martes, 16 de marzo de 2021

Claus y Lucas - Comentario

 


 Dos es igual a uno. La gemelidad y el doble

Antonio Rey

 

 

Nada existe sin su contrario

Yin - Yang

 

“Nada más intenso que el terror

de perder la identidad”

Alejandra Pizarnik

 

 

En la trilogía de Agota Kristof, Claus y Lucas, recién analizada en nuestro club de lectura los protagonistas de la historia son dos pequeños hermanos gemelos que ascienden una infancia sombría a una adolescencia infernal, en medio de una guerra no nombrada pero sobreentendida. Son dejados por su madre en casa de una abuela analfabeta, cruel y despiadada, y allí, para adaptarse a ese medio tan adverso, van apelando al ingenio para inventar estrategias de resistencia que les permiten sobrevivir. Los niños absorben con rapidez la atroz crueldad que lo impregna todo y la interiorizan al saber que sin ella no pueden seguir subsistiendo. Y todo lo escriben en un gran cuaderno.

En la segunda parte, La prueba, los gemelos se separan y toda la historia anterior parece derrumbarse. Uno de ellos cruza la frontera y el otro se queda en un país ya alejado de la guerra, pero dominado por un régimen autoritario. Sólo y privado de una parte de si mismo, Lucas, el que permanece, quiere consagrarse a hacer el bien. Cuando Claus vuelve junto a su hermano descubre que cualquier acto de generosidad ha sido condicionado por la maldad. Y en La tercera mentira, pasados los horrores de la guerra y los años negros del régimen de plomo, la autora construye una historia que nos enfrenta a la imposibilidad de alcanzar una verdad duradera.

Es dificil no preguntarse si Agota Kristof necesitaba contar esta historia y engañarse a sí misma haciéndose creer que las cosas habían pasado de otra manera, o bien si utilizó la literatura como terapia personal para intentar expulsar de su cabeza los horrores de la guerra que ella misma había vivido. La posible respuesta a estos interrogantes nos la puede dar un dialogo que aparece en la p. 333 de la tercera parte:

 

“Lo que quisiera saber es si escribe cosas que han ocurrido de verdad o cosas inventadas. Le contesto que trato de escribir cosas que han ocurrido de verdad pero que, en un momento dado, la historia se hace insoportable por su misma verdad y entonces me veo obligado a modificarla. Le digo que intento contar mi historia pero no puedo, no tengo valor, me hace mucho daño. Entonces lo embellezco todo y describo las cosas no como sucedieron sino como yo querría que hubieran sucedido.”

 

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 A lo largo de la historia de la humanidad los hermanos gemelos siempre han sido objeto de admiración o de rechazo e igualmente de curiosidad. En la mitología y en la literatura siempre han estado presentes desde Zeus y Hera, Artemisa y Apolo, Cástor y Pólux, o Rómulo y Remo, hijos de Marte y fundadores de Roma, por mencionar solo unos pocos. En el antiguo testamento, en el libro del Génesis, se mencionan, fruto de la tardía unión de Isaac y Rebeca, el nacimiento de dos gemelos, Esaú y Jacob, rivales y enemigos desde el vientre materno.

Mucho se ha hablado del vínculo tan especial y particular que tienen entre si los hermanos gemelos. Y se ha sugerido que es la relación más estrecha posible entre dos personas. Son más apegados uno al otro que los hermanos nacidos en tiempos diferentes ya que, al fin y al cabo, nacieron y se criaron juntos y por lo tanto sus vínculos tienen que ser excepcionales. Respecto a sus personalidades, aunque están en función del tipo de crianza suelen ser complementarias o inclusive dependientes. Lo que parece estar claro es que generan una relación especial ­que es bastante diferente de la relación de hermanos únicos, así como en diferentes tipos de pares de gemelos. Del mismo modo, está comprobado que crecer junto al co-gemelo que está constantemente presente puede ser beneficioso, pero también puede crear situaciones difíciles.

