viernes, 13 de mayo de 2016

UNA LECTURA DE ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS


Por Miguel Ángel Martín


Tradición oral
Alicia en el País de las Maravillas es un libro que accedió a la imprenta  porque antes había sido contado. Llega a nuestras manos siguiendo la misma evolución que las colecciones de cuentos populares infantiles, que terminan siendo agrupados en un único libro para facilitar y asegurar posteriormente su difusión.
Su historia comienza el 4 de julio de 1862 durante un viaje en barca por el río Támesis, cuando Charles Lutwidge Dodgson remaba acompañado de su amigo y compañero Robinson Duckworth y de las hermanas Lorina, Alicia  y  Edith  Liddell. Las tres niñas son las hijas de George Liddell,  nombrado Dean del Christ Churh College de Oxford, precisamente el mismo año en que Charles Lutwidge Dodgson había sido contratado como profesor asociado. Poco podía imaginar el hasta ahora profesor de Matemáticas, que ese paseo lo iba a transformar definitivamente en el escritor Lewis Carroll y que su joven amiga Alicia se iba a convertir en la protagonista de uno de los libros de aventuras más leídos.
Prima, Secunda y Tertia eran los nombres con los que Lewis Carroll llamaba cariñosamente a las tres hermanas y, esa tarde, como todas las veces que se reunían, se divertían con juegos de lógica y relatos de cuentos que él les preparaba. Sin embargo, durante esa tarde de verano, consiguió una extraordinaria narración que traspasaba la frontera de la realidad y se adentraba en un mundo onírico y surrealista que iba a convivir con los conocimientos, aficiones y comportamientos reales de Alicia.
El paseo y las aventuras que condujeron de la narración oral hasta la definitiva publicación escrita, son detallados en el poema “Surcando la tarde dorada”. Se trata de un poema introductorio que Lewis Carroll incluye en el texto desde  la primera edición. En estos versos el autor reconoce que es el interés de las niñas por el relato lo que potencia su imaginación,  y, cuando el cansancio aparece después de un largo tiempo de narración ininterrumpida, ese cansancio que esconde la imaginación, entonces el narrador trata de detener el cuento para descansar y continuarlo más adelante, son entonces las niñas las no quieren que el relato termine:                                               El resto será para la próxima vez...
                           ¡Ya es la próxima vez! -a coro las tres-
Finalizado el paseo, las tres hermanas le piden que escriba la increíble narración que han escuchado, siendo la insistencia y el interés de Alicia por conseguirlo, la razón que le anima a hacerlo. Los últimos versos de este poema reconocen que el libro es el  premio a esta insistencia. Ella y esa infancia femenina que tanto amó el escritor son las protagonistas del cuento.


Primera edición
El primer libro de las aventuras de Alicia, es el regalo de Navidad que Lewis Carroll hizo a su joven amiga. Carroll escribe y organiza los recuerdos de aquella tarde. Los escribe a mano. Para que el libro sea menos aburrido, también ha dibujado ilustraciones  que adornan el texto. Este manuscrito es un premio al interés y la participación de Alicia durante aquella tarde en la que se idearon los acontecimientos del viaje. Le ha puesto también un título: Las aventuras de Alicia bajo Tierra, que evidentemente no será el definitivo
El autor descubre las posibilidades del texto que ha escrito y considera que tiene cualidades para ser leído y escuchado por más niños y decide que debe preparar su publicación. Carroll todavía no es consciente del papel que su novela iba a tener en la historia de la Literatura. No imaginaba  que los adultos disfrutarían de su lectura tanto como los niños para los que la había escrito. Piensa que sólo se trata de un cuento infantil y así lo comenta en una carta, cuando pide consejo a sus amigos para encontrar el título definitivo de lo que califica como un “cuento de hadas” que está a punto de publicar. 
Al comienzo del cuento Alicia se aburre y observa  el libro que lee su hermana;  no tiene dibujos ni diálogos “¿Y de qué sirve un libro sin dibujos ni diálogos?”. No puede ser un libro divertido. Carroll consideraba que un cuento infantil sin dibujos era aburrido y consiguió que John Tenniel hiciera las ilustraciones. El acierto de estos dibujos es fruto de un largo y laborioso trabajo de comunicación entre autor e ilustrador. Aunque no siempre estuvieron de acuerdo, el resultado final fue magnifico, tanto que volvió a solicitar de nuevo las ilustraciones de Tenniel para las nuevas aventuras de Alicia, cuando una tarde cruza a través del espejo. Como consecuencia de esta colaboración, los dibujos de Tenniel supieron comprender tan bien los personajes de la obra que, desde entonces, ha sido imposible imaginarlos de otro modo.
Por fin, la primera edición con el título que todos conocemos “Alicia en el País de las maravillas” está en las librerías en noviembre de 1865. Estamos en 2016 y este año se celebra el 150 cumpleaños de esta primera edición (sólo hay que contar los años por cursos académicos)



El relato y sus personajes
El calor de esa tarde es sofocante, adormece a Alicia y este adormecimiento es la llave que le permite abrir la puerta de sus sueños y pensamiento oníricos, que van a convivir con sus conocimientos, aficiones, comportamientos y con su forma de ser real. Las características de la niña protagonista van a ser las de la niña Alicia, o más bien las del arquetipo de niña que Lewis Carroll ha construido a partir de su amiga Alicia: Cariñosa y amable, confiada (sin ningún problema beberá el líquido “Bébeme” y se comerá la tarta “Cómeme” con los que cambiará de tamaño), deferente con todos y dispuesta a aceptar disparates imposibles (antes de reducir su tamaño había llorado formando un mar con sus lágrimas, donde se encontró nadando a un ratón y pensando que no sería nada extraño que en ese lugar los ratones pudieran hablar, se dirigió a él de esta manera:  -¡Oh Ratón! ¿Podría usted indicarme la manera de salir de estas aguas? Estoy muy cansada de nadar y necesito su ayuda, ¡oh, Ratón!) Y siempre orgullosa de los conocimientos que ha adquirido (“¡A lo mejor atravieso la Tierra y caigo al otro lado! ¡Qué divertido si saliera por el país donde la gente anda boca abajo! ¡Las Antipatías me parece que se llama….!,  no siempre correctamente asimilados); todas estas Alicias, irán apareciendo a lo largo de la narración.
La curiosidad le hace seguir a un conejo blanco a su madriguera. Dentro de la madriguera todo es fantástico y lo de menos es coincidir con animales que hablan;   lo extraordinario es la lógica de su pensamiento y de su lenguaje. Algunos de estos personajes  son una metamorfosis de personas que proceden del entorno que conocen y comparten el autor y la niña. El mismo Carroll, por ejemplo,  aparece en el relato representado por un dodo; con la elección de esta ave desaparecida, hace una broma sobre sí mismo, ya que  tartamudea ligeramente al pronunciar su apellido: Do-Do-Dodgson. 
El cachorro de perro y Alicia son los únicos habitantes procedentes del mundo exterior y,  hasta que llega a la partida de croquet,  todos los personajes que aparecen son animales que hablan (el conejo blanco, el gato de Cheshire, la liebre marcera, …) y que ponen a prueba la lógica del lenguaje y de las palabras (palíndromos, silogismos, inversiones, palabras homófonas que tanto gustan a los niños) Todos los personajes son importantes para la narración. Sólo los erizos y flamencos tienen asignado un papel estático, como pelotas y mazos respectivamente con los que juegan al críquet.
Como acabamos de mencionar, en la partida de croquet van a aparecer nuevos personajes más allá de los animales. Con  las cartas de una baraja, Carroll  construye y organiza una nueva sociedad, donde el papel de sus habitantes está determinado por el  palo y la figura de la carta que los representa: los picos son los jardineros y los tréboles los soldados; los corazones son los infantes reales y los rombos son los cortesanos; las figuras son los miembros de la corte o invitados del rey y reina de corazones. Carroll transfiere con gran habilidad el comportamiento de las cartas de una baraja en una partida real, al de las cartas animadas del cuento: no se conocen si están boca abajo, se les puede dar la vuelta fácilmente, se curvan fácilmente para jugar al croquet…
Los poemas que se distribuyen por todos los capítulos del libro son también personajes fundamentales para el relato. Son parodias de versos y canciones satíricas muy conocidas en la época de la primera edición. Estas referencias culturales ya han desaparecido del imaginario colectivo y se ha perdido el efecto que proporcionaban a los primeros lectores; afortunadamente conservan el interés y frescura suficiente para ser apreciados por cualquier lector actual, que tampoco sentirá ninguna carencia por desconocer  las referencias  morales  y satíricas de los versos que parodiaban.



