Tierra
de Campos o el pasado en la mochila
“te sumerges en un pozo oscuro y profundo
donde el tiempo es todos los tiempos acumulados. Eres entonces el niño y el
adulto, todo un yo completo sin transcurso, soy Dany Mosca en trescientos
sesenta grados a la redonda” (P.11)
“Ariel sonrió. […] A mí no me importa saber
cómo acaban las películas. En el fútbol es igual, si sólo importara el
resultado, si sólo importara el resultado podríamos tirar cinco penaltis cada
equipo al empezar y a casa. No, lo que importa es el juego”. (Saber perder, p. 190)
Esta tercera novela
de David Trueba comienza con una reflexión sobre el relato y su estructura narrativa. Lo metaliterario y
lo narrativo se superponen en esta ficción donde soñar y despertar aluden al
plan del novelista y a los materiales que integrarán su ficción. Narración y
evocación se articulan en una trama compleja donde historia y discurso alternan
y enlazan sus tiempos. El primer fragmento que leemos es una muestra de los territorios
por los que discurrirá el relato. Nos encontramos con una frase en cursiva -todos conocemos el final- que sirve como
pie o impulso para acceder a las ideas que esta ambigua afirmación sugiere. ¿El
final de qué? ¿El final del cuento, de la lectura, de la novela, de la vida? En
el primer párrafo, una voz externa nos
habla de las reglas de un juego que es al tiempo el de leer, escribir y vivir.
Una invitación a entrar en una ficción donde importa más el proceso que el desenlace.
Con esta propuesta,
el narrador selecciona a un lector dispuesto a interesarse por un cuento cuyo contenido muestre el
carácter contradictorio y confuso, bondadoso y cruel, de la naturaleza humana.
El narrador anticipa además el carácter de un relato donde el tiempo de la evocación –el sueño- se impondrá al tiempo de
la historia –el despertar. Lo que se predice es una novela que combina acción y
reflexión, historia y análisis en una proporción que prima lo segundo sobre lo
primero. En esta novela pasan pocas cosas, pero se piensa mucho en ellas. La
historia, mínima, consiste en un viaje que sucede en apenas un día. El protagonista, Dani Mosca,
acompaña el cadáver de su padre en el coche fúnebre que le lleva desde Madrid
al ficticio pueblo de Garrafal de Campos, donde se celebrará el funeral que
clausurará el relato y una etapa de su
vida. Durante el trayecto, el
protagonista y narrador se desplaza hacia el pasado evocando fragmentos, hilos
o hebras, de su vida para elaborar un
tejido, el texto narrativo y su trama, donde se muestra el panorama personal,
social y estético de un periodo, madrileño
y español, que comprende casi un cuarto de siglo, desde los 80 del siglo XX hasta
el 2004. El resultado es una novela concebida como un lienzo de muy variados
tonos y texturas.
El espacio, el
barrio de Tetuán, y el Madrid de la movida con algún que otra incursión en el
extranjero, se minimiza como marco de la acción, mientras el tiempo del discurso
se dilata y expande para abarcar el complejo continente de ideas, argumentos, personajes
y emociones que configuran el universo temático y sentimental de esta novela. Y
que intentaremos comprender y comentar.
Las voces, los personajes, el aprendizaje vital
en soledad y en grupo
El relato proviene
de la voz de Dani Mosca, narrador
interno e implicado en la descripción de su personal proceso interior, de la adolescencia quinceañera
a la madurez de los 40, de una soledad a otra. La subjetividad con que muestra
su fragilidad emocional se alterna con una distante melancolía que le permite
analizar las circunstancias de su vida con cierta objetividad y lejanía. El
tono del discurso confiere al relato un ritmo lento y pausado que se adecua a
la necesidad del protagonista de comprenderse a sí mismo e integrar el pasado
en su presente. La mirada hacia atrás de Dani Mosca recorre todos los aspectos
de su vida: una infancia de clase baja con sus primeras clases de guitarra con
don Aniceto -personaje recurrente en las novelas de DTrueba- el profesor gruñón
y entrañable que, sobre todo, le enseña a amar la música, sembrando así el
germen vocacional que determinará su futuro; sus escarceos amorosos y sexuales,
desde la fugaz Almudena del descubrimiento, a la amplia galería de chicas
calificadas como “las ocasiones perdidas,
los encuentros fallidos, los cruces de
miradas, las líneas sin continuación”, hasta llegar a Oliva y Kei, en las
que creyó encontrar el amor y la salvación.
