El universo oculto de Alicia en el País de las Maravillas
Aunque en general
se acepta que Alicia en el País de las Maravillas
nació como un cuento para niños, el lector adulto no deja de sentir
fascinación por la ambigüedad de una
historia que le impulsa hacia la búsqueda de otros significados, otras
interpretaciones más allá del exclusivo divertimento infantil.
Para empezar, nos
encontramos con el relato de un viaje exploratorio, no de lejanos espacios
ignotos sino del asombroso y fantástico mundo de los sueños. Sabemos que su
sorprendente itinerario interior es una ilusión porque al final de la lectura
asistimos al despertar de Alicia y a su incorporación al mundo real. La reacción de la hermana mayor como receptora
de la historia soñada por Alicia se distribuye entre dos ámbitos: el más
primario y emocional, asociado a cierta envidiosa desazón por no haber vivido
la extravagante aventura de su hermana, y el más reflexivo y analítico, que le
lleva a comprender que, si bien no ha experimentado directamente los singulares
sucesos pertenecientes al extraño universo, sí puede guardarlos en su memoria y
evocarlos a voluntad con un simple cerrar de ojos. La diferencia entre soñar historias
caóticas y sin control y evocarlas a voluntad sienta también la distinción
entre el mero ensueño y la imaginación creadora. Las ficciones imaginadas
penetran en la mente y arrastran consigo a los más diversos personajes, con sus
atributos y conflictos, configurando así un espacio ficticio que perduran en la memoria. La distinción entre
ficción y realidad se evidencia en las palabras con que el narrador cierra su
narración. Su omnisciente afán le lleva a explorar los sentimientos y
pensamientos de la hermana mayor, con la que tal vez se identifica, ya que
“sabía muy bien que, en cuanto abriera los ojos, todo volvería a ser como
realmente era”:
“Finalmente trató de imaginarse cómo sería su hermanita convertida ya en mujer adulta. Y cómo guardaría a lo largo de su vida el alma cándida de cuando era niña. Trató de imaginársela rodeada ya de hijos, contándole, quizás, aquel viaje suyo al País de las Maravillas…. Sabiendo que Alicia reviviría entonces, en la alegría y la tristeza de sus hijos, aquellos dulces días de su niñez, los felices días del verano”
Si esta reflexión -muestra
del deseo de arraigarse junto con la historia en la memoria de la niña-
pertenece al personaje fraterno o al narrador-autor, es algo que no podemos
afirmar ni negar con rotundidad. Que sea el lector quien recapacite y decida.
Continuando con la
disquisición sobre el sentido del
cuento, planteamos la hipótesis de entenderlo como una historia sobre el
proceso de adaptación y supervivencia de un personaje que se encuentra en medio
de un mundo hostil. En este sentido, el libro de Alicia… no difiere de los tradicionales clásicos donde el/la
protagonista debe enfrentarse a múltiples obstáculos y vencer a sus oponentes
hasta culminar la victoria final, moraleja incluida. Claro que el perfil de
Alicia no se ajusta al modelo de personaje adornado con todas las virtudes y
tocado por la gracia de un destino heroico. Al contrario, su carácter muestra,
con naturalidad y frescura, un temperamento curioso y pragmático que le
ayudarán en su complicado recorrido, desde la sorpresa y sobresalto iniciales
al belicoso comportamiento final. Su trayectoria parte de la observación de su
extraño y caótico entorno, para pasar por diversas fases de desorientación e intentos
de encontrar un espacio propio que defina su identidad. Finamente culmina con una
indiscutible actitud de rebeldía y rechazo ante la arbitraria conducta de la
reina y su corte. Precisamente cuando decide que lo que ve es absolutamente inverosímil y absurdo es cuando
abandona el sueño y se acaba la aventura, sustituyendo así la fantasía por la
realidad.
Su sentido práctico se manifiesta en el proyecto que pergeña para salir de la habitación que la apresa y salir al exterior, al jardín apenas atisbado, lleno de luz y promesas. El jardín, con todas sus connotaciones edénicas y propiciadoras de un futuro feliz, se hace símbolo del anhelo que impulsa a Alicia hacia adelante, hacia una meta, un objetivo. Tras descender por túneles y pozos que conectan los dos mundos, el externo y el interno, el personaje, atrapado en la disyuntiva de crecer o menguar, adopta simplemente el tamaño que le permite salir del atolladero. Y al mismo tiempo muestra tal prudencia ante los retos que se le presentan, que su británico pragmatismo se acrecienta y se transforma en una ventaja que le permite seguir observando las rarezas de los personajes, de los que va aprendiendo sutil y paulatinamente. Primero pasa una etapa de desorientación, observación y aprendizaje, con la oruga, el lacayo, la serpiente y la paloma; luego, ante la imposibilidad de comprender casi nada, simplemente se aleja y procura que su presencia no complique aún más las cosas. Se trata del primer paso del proceso de adaptación. En esos momentos, Alicia no dirá lo primero que se le ocurra, sino que se morderá la lengua y se mantendrá en un segundo plano. Ha aprendido el arte del disimulo y no discute con la pescadilla sobre la forma de limpiar los zapatos, y no manifestará ante las criaturas del mar que alguna vez comió langosta.