El empresario Lewis Carroll
Lewis Carroll estaba provisto de un innegable espíritu empresarial.  Fue uno de los primeros escritores en considerar fundamental la implicación y participación del autor en la comercialización de sus libros y así lo demostró, interviniendo activamente en todo el proceso.
Convencido que un libro con imágenes reforzaba el interés por su lectura, sobre todo cuando el lector es un niño, contactó y convenció al gran ilustrador John Tenniel para que diseñara las imágenes de personajes, situaciones y paisajes del cuento.   Carroll tampoco se mantuvo al margen durante este proceso de creación, que estuvo lleno de  discusiones y problemas entre ambos y que no terminaron hasta que la obra salió de la imprenta. Añadir  ilustraciones al libro de Alicia fue un gran acierto del autor y claramente contribuyó a su difusión desde el primer momento.
Cuando los libros  de “Alicia en el País de la Maravillas” ya estaban en las librerías, Carroll intuyó la importante proyección que sobre el mercado podían tener los personajes y temas de su obra. Objetos como cajas de sellos, moldes de galletas, juegos de mesa, muñecas…, que diseñados a partir de las ilustraciones de John Tenniel, han podido verse reunidos en la exposición que en 2011 organizó la galería Tate Liverpool sobre el mundo de Alicia. No puede negarse el importante papel que la comercialización de estos productos tuvo también sobre el éxito y expansión de la obra.
Una vez que la venta del cuento se había consolidado, escribió a Alicia Liddell para pedirle prestado el manuscrito del cuento que era su regalo de Navidad. Había intuido también, que las ediciones facsímiles de un original poseían asimismo un importante valor comercial y estaba preparando una reproducción de  Las aventuras de Alicia debajo de la Tierra, de esta manera. Alicia Liddell que ya no era una niña, conservaba el original,  y,  una edición facsímil del libro fue publicada.
Otra de las materias en  las que Carroll/Dodgson  reparte su actividad es la fotografía, una dedicación que abandonó bruscamente después de 24 años. Tenía un gran dominio de este nuevo arte y disponía de un estudio fotográfico completo. Realizó miles de fotografías, la mayoría de niñas y de personalidades famosas; aunque nunca pensó en la fotografía como una ocupación,  estos últimos retratos de personajes influyentes le fueron muy útiles para acceder a círculos sociales importantes. Muchas de estas imágenes se perdieron,  otras se destruyeron, lo que no ha impedido que sea considerado en la actualidad como una influyente figura de la fotografía contemporánea






Aspectos lógicos y matemáticos
Se ha insistido en la importancia que sobre el texto proyecta la figura dual Carroll/Dodgson, insistiendo en la importancia que ejerce Dodgson profesor de Matemáticas en un Colegio de Oxford. Sin embargo, hay que considerar que las aportaciones que realizó en este campo se centran principalmente en aspectos didácticos;  más importantes fueron las que hizo en Lógica Formal, que siempre acompañó de un carácter lúdico y recreativo.  Las aventuras de Alicia están llenas de cuestiones matemáticas, conceptos lógicos básicos y silogismos recreativos. Todos estos recursos relacionados con las Matemáticas y la Lógica están pensados para entretener e interesar a los niños, que son los lectores para los que desde el principio está escrita la obra. Las discusiones y conclusiones que se han originado después de publicado el cuento, no deben hacer más difícil lo que puede ser leído y comprendido desde la infancia. Son tantas las propuestas que aparecen en el texto, que elegir algunas para ser comentadas y discutidas exige un gran esfuerzo de selección. Las siguientes cuestiones son interesantes no sólo por su contenido, si no por las aportaciones que llegaron más tarde:
1.   Alicia  “canta” una columna de una extraña tabla de multiplicar.
…..voy a ver , si al menos sé las cosas que antes sabía. Veamos: cuatro por cinco, doce; cuatro por seis, trece; cuatro por siete ……!Dios mío! ¡A este paso nunca llegaré a veinte……..
Pensemos en la niña que protagoniza el cuento; se encuentra en un periodo escolar en el que aparecen las tablas de multiplicar y la obligación de memorizarlas. La regla que recuerda Alicia es divertida porque no es cierta y además es fácil de memorizar. Si el lector sigue la secuencia de la tabla, descubrirá que doce por doce son diecinueve y es cierto que no se llega a veinte. En pleno periodo de aprendizaje el mundo de la multiplicación no existe fuera de las tablas.
Ha sido más tarde cuando se ha buscado significado a los resultados de esta nueva regla de multiplicación. En “Alicia Anotada” (Las aventuras de Alicia y su continuación, comentada y con anotaciones de  Martin Gardner) encontramos una solución más interesante y compleja propuesta por A.L.Taylor y, cuya explicación, tampoco necesita de sofisticadas herramientas matemáticas. Es cierto que 4 por 5 son 12, pero en el sistema de numeración de base 18; 4 por 6 son 13, en base 21; mediante esta progresión, aumentando la base de 3 en 3, el resultado de la tabla será correcto y no llegará a 20, ya que 4 por 12 son 19 en  base 39. La sorpresa es descubrir que nunca esta regla de multiplicación, si se mantiene la progresión de las bases numéricas con las que se trabaja, permitirá llegar a 20, ya que 4 por 13 será 1, seguido del símbolo que se asigne a 10 en el sistema de numeración 42, evidentemente menor que 20.