En relación con nuestra novela y según la teoría psicoanalítica, el niño se identifica con su cuidador primario y se vuelve consciente de su separación. Si bien los gemelos logran la separación de los padres, emocionalmente pueden seguir fuertemente conectados entre sí. El impulso hacia la separación puede verse opuesto por la satisfacción de la dependencia y la elevada empatía que los gemelos experimentan entre sí. Los problemas pueden producirse si el proceso de separación-individuación no es exitoso y uno o ambos gemelos siguen identificándose con el gemelar.

En algunas ocasiones la unión es tan intensa y dependiente que llega a crearse entre ellos un lenguaje particular y privado, en algunos casos es muy elemental, pero en otros bastante complejo; en psicopatología a este fenómeno se le llama criptofasia, término empleado para describir un lenguaje secreto desarrollado por dos o más personas, pero en número reducido, en general por hermanos gemelos y, a veces, por parejas especiales. Este concepto fue estudiado por René Zazzo, psicólogo y pedagogo francés, en 1960. Se cita por paradigmático el caso de las hermanas Gibbons, gemelas idénticas que nacieron y se criaron en Gales; se les conoció como "Las gemelas silenciosas" ya que solo se comunicaban entre ellas. Estas dos hermanas se pasaron la vida hablando solo entre ellas, en una jerga ininteligible para el resto de los mortales. Pero escribieron un diario y varias novelas. A los 14 años, las hermanas fueron separadas en distintas escuelas para fomentar su socialización, pero el remedio resultó peor que la enfermedad: en cuanto no estaban juntas, entraban en estado catatónico. Por esto y otra serie de circunstancias adversas fueron ingresadas en el Asilo de Broadmoor, hospital psiquiátrico de alta seguridad en Crowthorne (Berkshire), donde estuvieron recluidas durante once años. Una de ellas se suicidó (Jennifer) ya que ambas habían decidido que una de ellas debía sacrificarse para que la otra pudiera tener una vida normal (June).  

Asociado a la figura de los gemelos aparece de manera temprana en la historia el fenómeno de el doble tratado con amplitud en la literatura por parte de numerosos autores. Se conoce con el nombre de Doppelganger a un personaje que es el doble o el gemelo de otro personaje, representa su alter-ego, u oculta una identidad secreta. Pero también puede estar detrás de la tremenda evidencia de que hay facetas de nosotros mismos que nos son del todo desconocidas. La identidad es lo que permite que alguien se reconozca a sí mismo; es todo aquello que nos define como individuos. Que el yo puede ser dividido es un hecho comprobado por la psicopatología; una prueba más de que no sabemos en realidad quienes somos; el terror, en fin, a asumir que ese conjunto de rasgos y características que llamamos identidad es algo frágil y escurridizo.

 

La figura del doble es, por lo menos, tan antigua como la civilización occidental. Uno de los primeros textos donde aparece el doble es en la epopeya de Gilgamesh, poema asirio-babilónico. Los dioses creen que el gran rey es demasiado orgulloso y arrogante, por lo que deciden darle una lección enviando a Enkidu, un doble en arcilla que debía acompañarlo a todas partes para contrarrestar sus males acciones. De manera similar en el Ramayana, epopeya de la india, uno de los hijos del demonio Ravana asume la imagen de Sita, esposa de Rama, para confundirlo y derrotarlo. En la leyenda de Narciso aparece nítidamente una referencia al doble en el reflejo de su imagen en la fuente. Hay una curiosa variante que apunta Ovidio en su Metamorfosis: según la leyenda, Narciso habría tenido una hermana que amó profundamente, y es a la búsqueda de la imagen de ésta que se inclina sobre el agua. A propósito, anotemos que ya en la leyenda de Narciso aparece el espejo como elemento disociador. De la misma manera en una comedia (Anfitrión) del autor latino Plauto se cuenta que el dios Júpiter, enamorado de Alcmena y aprovechando la ausencia de su marido Anfitrión, que está en la guerra, toma el aspecto físico de éste para engañar a su esposa, con la que disfruta de una larga noche de amor. Le acompaña, bajo la apariencia de Sosia, esclavo de Anfitrión, el dios Mercurio.

