Reconozco que cuando mi librero de confianza me mostró, en enero de 2020, El infinito en un junco de Irene Vallejo y leí el subtítulo “la invención de los libros en el mundo antiguo”, no dudé ni un segundo. El formato y calidad de la tapa delicadamente rugosa de la editorial Siruela me resultaron tan gratos al tacto como excitante la necesidad de leer este ensayo sobre el origen y evolución de los libros, esos artefactos que, para una lectora vocacional, son como el oxígeno que nutre, vivifica y hace crecer.
Confieso que no conocía la obra de esta joven filóloga aragonesa, doctora en lenguas clásicas, periodista, escritora y divulgadora de la cultura greco-romana. Pero sin duda exploraré su producción bibliográfica, con especial atención a El silbido del arquero (2015), una novela histórica que ofrece una personal versión de la Eneida. Espero también curiosear en sus artículos periodísticos (Alguien habló de nosotros, 2017) y libros infantiles. Si consiguen sorprendernos tanto como éste, el viaje merecerá la pena.
En cuanto a sorpresas, en el prólogo encontramos la primera, una asombrosa escena de acción: varios guerreros en sus cabalgaduras recorren aldeas y ciudades a la caza de libros. Penetran en casas y palacios para cumplir el encargo del rey de Egipto de llevarlos a la gran biblioteca de Alejandría, unos años después de la muerte de su fundador. Más adelante leemos que este afán de reunir la mayor cantidad posible de libros refleja una simbólica pasión por poseer el mundo, algo común a grandes conquistadores como Alejandro y Ptolomeo. Las citas previas sobre la escritura y el complejo y fascinante acto de leer anticipan los placeres encerrados en este ensayo híbrido y mestizo, que armoniza la historia con la reflexión y el relato con las ideas. En sus entrevistas, la autora aclara que su intención no fue escribir un ensayo según los cánones academicistas sino un relato fabuloso donde la voz conductora de la historia se bifurcara en continuas digresiones, como los meandros de un río, como los cuentos que contienen otros cuentos.
De este modo nos adentramos en un dédalo de episodios que nos acercan al nacimiento de los relatos heroicos cuya difusión fue en principio oral hasta que se produjo el milagro de la escritura, esa tecnología milenaria y esencial que primero sirvió para fijar la huella de los actos cotidianos, domésticos o comerciales, para después ponerse al servicio del arte. Como leemos en la cita de Mia Couto:
“Parecen dibujos,
pero dentro de las letras están las voces.
Cada página es una caja de infinitas voces.”
“…de humo, de piedra, de arcilla, de juncos, de seda, de piel, de árboles, de plástico y luz”
La voz narradora nos conduce a través de un laberíntico pero muy controlado itinerario hacia las primeras librerías, bibliotecas y escuelas, donde no falta la mirada hacia las mujeres y su papel en las distintas sociedades. Mediante un estilo claro, ameno, aparentemente sencillo y en ocasiones poético, el relato discurre con un ritmo dinámico pero apacible que invita al lector a emprender y continuar un viaje tan gratificante y confortable como sumergirse en el agua fresca durante el verano. Porque, como afirma la autora, entrar en este libro es como asistir a una fiesta divertida y relajante donde el amor a la lectura y a la conversación impregna el ambiente. No es libro para especialistas sino para un público amplio que lo como algo escrito para él y, por lo tanto se siente partícipe y cómplice de un diálogo silencioso, libre y secreto con la autora. Este es la magnitud de la asombrosa invención de la escritura, la lectura y los libros.
Como divulgadora, Irene Vallejo ha proyectado su mirada hacia los escritores clásicos con un propósito subversivo haciéndoles descender de sus peanas, lo que, al tiempo que los humaniza al señalar sus contradicciones, permite una interpretación más libre y sugerente de sus obras y de su lugar en la historia. Paralelamente, eleva y trae a un primer plano a muchos personajes anónimos — copistas, esclavos, viajeros, libreros, bibliotecarios— rescatando su importante función en el mundo de los libros y la cultura. Con esta actitud estimula al lector acrecentando su curiosidad y espíritu crítico, creando una atmósfera de entretenimiento y aprendizaje, que modifica su percepción de la realidad y convierte la lectura en una forma de enriquecimiento y evolución personal.