2.   El cuervo y el escritorio.

Resultado de imagen de adivinanza del cuervo y el escritorio


El Sombrerero abrió unos ojos de manera desmesurada al oír las palabras de        Alicia. Pero lo único que se le ocurrió decir fue:
-¿En qué se parece un cuervo a una mesa de escritorio?
«¡Esto se pone divertido!»-- pensó Alicia-- «Me alegro que les gusten las adivinanzas.» Y añadió en voz alta:
-Creo que sé la solución.
-¿Quieres decir que crees que puedes encontrar la solución? -preguntó la Liebre de Marcera
-Exactamente -contestó Alicia
Lewis Carroll reconoce que la adivinanza tal y como aparece en el texto original carece de solución. Desde su publicación se encontraron multitud de soluciones, algunas verdaderamente ingeniosas. Después de recibir numerosas consultas sobre la verdadera solución,  el escritor considera que la siguiente es la más apropiada, aunque reconoce que se obtiene después de publicada la obra:
Because it can produce a few notes, though they are very flat and it is nevar put the wrong end front
Su traducción puede ser la siguiente:
Debido a que puede producir algunas notas, aunque son muy planas y nunca pone delante  la parte equivocada.
Considerar esta solución como la más adecuada, exige fijarse que en la solución propuesta la palabra que está escrita no es “never” (“nunca” en inglés), si no “nevar”, Esta palabra carece de significado, parece un error que se ha corregido al sustituirla por nunca; sin embargo,  escrita al revés se convierte en “raven” (cuervo). Este juego de palabras es intraducible, pero aproxima el texto de la solución al enunciado del problema. Puede utilizar como texto definitivo:
“Ambos producen algunas notas planas, y nunca están con el lado equivocado hacia delante”.
La adivinanza no tiene una solución única porque evidentemente hay innumerables respuestas correctas.  Las dos siguiente son interesantes:
Porque hay una “b” en ambos, y una “n” en ninguno.(A. Huxley)
Porque Poe escribió sobre ambos

3.- El gato de Cheshire
De la habilidad que hacen gala los personajes en el uso del lenguaje, han surgido interesantes problemas. Al finalizar la conversación con Alicia,   desaparece el gato de Cheshire después de permanecer largo tiempo sólo su sonrisa. Entonces Alicia exclama: Was it a cat i saw?.  Se trata de un divertido palíndromo en lengua inglesa, que no mantiene su condición al ser traducido. Explorando todas las maneras posibles de leer la frase, se propuso el siguiente problema sobre un cuadrado de letras:

¿De cuántas maneras diferentes se puede leer la pregunta de Alicia, "Was it a cat I saw"? (¿Era un gato lo que vi?) Empiece por cualquiera de las W, muévase a las letras adyacentes.

La respuesta no es fácil,  pero estas ayudas nos pueden conducir a encontrarla:
¿Cuál es la respuesta correcta 576 o 63504 formas distintas?
Se recomienda estudiar de cuántas formas distintas se puede leer la frase completa y de cuántas maneras se puede llegar a la letra C que está en el centro del cuadrado.
 En la misma conversación de Alicia con el gato de Cheshire es interesante iniciar una discusión sobre la validez del siguiente  razonamiento: Le pregunta Alicia al gato:          -¿Cómo podría usted probarme que está loco?
-Empezaremos por admitir -le dijo el gato- que los perros no están locos…¿Me lo admites?
-Admitido- dijo Alicia
Ahora bien –prosiguió el gato- los perros gruñen cuando se enfadan y mueven la cola cuando están contentos, ¿no es así? Pues yo gruño cuando estoy contento y muevo la cola cuando me enfado ¡Prueba evidente de que estoy loco!


Final
La influencia de Alicia en el País de la maravillas sobre escritores, artistas o científicos ha sido extraordinaria y una reseña de toda esta repercusión sería muy difícil de resumir.  El éxito general y atemporal de la  obra debe buscarse en el carácter subversivo de la narración. En un periodo que todos los cuentos infantiles debían ir acompañados de una edificante moraleja, la obra de Lewis Carroll no tiene voluntad de cumplir este  requisito. Esta decisión ya  es un primer acto de rebeldía frente a las estrictas  normas de la época. No debe pensarse que se trata de un ejercicio gratuito, los poemas que escribe Carroll para el cuento son parodias de canciones infantiles que moralizaban con estos valores. 
La ironía domina el relato surrealista del texto y en ningún momento justifica o respalda la verdad oficial del momento. Los valores  de moralidad, disciplina, los rígidos prejuicios y severas prohibiciones tan característicos de la época victoriana son a menudo maltratados y satirizados en sus  páginas. Un texto que parece no respetar la lógica de las leyes del lenguaje y de la palabra, siempre debe ser considerado revolucionario.
También es permanente la ironía sobre aspectos fundamentales de la estructura social en la que nace. Se burla de los rituales educativos en el examen de francés que realiza Alicia con las reinas; utiliza una lección del libro de texto de historia de las niñas para dejar “secos” a todos los que se habían mojado en el mar de lágrimas;  las materias como Batín y Friego (retruécanos con los que agradar a los niños) se llaman dis-ciplinas, porque dis-minuyen en el nuevo horario de día en día.
¿Cómo no rebelarse contra la injusticia después de vivir la surrealista escena del mensajero del Rey condenado por un crimen que quizás no cometerá nunca? ¿Cómo no ver reflejadas las instituciones de la Justicia en el proceso que acusa a la sota de corazones de ser la autora del robo de tres tartas a la Reina? El juez, los jurados,  un juicio en el que se pide primero el veredicto y después el proceso, son una muestra del mundo surrealista en el que tantas veces se mueve la Justicia. 
El nepotismo y despotismo  de la Reina y del Rey de corazones son una imagen crítica de las posibles coordenadas a las que puede llegar el ejercicio del poder: un Rey que actúa como juez de un juicio cuyas normas va dictando según se desarrolla el proceso; una reina que resuelve cualquier incomodidad con la orden: “que le corten la cabeza”. La reina de corazones es una crítica al poder de la monarquía, que gobierna con el miedo y la fuerza de los grandes, con la hipocresía  de los cortesanos que adornan sus cuerpos con partes falsas por la única razón de agradar a la reina
¿Qué pensar del egoísmo de nuestros semejantes cuando el sombrerero loco se niega a ceder a Alicia un sitio en una mesa casi vacía, pero preparada para muchos asistentes?
Nos descubrimos en un mundo disparatado en el que “no se puede evitar andar entre locos” y donde es posible que sea cierto aquello que dice el gato de Cheshire: “somos todos locos aquí”