Y así podríamos continuar con los relatos con doble en Eurípides, en la Leyenda del rey Arturo, en Shakespeare (La comedia de las equivocaciones) y en otros autores más. Pero es sobre todo el romanticismo, especialmente el alemán y su preocupación por la identidad, el que se interesa por el fenómeno del doble como materialización del lado oscuro y misterioso del ser humano e inventa en 1796 el termino Doppelgänger. Es lo que Freud llamó “Lo siniestro” y Jung “La sombra”.

El ejemplo mas obvio de este fenómeno en la literatura a partir del romanticismo es el Dr. Jekyll y el Sr. Hyde en la novela de Stevenson. Otro ejemplo del doppelganger se puede encontrar en William Wilson de Edgar Allan Poe. En ambas historias se destacan casos del alter-ego, o sea de los dobles psicológicos que existen en la mente de todas las personas. Una variante se encuentra en La historia de dos ciudades de Charles Dickens, donde los sujetos son físicamente similares, pero psicológicamente diferentes. Otro ejemplo de este tipo de doble se encuentra en La letra escarlata Nathaniel Hawthorne.

Así podríamos continuar por la historia de la literatura mencionando El hombre de arena de E.T.A. Hoffman, El doble de Dostoievski, La nariz de Gogol o El caballero doble de Gautier, así como El horlá o El de Maupassant o El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde. Mas cercano en el tiempo se puede mencionar El otro de Unamuno o el famoso relato de Italo Calvino, El vizconde demediado. Y ya en la actualidad no pueden dejar de citarse los ejemplos de dobles en la obra de García Márquez, Cortázar, Borges, Benedetti o Nabokov.

Y volviendo a Agota Kristof y al tema de los gemelos y el doble, en la segunda novela la autora pone el foco en Claus y, alternando los tiempos del relato, nos enteramos de que este pudo no haber existido nunca, o ser un invento de Lucas para paliar su soledad; en definitiva, todo pudo ser un juego de espejos en su confusa memoria. Pero para rizar el rizo de nuevo, la escritora nos dice que Claus pudo ser una invención de un tal Klaus T (con K.) prestigioso poeta, que es el que retoma la narración en primera persona, que escribe con seudónimo y cuyo nombre literario era Klaus Lucas.

Algún autor (Alonso González, M. (2020). El exilio como desdoblamiento. Tropelías, 34, 313-327) ha relacionado este juego de la gemelidad y el doble con la experiencia desdobladora de la propia autora provocada por su dramática experiencia del exilio.

Y para finalizar me quedo con la reflexión de nuestro compañero J.L. Vicent que en su comentario a la trilogía se pregunta que para que quiere saber cual es la autentica verdad si en todas ellas le satisface la lección de literatura que nos ofrece la autora; y termina diciendo: “¿para que quiero saber la verdad si todas las mentiras me satisfacen?”

 

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viernes, 12 de marzo de 2021

Claus y Lucas - Comentario



 


“EL GRAN CUADERNO”, “LA PRUEBA” y “LA TERCERA MENTIRA” de Agota Kristof

Por José Luis Vicent Marin.

 

Como sabemos, “La trilogía de Claus y Lucas” reúne estas tres obras publicadas con una diferencia total de casi seis años.

“El gran cuaderno” sorprende, desconcierta, inquieta y envuelve. Son algunos de las sensaciones que he tenido al leerlo.

Seguro que trasmite muchas más, pero ni esas ni ninguna otra destilan entre los protagonistas principales a los largo de las escasas ciento treinta páginas que lo componen. Por tanto, se puede leer de una sentada, o de muchas tan cortas como lo son sus capítulos, dos o tres páginas directas y al grano, punzantes como estocadas.