Vemos pasar los
veranos en Madrid y sus piscinas urbanas con cómicas e iniciáticas ninfómanas
como Elena, maestra del magreo con jerga propia como “chavalete, solete, cuidadete, majete,..y pellízcame el culete”. O
los del pueblo de sus ancestros, un asfixiante secarral paisajístico y humano,
con unos habitantes tan sabios como maliciosos.
El padre es un antagonista poderoso contra el que DM debe enfrentarse en su
búsqueda de una identidad y espacio propios. Cristiano, convencional, rígido,
austero y muy trabajador, no entiende el camino emprendido por su hijo, al
que niega y rechaza. Como Leandro de Saber
perder, este personaje intenta compensar su desorientación vital tras la
muerte de su mujer con un control excesivo de su cuerpo, la práctica desmedida
de gimnásticos paseos y otras manías como
limpiar “los platos sin jabón… o la taza
del váter y el lavabo con la misma bayeta, por ese orden”. El padre de DM
representa a una generación que sobrevivió a la guerra civil y a una precaria
situación económica y política, provocadas por la dictadura posterior, mediante
el impuesto acatamiento a las normas y el resignado esfuerzo del trabajo.
En su proceso de
aprendizaje DM debe superar los estados emocionales que se le presentan en la
vida. El deseo de conservar la niñez (“Papá,
¿cuándo vas a crecer?”) da paso al vacío y la soledad del final de su
relación con Oliva. El dolor y la incomunicación contribuyen a la percepción de
su fracaso como amante que se suma a su frustración como hijo. El duelo por la
muerte y por la pérdida de estos dos pilares de la vida de DM se expresan
cuando a través del retrovisor reconoce los ojos del padre en los suyos
propios, y con ello, la herida primigenia que es consustancial a los hombres.
El reconocimiento de
la culpa y el amor limpio como redención se alojan en la figura de su padre,
del que opinaba que “Todos los que
sobreviven a una guerra necesitan remontarse en el amor a un tiempo anterior y
no contaminado”. La madre, enferma y senil, es, como otras veces, un
personaje pasivo, plácid y acogedor que
DM conserva en el recuerdo. El descubrimiento de la vida como teatro
donde cada uno representa a un personaje concurren en la evolución personal de
DMosca, cuya instrucción en la caída de las máscaras tiene lugar en la
sarcástica y provocadora secuencia de su primer concierto en el colegio, donde
se impusieron a la impostada progresía del Mono como un “borrón en su intachable estampa de complicidad con la chavalería, que
le arruinaba el personaje de abierto y solidario con la causa juvenil.”
En su travesía
vital, DM reflexiona y asume, con irónica lucidez, la evidencia de la muerte,
al afirmar que quizá “la muerte sea más
poderosa que cualquier otra idea, porque siempre ríe la última”. A esta
reflexión se asocia necesariamente la
conciencia de la vida como viaje hacia la muerte, como “una muerte a plazos”. También el tiempo se contempla como realidad
que absorbe y acumula los hechos vividos. Como dice esta criatura ficticia,
creada por DTrueba con la concisión que le caracteriza: “Hay pasado por todas partes. El pasado está posado sobre nosotros como
el polvo sobre los muebles”.
El narrador define,
con la precisión diagnóstica del mejor DTrueba, la dificultad de DM para llenar
su vacío interior:
“Lo peor, animal triste, era descubrir que la
plenitud siempre quedaba más allá. Que persistía el hambre. Que el hambre era
mayor que el bocado. Que el hambre era de otra cosa. […] Gus insistía en que la
culpa era mía, que yo era un ególatra romántico, enamorado del amor, y que para
mí el amor era un sueño. […] Puede que entonces ya se fraguara mi confusión
entre deseo y realidad. (p. 126)
El grupo de amigos crea el entorno emocional
en que se fragua el crecimiento y evolución de DMosca. Como personaje
complementario y testigo de su proceso de aprendizaje está el trío formado por
Gus, Fran y Animal. El primero combina la pasión con la intuición creadora y la
rebeldía para representar su rol de personaje extravagante, provocador, maldito
y sofisticado en el mundo de la música y la noche. El segundo, mayor y más
maduro, se alza como modelo racional y pragmático de ciencia y cultura. El
tercero es el amigo fiel e impulsivo, que, atrapado en un aturdimiento tenso,
agitado y nervioso, puede además mostrarse sentencioso: “Nos hacemos mayores, pero no nos hacemos mejores” (p. 377). Lo
dionisíaco y lo apolíneo se funden y
alternan en esa etapa vital llena de promesas. Aunque no falta un toque de expresionismo naturalista en las
razones que Gus arguye para justificar el nombre del grupo, que “las moscas siempre vuelven a la mierda”
El grupo musical
consuma el tránsito de la adolescencia a la juventud circulando el ámbito escolar -el colegio, el
instituto, la universidad- con un sabroso anecdotario que culmina en la
formación del primer grupo de rock. Luego vendrán las actuaciones en locales
pequeños hasta llegar a la apoteosis del éxito con su bagaje de orgías, miedos,
estrategias y recelos que la carrera musical acarrea. También se muestra con
crudeza la cara más oscura y sucia del negocio, la codicia de los managers y la masificación que reclama la
conversión de la música en producto de consumo. En el desorden de la euforia
triunfal, DMosca percibe el abismo del caos y se aleja hacia un aislamiento
creativo que le permite componer. La música resuelve la dispersión vital de DM
al facilitar su viaje desde el dolor y el vacío al oficio. Para DM, la canción
es el motor de una vida donde el sueño y el deseo se materializan, así como la
aceptación de la soledad y el caos existencial le conducen a una madurez cuyo
territorio es la música y no la tierra.
