domingo, 24 de enero de 2021

El infinito en un junco - Presentaciones y entrevistas en video

1- Presentación del libro de IRENE VALLEJO, El infinito en un junco (Siruela) en la Librería Alberti (Madrid), el 25 febrero de 2020. (Partes 1 y 2)

 

 

 


 

2 - Larga entrevista realizada por Pedro Jorge Romero (pjorge) el 17 dic 2019, que podeís encontrar en su canal de Youtube https://www.youtube.com/c/pjorge?sub_... donde Pedro habla de libros que ha leído, le han gustado y que cree que otros podrían disfrutar también. En ocasiones hace comentarios sobre el proceso de leer, el mundo del libro y algún que otro reto. (Si os gusta el canal podéis suscribiros)

 


 

3 - En el siguiente enlace podeís encontrar una excelente reseña aparecida en El Pais del 27 de diciembre de 2020, donde tendremos la oportunidad de escuchar a la autora leyendo un fragmento de su libro

La cara oculta de ‘El infinito en un junco’ por

https://elpais.com/elpais/2020/12/23/eps/1608744016_330015.html

 




viernes, 22 de enero de 2021

El infinito en un junco - Comentario

"El infinito en un junco"
Una singular mirada a la historia del libro en la antigüedad 
Gloria Benito

 

Reconozco que cuando mi librero de confianza me mostró, en enero de 2020, El infinito en un junco de Irene Vallejo y leí el subtítulo “la invención de los libros en el mundo antiguo”, no dudé ni un segundo. El formato y calidad de la tapa delicadamente rugosa de la editorial Siruela me resultaron tan gratos al tacto como excitante la necesidad de leer  este ensayo sobre el origen y evolución de los libros, esos artefactos que, para una lectora vocacional, son como el oxígeno que nutre, vivifica y hace crecer.
Confieso que no conocía la obra de esta joven filóloga aragonesa, doctora en lenguas clásicas, periodista, escritora y divulgadora de la cultura greco-romana. Pero sin duda exploraré su producción bibliográfica, con especial atención a El silbido del arquero (2015), una novela histórica que ofrece una personal versión de la Eneida. Espero también curiosear en sus artículos periodísticos (Alguien habló de nosotros, 2017) y libros infantiles. Si  consiguen sorprendernos tanto como éste, el viaje merecerá la pena.
En cuanto a sorpresas, en el prólogo encontramos la primera, una asombrosa escena de acción: varios guerreros en sus cabalgaduras recorren aldeas y ciudades a la caza de libros. Penetran en casas y palacios para cumplir el encargo del rey de Egipto de llevarlos a la gran biblioteca de Alejandría, unos años después de la muerte de su fundador. Más adelante leemos que este afán de reunir la mayor cantidad posible de libros refleja una simbólica pasión por poseer el mundo, algo común a grandes conquistadores como Alejandro y Ptolomeo. Las citas previas sobre la escritura y el complejo y fascinante acto de leer anticipan los placeres encerrados en este ensayo híbrido y  mestizo, que  armoniza la historia con la reflexión y el relato con las ideas. En sus entrevistas, la autora  aclara que su intención no fue escribir un ensayo según los cánones academicistas sino un relato fabuloso donde  la voz conductora de la historia se bifurcara en continuas digresiones, como los meandros de un río, como los cuentos que contienen otros cuentos.
De este modo nos adentramos en un dédalo de episodios que nos acercan al nacimiento de los relatos heroicos cuya difusión fue en principio oral hasta que se produjo el milagro de la escritura, esa tecnología  milenaria y esencial que  primero sirvió para fijar la huella de los actos cotidianos, domésticos o comerciales, para después  ponerse al servicio del arte. Como leemos en  la cita de Mia Couto:
“Parecen dibujos,
pero dentro de las letras están las voces.
Cada página es una caja de infinitas voces.”