La verdad es que me enganchó tanto desde el comienzo, que me costó tomar la decisión en cuanto a cómo proceder, porque al deseo de no detenerme se oponía la de relamer lo leído y así, de paso, dominar la ansiedad de pensar en ese momento sublime en que retomaría la lectura del rato (no del día) anterior. Al final opté por la discutible virtud del término medio sabiendo además, que al menos me quedaban otros dos para completar la trilogía, que en estos momentos, sin haber leído aún e importe o no, dudo si la autora los había tenido previstos cuando escribió el primero.

En el libro del mes pasado descubrimos un pequeño párrafo sobre estrategias a la hora de escribir en primera, segunda o tercera persona. Pero no en qué tiempo ni en qué número. Seguramente no será el único, pero es la primera vez que leo un libro escrito en el presente de la primera persona del plural, así que he tenido que prestar mucha atención en ver cómo resolvía la necesidad de que en un momento dado tuviera que darle voz a uno de los dos niños gemelos. Muy sencillo. Lo hace referenciando “uno de nosotros” aunque nunca sabemos de cuál de los dos se trata ni por supuesto sus nombres que no se desvelan nunca como tales y solo ellos dicen verlos escritos en la cruz que preside la tumba del abuelo. Los del resto son muy simples y aclaratorios: la abuela, el padre, la madre, la vieja ciega, Cara de Liebre, el oficial, el ordenanza, la prima, el cura, la sirvienta del cura, el zapatero, el librero, etcétera, designación, a mi modo de ver, más efectiva que la invención de nombres que no aportan nada y que nos obligan a un innecesario esfuerzo de asociación.

Como efectiva es la solución para los diálogos donde a veces resulta fácil enredarse buscando originalidad para evitar la redundancia, cuando quizá lo original sea justamente aplicar la sencillez aunque resulte redundante. Y a fe que lo ha encontrado añadiendo la conjugación en el presente de indicativo del verbo decir detrás del nombre del personaje o del pronombre personal referido al personaje. Así con “nosotros decimos” “la abuela dice” o “ella dice”, asunto resuelto. Tras ello, llega el párrafo corto, conciso, con las palabras justas para describir y entender la acción como si lo observáramos desde el objetivo de una cámara donde solo existe lo que se ve, lo que el narrador ve, lo que los niños ven.


Claro, los niños hablan así, pero esta estrategia estilística que se vendría abajo si nos atenemos a su demostrada extraordinaria inteligencia que les permitiría hacerlo de otro modo, se consolida desde el momento en que deciden escribir en el cuaderno (el mismo que estamos leyendo) hechos y solo hechos, nada de reflejar opiniones ni sentimientos. Ellos mismos se corrigen mutuamente las redacciones en base a varios principios: “debe ser verdadera, debemos escribir lo que es, lo que vemos, lo que oímos, lo que hacemos. Las palabras que definen los sentimientos son muy vagas; es mejor evitar usarlas y atenerse a la descripción de los objetos, de los seres humanos y de uno mismo, es decir, a la descripción fiel de los hechos”. Por tanto hay una coherencia absoluta en sus expresiones y en su ausencia de sentimientos para desembocar en actitudes que no son las de unos niños al uso, ni siquiera en esos tiempos de guerra en los que se desarrolla la narración. Y si queremos buscar una razón en el pasado, solo gozamos de una pequeña pista en ese único capítulo que estando escrito en presente, retrocede unos años cuando por su bien intentaron separarlos en distintas clases de la escuela y no lo consiguieron, seguramente merced al primer ejercicio de sobre actuación. Mientras la madre estaba convencida de que no soportarían separarse, al padre le resultaba inquietante su indivisibilidad y su excesiva inteligencia. El resto del libro es prácticamente un aquí y ahora, en la