Alicia es desde el
comienzo un personaje que pasea, sin control alguno sobre sí misma, y deambula
por las casas y caminos de un mundo donde las reglas que conoce no sirven. Las
fases por las que pasa definen el proceso de la rebeldía: primero, una débil
crítica, cuando se siente desbordada por los argumentos de la oruga:
“-De acuerdo, pero… ¡yo no estoy acostumbrada!-dijo con voz lastimera la pobre Alicia mientras pensaba para sus adentros: “¡Ojalá estos bichos no fueran tan susceptibles!”
Después, el
rechazo hacia el sinsentido del cuento
del Lirón:
“-¡No existe tal cosa! –exclamó Alicia- Comenzaba a ponerse nerviosa, mientras el Sombrerero y la Liebre la hacían callar…”
Aunque Alicia parece
aceptar las reglas del extraño mundo (“Alicia se calló”), al final no puede
contenerse y muestra su rabia y frustración:
“-¡No pienso poner los pies en semejante lugar! –decía Alicia, mientras se alejaba por el bosque- . ¡En mi vida he ido a una merienda tan absurda!”
Actitud que se acentúa ante los gestos y
palabras de la molesta duquesa:
“¡Tengo derecho a pensar, me parece a mí! –le contestó Alicia secamente, porque ya estaba harta de ella-” […] “¡Ya estamos otra vez! –pensó Alicia- ¡Estos bichos se pasan la vida dando órdenes! ¡Para esto me quedo en la escuela!”
Y finalmente, el
estallido último que anticipa la salida
del universo onírico y sus contradictorias reglas, cuando la reina le manda
callar:
“-¡No me da la gana! –le contestó Alicia. […] -¡Ya nadie te hace caso! – dijo Alicia, que había recobrado su tamaño habitual-. ¿Cómo te van a hacer caso si no son más que un mazo de cartas?”
La transición
desde el sueño a la realidad encadena la imagen onírica de las cartas cayendo
sobre el rostro de Alicia y asfixiándola, con las hojas secas procedentes del
árbol real bajo el que dormía en el
regazo de su hermana:
“-¡Despierta, Alicia, despierta! […] ¡Menuda siesta te has echado!
-Y no sabes las cosas más raras he soñado! –exclamó Alicia.”
Resulta bastante
evidente que Alicia en el País de las Maravillas
contiene también una crítica bastante mordaz de la sociedad victoriana y los
valores morales y políticos en que se cimienta. Además de dejar en evidencia a
la clase (¿aristocracia?) que ejerce el poder de una forma tan arbitraria como
ridícula, se satirizan las elecciones, la justicia y la prensa. Respecto a ésta
última, la conducta de los ujieres con el conejillo de Indias no puede ser más
cruel:
“Metieron al conejillo de Indias en la bolsa, la cerraron y luego “reprimieron” al conejillo sentándose encima de la bolsa”.
Pero el comentario
de Alicia acrecienta la humorística sátira mediante el contraste entre la brutalidad
del relato y el tono ingenuo de la niña:
“¡Cuánto me alegra ver cómo lo hacen! –pensó Alicia- Siempre estoy leyendo que al finalizar un juicio, “el público prorrumpió en aplausos que fueron inmediatamente reprimidos por los ujieres de la sala” y nunca comprendí qué significaba eso hasta ahora.”
A este respecto,
hay que destacar el modo bastante sutil que el narrador emplea para reprobar las convenciones
culturales que regían las relaciones sociales mediante reglas de cortesía
excesivamente rígidas y protocolarias. Alicia se expresa casi siempre con
frases hechas y adopta la conducta de “una niña bien educada” y, sin embargo
eso no le sirve para nada en el extravagante mundo por el que transita. La
disociación entre apariencia y realidad se traslada a la preeminencia del
“parecer” sobre el “ser”, base de la hipocresía como signo de una sociedad
bastante corrompida. Como ocurre en Alicia…,
la presentación de lo extraordinario como si fuera normal es un recurso muy
útil para engendrar el humor que va indiscutiblemente asociado a este libro.