“Éramos lo que hacíamos” piensa DMosca al
final del viaje, cuando su mirada interior sintetiza en un trazo sus
reflexiones. “Tanto das, tanto tienes”
–se dice- relativizando el dramatismo de las cosas y vislumbrando la esperanza
de reencontrar el amor perdido. “Amigos
nada más, el resto es selva” –concluye- al sentir la complicidad de Animal,
que parece leerle la mente. Reconoce así el papel decisivo que la “gente más valiosa” de su vida ha tenido al
impulsarlo hacia su ideal transformado en canto.
El último párrafo
enlaza con el primero, conectando el fin del relato con su principio. El
narrador confirma su propuesta de una historia sin desenlace donde lo esencial
es el proceso en que un contenido complejo, con muchos planos, se adecua
formalmente para componer el singular edificio que es Tierra de Campos.
Algunos temas más que tienen su importancia:
Aunque éste es el
relato de un proceso personal, los
cambios socioculturales que experimentó España durante los
veinticuatro años del discurso retrospectivo de DM, aparecen como marco y fondo
de ese proceso.
El lector encontrará
irónicas y jugosas descripciones de la sustitución de los pequeños comercios
por grandes almacenes, la masificación consumista del deporte, la música y la
televisión; el funeral del padre, el cementerio y el tópico sermón del cura del
pueblo; las burbujas municipales y musicales; la crisis desde varias
perspectivas; Los chinitos y la adopción, los entierros en tanatorios, los
inmigrantes y su visión del mundo, los abusos de niños por los curas, la
extrema derecha brutal, los iconos de los años 80, los prejuicios de los
taxistas con gente como Jairo, el chófer ecuatoriano del coche fúnebre, y las
leoninas condiciones de las discográficas.
El misterio negro de
la muerte de Gus y el poder de los que mandan; el melodrama de Lurditas y la
adopción encubierta que oculta viejos y reprimidos prejuicios; el Cristo que
asusta a Maya en la penumbra de la iglesia; El putero rico que patrocina las
obras de la iglesia; y no podía faltar
el moco verde de Foskitos en la página 166..
La música y el proceso creador merecen
una atención especial como eje articulador de la personalidad de Dani
Mosca, cuya evolución ilustra el nacimiento y formación de un músico. En este
caso, el narrador imaginado por el autor realiza un auténtico análisis del proceso de creación de las canciones que van
surgiendo a partir de las experiencias vitales de DM, desde la adolescencia a la madurez. Teniendo en cuenta que el
narrador cuenta y piensa desde la
perspectiva de sus cuarenta y seis años, sus juicios son proyecciones sobre el
pasado evocado desde el presente.
El origen, el impulso
inicial de la creación, es de carácter irracional e intuitivo, y surge cuando, como dice Neil Young, se deja de pensar.
La necesidad de comunicación, que en el relato se asocia simbólica e
irónicamente al acto de “tocar timbres”, es el siguiente paso para avanzar en
el proyecto. “En realidad, toco timbres,
una, diez, veinte veces, y a lo mejor alguien me oye y me abre” dice Dani
Mosca, avergonzado ante un padre que considera que ser cantante no es un
oficio. Luego llega el momento en que la realidad se transforma en arte y aparecen
las primeras composiciones: las manos de viejo de don Aniceto, la fugacidad
erótica de Almudena. También se mencionan las influencias de las canciones
escuchadas – las de Irving Berlin- como fuente de experiencias compartidas y
origen de las propias creaciones.