“pequeña ciudad” donde por motivos de seguridad, los niños son trasladados a casa de la abuela de la mano de su madre, que no los recibe de buen grado tras muchos años sin saber de ella. Es allí donde se desarrolla toda la acción y es allí, con la convicción de que ser dos en uno les hace fuertes, donde elaboran sus estrategias para sobrevivir y lo que es más importante: para hacer frente al dolor, al hambre o al frío sin pestañear, merced a una serie de ejercicios de resistencia e incluso de crueldad, como aquella que practicaron  con ciertos animales para, “saber matar cuando sea necesario”. Para ello aplican su propio código ético. Un código ético adaptado a los tiempos de guerra por los que con absoluta frialdad, benefician o perjudican a los demás en una discutible balanza entre el comportamiento ajeno y sus propios intereses. Pero, si exceptuamos a “la prima” que aparece al final y al cura, del que consiguen prácticas lecturas y que a pesar de considerarlo amigo chantajean por un bien mayor como es conseguir dinero para su vieja vecina ciega y su hija a la que apodan “Cara de Liebre”, el resto de personajes también desprende una peculiaridad reseñable. Como la sirvienta del cura que con la excusa de lavarlos se insinúa ante ellos; o la propia Cara de Liebre que con sus rasgos de zoofilia (al final dice que a ella solo le quieren los animales) es protegida por los gemelos, tanto para facilitarle alimentos y leña, como de los intentos de agresión sexual por parte de los demás niños; o el Ordenanza y el Oficial extranjero cuyas inclinaciones sexuales no son óbice para sacar a los niños de un apuro en comisaría; o sobre todo la abuela, a la que en el pueblo le llaman Bruja porque piensan que envenenó a su marido y que pasa de llamar a sus nietos “hijos de perra”, a sentirse necesitada de ellos.

Y llegado al punto final, con la brevísima aparición de la madre (y lo que ocurre con ella) y posteriormente la del padre (y lo que hacen que ocurra con él), la abrumadora sensación de haber rebasado el extremo de lo creíble por el que ha discurrido toda la novela, me trae a la mente aquel capítulo del ensayo del mes pasado dedicado casi exclusivamente a Kafka cuando decía que toda lectura debería quebrar el mar helado de nuestro interior.

Pues vaya si lo ha quebrado.

Tras leer “La prueba”, me siguen asaltando las mismas dudas en cuanto a si, tanto esta como la siguiente las tendría previstas cuando inició o terminó “El gran cuaderno”, ya que la segunda fue publicada dos años después de la primera y la tercera otros tres después de la segunda. En cualquier caso, prefiero seguir restando importancia a esta duda.

Lo que sí tiene importancia y mucha, es la obra, otras escasas pero densas cien páginas que, aunque en menor medida, me han seguido sorprendiendo a pesar o quizá gracias a las diferencias. Sirva de ejemplo que en la primera, ambos hermanos estuvieron juntos hasta el final y en esta, tras su separación, seguirán separados hasta el final donde ambos alcanzarán la edad de cincuenta años. Otra diferencia es que aquí ya se revelan los nombres de las personas (atención a las letras que componen los nombres de los gemelos) aunque no de los lugares y que Lucas protagoniza el noventa por ciento de la novela mientras su hermano Claus solo lo hace en el octavo y último capítulo, numeración de la que carecía la primera y que no parece arbitraria si atendemos a lo que se dice en la última página en el post-scriptum de las autoridades de la ciudad de K. relacionadas con la autoría de los cuadernos, que curiosamente estaban divididos como en esta novela, en ocho capítulos.

Además, aquí la autora ha optado de forma calculada, por un narrador en tercera persona de manera que ya no sabemos quién cuenta la historia, pero mantiene el tiempo presente, y solo los diálogos nos trasladan al pasado. Diálogos que, también a diferencia de aquella,  alternan la brevedad con la abundancia, sobre todo en boca de otros, como el librero Víctor, el funcionario Peter o la bibliotecaria Clara que nos ofrecen un resumen más o menos detallado de sus vidas en varios súper párrafos en contraste con las ya habituales frases concisas de los gemelos en “el gran cuaderno”, que, todo hay que decirlo, aquí en “la prueba” son algo más extensas.

En esta obra, Lucas empieza con quince años y se observa un cambio de actitud, una maduración, unas bondades mucho más humanas centradas en la educación de Mathías, hijo de Yasmine a la que encuentra con su niño helada de frío en el puente que con su hermano construyó sobre el río. Los acoge en casa y hace vida familiar con ellos pero Mathías, que ha nacido con alguna deformación física pero con mucho talento, ambas cosas muy perjudiciales en su vida escolar, va llenándose de oscuros perfiles psicológicos como si fueran un reflejo del propio Lucas, es decir, el hermano gemelo que ahora no está.  