Pero la fusión de contrarios tiene su contrapunto en otras dualidades que se
plantean como divergentes, como la que existe entre lo que se dice y lo que se piensa. Recordemos
lo que la mente lógica de Alicia pensaba mientras todos rendían pleitesía a la
reina cortadora de cabezas. No podía ser más distinto, pues por un lado, sus
palabras manifestaban su extrañeza y malestar ante la absurda situación,
mientras su cerebro iba por otros derroteros analizándolo todo y reflexionando
sobre ello.
La búsqueda de la identidad
y del propio espacio
Alicia podría representar también a un personaje que
busca su sentido y lugar en el mundo. De hecho, desde el principio es una niña
llena de dudas y preguntas. Las respuestas automáticas a cada situación o
conflicto son el resultado de su adiestramiento educativo, muy normativo e
inflexible. Pero detrás de las conductas formalizadas se esconde alguien con
deseos de explorarse y conocerse. Un rasgo de esta indagación de Alicia sobre
sí misma es el desdoblamiento, ya desde las primeras páginas, en dos voces que establecen una personal dialéctica acerca de las más variadas cuestiones. Desde
el punto de vista psicológico, hablar con uno mismo es una forma de objetivar
los problemas, analizarlos y tomar el control sobre las situaciones
conflictivas. Es lo que hace Alicia a lo largo del relato, pero especialmente
al comienzo, que es cuando se siente más desorientada:
“-¡Vamos, vamos! –se reprendía Alicia a sí misma- ¡De nada sirve llorar! ¡ Y te estás callando ahora mismito!”
Alicia solía
darse buenos consejos aunque también es
verdad que rara vez los seguía. […] Y es que aquella niña tan original jugaba a
veces a ser dos personas distintas:
“Aunque de nada me serviría eso ahora es
juego –pensó la pobre Alicia- ¡Cómo voy a ser dos personas si ni siquiera soy
del todo una”
Estas palabras
sintetizan la preocupación del personaje por reconocerse en una identidad
definida que de momento no puede alcanzar. El recurso del desdoblamiento
refleja una característica propia de los personajes en proceso de formación,
algo que tiene mucho que ver con los aleatorios cambios de tamaño, que tanto le
complican la vida. Alicia, pues, se pregunta si le conviene crecer o permanecer
siempre niña, o siempre vieja, es decir, se pregunta por la pertinencia de los
cambios y el miedo que producen. En la historia hay un momento en que parece
controlar su tamaño mediante el hongo que le recomienda la oruga, pero el
dominio de la realidad externa se le resiste. Y eso la llena de confusión y de
preguntas:
“¿Será que he cambiado durante la noche? Vamos a ver, ¿era yo misma cuando me levanté esta mañana? Ahora que lo pienso, recuerdo que me sentía un poco extraña, como si fuera diferente. Pero si ya no soy yo misma, entonces ¿quién demonios soy? ¡Ahí está el intríngulis!”
Este intento de
delimitar su espacio personal frente al mundo se manifiesta en las marcas
enfatizadoras de determinadas palabras, que en el libro aparecen en cursiva.
Lewis Carroll conocía las teorías sobre el poder del lenguaje para ordenar la
vida y las relaciones sociales, así como
para expresar el dominio, la seducción, la sumisión y otros
comportamientos. Del mismo modo que se adelantó a su tiempo respecto al ingenio,
rompedor y vanguardista, con que desarrolló el humor absurdo que luego veríamos
en el teatro del siglo XX, su forma de construir los diálogos refleja y avanza las modernas teorías de la
comunicación que surgen a partir de la Filosofía del Lenguaje, de Karl
Bühler. Según los modernos lingüistas, las lenguas cuentan con una serie de
recursos y partículas para que los sujetos que intervienen en cualquier
situación comunicativa puedan definir su ámbito espacial de influencia respecto
al otro. En las lenguas románicas y anglosajonas, las palabras que expresan las
personas gramaticales no contienen información semántica sobre el asunto que
tratan los hablantes sino sobre sí mismos y sus respectivas posiciones en el
ámbito comunicativo. La primera y segunda persona de pronombres (yo, tú…) y algunos determinantes (este, ese…; mi, tu…) hacen referencia
a los interlocutores, así como algunos adverbios de lugar (aquí, ahí…). Estas partículas no transmiten significados sobre los
referentes que son tema de la conversación, sino sobre la percepción que los agentes
del diálogo tienen de sí mismos. En este sentido Alicia… está plagado de estas partículas, que los expertos llaman deícticos, por su capacidad de señalar la presencia de los
participantes en el texto que surge de su intercambio lingüístico y comunicativo.