El recorrido por la historia de la escritura, que primero dibujó ideas y finalmente sonidos, nos hace reflexionar sobre el alfabeto como uno de los sistemas de comunicación más productivos, puesto que puede expresar millones de ideas con sólo 27 símbolos. A esta revelación le siguen otras que van desde el anónimo comerciante fenicio que difundió tal artificio a las transformaciones sociales y políticas que permitieron a las clases populares apropiarse de un conocimiento reservado a las minorías de la aristocracia. Desde ahí viajamos con naturalidad hacia el nacimiento de los libros como compilaciones de escritos en sus múltiples soportes desde la antigüedad hasta hoy:
“…de humo, de piedra, de arcilla, de juncos, de seda, de piel, de árboles, de plástico y luz”
La voz narradora nos conduce a través de un laberíntico pero muy controlado itinerario  hacia las primeras librerías, bibliotecas y escuelas, donde no falta la mirada hacia las mujeres y su papel en las distintas sociedades. Mediante un estilo claro, ameno, aparentemente sencillo y en ocasiones poético, el relato discurre con un ritmo dinámico pero apacible que  invita al lector a emprender y continuar un viaje tan gratificante y confortable como sumergirse en el agua fresca durante el verano. Porque, como  afirma la autora, entrar en este libro es como asistir a una fiesta divertida y relajante donde el amor a la lectura y a la conversación impregna el ambiente. No es libro para especialistas sino para un público amplio que lo como algo escrito para él y, por lo tanto se siente partícipe y cómplice de un diálogo silencioso, libre y secreto con la autora. Este es la magnitud de la asombrosa invención de la  escritura, la lectura y los libros.
Como divulgadora, Irene Vallejo ha proyectado su mirada hacia los escritores clásicos con un propósito subversivo haciéndoles descender de sus peanas, lo que, al tiempo que los humaniza al señalar sus contradicciones, permite una interpretación más libre y sugerente de sus obras y  de su lugar en la historia. Paralelamente, eleva y trae a un primer plano a muchos personajes anónimos — copistas, esclavos, viajeros, libreros, bibliotecarios— rescatando su importante función en el mundo de los libros y la cultura. Con esta actitud estimula al lector acrecentando su curiosidad y espíritu crítico, creando una atmósfera de entretenimiento y aprendizaje, que modifica su percepción de la realidad y convierte la lectura en una forma de enriquecimiento y  evolución personal.  
De Roma, se elogia y admira su humildad para reconocer la superioridad griega y favorecer la profusión de traducciones con que apropiarse de lo ajeno, un rasgo ya interiorizado en un pueblo que ha basado su desarrollo y  expansión  en la usurpación y la conquista.  También en esta ocasión conoceremos a escritores y libreros junto con la curiosa noticia de las 29 bibliotecas públicas abiertas en tiempos de César. Muchos de aquellos poetas y dramaturgos se quejaban, como hoy, de la cicatería de instituciones y mecenas respecto a la cultura y el arte. A tenor de estas asociaciones del mundo antiguo con tiempos más modernos, la autora manifiesta que ella cree que “el futuro avanza mirando el pasado”. Conducidos por la voz narradora  podemos evocar a Agustín (S.IV), fascinado al contemplar a su amigo Ambrosio de Milán tan inmerso en la lectura  que ha desaparecido de su lado para viajar a otro mundo, y a continuación recordar  a los ángeles de la secuencia de la biblioteca en El cielo sobre Berlín de Wim Wenders, por ejemplo.
 
Escritura fenicia

“Leer construye una comunicación íntima, una soledad sonora que a los ángeles les resulta sorprendente y milagrosa, casi sobrenatural. Dentro de las cabezas de la gente, las frases leídas resuenan como un canto a capela, como una plegaria.”
 

Estos juegos temporales atestiguan la universalidad y continuidad de los hechos culturales y muestran que la historia  se puede concebir como un conjunto de relaciones, azarosas y causales, que conforman un tapiz formado por múltiples hilos cuyos nudos ordenan y trazan  un paisaje más amplio, comprensible y estimulante para el lector. Del mismo modo, en este libro, los capítulos fragmentarios se estructuran en una totalidad coherente y organizada, como el mosaico donde se colocan armónicamente las teselas de diferentes formas y colores. Lo que al principio puede parecer una acumulación de piezas sin sentido, al final deja ver  una representación mural que articula las partes en un bellísimo conjunto.
En este libro se combinan a la perfección tres clases de elementos temáticos: la historia del libro como hilo conductor, la reflexión sobre los procesos de lectura y escritura, y el léxico relacionado, con la explicación de su significado, usos y etimología. Todo ello entreverado en un relato que sorprende y divierte, pues  así como nos admira el paso de las tablillas de madera o arcilla al rollo de papiro y  al pergamino que se imprime, como los tatuajes, en la piel, sonreímos al leer que Christopher Nolan hizo decir a su personaje en Memento (2000): “Nuestra piel es una página en blanco; el cuerpo, un libro”
En El infinito en un junco, el lector conocerá a todo tipo de personajes bajo una nueva luz y diferente mirada: viajeros arrojados como Herodoto, dramaturgos sensibles como Esquilo y humoristas como Aristófanes; y a mujeres excepcionales como las poeta Enheduana y la filósofa itinerante Hiparquia de Maronea, que prefirió las plazas y los caminos a los telares.  Con ellos estarán presentes los libros, libros subversivos, tóxicos, terapéuticos, perturbadores (los mejores) ambiguos, enigmáticos, libros que arden como los que quemó Eratóstenes para ser famoso. La ambigüedad, como en El Quijote, se considera un valor, pues produce libros que nacen en grietas y fronteras como este que tenemos entre manos y que los libreros dicen no poder clasificar pues según se mire es relato o ensayo. Pero la autora aclara que su intención fue “ensayar, probar, experimentar”, es decir, abrir el género para dar cabida a la narración, la poesía, la historia, la crónica de viajes y el periodismo. Un cajón de sastre intencionadamente organizado. Y enormemente seductor.