Al sorprendente Mathías cuyo peso en la novela es casi comparable al del propio Lucas habría que añadir los personajes enunciados de Yasmine a la que nunca considerará su mujer, Clara a la que sí considerará su amante o Víctor, protagonista no solo de un monólogo genial retratando su existencia, sino además, de un manuscrito creado bajo macabras condiciones que se convertiría en ese libro que nunca fue capaz de escribir, relatando la tortuosa relación con su hermana y su trágico final. Pero sobre todo Peter, el funcionario y militante del partido, obligado a esconder no solo su homosexualidad sino sus pensamientos políticos cuando el país pasa de unas manos a otras sin que sus gentes puedan pronunciarse. Lucas lo considera su verdadero amigo y solo a él confiesa con su frialdad habitual su incapacidad para querer a alguien y a quien confía sus cuadernos tras los trágicos sucesos de Víctor. Todos ellos importantísimos en la vida de Lucas, amén de otros de menor nivel más no por ello menos interesantes, como el cura (proveniente del primer libro), la vitalista niña y luego joven Agnés y el insomne Michael que se convierte en confidente de Lucas cuando este adquiere la librería y vigilante de su casa hasta servirle de alarma en ese otro espeluznante final de Mathías.


Pero si hablamos de diferencias también deberíamos hacerlo de similitudes, como ese velado fondo social y político al que todos los personajes parecen estar sujetos con escasas posibilidades de escaparse, ya sea en un régimen o en otro, ya sean ocupados por unos o liberados por otros. O las extrañas conductas sexuales como en este caso, la de Yasmine con su padre.

También forma denominador común la importancia que en ambas obras se le da a la literatura: la librería donde los gemelos compraban los cuadernos y los lápices, actúa como un imán atrayendo a Lucas constantemente, y la bibliotecaria Clara procura rescatar algunos libros antes que el censor del poder dictatorial los retire.

Como toda ópera prima de esas que se convierten en insuperables, “el gran cuaderno” me cautivó más, pero buscando otra igualdad, ambas terminan con sorpresa. Si en la primera fue la fugaz aparición del padre y sus consecuencias, en esta es la de Claus y todo lo que lleva consigo, especialmente ese post-scriptum antes mencionado donde se revelan las dudas acerca de la autoría y autenticidad de los cuadernos de Lucas, que entregados por Peter a Claus, presentó este para demostrar la existencia de su hermano.  