La niña Alicia los usa continuamente para definirse respecto a los otros, para
defenderse de ellos o para amenazarlos. Veamos algunos de los numerosos
ejemplos:
En el diálogo
entre Alicia y la Oruga, ambas usan la deixis pronominal para desentrañar y
fijar la identidad de Alicia, que, tras tantos cambios se siente desorientada y
confusa:
“-¿Puede saberse quién eres tú? –preguntó la Oruga? […] -La verdad, señora, es que en estos momentos, no estoy segura de quién soy.[…]-Está bien –concedió Alicia- Es posible que sus sentimientos y los míos sean muy distintos, pero puedo decirle que yo, en su lugar, me sentiría muy rara. […]-Así es que piensas que has cambiado ¿no es eso?-Eso es, señora –dijo Alicia-Hay ciertas cosas que antes recordaba perfectamente y ya no recuerdo, y encima, ¡cambio de tamaño cada dos por tres!”
Como apuntó Austin, las palabras no sólo sirven
para representar conceptos y transmitirlos, sino para hacer cosas, transformar
la realidad y a nosotros con ella. Para ello usamos partículas llamadas modalizadoras y expresiones de énfasis,
que intensifican y trasladan al discurso las actitudes y sentimientos de los
hablantes. Con ellas suplicamos, pedimos, ordenamos, y en suma dejamos salir
nuestra subjetividad, proyectando así nuestras intenciones y deseos. En este caso, el ejemplo elegido es el diálogo
entre Alicia y la Duquesa:
“-¡Ay, por favor! ¡Cuidado con lo que hacen! –les imploraba la niña, mientras saltaba de acá para allá presa del pánico- ¡Ojo con ésa! ¡Adiós naricita!”[…]“¡Calla y no me des la lata! –le interrumpió la duquesa- ¡Jamás me interesaron las cuentas!”
También la
disparatada conversación entre el Gato y Alicia, cuando ésta le indica su deseo
de ir a algún lado, abunda en
deícticos espaciales. Alicia persigue ordenar el mundo que la perturba y
ubicarse dentro de él, pero el Gato le confirma que eso no es posible, pues
ella no puede independizarse de su medio,
problema que, por cierto, afecta a más de una persona (real, por
supuesto):
“-¿Qué clase de personas viven por aquí?-Por ahí –dijo el Gato- vive un Sombrerero; y en esa otra dirección –y señaló con la otra pata- vive una Liebre Marcera. Da igual que los visites…¡ Los dos están igual de locos.-Pero si yo no quiero estar entre locos –comentó la niña.-¡Ah! Pero eso no puedes evitarlo –le dijo el gato-: aquí estamos todos locos. Yo estoy loco. Y tú también.”
De la misma
manera, el diálogo sobre los singulares relojes y las diversas maneras de medir
el tiempo plantean varias cuestiones de interés: por un lado, el “tiempo” como
concepto genérico se complementa con el del “Tiempo” personificado, lo que se
refleja en el uso de minúsculas y mayúsculas que, de acuerdo con las
convenciones ortográficas, sirven para distinguir el nombre común del propio.
Lo que se dilucida es la distinción
entre pertenecer a una clase o categoría compuesta por muchos seres que
comparten un rasgo común, o ser un individuo único, singular, perfectamente
definido o identificable. Eso es lo que
persigue Alicia, pero no consigue, porque, como bien se dice tantas veces “es una niña”. Precisamente, en
el episodio del partido de croquet da comienzo la rebelión de Alicia y, para
afirmar su identidad frente a aquel mundo enloquecido, usa la deixis, como es
habitual:
“-¿Y a mí que me cuenta? –dijo Alicia, asombrada de su propio atrevimiento- ¡Ese no es asunto mío!”
En resumen, nos
atrevemos a concluir, con todas las limitaciones del aficionado frente al
experto, que estamos ante un libro que narra un viaje, pero de aventura, no
iniciático. Alicia entra y sale como ha entrado de ese extraño mundo colmado de elementos simbólicos, sin haber
dado el salto de la niñez a otro estadio de la vida. Su aumento y disminución
de tamaño es más anecdótico que relevante. Tras el sueño se incorpora a la
realidad y es su hermana la que reflexiona sobre el personaje, aportando la
conciencia y voluntad que Alicia aún no posee. Pero el cuento sugiere algo que
sí forma parte del proceso de crecimiento del ser humano: su lucha por
comprender, aceptar e incorporarse al mundo y afirmar la propia identidad ante
él.