Las aventuras de Alicia es uno de esos extraños libros en cuya lectura coinciden niños y  adultos. Los niños descubren en el texto las posibilidades del lenguaje y los temores de la infancia (miedo a crecer), los adolescentes descubren las dificultades de identificar su propia personalidad y confirman sus ideas sobre la estupidez e hipocresía del mundo de los mayores. En el relato se plantean  numerosos problemas de interés humano, social, lingüístico y lógico que desarrollados en un entramado de símbolos y métodos han deslumbrado a numerosos adultos. 
Alicia nace como un cuento infantil, sigue siendo un cuento infantil y es también un cuento para adultos. Mejor no hacer caso a Martin Gardner cuando recomienda hacerlo desaparecer de las bibliotecas infantiles y llevarlo definitivamente a las de los adultos.
¿Hubiera sido hoy posible el éxito de este cuento? Incluso ¿su publicación?. Gran parte de su contenido sería considerado políticamente incorrecto y fácilmente hubieran aparecido mentes bien pensantes que hubieran impedido su salida de la imprenta. ¿Se imaginan al autor de un cuento infantil con un maletín lleno de juegos y con la mente llena de relatos que utiliza para entablar amistad con las niñas que juegan en un parque? Sólo amistad con niñas;  la opinión sobre los niños queda clara cuando, después de cantar unos versos mágicos,  la marquesa lanza su bebé hacia Alicia, que lo recoge en sus brazos, en donde se produce el proceso de metamorfosis que lo transforma  en un “cerdito”. ¿Tan difícil sería imaginar una campaña de denuncia en los medios contra un pervertido que incita a los niños al consumo de alucinógenos? ¿Y qué decir de la rapidez con la que la reina aplica la pena de muerte?
Estaban en plena época victoriana y fue tan grande el éxito y difusión, que Lewis Carroll terminó escribiendo una continuación de las aventuras de Alicia y en 1871 ya estaba en las librerías: “Alicia a través del espejo y de lo que encontró al otro lado”. Si hemos despertado con Alicia en el jardín, es el momento ideal para acompañarla de nuevo por el mundo que encontrará detrás del espejo, mucho más complejo e intelectual: el juego de cartas es sustituido por el juego de ajedrez y sus reglas.  Son unas aventuras aún  más ingeniosas que las que cuenta el primer libro, pero donde el narrador Charles Dodgson, profesor de Matemáticas y Lógica, va desplazando a Lewis Carroll narrador de cuentos infantiles. Este dominio del componente abstracto explica que el éxito de este libro haya sido mayor entre los lectores adultos.
Leeré de nuevo el libro de Alicia en el País de las Maravillas  y me gustaría hacerlo como lo escuchan los niños de la aldea mexicana de Tomatlán,  cuando Fausta decide contarles un cuento. Lo narra Elena Poniatowska en su libro La piel del cielo: “Entonces, a Fausta le dio por contarles un cuento y surgió Alicia en el País de las Maravillas. A los niños no les parecía asombroso que los animales hablaran, puesto que a diario interpelaban al burro, a la vaca, a los perros, hasta a los madroños que dan flor y a la pastura. Tampoco les resultó incomprensible hacerse grande o chico a voluntad con sólo ingerir un minúsculo pastel con pasas.”





jueves, 12 de mayo de 2016

Alicia en el País de las Maravillas

“ALICIA EN EL PAIS DE LAS MARAVILLAS” de Lewis Carroll




Por José Luis Vicent Marin.

Les pregunté a un par de niños que escarbaban con sus palas en la arena, por qué llevaban las gorras con la visera en el cogote. Tras ofrecerles varias respuestas solo reaccionaron al indicarles que tal vez llevaban al revés la cabeza y no la gorra.

El multidisciplinar Charles Lutwidge Dodgson disfrazado de Lewis Carroll ha conseguido que este regalo para los niños, a base de avivar la imaginación del absurdo ligado a la coherencia, sea también objeto de veneración por parte de los adultos, donde la magia y el surrealismo —inseparables pero distinguibles según el tamaño del ojo que lo ve— hacen que por encima de la mayoría, este libro signifique mucho más de lo que parece.

Ya en el comienzo, Alicia se sorprende de que su hermana esté leyendo algo carente de dibujos y de diálogos, rechazando con ello el modo de contar basado en largas parrafadas y sustituyéndolo a menudo por cortas acciones que en su reiteración, recuerdan el aprendizaje basado en ensayo y error, como los intentos por conseguir la llave que la saque al jardín, las ofensas al ratón y al loro con los gustos de su gata y del Fox Terrier del vecino por cazar ratones y pajarillos, o las distorsión constante en la letra de algunos poemas.

Con los juegos sin reglas o las competiciones sin fin determinado donde lo único cierto es que nadie participa para ganar, brinda toda una lección incomprensible para el ser humano. Así es como el Dodo propone para secarse el agua, una carrera sin lugar de comienzo ni final que termina a su señal con premio para todos. O el aberrante juego de croquet donde los palos-flamencos son tomados para golpear a las huidizas bolas-erizos a través de los arcos-soldados, empeñados en alterar el recorrido al cambiar constantemente de posición. Ni animales ni personas quedan bien parados en su trato, aunque nada de ello parece alterarlos demasiado, como si esos actos se correspondieran con el orden natural al que pertenecen.

Los brebajes que propician los arbitrarios cambios en el cuerpo de Alicia le despiertan reflexiones lógicas e incongruentes por partes iguales, desde la imposibilidad de imaginar cómo será “la llama de una vela apagada” en la que teme convertirse si sigue encogiendo, hasta la dualidad en el deseo de no crecer y condenarse a aprender lecciones toda la vida o crecer y por tanto envejecer. Ese querer y no querer o afirmar y negar a la vez, le llevan a aconsejarse y reprenderse, tomando ese doble papel de autoridad y sumisión que le hacen creer ser personas distintas, como cuando cayó al pozo del que solo saldrá si a la pregunta de “quién soy” le responden con una identidad de su gusto. Ese “yo” desconocido vuelve a presentarse en su encuentro con la oruga azul, enzarzadas en una conversación circular en la que “siente ser otra” como le ocurrirá a aquella al transformarse en crisálida y en mariposa y surge un nuevo absurdo cuando le ofrece como solución al control de su tamaño que tome del hongo redondo sobre el que reposa, un trozo de un lado para crecer y del opuesto para encoger. Tantas confusiones le hacen pensar que está viviendo dentro de un cuento y que si no existe un libro sobre todo lo que le está ocurriendo, cuando crezca será ella quien lo escriba.