Con “La tercera mentira”, mis dudas respecto a si esta trilogía fue premeditada no se han resuelto. Es más, creo que han aumentado. Está claro que en las dos anteriores dejó una puerta abierta, pero el portazo ha sido tan mayúsculo que a veces veo la puerta rebotando y otras la veo atascada. En cualquier caso, han sido otro centenar de páginas para disfrutar si no nos distraemos demasiado buscando la salida del laberinto. Creo que de nuevo sutilmente, vuelve a la a la primera persona tratando de poner nombre al narrador, ¿pero qué nombre?, y aunque se mueva por espacios alejados temporalmente, posee la habilidad de narrar en presente lo que sucedió en el pasado sin apenas darnos cuenta. No me entretendré demasiado porque la verdad es que no sabría por dónde empezar, pero al menos se mantiene otra vez el mismo denominador común con las dos anteriores: la escritura como medida redentora, una medicina para el alma o una vía de escape a la soledad. Sirva de ejemplo que ya en el comienzo, Claus (en realidad Lucas) encarcelado esperando que se resuelva su proceso de extradición, entabla amistad con el guardián con quien juega a las cartas y con el oficial del centro con quien juega al ajedrez (también lo hacía de niño con el cura) y recibe visitas de la librera (personaje inédito salido de la nada) que le trae alimentos y a la que confiesa que a pesar de querer escribir cosas que han ocurrido de verdad, la historia insoportable le obliga a modificarla y embellecerla y que por muy triste que sea un libro, nunca lo será tanto como la vida. Toda una declaración de intenciones. Más adelante, Claus (o quien quiera que sea), bajo el nombre de Klaus-Lucas se convertirá en un prestigioso poeta. Con ese lío de nombres, está claro que toda la narración ha consistido prácticamente en desmontar las otras dos. Y lo hace de nuevo con una hermosa historia, o dos, porque la ha dividido en dos partes. En la primera parte que vaga a menudo por el terreno de lo onírico, desmonta y monta la verdadera historia de Lucas reeditando los personajes de Clara y Peter principalmente. Y en la segunda, lo hace con la de Klaus (antes Claus), creándole la vida que no supimos y alterando la poca que supimos apoyándose  en otros nuevos personajes como Antonia, Sarah y su propia madre. En el final de la primera parte se habla de tres mentiras. La primera relacionada con el hombre muerto al intentar cruzar la frontera. La segunda, con la edad del muchacho que lo acompañaba y la tercera con su verdadero nombre que no era Claus sino Lucas. Yo, como lector, me he visto confundido y como esa mosca que nos revolotea por la oreja, he perdido demasiado tiempo en buscar los encajes, envuelto en una descolocación tan inmensa que pienso si esta tercera novela que intenta revelar toda la verdad no será también la tercera mentira que exhibe en su título a la que precedieron las otras dos.

Podría preguntarme, ¿para qué quiero saber cuál es la auténtica si en todas ellas me satisface esa lección de literatura que la autora confesó no interesarle?,  ¿para qué quiero saber la verdad si todas las mentiras me satisfacen? Es cierto, me satisfacen incluso aunque me pierda en ese enredo que trata de coser todas las puntas con una cuadratura de un círculo difícil de componer, pero la segunda más que la tercera y la primera más que la segunda.


Claus y Lucas - Comentario

 
  Claus y Lucas de Agota Kristof

Mª Ángeles Andreu Andrés

 

 

En la recopilación de los tres volúmenes independientes que la autora húngara publicó en 1986, 1988 y 1991 (El gran cuaderno, La prueba y La gran mentira, respectivamente), nos encontramos ─entre otros personajes─ con los gemelos Claus y Lucas

He compaginado la lectura de El gran cuaderno con el visionado de la película homónima, dirigida en 2013 por János Szász (Premio a la mejor película en el Festival de Karlovy Vary). Pese a su crudeza, tanto película como libro se ven reflejados ─en mi opinión─ el uno en el otro; es decir, muestran junto con la complejidad humana, una visión espeluznante sobre los horrores de la guerra. Algo que, quizás, me ha llevado al engaño de creer que en los dos volúmenes siguientes la narración lineal proseguiría e incluso añadiría datos de aquellos dos muchachos; unos niños que manifestaban no haber conocido ni el amor ni la bondad.

El segundo y tercer libro parecen ser una vuelta de tuerca a la primera obra; en ellos aparenta darse versiones distintas y hasta enfrentadas de los mismos hechos.

Con un estilo limpio, directo, escueto, sin florituras y con frases simples que impiden dejar de leer, estos volúmenes me desconciertan como lectora que espera que la historia de los dos hermanos continúe y, en cierto modo, se aclare. Mi confusión hace que me pregunte quién es Lucas y quién es Claus; o, lo que es peor, si Klaus es un tercero al que no recordaba. Este juego de identidades producido por la autora llega a un punto en el que Claus, o Klaus o quizás Lucas-Klaus llega a decir «(…) intento contar mi historia, pero no puedo, no tengo valor, me hace demasiado daño. Entonces embellezco todo y describo las cosas no como sucedieron sino como yo querría que hubieran sucedido».