El infinito en un junco - Comentario

 


Comentarios sobre El infinito en un junco tras la reunión telemática

 

“EL INFINITO EN UN JUNCO” de Irene Vallejo
Por José Luis Vicent Marin.


Biblioteca de Alejandría (Reconstrucción)
 

Dice la autora nada más comenzar que Alejandro fue lo que fue inspirado en las lecturas de la Ilíada, que junto a una daga cobijaba cada noche bajo su almohada. Alejandro fue calificado como “el Magno”, es decir, “el Grande”. Pues bien, yo me atrevo a decir que esta obra que va de palabras y de libros, también lo es.

El I+D tan reivindicado por la ciencia cobra sentido en la cultura si nos atenemos únicamente a las veintisiete páginas de “notas” referenciando libro, capítulo y/o número de página de donde ha obtenido información, amén de una bibliografía que comprende más de cien autores y un índice onomástico con cuatrocientos cincuenta nombres que han sido citados en la obra en mayor o menor grado.
Pero no es solo la cantidad lo que para mí la hace “grande” sino la forma en que esa cantidad se nos ha ido representando. Valga de ejemplo que a emblemáticos personajes de la filosofía, la literatura, la política, el poder, la guerra, la historia o la mitología, que sin duda pueden parecernos lejanos (no solo en el tiempo), se le han colado otros mucho más cercanos (tampoco solo en el tiempo) pertenecientes al séptimo arte (algunos también a la música y por supuesto a la literatura), que no he tenido la paciencia de contar porque no todos los que salen están incluidos en la lista. Y es que las incursiones en el mundo del cine, han sido frecuentes y han gozado del acierto y la  habilidad necesarias para plasmar la relación directa de una escena con el tema que en ese momento ha estado tratando, de manera que a lo que pudimos ver y escuchar en la sala de proyección le otorga una extensión comprensiva y una significación que quizá entonces no advertimos. Lo mismo hace con las demás ramas, orientando el foco a extractos concretos de numerosas obras, tratados, discursos o hechos que le sirven de modelo para establecer paralelismos de ideas. Si nos detenemos un poco en ese índice onomástico observaremos los nombres más mencionados, trascendentales sin duda, como Alejandro, Aristóteles, Cicerón, Heródoto, Homero, Marcial, Ovidio o Platón. A estos les siguen de cerca Augusto, Calímaco, Caracalla, Cleopatra, Esquilo, Eurípides, Hesíodo, Horacio, Julio César, Plutarco, Safo, Sócrates, Tácito y Virgilio, así hasta cuatrocientos cincuenta, e incrustado entre el mundo antiguo, nuestro prácticamente contemporáneo Borges que en su obra “La biblioteca de Babel” presenta, en una alegoría profética, al bibliotecario como el buscador virtual de hoy en día en un mar de abundancia, donde la costosa elección impide disponer de tiempo para leer, ¡qué lejos de aquel museo biblioteca de Ptolomeo en Alejandría que cumpliendo  el deseo de Alejandro de reunir todos los libros para así poseer de otra manera el mundo, designó a Demetrio de Falero como el primer bibliotecario encargado de poner orden al caos y permitiendo que los eruditos allí instalados gozaran de todo el tiempo para pensar!

