soledad que resulta de la pérdida del amor es la esencia de Solo, el personaje señalado para representarla:

Supongo que la soledad me acompaña desde el día en que nací. Está ahí, agazapada, esperando que todos desaparezcan para significarse, para recordarte que ella nunca te abandona.” (Pág. 28)

Las palabras de Estrella y su voz oracular:
“-Sólo hay una razón para que existan las familias –nos explicó Estrella-. Por la soledad.” […]
–A usted no parece asustarle la soledad –le dije.
-No lo parece, ¿verdad? Es que finjo muy bien. (pág. 145)

La soledad que acompaña al hombre desde el nacimiento a la muerte. Alguien dijo que las cosas que pasan en medio son una distracción, algo para no pensar demasiado.

 Y lo que no se muestra pero está ahí:

Mientras subía los escalones de terrazo pensé en la vida oculta de tantas personas, los seres que no trascienden, esa especie de topos que sobreviven sin necesidad del resto del mundo, que consumen la comida en latas y que guardan los libros debajo de la cama. Gente que se niega a pertenecer, eso que tanto obsesiona a otros. Quizá todos unidos formaran un país subterráneo, inexistente, pero no muerto.” (pág. 136)

La comicidad y el imaginario del cine son rasgos recurrentes en las novelas de David Trueba:

El simulacro de folleteo colectivo en el puticlub es una escena desternillante (pág.85), igual que la berlanguiana procesión con el Cristo herido y empalmado (pág. 100). Y, entre otras, la  descripción del ambulatorio de urgencias, donde la hipérbole es el ingrediente principal de la parodia:

En el pueblo más cercano, la caseta de la Cruz Roja presentaba un aspecto desolador. El letrero caído y la cruz reventada a pedradas. Sentado en el quicio, un enfermero en manga corta hinchaba preservativos a soplidos. Nos detuvimos frente a él. Le pregunté si estaba abierto el puesto. Borracho, alzó los ojos hacia mí, cegado por los faros de la furgoneta. Contestó que él mismo nos atendería y ensayó varias veces el movimiento para ponerse en pie.” (pág. 121)

La boda en su conjunto, con la llegada de la limusina, la gente correteando y escondiéndose, los discursos rabiosos y alcohólicos, y el desfile de personajes propios de tales celebraciones, es una muestra del humor de Trueba y de las fuentes en que se inspira. ¿Alguien se atreve a ilustrarnos sobre ello?

La descripción de las experiencias periodísticas de Solo no tiene desperdicio y animamos al lector a buscarlas. En la página 231 y siguientes encontrará el moco verde de la Pfeiffer, una molesta diarrea en la entrevista con García Márquez, y los sorprendentes hechos que rodearon las conversaciones con Stephen Hawking, Jack Nicholson y Woody Allen.

Y no nos resistimos a mencionar el estilo en el que la eficacia de los diálogos, la síntesis en comentarios y las metáforas e imágenes en las descripciones dotan al relato de una gran fuerza expresiva:

Me di cuenta de que el humor de mi padre era siempre altivo. Se reía de algo, de alguien, desde el Himalaya de su inteligencia. (pág.156)

Y Claudio, disfrazado de monjita buena, psicóloga comprensiva, lanzó la invitación de boda y se esfumó. Escuché alejarse sus pasos, lentos, la suela de sus zapatillas gastadas, siempre con una ligera inclinación hacia adelante, como un toro antes de embestir. Definía su carácter. Yo, en cambio, camino con los pies demasiado abiertos, con pasos desiguales, es la manera de andar de quien no quiere llegar a los sitios adonde se dirige. (pág. 165)

Y este diálogo con Bárbara:

- La gente cambia, Solo.
- Nadie cambia. Se acostumbra como mucho. (pág.248) 

Y para acabar, hay que considerar los fragmentos escritos en las servilletas, que señalan el itinerario del viaje interior de Solo, sus reflexiones como hilo conductor  del significado del libro:

La futilidad del verano como metáfora de la intrascendencia frente a la importancia del amor. (27)

La persistencia del dolor emocional por encima de todo (60)

La tristeza y la duda sobre nuestros actos y mucho más (76)

La rabia y la rabia (98)

Balance en el tiempo y conciencia de fracaso. (126)

La realidad y el deseo. (Ah, los poetas…) (153)

La vocación del narrador bajo la que se oculta el autor, David Trueba. (178)

La intensidad de los sentimientos humanos y gatunos (235)

Como vemos, hay mucho sobre lo que pensar, mucho sobre lo que hablar. 
GB.


Nota. Las páginas que se indican entre paréntesis remiten a citas que se encuentran en la edición de Anagrama, Colección  Compactos, 2016.

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