Cuatro amigos o las
“neuras” de la treintena
De nuevo nos
encontramos ante un relato en primera persona donde el narrador oculta a su
personaje, Solo, que se presentará al lector más adelante, en el capítulo 2, ya
iniciado el relato y presentados los personajes. Solo, será el cronista de las
disparatadas y también tópicas aventuras veraniegas de un viaje vacacional que
clausurará la tardía adolescencia del grupo al tiempo que revelará sus ocultas
miserias. Claudio, Raúl, Blas y Solo representan diversas formas de huida de
una realidad que les exige algún tipo de compromiso, personal o profesional, que
les abocaría a una vida que ellos consideran mediocre o vulgar.
Su viaje se
convierte en un atolondrado recorrido hacia los placeres más comunes, como los
que se derivan del alcohol y el sexo rápido e inmediato, sea comprado o compartido.
Beber y follar son los objetivos aparentes de estos cuatro amigos que ven cómo
se les viene encima el tiempo de una
madurez que temen y de la que desean evadirse a toda costa. Solo narra
los hechos en un tono desenfadado y coloquial combinando la comicidad de
algunos episodios con una reflexión
retrospectiva y analítica mediante la que desvela –con un notable grado de
implicación- claves del pasado y define, en el presente, su estado emocional y
el de sus amigos. Incluso se permite algunas prospecciones respecto a un futuro que se muestra tan incierto como
inevitable.
La novela se
convierte así en el interesante fresco de una generación nacida en los años 70
del pasado siglo y criada en una democracia más o menos progresista, que no ha
evitado la frustración producida por la imposibilidad de hacer realidad los
deseos. David Trueba armoniza magistralmente el sarcasmo de la parodia con una
melancolía tierna y evocadora, impregnada de humor inteligente. Con una mirada
lúcida hacia las carencias y despropósitos de sus criaturas, desmenuza sus
comportamientos y actitudes, los observa y analiza, para rematar su diagnóstico
convirtiendo el retrato en caricatura.
Dividida en tres
partes, los títulos de cada una nos orientan sobre su contenido:
El título de la primera parte, Veinte
mil leguas de viaje subnormal contiene la valoración del narrador sobre
las desmadradas aventuras del grupo en una destartalada furgoneta que “huele a
queso”. A modo de presentación, la
narración va derramando datos sobre unos personajes cuyos perfiles psicológicos
evocan tópicos encarnados:
Raúl, el casado del grupo con bebé adjunto, se siente atrapado en la
convención de un matrimonio percibido como una trampa tras un embarazo
sorpresa. El viaje como terapia de evasión, tras arrancar el permiso a su
mujer, personifica el intento de cimentar una relación y una vida que le
aterran. El humor del narrador se evidencia en la justificación de su aventura,
que el personaje presenta ante los otros, que, como los lectores, no se la cree:
“un respiro sería positivo para la pareja/
hay que oxigenar la relación/hay que enfocarlo con nuevas perspectivas/echarse
de menos es maravilloso/la distancia engrandece el amor…”
La implícita e irónica
crítica de los manidos libros de autoayuda se emplea aquí para evidenciar la
necesidad de Raúl de ocultar sus miedos, ya que la mentira y el fingimiento son una constante en los personajes de
D. Trueba. Todos mienten y se mienten.
Como Gaspar, de Abierto toda la noche, Raúl está poseído
de un furor sexual excesivo y enfermizo. El narrador, con ácida y provocadora
precisión, hilvana su caricatura:
“El torrente de esperma retenido con forma
humana que es Raúl desarrolló su priapismo mental a lo largo de los años en que
fuimos amigos. Nunca se le dieron mal las chicas, habían de ser del género
rápido, decidido, era negado para el romanticismo o el flirteo civilizado. Era
un seductor de casa de socorro.
Esta última frase es
una muestra excelente de la capacidad de síntesis del autor para destacar con
pocas palabras un rasgo esencial de un personaje. David Trueba, como los
clásicos, tiene esa virtud: más que describir diagnostica.
El desvelamiento de
la verdad que encubre este personaje llegará casi al final, cuando todos dejen caer sus máscaras y
muestren aquello que escondían tras tanto desvarío.
“Añoraba, supuse, la inocencia, la inopia
vital, la falta de ataduras. Raúl ladeó su mirada hacia la ventanilla. En
cierto modo avergonzado. Era su carácter. Antes de ser padre también solía perseguirlo
un sentido insatisfecho de la vida, la sensación de estar perdiendo el tiempo.