Piedra de Rosetta
De todos los nombres ha extraído algo interesante que contarnos y que aportara contenido al estudio, como el abierto e irreverente poeta Marcial que copiaba y repartía sus propias obras sin prejuicios por quien las leyera, nacido en el siglo I en Hispania, en la ciudad romana de Bíbilis, junto a la actual Calatayud y por tanto compatriota de la zaragozana Irene Vallejo. Su gran conocimiento del mismo y su deseo de compartirlo han edulcorado  muchas páginas de esta obra, y entre ellas, la del capítulo 31 de la segunda parte, donde la voz narradora, como si de una pitonisa se tratase, se dirige al propio Marcial hablándole de lo que será su vida a partir de su regreso al lugar donde nació. Un lugar de paz y tranquilidad que había inspirado a sus poemas trasladándolo a ellos con nostalgia cuando estaba lejos, pero en esa calma dejará de escribir y quizá con el tiempo le llegue el aburrimiento y  la añoranza de las reuniones, el bullicio y los placeres que dejó en Roma. Tal vez ese estilo narrativo y ese contenido más terrenal en medio de lo trascendental, me han concedido como a Marcial, un sosiego en medio de una lectura que a pesar de todo, no ha sido tan pesada como pudiera parecer en una obra catalogada como “ensayo”, y si lo es, permítaseme la simpleza, le ha salido muy bien. También ha contribuido a ello sus incursiones autobiográficas siempre bien acogidas y siempre ajustadas al tema, además de las múltiples curiosidades, anécdotas, aventuras y episodios refrescantes, que contagian al lector del mismo interés que la autora, de niña, ponía al escuchar los cuentos que le leía su madre, de manera que a mí, me ha instalado en una lectura que va más allá o más acá del ensayo.
La historia de la palabra, hablada, escuchada,  escrita, leída e interpretada, da para mucho, y se trata sin duda del mayor logro de la humanidad. El ser humano se distingue por su capacidad de pensar y razonar en un proceso genético que ha durado y sigue durando cientos de miles de años. Y de ese proceso nació el invento. Primero en forma de signos que después felizmente a lo largo de los siglos y tras la plasmación de los sonidos en aquellas veintidós primigenias consonantes de un fenicio desconocido,  terminaron en palabras. Esas palabras que para no perderlas de generación en generación alguien las había convertido en poesía porque su lenguaje rítmico resultaba más fácil de recordar y esas palabras que al ser al fin escritas alargaban su vida intentando impedir con ello que se disolvieran en el pasado para siempre. Aunque no todos estaban de acuerdo, recordemos que nada menos que Sócrates pensaba que la escritura haría perezosa a la memoria y que además en su pasividad jamás podría defenderse de nuestras preguntas. Pero sin ellas no estaríamos donde estamos, lo que nosotros aprendimos en poco tiempo pasando de la oralidad a la escritura, a la humanidad le costó miles de años y por eso debemos sentirnos obligados a conservarlas, a mimarlas y a entenderlas aplicando para ello el conocimiento de otras palabras que las expliquen.
Rollo de papiro
Al hilo de las anécdotas (ese hilo que también destaca la autora en su vocabulario afín entre textos y tejidos), me viene a la mente algo que me sucedió hace solo unos días. Caminando por el centro de Valencia me encontré con tres de nuestras compañeras y hablando de esto y de lo otro surgió la pregunta de qué significaba y por qué se llamaba así la calle donde nos encontrábamos. Bueno, la calle estaba escrita en valenciano, pero aunque lo hubiese sido en castellano, el origen no quedó totalmente aclarado hasta que una de ellas recurrió al Santísimo Google. Si nadie se hubiera tomado la molestia de insertar ese conocimiento en documentos oficiales o en otras páginas reales o virtuales y el boca a boca se hubiese cortado digamos en la generación anterior, ahora mismo estaríamos condenados a leer y pronunciar su rótulo sin saber su significado o el motivo por el que se le brindó esa placa, hasta que el ayuntamiento, aburrido y decepcionado por la desidia o la sinrazón de sus antepasados, la retirase.   
Ya sé, tal vez sea una exageración, pero no lo es tanto si de lo que hablamos es de libros. Esta obra recorre el tortuoso camino desde las inscripciones en piedra (recordemos esa Rosetta felizmente hallada que sirvió para traducir jeroglíficos y gramática egipcia) o en tabletas de arcilla, los rollos de papiro obtenidos a partir de los juncos, los pergaminos a partir de las pieles o los códices como antesala del libro propiamente dicho y la inestimable contribución de los copistas hasta la invención de la imprenta, porque como hemos advertido entre tantas curiosidades, reflexiones, introspecciones y enseñanzas lingüísticas (de un sinfín de palabras hemos conocido su raíz), el formato acuartillado y paginado, ya sea en papel o en electrónico, no ha cambiado desde hace siglos, tal como tampoco lo han hecho determinados utensilios básicos en nuestra vida. En ese camino lleno de obstáculos, las guerras, la barbarie, el vandalismo, las catástrofes (como Pompeya en la que curiosamente, la solidificación de la lava contribuyó a rescatar algo) o la simple negligencia, se ocuparon de arrasar buena parte de las bibliotecas que guardaban el conocimiento sin fronteras temporales ni geográficas y que tanto tardaron en extenderse, como los poemas de la griega Safo quemados por Gregorio VII dieciséis siglos después. Por suerte, una parte de obras condenadas a su destrucción se conservaron escondidas paradójicamente en los monasterios, otras se han recuperado en vertederos dos mil años después y alguna más reciente por pura casualidad, como esa de Shakespeare encontrada por un bibliómano en las hojas de papel de wáter de una pensión inglesa.
Como dice la autora, un largo y sinuoso río lleno de meandros, bifurcaciones, paradas en seco y resurgimientos donde los libros y la sabiduría contenida en ellos, se han conservado gracias a los juncos, la piel, los harapos, el árbol y la luz.
Pues bien, esta obra, posee la gran virtud de mostrarnos por dónde transcurrió ese río, de manera que ya nunca perdamos el conocimiento de cómo se produjo ese fascinante recorrido.