Un tratado sobre el humor
Alicia
en el País de las Maravillas es, sin duda, un libro que contiene una sutil,
y en ocasiones manifiesta, crítica social y moral que se traduce en una visión
escasamente amable sobre la sociedad y sus gestores. La ironía que impregna el
relato suaviza la dureza del contenido mediante los recursos de humor en los
que hay que reconocer el magisterio de Lewis Carroll, pues utiliza casi todos los
del repertorio: desde la hipérbole a las canciones modificadas o los discursos
paralelos y divergentes, todo contribuye a crear una atmósfera paródica y divertida que alcanza
tanto a los niños como a los adultos. El recurso más significativo quizá sea la
creación de un mundo caótico pero internamente coherente, cuyo referente podría
ser la sociedad en general. Esto le permite además reflejar cómo los niños ven
el universo adulto, algo extraño y colmado
de una locura cuyas reglas son incomprensibles. El mundo al revés que se nos
propone en Alicia… se anticipa, como ya mencionamos, al que
posteriormente harán suyo autores como Mihura o Ionesco en el teatro del
absurdo, con el fin de mostrar la confusa desorientación del hombre
contemporáneo. Puesto que hay tantos recursos para producir humor, nos
limitaremos a nombrar algunos y adjuntar la cita correspondiente:
El más frecuente
es la desviación del significado de una palabra. Unas veces se usa la semejanza
fonética (paronomasia) como cuando Alicia habla de Antipatías en vez de Antípodas,
usa histeria por historia, dudo por nudo, etc… Lo curioso es que la ruptura
de la ley que sustenta la comunicación mediante el lenguaje se cuela, camuflada
entre otros disparates, en el diálogo que la duquesa mantiene con Alicia:
“…Y la moraleja de esta es que…“cuídate del sentido y los sonidos se cuidarán de sí mismos”
Abunda la
hipérbole como recurso de comicidad, como observamos cuando imaginamos a Alicia
tan alejada de sus pies que no los ve; pero también se emplea, llevada a su
extremo, como medio de conformación de una atmósfera tragicómica, cercana al
humor negro del esperpento:
“Al cabo de una hora no quedaba un solo arco ni un solo jugador en el campo, a excepción del Rey, la Reina y Alicia, porque todos habían sido condenados a muerte”
Muy frecuentes son
las palabras y expresiones que se usan en un solo sentido o en su sentido
literal, lo que da lugar a la confusión tanto como a la sonrisa. Así
encontramos que las hermanitas del
cuento del Lirón dibujaban (extraían)
mostaza, que Alicia afirma no poder “tomar más té si no ha tomado nada,
o la deliberada identificación de la letra “ t” con la palabra “té”:
“-¿Qué es lo que tintineaba? –le preguntó el Rey.-Todo empezó con el té –le contestó el Sombrerero.-¡Pues claro que “tintinear” empieza con “t” –exclamo el Rey- ¿Me tomáis acaso por un mentecato? ¡Continuad!”
Y finalmente
mencionamos la gran cantidad de frases hechas y expresiones populares que,
tomadas en sentido literal, dan lugar a humorísticas y caóticas conversaciones.
Así ocurre con “dejar seco a alguien”, “la pescadilla que se muerde la cola”,
“sonreír como un gato” o “el gozo en un pozo”.
Los símbolos, con
sus nebulosos sentidos, sugieren más que significan. Por ello los interpretamos
como alusiones al paso del tiempo, uno de los temas que inferimos de la lectura
del libro. Ahí están las acciones de crecer y menguar, las reflexiones sobre la
niñez y la vejez y la continua aparición del Conejo Blanco y su enorme reloj. El paso del tiempo se produce si hay movimiento, el cual se asocia al cambio
que lleva a la existencia de un proceso de transformación, que, aunque no se
produce en la protagonista, sí se atisba y explora en la historia. El dinamismo
propio de la acción se adecua también al modo discursivo narrativo de un viaje, de una
aventura. Como ya dijimos, aquí no estamos ante un viaje iniciático sino ante
un recorrido interior que parte del exterior, de la superficie, para penetrar
en el obscuro, irracional y misterioso universo de los sueños, al que se accede
mediante pozos y túneles. Simbólicos, naturalmente. Un mundo sin control ni
reglas conocidas. Y si las hay – como dice Alicia- no se cumplen. Si nos
detenemos ante esta idea, quizá ese mundo no sea tan distinto del nuestro, ese
que llamamos “real”. GB.
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