 


La importancia del tiempo y qué hacer con él, tiene en el Conejo Blanco, siempre alterado por las prisas y temeroso de lo que la Duquesa “no le va a decir por haberla hecho esperar”, a su antagónico en el lacayo-rana silbando sentado a la puerta de casa de su ama convencido de poder seguir así días y días. En su interior, la Duquesa con su bebé-marrano en brazos e indiferente al desorden y a los objetos que le lanza la cocinera, opina que si cada uno se ocupara de sus asuntos el mundo andaría más rápido. Alicia no observa ventaja en ello y aquella exhibe su desinterés al manifestar que no le importa si la tierra tarda 24 o 12 horas en dar la vuelta sobre su eje. Otra alegoría al respecto llega con el Sombrerero, cuyo reloj solo marca el día, piensa que al tiempo hay que tratarlo con respeto y sin embargo, según Alicia, no debería perderlo en adivinanzas sin respuesta. Por último, esa llamativa conclusión de mover el espacio (corriendo un lugar en la mesa de la merienda) a fin de no permanecer fijo delante de la taza cuando el tiempo se detiene a la hora del té.

Las incursiones aritméticas y gramaticales son otra constante dentro de la lógica del desconcierto. Alicia, sin haberlo tomado, es corregida al decir que no puede tomar más té en lugar de menos té que sería lo correcto en esa negación. Oraciones llenas de contrasentido se suceden casi vertiginosamente: no es lo mismo “veo lo que como” que “como lo que veo” ni “me gusta lo que dan” que “me dan lo que me gusta” ni “respiro cuando duermo” que “duermo cuando respiro”. El gato de Cheshire enreda con frases poco aclaratorias como “si no importa el destino, no importa el camino, siempre que llegue a alguna parte”, o los monosílabos “esa” y “aquella” para indicar las direcciones donde viven el Sombrerero y la Liebre de Marzo. Este gato, que extiende a sí mismo la locura intrínseca de aquellos dos al manifestar su alegría o enojo al contrario que los perros, aparece repentinamente y desaparece desvaneciéndose hasta dejar flotando su sonrisa. Pero el zénit del surrealismo se produce más adelante, cuando habiendo visibilizado solo su cabeza, el Rey, la Reina y el Verdugo discuten sobre cómo cortar algo que no está soportado por ningún cuerpo.

Los juegos de palabras son otro eje sobre el que giran multitud de conversaciones que no dejan indiferente a nadie. El pato dice saber encontrar gusanos o ranas pero no sabe lo que es “encontrar aconsejable”. La Símil Tortuga no quiere que la interrumpan con su historia pero resulta que no empieza nunca, y cuando hace referencia a la educación en una escuela donde el primer día estudian diez horas y van menguando una hora cada día hasta llegar al feriado o festivo (otra incursión temporal y matemática), deteriora los nombres tanto de los contenidos como de las materias alterando con ello su significado.


La distancia entre vasallos y amos así como el despotismo de estos, se manifiesta por ejemplo con los jardineros de la Reina (aunque Alicia cree que todo el mundo tiene la manía de mandar), cuando boca abajo e indistinguibles al ser naipes idénticos por el revés, esperan temerosos a que aquella, como hace con cualquiera que le contraríe, les mande cortar la cabeza por errar en el color de los rosales. Sin embargo, con el Grifo, ese animal mitológico mezcla de águila y león reaparece el tema del “falso yo” al opinar que tanto la autoridad de la Reina como la pena de la Tortuga son fruto de la apariencia.

En el juicio a la Duquesa por el robo de las tartas todo es superlativo. Los Reyes, con una simple peluca asumen el papel de jueces; el Conejo Blanco encargado de leer la acusación, es interrumpido por el Rey que pide veredicto antes de aparecer los testigos; los mamíferos y pájaros que componen el jurado, copian en sus pizarras cualquier cosa que escuchan, tenga o no que ver con el asunto, incluyendo la conversión a libras de una suma de fechas; El interrogatorio al Sombrerero y a la cocinera con escarceos de la Liebre y el Lirón, es un galimatías repleto de confusiones lingüísticas con guiños a la censura y la represión. Finalmente, el testimonio de Alicia vuelta a su tamaño natural y liberada de los temores anteriores, es un desafío a la autoridad en una sucesión de actitudes gráficamente cómicas pero rozando las aristas de la insumisión hacia la incompetencia jurídica, concluyendo que a nadie importa lo que ellos, que no son más que el mazo de una baraja, puedan decir. Es entonces cuando las cartas se convierten en las hojas secas que caen de los árboles y mezclándose con las palabras de su hermana le despiertan de su sueño a orilla del río.

Cuando le dije a mi mujer que debíamos leer “Alicia en el país de las maravillas” en el club de lectura, se quedó perpleja porque creía recordar que fue el primer cuento que leyó de niña. Yo le confesé que no lo había hecho nunca y después de unos segundos en los que quizá su mente la transportó a su infancia, me respondió que eso era un disparate, sin aclararme si se refería al contenido del libro o a que lo tuviera que hacer ahora. Una vez terminado, sé que el mayor disparate ha sido haber tardado tanto tiempo en leerlo.

 



El universo de "Alicia en el país de la maravillas"

El universo oculto de Alicia en el País de las Maravillas


Aunque en general se acepta que Alicia en el País de las Maravillas nació como un cuento para niños, el lector adulto no deja de sentir fascinación  por la ambigüedad de una historia que le impulsa hacia la búsqueda de otros significados, otras interpretaciones más allá del exclusivo divertimento infantil.

Para empezar, nos encontramos con el relato de un viaje exploratorio, no de lejanos espacios ignotos sino del asombroso y fantástico mundo de los sueños. Sabemos que su sorprendente itinerario interior es una ilusión porque al final de la lectura asistimos al despertar de Alicia y a su incorporación al mundo real. La  reacción de la hermana mayor como receptora de la historia soñada por Alicia se distribuye entre dos ámbitos: el más primario y emocional, asociado a cierta envidiosa desazón por no haber vivido la extravagante aventura de su hermana, y el más reflexivo y analítico, que le lleva a comprender que, si bien no ha experimentado directamente los singulares sucesos pertenecientes al extraño universo, sí puede guardarlos en su memoria y evocarlos a voluntad con un simple  cerrar de ojos. La diferencia entre soñar historias caóticas y sin control y evocarlas a voluntad sienta también la distinción entre el mero ensueño y la imaginación creadora. Las ficciones imaginadas penetran en la mente y arrastran consigo a los más diversos personajes, con sus atributos y conflictos, configurando así un espacio ficticio que  perduran en la memoria. La distinción entre ficción y realidad se evidencia en las palabras con que el narrador cierra su narración. Su omnisciente afán le lleva a explorar los sentimientos y pensamientos de la hermana mayor, con la que tal vez se identifica, ya que “sabía muy bien que, en cuanto abriera los ojos, todo volvería a ser como realmente era”:

“Finalmente trató de imaginarse cómo sería su hermanita convertida ya en mujer adulta. Y cómo guardaría a lo largo de su vida el alma cándida de cuando era niña. Trató de imaginársela rodeada ya de hijos, contándole, quizás, aquel viaje suyo al País de las Maravillas….  Sabiendo que Alicia reviviría entonces, en la alegría y la tristeza de sus hijos, aquellos dulces días de su niñez, los felices días del verano”

Si esta reflexión -muestra del deseo de arraigarse junto con la historia en la memoria de la niña- pertenece al personaje fraterno o al narrador-autor, es algo que no podemos afirmar ni negar con rotundidad. Que sea el lector  quien recapacite y decida.