 




jueves, 21 de enero de 2021

TERTULIA

 Nuestra tertulia del pasado día 19 de enero sobre el libro de Irene Vallejo "El infinito en un junco"




lunes, 18 de enero de 2021

El infinito en un junco - Presentación

 

Irene Vallejo: Comprender el presente desde el pasado 

Gloria Benito

 

Como se observa y deduce de la lectura de El infinito en un junco, Irene Vallejo sitúa los orígenes de su vocación investigadora del mundo clásico en las historias que le contaron en su infancia. En eso no se diferencia de otros escritores, primero degustadores de historias y después, apasionados lectores. No es de extrañar que cursara estudios de Filología Clásica, que culminaron con una tesis sobre el canon literario grecolatino. En su trayectoria profesional  recibe diversos premios: el Premio Fin de Carrera y el de Mejor Trabajo de Investigación de la Sociedad de Estudios Clásicos por un ensayo sobre el poeta latino Marcial.
Estamos ante una mujer polifacética que bucea en muchos campos, desde el periodismo a la creación literaria. Habitual columnista de El Heraldo de Aragón, imprime a sus artículos un tono filosófico que asocia la cultura antigua con la actual. Éstos se pueden leer en las dos antologías publicadas, una en 2010 (El pasado que te espera), y otra en 2017 (Alguien habló de nosotros).

Como novelista, El silbido del arquero (2015) indaga en la historia antigua para construir una ficción que permite entender el presente desde el pasado, interés nuclear de la obra de Irene Vallejo. Al contar la historia de Eneas dirigiéndose a Occidente para fundar un nuevo mundo tras la guerra de Troya, el relato permite conocer la historia y reflexionar sobre el mito como símbolo de conflictos y comportamientos universales. Dando voz a los personajes de la Mitología, muestra su interior y nos permite proyectar una nueva mirada sobre una realidad antigua.
Antes había publicado La luz sepultada (2013), una novela polémica y con críticas encontradas, sobre el sufrimiento de los perdedores de la guerra civil. Sus relatos breves se pueden encontrar en dos antologías: La mascota virtual (1998) y Hablarán de nosotras (2016). Dos publicaciones bellamente ilustradas muestran su incursión en la literatura infantil: El inventor de viajes (2014) y La leyenda de las mareas mansas (2015).
Su entusiasmo por la antigüedad junto con su vocación como divulgadora se evidencia en múltiples colaboraciones para difundir su amor por la cultura clásica: conferencias en diversos foros, coloquios en centros de enseñanza o proyectos tan interesantes como Believe in art, para introducir el arte y la literatura en hospitales infantiles.

Su último ensayo, El infinito en un junco, ha alcanzado un éxito notable. Mediante un discurso aparentemente sencillo, limpio y transparente, la autora combina los hechos de la Historia con comentarios personales, científicos y humanísticos. El resultado es una estructura perfecta donde las piezas encajan unas en otras como en un puzle. Datos históricos dan paso a evocaciones personales y reflexiones sobre el proceso lector y su poder comunicativo en el mundo antiguo como desencadenante de múltiples procesos culturales, económicos y sociales. Este libro nos acoge y nos instala en un espacio confortable, un lugar para reflexionar, deleitarse y aprender.


 

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