Raúl era incapaz de disfrutar un solo momento, siempre pensaba que ese instante
le hacía perder otro.”
Claudio, el líder carismático, se muestra más estable respecto el rol que le
ha tocado: triunfador, atractivo y cínico, no tiene problemas en mantener el
tipo y la apariencia de ligón triunfante, desenfadado y anclado en su libertina mocedad. Con el papel bien
aprendido y las defensas firmes se pondrá, como siempre, al frente del grupo y
de la función. Atrapado en su personaje hasta el final, el mismo lo certifica:
“Ya me conoces, soy un follaviejas.”
Blas, el gordito simpático que nuca liga, es el gracioso del grupo, el
colchón confortable en que apoyar el hombro. De nuevo las palabras del narrador
lo definen con irónica exactitud:
“Blas desplegó su estrategia mutante hasta
transformarse en una inmensa y acogedora oreja, amable, comprensiva, un gordo y
callado escuchador de desgracias ajenas […] Blas, como un muro de lamentaciones
con ojos, escuchaba y se frotaba las manos ante la perspectiva de un revolcón
cariñoso y rápido mientras la chica te llora en el hombro”
Como los demás, Blas
está dominado por el deseo sexual, pero nunca consigue satisfacerlo. Incluso
cuando cree hacerlo resulta ser una farsa. A su manera, este personaje es el
más sincero de todos, el que menos finge ser otro. Con su anorak asfixiante en
pleno agosto de acuerdo con un delirante plan de adelgazamiento, resulta tierno
e inocente. Y físicamente fuerte, pues es capaz de superar la calva quemada por
el sol, la incomodidad de una diarrea aguda y violenta y el odioso chándal.
En esta parte, el
argumento avanza con las atolondradas y malogradas aventuras de los amigos por
atestadas playas levantinas y carreteras aragonesas, donde la humedad se mezcla
con el calor polvoriento de los caminos, campings cutres y aparcamientos abandonados.
Las reacciones gamberras del grupo y sus miserables recursos para conseguir
comida, bebida o un polvo apresurado en cualquier puticlub miserable se impregnan de esa comicidad
paródica, desesperada y crepuscular, propia de las historias de solterones desnortados.
En medio de tanto
disparate, la historia de Solo y su
fracaso amoroso se dejan ver entre evocadoras secuencias de un pasado marcado
por una educación liberal y la necesidad de matar al padre. El relato deriva
hacia el proceso de auto- psicoanálisis de un personaje atormentado por la
frustración profesional y el miedo al compromiso con quien cree fue el amor de su vida. El dolor
por la pérdida, combinado con su falta de fe en la posibilidad de ser feliz nos
muestran a un ser perdido que busca algún tipo
de anclaje para ubicarse en el mundo. Sus opiniones sobre su estado y el
de sus amigos son contundentes y nada compasivas.
Como su nombre
indica, Solo se aparta de las personas y de los hechos para tomar distancia y
elaborar sus juicios. El miedo, la
soledad y la frustración emergen de la
mentira que percibe en sí mismo y su entorno. La causa de su infeliz estado
se encuentra en un error básico y muy común que consiste en creer que la libertad se encuentra con los
amigos y no con el amor. Escéptico, melancólicamente irónico y muy observador, la
voz narradora de Solo se resuelve en diálogos eficaces, comentarios sintéticos
y descripciones sucintas con la
precisión y el acierto de –repetimos- un diagnóstico.
“…pensé que las cosas más decisivas de la
existencia suelen suceder de un modo accidental, lo cual debería darnos una
pista sobre nuestra ilimitada importancia, y sin embargo persistimos en
tomarnos demasiado en serio. Ni siquiera somos víctimas, somos trozos de madera
en un mar caprichoso.”
La segunda parte, Solo
en ninguna parte, actúa en el relato como transición o pausa entre la
desventurada y fallida peripecia del viaje y la apoteosis final del tercer acto
de la representación. La soledad del lugar, el calor del aire y el sudor de los
cuerpos son síntomas del malestar interior de los personajes, de su cansancio
inmenso y de su necesidad de detenerse, de parar. El paisaje desértico en que
se ubica la extravagante casa de cartón piedra que les acoge conforma un solitario y simbólico universo de
espera en el que se producirá algún atisbo de la verdad que pugna por emerger y
despojar a los personajes der algunos de sus disfraces.