Continuando con la disquisición  sobre el sentido del cuento, planteamos la hipótesis de entenderlo como una historia sobre el proceso de adaptación y supervivencia de un personaje que se encuentra en medio de un mundo hostil. En este sentido, el libro de Alicia… no difiere de los tradicionales clásicos donde el/la protagonista debe enfrentarse a múltiples obstáculos y vencer a sus oponentes hasta culminar la victoria final, moraleja incluida. Claro que el perfil de Alicia no se ajusta al modelo de personaje adornado con todas las virtudes y tocado por la gracia de un destino heroico. Al contrario, su carácter muestra, con naturalidad y frescura, un temperamento curioso y pragmático que le ayudarán en su complicado recorrido, desde la sorpresa y sobresalto iniciales al belicoso comportamiento final. Su trayectoria parte de la observación de su extraño y caótico entorno, para pasar por diversas fases de desorientación e intentos de encontrar un espacio propio que defina su identidad. Finamente culmina con una indiscutible actitud de rebeldía y rechazo ante la arbitraria conducta de la reina y su corte. Precisamente cuando decide que lo que ve es  absolutamente inverosímil y absurdo es cuando abandona el sueño y se acaba la aventura, sustituyendo así la fantasía por la realidad.


Su sentido práctico se manifiesta en el proyecto que pergeña para salir de la habitación que la apresa y salir al exterior, al jardín apenas atisbado, lleno de luz y promesas. El jardín, con todas sus connotaciones edénicas y propiciadoras de un futuro feliz, se hace símbolo del anhelo que impulsa a Alicia hacia adelante, hacia una meta, un objetivo. Tras descender por túneles y pozos que conectan los dos mundos, el externo y el interno, el personaje, atrapado en la disyuntiva de crecer o menguar, adopta simplemente el tamaño que le permite salir del atolladero. Y al mismo tiempo muestra  tal prudencia ante los retos que se le presentan, que su británico pragmatismo se acrecienta y se transforma en una ventaja que le permite seguir observando las rarezas de los personajes, de los que va aprendiendo sutil y paulatinamente. Primero pasa una etapa de desorientación, observación y aprendizaje, con la oruga, el lacayo, la serpiente y la paloma; luego, ante la imposibilidad de comprender casi nada, simplemente se aleja y procura que su presencia no  complique aún más las cosas. Se trata del primer paso del proceso de adaptación. En esos momentos, Alicia no dirá lo primero que se le ocurra, sino que se morderá la lengua y se mantendrá en un segundo plano. Ha aprendido el arte del disimulo y no discute con la pescadilla sobre la forma de limpiar los zapatos, y no manifestará ante las criaturas del mar que alguna vez comió langosta.

Alicia es desde el comienzo un personaje que pasea, sin control alguno sobre sí misma, y deambula por las casas y caminos de un mundo donde las reglas que conoce no sirven. Las fases por las que pasa definen el proceso de la rebeldía: primero, una débil crítica, cuando se siente desbordada por los argumentos de la oruga:

“-De acuerdo, pero… ¡yo no estoy acostumbrada!-dijo con voz lastimera la  pobre Alicia mientras pensaba para sus adentros: “¡Ojalá estos bichos no fueran tan susceptibles!”
Después, el rechazo hacia el  sinsentido del cuento del Lirón:

“-¡No existe tal cosa! –exclamó Alicia- Comenzaba a ponerse nerviosa, mientras el Sombrerero y la Liebre la hacían callar…”

Aunque Alicia parece aceptar las reglas del extraño mundo (“Alicia se calló”), al final no puede contenerse y muestra su rabia y frustración:

“-¡No pienso poner los pies en semejante lugar! –decía Alicia, mientras se alejaba por el bosque- . ¡En mi vida he ido a una merienda tan absurda!”

 Actitud que se acentúa ante los gestos y palabras de la molesta duquesa:

“¡Tengo derecho a pensar, me parece a mí! –le contestó Alicia secamente, porque ya estaba harta de ella-”  […] “¡Ya estamos otra vez! –pensó Alicia- ¡Estos bichos se pasan la vida dando órdenes! ¡Para esto me quedo en la escuela!”

Y finalmente, el estallido  último que anticipa la salida del universo onírico y sus contradictorias reglas, cuando la reina le manda callar:

“-¡No me da la gana! –le contestó Alicia. […] -¡Ya nadie te hace caso! – dijo Alicia, que había recobrado su tamaño habitual-. ¿Cómo te van a hacer caso si no son más que un mazo de cartas?”


La transición desde el sueño a la realidad encadena la imagen onírica de las cartas cayendo sobre el rostro de Alicia y asfixiándola, con las hojas secas procedentes del árbol real  bajo el que dormía en el regazo de su hermana:

“-¡Despierta, Alicia, despierta! […] ¡Menuda siesta te has echado!
-Y no sabes las cosas más raras he soñado! –exclamó Alicia.”

Resulta bastante evidente que Alicia en el País de las Maravillas contiene también una crítica bastante mordaz de la sociedad victoriana y los valores morales y políticos en que se cimienta. Además de dejar en evidencia a la clase (¿aristocracia?) que ejerce el poder de una forma tan arbitraria como ridícula, se satirizan las elecciones, la justicia y la prensa. Respecto a ésta última, la conducta de los ujieres con el conejillo de Indias no puede ser más cruel:

 “Metieron al conejillo de Indias en la bolsa, la cerraron y luego “reprimieron” al conejillo sentándose encima de la bolsa”.

Pero el comentario de Alicia acrecienta la humorística sátira mediante el contraste entre la brutalidad del relato y el tono ingenuo de la niña:

“¡Cuánto me alegra ver cómo lo hacen! –pensó Alicia- Siempre estoy leyendo que al finalizar un juicio, “el público prorrumpió en aplausos que fueron inmediatamente reprimidos por los ujieres de la sala” y nunca comprendí qué significaba eso hasta ahora.”