De Roma, se elogia y admira su humildad para reconocer la superioridad griega y favorecer la profusión de traducciones con que apropiarse de lo ajeno, un rasgo ya interiorizado en un pueblo que ha basado su desarrollo y expansión en la usurpación y la conquista. También en esta ocasión conoceremos a escritores y libreros junto con la curiosa noticia de las 29 bibliotecas públicas abiertas en tiempos de César. Muchos de aquellos poetas y dramaturgos se quejaban, como hoy, de la cicatería de instituciones y mecenas respecto a la cultura y el arte. A tenor de estas asociaciones del mundo antiguo con tiempos más modernos, la autora manifiesta que ella cree que “el futuro avanza mirando el pasado”. Conducidos por la voz narradora podemos evocar a Agustín (S.IV), fascinado al contemplar a su amigo Ambrosio de Milán tan inmerso en la lectura que ha desaparecido de su lado para viajar a otro mundo, y a continuación recordar a los ángeles de la secuencia de la biblioteca en El cielo sobre Berlín de Wim Wenders, por ejemplo.
Escritura fenicia |
“Leer construye una comunicación íntima, una soledad sonora que a los ángeles les resulta sorprendente y milagrosa, casi sobrenatural. Dentro de las cabezas de la gente, las frases leídas resuenan como un canto a capela, como una plegaria.”
Estos juegos temporales atestiguan la universalidad y continuidad de los hechos culturales y muestran que la historia se puede concebir como un conjunto de relaciones, azarosas y causales, que conforman un tapiz formado por múltiples hilos cuyos nudos ordenan y trazan un paisaje más amplio, comprensible y estimulante para el lector. Del mismo modo, en este libro, los capítulos fragmentarios se estructuran en una totalidad coherente y organizada, como el mosaico donde se colocan armónicamente las teselas de diferentes formas y colores. Lo que al principio puede parecer una acumulación de piezas sin sentido, al final deja ver una representación mural que articula las partes en un bellísimo conjunto.
En este libro se combinan a la perfección tres clases de elementos temáticos: la historia del libro como hilo conductor, la reflexión sobre los procesos de lectura y escritura, y el léxico relacionado, con la explicación de su significado, usos y etimología. Todo ello entreverado en un relato que sorprende y divierte, pues así como nos admira el paso de las tablillas de madera o arcilla al rollo de papiro y al pergamino que se imprime, como los tatuajes, en la piel, sonreímos al leer que Christopher Nolan hizo decir a su personaje en Memento (2000): “Nuestra piel es una página en blanco; el cuerpo, un libro”
En El infinito en un junco, el lector conocerá a todo tipo de personajes bajo una nueva luz y diferente mirada: viajeros arrojados como Herodoto, dramaturgos sensibles como Esquilo y humoristas como Aristófanes; y a mujeres excepcionales como las poeta Enheduana y la filósofa itinerante Hiparquia de Maronea, que prefirió las plazas y los caminos a los telares. Con ellos estarán presentes los libros, libros subversivos, tóxicos, terapéuticos, perturbadores (los mejores) ambiguos, enigmáticos, libros que arden como los que quemó Eratóstenes para ser famoso. La ambigüedad, como en El Quijote, se considera un valor, pues produce libros que nacen en grietas y fronteras como este que tenemos entre manos y que los libreros dicen no poder clasificar pues según se mire es relato o ensayo. Pero la autora aclara que su intención fue “ensayar, probar, experimentar”, es decir, abrir el género para dar cabida a la narración, la poesía, la historia, la crónica de viajes y el periodismo. Un cajón de sastre intencionadamente organizado. Y enormemente seductor.
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