Este espacio, habitado por la vieja y sabia
Estrella como émulo mítico de una Circe seductora o una sirena de secano, es el
marco simbólico del aislamiento de Solo, que rompe la enfermiza pasividad de su
ego maltratado y dolorido. Su bloqueo emocional y sentimental se disuelve en el
excesivo y generoso vómito de “fabada y whisky”, y también de otras cosas
imposibles de digerir, como la pérdida de su relación con Bárbara, el amor de
su vida. La habitación de Estrella provoca reminiscencias cinematográficas,
asociadas a un realismo mágico cercano al surrealismo, presentes también en
algunos diálogos que recuerdan el teatro del absurdo:
“El
recepcionista, cuando ya empezábamos a alarmarnos, dejó caer que su hermano era
mecánico.
-¿Ah,
sí? ¿Y dónde está tu hermano? -El chaval parecía contagiado de la planicie del
paisaje.
-¿Y
él podría venir a arreglarnos la furgoneta?
-No
sé. Está de vacaciones.
¿Dónde?
-En
su casa.”
En la tercera parte,
Es
tan duro vivir sin ti o milonga triste, se rompen por fin los hilos que
sujetaban las máscaras de los personajes, que se ven así forzados a mirarse desnudos y explorar los
hechos y circunstancias relativos a su
carácter y su vida. Las cómicas y paródicas escenas de la llegada de los cuatro
amigos en limusina a la finca cántabra donde se celebra la boda de Bárbara, contiene
todos los elementos para satirizar el evento y a los personajes que participan.
Desde el nuevo rico del cemento al correcto y posmoderno concejal y la suegra
con perrito… nada escapa a la pluma del autor, camuflada en la voz de Solo,
narrador y voluntario y desmadejado personaje, que irrumpe en la vida de una ex-novia
que ya no le necesita. Este es el capítulo donde todos capitulan y se rinden
ante lo evidente: la aceptación de la derrota y su inevitable soledad.
Se trata de
experimentar y dejar constancia de la catarsis final, donde se libera la
sensualidad del deseo en los muslos tersos e incitantes de Bárbara como cárcel
de amor, a la vez que se conmemora el fin del viaje como despedida de toda
simulación. La mentira se acaba y la solitaria evidencia del fracaso solo
encuentra consuelo en la calmante presencia de los amigos en el vagón del tren
que les conduce a su punto de partida. Las cínicas palabras de Solo ilustran la
desesperada lucidez de un personaje consciente de lo que se oculta tras las
apariencias:
“Respirar. Hoy es mañana y en la boda de Bárbara me asfixiaba,
navegaba en alcohol. Eso sí, libre como un pájaro, como a Claudio le gustaba,
con tanta libertad que necesitábamos ser cuatro para transportarla a hombros.
Nuestras veinte mil leguas, nuestra gran ruta, nuestro viaje era una forma de
sacar a pasear nuestra libertad y restregársela por la cara al mundo. Somos
libres. A Raúl le abrasaba la culpa y la responsabilidad. Blas eludía todos sus
problemas con la creación de un problema enorme: estoy gordo. Claudio aparcaba
la certeza de que en una semana estaría de nuevo empalmando noches con días
para repartir cajas de bebida, libre, eso sí…”
Demoledora reflexión
sobre el gran teatro del mundo, aplicada en esos momentos, a la cotidianeidad
de la vida de unos treintañeros que no quería crecer. Una comedia muy ácida
donde el viaje simboliza el recorrido interior de Solo, desde el dolor de la
pérdida a la lúcida aceptación de la soledad en amistosa compañía. GB
Algunas cuestiones y citas dignas de recordar
¿Dónde comienza la
novela? Atención a la cita inicial:
Amor
mío, amor mío.
Y la
palabra suena en el vacío. Y se está solo.
VICENTE ALEIXANDRE
La
soledad que resulta de la
pérdida del amor es la esencia de Solo, el personaje señalado para
representarla:
“Supongo
que la soledad me acompaña desde el día en que nací. Está ahí, agazapada,
esperando que todos desaparezcan para significarse, para recordarte que ella
nunca te abandona.” (Pág. 28)
Las palabras de Estrella y su voz oracular:
“-Sólo
hay una razón para que existan las familias –nos explicó Estrella-. Por la
soledad.” […]
–A
usted no parece asustarle la soledad –le dije.