A este respecto, hay que destacar el modo bastante sutil que el narrador  emplea para reprobar las convenciones culturales que regían las relaciones sociales mediante reglas de cortesía excesivamente rígidas y protocolarias. Alicia se expresa casi siempre con frases hechas y adopta la conducta de “una niña bien educada” y, sin embargo eso no le sirve para nada en el extravagante mundo por el que transita. La disociación entre apariencia y realidad se traslada a la preeminencia del “parecer” sobre el “ser”, base de la hipocresía como signo de una sociedad bastante corrompida. Como ocurre en Alicia…, la presentación de lo extraordinario como si fuera normal es un recurso muy útil para engendrar el humor que va indiscutiblemente asociado a este libro. Pero la fusión de contrarios tiene su contrapunto en otras dualidades que se plantean como divergentes, como la que existe entre  lo que se dice y lo que se piensa. Recordemos lo que la mente lógica de Alicia pensaba mientras todos rendían pleitesía a la reina cortadora de cabezas. No podía ser más distinto, pues por un lado, sus palabras manifestaban su extrañeza y malestar ante la absurda situación, mientras su cerebro iba por otros derroteros analizándolo todo y reflexionando sobre ello.

La búsqueda de la identidad y del propio espacio


Alicia  podría representar también a un personaje que busca su sentido y lugar en el mundo. De hecho, desde el principio es una niña llena de dudas y preguntas. Las respuestas automáticas a cada situación o conflicto son el resultado de su adiestramiento educativo, muy normativo e inflexible. Pero detrás de las conductas formalizadas se esconde alguien con deseos de explorarse y conocerse. Un rasgo de esta indagación de Alicia sobre sí misma es el desdoblamiento, ya desde las primeras páginas, en dos  voces que establecen una personal dialéctica  acerca de las más variadas cuestiones. Desde el punto de vista psicológico, hablar con uno mismo es una forma de objetivar los problemas, analizarlos y tomar el control sobre las situaciones conflictivas. Es lo que hace Alicia a lo largo del relato, pero especialmente al comienzo, que es cuando se siente más desorientada:

“-¡Vamos, vamos! –se reprendía Alicia a sí misma- ¡De nada sirve llorar! ¡ Y te estás callando ahora mismito!”

Alicia solía darse  buenos consejos aunque también es verdad que rara vez los seguía. […] Y es que aquella niña tan original jugaba a veces a ser dos personas distintas:

 “Aunque de nada me serviría eso ahora es juego –pensó la pobre Alicia- ¡Cómo voy a ser dos personas si ni siquiera soy del todo una”

Estas palabras sintetizan la preocupación del personaje por reconocerse en una identidad definida que de momento no puede alcanzar. El recurso del desdoblamiento refleja una característica propia de los personajes en proceso de formación, algo que tiene mucho que ver con los aleatorios cambios de tamaño, que tanto le complican la vida. Alicia, pues, se pregunta si le conviene crecer o permanecer siempre niña, o siempre vieja, es decir, se pregunta por la pertinencia de los cambios y el miedo que producen. En la historia hay un momento en que parece controlar su tamaño mediante el hongo que le recomienda la oruga, pero el dominio de la realidad externa se le resiste. Y eso la llena de confusión y de preguntas:

“¿Será que he cambiado durante la noche?  Vamos a ver, ¿era yo misma cuando me levanté esta mañana? Ahora que lo pienso, recuerdo que me sentía un poco extraña, como si fuera diferente. Pero si ya no soy yo misma, entonces ¿quién demonios soy? ¡Ahí está el intríngulis!”

Este intento de delimitar su espacio personal frente al mundo se manifiesta en las marcas enfatizadoras de determinadas palabras, que en el libro aparecen en cursiva. Lewis Carroll conocía las teorías sobre el poder del lenguaje para ordenar la vida y las relaciones sociales, así como  para expresar el dominio, la seducción, la sumisión y otros comportamientos. Del mismo modo que se adelantó a su tiempo respecto al ingenio, rompedor y vanguardista, con que desarrolló el humor absurdo que luego veríamos en el teatro del siglo XX, su forma de construir los diálogos  refleja y avanza las modernas teorías de la comunicación que surgen a partir de la Filosofía del Lenguaje, de Karl Bühler. Según los modernos lingüistas, las lenguas cuentan con una serie de recursos y partículas para que los sujetos que intervienen en cualquier situación comunicativa puedan definir su ámbito espacial de influencia respecto al otro. En las lenguas románicas y anglosajonas, las palabras que expresan las personas gramaticales no contienen información semántica sobre el asunto que tratan los hablantes sino sobre sí mismos y sus respectivas posiciones en el ámbito comunicativo. La primera y segunda persona de pronombres (yo, tú…) y algunos determinantes (este, ese…; mi, tu…) hacen referencia a los interlocutores, así como algunos adverbios de lugar (aquí, ahí…). Estas partículas no transmiten significados sobre los referentes que son tema de la conversación, sino sobre la percepción que los agentes del diálogo tienen de sí mismos. En este sentido Alicia… está plagado de estas partículas, que los expertos llaman deícticos, por su  capacidad de señalar la presencia de los participantes en el texto que surge de su intercambio lingüístico y comunicativo. La niña Alicia los usa continuamente para definirse respecto a los otros, para defenderse de ellos o para amenazarlos. Veamos algunos de los numerosos ejemplos:

En el diálogo entre Alicia y la Oruga, ambas usan la deixis pronominal para desentrañar y fijar la identidad de Alicia, que, tras tantos cambios se siente desorientada y confusa:

-¿Puede saberse quién eres ? –preguntó la Oruga? […] -La verdad, señora, es que en estos momentos, no estoy segura de quién soy.[…]-Está bien –concedió Alicia-  Es posible que sus sentimientos y los míos sean muy distintos, pero puedo decirle que yo, en su lugar, me sentiría muy rara. […]-Así es que piensas que has cambiado ¿no es eso?-Eso es, señora –dijo Alicia-Hay ciertas cosas que antes recordaba perfectamente y ya no recuerdo, y encima, ¡cambio de tamaño cada dos por tres!”


 Como  apuntó Austin, las palabras no sólo sirven para representar conceptos y transmitirlos, sino para hacer cosas, transformar la realidad y a nosotros con ella. Para ello usamos partículas llamadas modalizadoras y expresiones  de énfasis, que intensifican y trasladan al discurso las actitudes y sentimientos de los hablantes. Con ellas suplicamos, pedimos, ordenamos, y en suma dejamos salir nuestra subjetividad, proyectando así nuestras intenciones y deseos.  En este caso, el ejemplo elegido es el diálogo entre Alicia y la Duquesa:

“-¡Ay, por favor! ¡Cuidado con lo que hacen! –les imploraba la niña, mientras saltaba de acá para allá presa del pánico- ¡Ojo con ésa! ¡Adiós naricita!”[…]“¡Calla y no me des la lata! –le interrumpió la duquesa- ¡Jamás me interesaron las cuentas!”