El artista se inspira y nutre del arte.
Esta novela es también una nómina de compositores, intérpretes y grupos de esos
años, los que escuchaba nuestro protagonista, su grupo y la gente de su tiempo.
Si los anotáramos tendríamos un compendio de la historia musical desde los años
80 y 90 hasta los comienzos del 2000.
Interesante es la
reflexión sobre el arte musical como tal. Llega en el momento en el que el
compositor analiza la naturaleza de lo que hace. Se trata del salto de la
experiencia musical a la reflexión metamusical. En palabras de Dani Mosca:
“La canción de tu vida no es esa canción que
a los demás les llega más adentro […] Para un músico la canción de su vida es
la canción que le hace músico”
“La canción más tonta del mundo”, de
irónico título lleno de ambigüedad.
Sigue el proceso de
preparación y profundización en las exigencias del oficio que se quiere
dignificar. El encuentro con la poesía y la necesidad de conocer las creaciones
de otros y dotar de profundidad y rigor las propias. El narrador lo explica:
“me afrentaba que nuestras letras fueran
infantiles y toscas, que carecieran de valor literario, por lo que, con rubor,
entraba en librerías de viejo y hojeaba entre los versos qué escritores podrían
abrir una senda más interesante que nuestro ombligo de jóvenes fiesteros”
(p.177)
Se plantean las
dificultades de adecuar letra y música y la
influencia de la cadencia y musicalidad de las lenguas, al comparar las
posibilidades y dificultades del castellano y el inglés a la hora de componer.
Pero sobre todo, se insiste en el dolor y la tristeza como fuentes de
inspiración y composición de canciones de temática universal. La experiencia
vivida dota a las composiciones de la verdad necesaria para pasar del
entretenimiento al arte, de la solvencia profesional al compromiso con el
universo emocional y sentimental del ser humano. Al respecto hay dos citas
clarificadoras:
“Gus, Animal y yo nos pusimos a cantar lo que
sentíamos. Ausencia, ilusiones rotas, esperas sin recompensa, soledad, humor de
supervivencia. Con el tiempo supe que la tristeza que me duró tantos años era
un motor para la música. Que los de afuera necesitan sentir que les hablas de
ti para encontrarse contigo en el espejo”
“Gus dijo algo…[…] somos el grupo menos
cínico del mundo. Somos transparentes. Hacíamos canciones para sanar las
heridas porque no conocíamos otra medicina. Regalábamos caramelos porque
necesitábamos caramelos” (pp. 212-213)
Como el novelista,
el músico DMosca concibe su arte como comunicación, que no se completa hasta
que es recibida por su destinatario. “Todo el mundo tiene una historia” le dice
A Animal cuando éste le reprocha que se enrolle con cualquier plasta en los
conciertos.
“Yo me justifico, no les doy conversación, me
limito a dirigirla un poco. Le pregunto por su vida sus condiciones, la
historia de su familia, sus aficiones, y acabo por encontrar siempre esa novela
oculta que toda persona lleva dentro de sí. No es un rasgo de generosidad, lo
hago para sobrevivirles. En nuestra profesión […] también tenemos que oír
historias, porque vamos a contarlas, vamos a tratar de llegar a esa gente con
una canción.” (p. 239)
Alguna que otra clave
Y aún a pesar nuestro, vuelve, vuelve
este destino de niñez que estalla
por todas partes.
Claudio Rodríguez
Partiendo de la cita
inicial, podríamos considerar como una clave de la novela el tema del destino,
que se fragua en la infancia y es arrastrado a lo largo de la vida. De hecho,
la evocación del protagonista busca el
sentido de su vida en la revisión de su pasado. Otra cuestión a tener en
cuenta es tratamiento metaliterario donde la novela
reflexiona sobre sí misma, sobre el arte y la creación en general. Se
establecen analogías entre la música y el cuento, y de éstas con la vida. Todas
se relacionan con el sueño y con el juego, el artificio lúdico y ficticio del
recuerdo sin tiempo. Debajo de la trama y de la historia hay un sinfín de ideas
sobra casi todo, como una declaración sobre la existencia y sus valores. Cada
secuencia o hecho, narrado o evocado, hay un indicio que sugiere otro significado, el metaliterario. “Teníamos que cerrar e irnos” le dice Dani a Animal cuando está
cerca el final del concierto en el pueblo. El lector intuye que también está a
punto de cerrarse el relato. Y asñi es. Por eso son tan importantes en esta
novela la primera y última página, porque en ellas están contenidos el proyecto e intención del novelista.
Principio y…fin. G.B.
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