-No
lo parece, ¿verdad? Es que finjo muy bien. (pág. 145)
La
soledad que acompaña al
hombre desde el nacimiento a la muerte. Alguien dijo que las cosas que pasan en
medio son una distracción, algo para no pensar demasiado.
Y lo que no se muestra pero está ahí:
“Mientras
subía los escalones de terrazo pensé en la vida oculta de tantas personas, los
seres que no trascienden, esa especie de topos que sobreviven sin necesidad del
resto del mundo, que consumen la comida en latas y que guardan los libros
debajo de la cama. Gente que se niega a pertenecer, eso que tanto obsesiona a
otros. Quizá todos unidos formaran un país subterráneo, inexistente, pero no
muerto.” (pág. 136)
La
comicidad y el imaginario del cine son rasgos recurrentes en las novelas de David Trueba:
El simulacro de folleteo colectivo en el
puticlub es una escena desternillante (pág.85), igual que la berlanguiana
procesión con el Cristo herido y empalmado (pág. 100). Y, entre otras, la descripción del ambulatorio de urgencias, donde
la hipérbole es el ingrediente principal de la parodia:
“En el
pueblo más cercano, la caseta de la Cruz Roja presentaba un aspecto desolador.
El letrero caído y la cruz reventada a pedradas. Sentado en el quicio, un
enfermero en manga corta hinchaba preservativos a soplidos. Nos detuvimos
frente a él. Le pregunté si estaba abierto el puesto. Borracho, alzó los ojos
hacia mí, cegado por los faros de la furgoneta. Contestó que él mismo nos
atendería y ensayó varias veces el movimiento para ponerse en pie.” (pág.
121)
La
boda en su conjunto, con la
llegada de la limusina, la gente correteando y escondiéndose, los discursos
rabiosos y alcohólicos, y el desfile de personajes propios de tales
celebraciones, es una muestra del humor de Trueba y de las fuentes en que se
inspira. ¿Alguien se atreve a ilustrarnos sobre ello?
La descripción de las experiencias periodísticas de Solo no tiene desperdicio y animamos
al lector a buscarlas. En la página 231 y siguientes encontrará el moco verde
de la Pfeiffer, una molesta diarrea en la entrevista con García Márquez, y los
sorprendentes hechos que rodearon las conversaciones con Stephen Hawking, Jack
Nicholson y Woody Allen.
Y no nos resistimos a mencionar el estilo en el que la eficacia de los
diálogos, la síntesis en comentarios y las metáforas e imágenes en las descripciones
dotan al relato de una gran fuerza expresiva:
“Me di
cuenta de que el humor de mi padre era siempre altivo. Se reía de algo, de
alguien, desde el Himalaya de su inteligencia. (pág.156)
“Y
Claudio, disfrazado de monjita buena, psicóloga comprensiva, lanzó la
invitación de boda y se esfumó. Escuché alejarse sus pasos, lentos, la suela de
sus zapatillas gastadas, siempre con una ligera inclinación hacia adelante,
como un toro antes de embestir. Definía su carácter. Yo, en cambio, camino con
los pies demasiado abiertos, con pasos desiguales, es la manera de andar de
quien no quiere llegar a los sitios adonde se dirige. (pág. 165)
Y este diálogo con Bárbara:
- La
gente cambia, Solo.
-
Nadie cambia. Se acostumbra como mucho. (pág.248)
Y para acabar, hay que considerar los fragmentos escritos en las servilletas,
que señalan el itinerario del viaje interior de Solo, sus reflexiones como hilo
conductor del significado del libro:
La futilidad del verano como metáfora de la
intrascendencia frente a la importancia del amor. (27)
La persistencia del dolor emocional por
encima de todo (60)
La tristeza y la duda sobre nuestros actos y
mucho más (76)
La rabia y la rabia (98)
Balance en el tiempo y conciencia de fracaso.
(126)
La realidad y el deseo. (Ah, los poetas…)
(153)
La vocación del narrador bajo la que se
oculta el autor, David Trueba. (178)
La intensidad de los sentimientos humanos y
gatunos (235)
Como vemos, hay mucho sobre lo que pensar,
mucho sobre lo que hablar.
GB.
Nota. Las páginas que se indican entre
paréntesis remiten a citas que se encuentran en la edición de Anagrama,
Colección Compactos, 2016.
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