También la disparatada conversación entre el Gato y Alicia, cuando ésta le indica su deseo de ir a algún lado, abunda en deícticos espaciales. Alicia persigue ordenar el mundo que la perturba y ubicarse dentro de él, pero el Gato le confirma que eso no es posible, pues ella no puede independizarse de su medio,  problema que, por cierto, afecta a más de una persona (real, por supuesto):

“-¿Qué clase de personas viven por aquí?-Por ahí –dijo el Gato- vive un Sombrerero; y en esa otra dirección –y señaló con la otra pata- vive una Liebre Marcera. Da igual que los visites…¡ Los dos están igual de locos.-Pero si yo no quiero estar entre locos –comentó la niña.-¡Ah! Pero eso no puedes evitarlo –le dijo el gato-: aquí estamos todos locos. Yo estoy loco. Y también.”

De la misma manera, el diálogo sobre los singulares relojes y las diversas maneras de medir el tiempo plantean varias cuestiones de interés: por un lado, el “tiempo” como concepto genérico se complementa con el del “Tiempo” personificado, lo que se refleja en el uso de minúsculas y mayúsculas que, de acuerdo con las convenciones ortográficas, sirven para distinguir el nombre común del propio. Lo que se dilucida es la  distinción entre pertenecer a una clase o categoría compuesta por muchos seres que comparten un rasgo común, o ser un individuo único, singular, perfectamente definido o  identificable. Eso es lo que persigue Alicia, pero no consigue, porque, como bien se dice  tantas veces “es una niña”. Precisamente, en el episodio del partido de croquet da comienzo la rebelión de Alicia y, para afirmar su identidad frente a aquel mundo enloquecido, usa la deixis, como es habitual:

“-¿Y a que me cuenta? –dijo Alicia, asombrada de su propio atrevimiento- ¡Ese no es asunto mío!”

En resumen, nos atrevemos a concluir, con todas las limitaciones del aficionado frente al experto, que estamos ante un libro que narra un viaje, pero de aventura, no iniciático. Alicia entra y sale como ha entrado de ese extraño mundo  colmado de elementos simbólicos, sin haber dado el salto de la niñez a otro estadio de la vida. Su aumento y disminución de tamaño es más anecdótico que relevante. Tras el sueño se incorpora a la realidad y es su hermana la que reflexiona sobre el personaje, aportando la conciencia y voluntad que Alicia aún no posee. Pero el cuento sugiere algo que sí forma parte del proceso de crecimiento del ser humano: su lucha por comprender, aceptar e incorporarse al mundo y afirmar la propia identidad ante él.


Un tratado sobre el humor


 Alicia en el País de las Maravillas es, sin duda, un libro que contiene una sutil, y en ocasiones manifiesta, crítica social y moral que se traduce en una visión escasamente amable sobre la sociedad y sus gestores. La ironía que impregna el relato suaviza la dureza del contenido mediante los recursos de humor en los que hay que reconocer el magisterio de Lewis Carroll, pues utiliza casi todos los del repertorio: desde la hipérbole a las canciones modificadas o los discursos paralelos y divergentes, todo contribuye a crear  una atmósfera paródica y divertida que alcanza tanto a los niños como a los adultos. El recurso más significativo quizá sea la creación de un mundo caótico pero internamente coherente, cuyo referente podría ser la sociedad en general. Esto le permite además reflejar cómo los niños ven el universo  adulto, algo extraño y colmado de una locura cuyas reglas son incomprensibles. El mundo al revés que se nos propone en Alicia…  se anticipa, como ya mencionamos, al que posteriormente harán suyo autores como Mihura o Ionesco en el teatro del absurdo, con el fin de mostrar la confusa desorientación del hombre contemporáneo. Puesto que hay tantos recursos para producir humor, nos limitaremos a nombrar algunos y adjuntar  la cita correspondiente:

El más frecuente es la desviación del significado de una palabra. Unas veces se usa la semejanza fonética (paronomasia) como cuando Alicia habla de Antipatías en vez de Antípodas, usa histeria por historia, dudo por nudo, etc… Lo curioso es que la ruptura de la ley que sustenta la comunicación mediante el lenguaje se cuela, camuflada entre otros disparates, en el diálogo que la duquesa mantiene con Alicia:

“…Y la moraleja de esta es que…“cuídate del sentido y los sonidos se cuidarán de sí mismos”

Abunda la hipérbole como recurso de comicidad, como observamos cuando imaginamos a Alicia tan alejada de sus pies que no los ve; pero también se emplea, llevada a su extremo, como medio de conformación de una atmósfera tragicómica, cercana al humor negro del esperpento:

“Al cabo de una hora no quedaba un solo arco ni un solo jugador en el campo, a excepción del Rey, la Reina y Alicia, porque todos habían sido condenados a muerte”

Muy frecuentes son las palabras y expresiones que se usan en un solo sentido o en su sentido literal, lo que da lugar a la confusión tanto como a la sonrisa. Así encontramos que  las hermanitas del cuento del Lirón dibujaban (extraían) mostaza, que Alicia afirma no poder “tomar más té si no ha tomado nada, o la deliberada identificación de la letra “ t” con la palabra “té”:

“-¿Qué es lo que tintineaba? –le preguntó el Rey.-Todo empezó con el té –le contestó el Sombrerero.-¡Pues claro que “tintinear” empieza con “t” –exclamo el Rey- ¿Me tomáis acaso por un mentecato? ¡Continuad!”

Y finalmente mencionamos la gran cantidad de frases hechas y expresiones populares que, tomadas en sentido literal, dan lugar a humorísticas y caóticas conversaciones. Así ocurre con “dejar seco a alguien”, “la pescadilla que se muerde la cola”, “sonreír como un gato” o “el gozo en un pozo”.

Los símbolos, con sus nebulosos sentidos, sugieren más que significan. Por ello los interpretamos como alusiones al paso del tiempo, uno de los temas que inferimos de la lectura del libro. Ahí están las acciones de crecer y menguar, las reflexiones sobre la niñez y la vejez y la continua aparición del Conejo Blanco y su enorme reloj. El paso del tiempo se produce si hay movimiento, el cual se asocia al cambio que lleva a la existencia de un proceso de transformación, que, aunque no se produce en la protagonista, sí se atisba y explora en la historia. El dinamismo propio de la acción se adecua también al modo discursivo narrativo de un viaje, de una aventura. Como ya dijimos, aquí no estamos ante un viaje iniciático sino ante un recorrido interior que parte del exterior, de la superficie, para penetrar en el obscuro, irracional y misterioso universo de los sueños, al que se accede mediante pozos y túneles. Simbólicos, naturalmente. Un mundo sin control ni reglas conocidas. Y si las hay – como dice Alicia- no se cumplen. Si nos detenemos ante esta idea, quizá ese mundo no sea tan distinto del nuestro, ese que llamamos “real”. GB.












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