Tras asistir a la tertulia literaria del libro reconozco que no me he preguntado lo que debía: ¿qué me ha querido contar el libro? O, en este caso, los libros. Sin duda, he de volver a leerlos.


jueves, 4 de marzo de 2021

El gran cuaderno (Claus y Lucas) - Presentación

 

 

 Agota Kristof

Gloria Benito

  

Cuando Agota Kristof  huyó de Hungría, con su marido y su hijo de 5 años, tras la invasión soviética en 1956, sólo pensaba en llegar sana y salva a cualquier país europeo alejado del telón de acero. Su aventura culminó con la llegada a Suiza, donde se asentó y pudo soñar con escribir, publicar sus libros y vivir de la literatura. En 2004 dejó constancia de ese proceso en La analfabeta: Relato autobiográfico, en el que narra las penurias de una inmigrante pobre en un país rico, y refleja su férrea voluntad de superación y de aprovechar las oportunidades que le ofrecía la vida.

Aunque hizo sus primeros intentos literarios en el teatro y la poesía —género que nunca abandonó—, su primer éxito fue El gran cuaderno publicado por la editorial Du Seuil en 1986. Escrita en francés, lengua que la escritora aprendió e hizo suya, fue traducida a 30 idiomas. La autora sitúa su relato en un espacio y tiempo indeterminados, cediendo la voz narradora a los dos protagonistas, los hermanos Claus y Lucas. Mediante un estilo sucinto, breve, preciso, limpio y claro, el discurso narrativo remeda el lenguaje infantil dibujando un territorio bélico, duro y cruel donde  el instinto de supervivencia  determina los actos de una sociedad degradada y alejada de cualquier convención moral. El impacto en el lector viene dado por el contraste entre una forma de contar ordinaria y casi coloquial y un contenido extraordinario, brutal, hiperbólico.

A esta novela siguieron La prueba (1988) y La tercera mentira  (1992) que se publicaron como trilogía con el título Claus y Lucas. Aunque las tres novelas pueden leerse independientemente, existe una continuidad temporal entre ellas, lo que no sucede respecto al estilo, que se hace más prolijo y detallista en la segunda y más complejo, indeterminado y artificioso, en la tercera.

En 2005, Agota Kristof publicó No importa, un conjunto de veintiséis relatos  que conciertan un universo fantasmal, onírico, absurdo, extravagante y  sin embargo verosímil, donde la crueldad roza el lirismo y la narración, la poesía.

 

Recomendación

Teniendo en cuenta que la obra de Agota Kristov es sucinta, se pueden leer todas sus obras si el lector está interesado. Pero para nuestro club de lectura recomendamos, como mínimo y para su comentario en la tertulia, La analfabeta y El gran cuaderno.  La primera, para conocer la vida de la autora a través de sus propias palabras, y la segunda porque es una obra excepcional, cuya calidad justifica que ocupe un lugar relevante en la Historia de la Literatura. El resto de novelas son de lectura voluntaria, lo que, sin duda, enriquecerá la opinión y juicio de los lectores sobre la obra  de esta extraordinaria escritora, y enriquecerá además el debate.

 

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Como complemento insertamos una exclarecedora entrevista con la autora realizada en Suiza unos años antes de su muerte: https://elpais.com/diario/2007/02/24/babelia/1172277550_850215.html?prm=enviar_email

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lunes, 1 de marzo de 2021

Una marea de libros - Reseña

Hola a todas!

 


Hace unos días hemos leído en “Una marea de libros” una interesante reseña sobre un libro y queremos compartirla con todas vosotras a través del siguiente enlace: https://www.youtube.com/watch?v=OuRoKqOBfb4&feature=youtu.be

Se trata del libro de Pablo Mourette (Profesor de literatura comparada y ensayista) titulado: ¿Por qué nos creemos los cuentos? donde el autor reflexiona sobre los límites entre la ficción y la realidad. La reseña es de José Ovejero, conocido escritor de poesía, teatro, cuentos y libros de viajes, y autor de las novelas Las vidas ajenas (2005), Escritores delincuentes (2011) y La invención del amor (2011). Mas reseñas de este autor en 

https://www.youtube.com/watch?v=OuRoKqOBfb4&feature=youtu.be

¡Que la disfrutéis!

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