martes, 15 de mayo de 2018

Cuando llega la penumbra


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Cuando llega la penumbra, de Jaume Cabré
Irónico  acercamiento a la génesis del mal

 La penumbra es esa zona de sombra entreverada de luces inciertas. La ambigüedad, la duda y el humor diluyen la definición del mal  lanzándolo al territorio del caos, muy lejos del orden de un mundo moralmente cerrado y unívoco. El autor de estos cuentos propone al lector una reflexión sobre  la génesis del mal y sus manifestaciones, desde el asesinato, el robo, la venganza  y la pederastia, al burlesco final de un dictador, otra encarnación de la maldad en sociedades políticamente contaminadas (Bala de Plata). Con una mirada lúcida y sutil, el autor delega en diversas voces  la narración de unas historias   donde el azar, el maltrato, la mala suerte, la rabia o el miedo aparecen como causa  y motivo de los crímenes.

El autor propone a los lectores participar en un juego narrativo que se extiende en dos direcciones: por un lado, el crimen inicial, el secuestro y asesinato de la hija del señor Parés, funciona como  motivo que salta de uno a otro argumento, conectando las historias del  mismo modo que algunos personajes entran y salen del ficticio cuadro de Millet, La paysanne. Con aguda ironía el autor nos hace pasar de la ficción literaria a la reflexión metaliteraria al crear en el cuadro, cuya esencia es descriptiva y estática, la posibilidad de animarse con la irrupción de personajes que transforman la quietud en movimiento y  éste en acción. Los componentes de todo  discurso narrativo, espacio y tiempo, se alternan mediante esta broma fantástica que permite imaginar al senil Claudi, el astuto Rigaud y al  furioso señor Parés, paseándose junto a la bella aldeana que camina hacia el sol y que, por cierto, acaba harta de tan arrobada compañía. El cuadro animado adquiere la textura simbólica del  libro como continente de todas las historias.

 Con  su humor habitual, Cabré se dirige  a un lector cómplice que sepa apreciar sus guiños. La sombra sobrevuela sobre todos los relatos como símbolo del dolor, el miedo, la culpa y la muerte. El lado oscuro del hombre se impregna de ambigüedad al mostrarse en dos realidades que duplican  el punto de vista sobre sus límites morales. El espejo donde Sara Voltes-Stein (personaje de Yo confieso) se refleja mientras pinta su autorretrato, como el cuadro La Paysanne, sitúa a los personajes en dos escenarios, el virtual y  soñado frente al realista, ambos ficticios. Este tránsito de algunos personajes por dos  planos ficcionales --como hiciera Cervantes en El Quijote- acrecienta el valor del libro con otro gran invento cervantino: el perspectivismo multiplicador de hipotéticas interpretaciones y la comprensión como alternativa al maniqueísmo.

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Personajes como Claudi (Claudi) y Rigaud (Nunc Dimitis), como visitantes de un espacio  ficticio que les permite navegar en el tiempo, doblan su personal experiencia vital y amplían su significado y función en el relato. Resulta gracioso que el primero lo haga desde la alucinatoria locura del Alzheimer, y el segundo desde el cinismo de su conciencia de ladrón y timador profesional.  Estas dos formas de ocultamiento de la identidad, locura y fingimiento, se adecuan a la naturaleza de la ficción narrativa, cuya esencia es precisamente el arte de engañar, de mentir y seducir al destinatario, trasladándolo a los territorios creados por la imaginación creadora del escritor. Pues esta colección de cuentos, además de su  unitaria idea sobre el mal, contiene otro mensaje más sutil sobre las formas de contar y estructurar las historias. Así como en Las manos de Mauk,  el relato de Mauri contiene otro de ambiente literario con tintes de género negro, Cuando llega la penumbra  guarda muchas y variadas sorpresas para el lector predispuesto a buscarlas, para el intérprete  arrastrado por el juego de encontrar indicios y señales que avalen sus conjeturas.

La relación de cuentos no es una serie gratuita sino un conjunto articulado en torno a una intención. El primero (Los hombres no lloran) y el décimo (Punto de fuga) inician y cierran una historia sobre el mal y sus sombras. Al comienzo vemos cómo, poco a poco, desaparece un niño, víctima de la soledad y del abandono de quienes debían protegerle, y emerge un frío criminal y eficiente asesino. Los cuidadores Henricus e Ignatius, cuyos nombres de resonancias latinas evocan tiempos de represión, hipocresía y despotismo, dan testimonio de la intrahistoria de muchos internados católicos de este y otros países. El niño, aprisionado por los monstruos del terror de las largas noches, migra desde su propia voz como YO narrativo a un TÚ que  sustituye el dolor por el odio y éste por la indiferencia. Este desdoblamiento del protagonista le  permite contemplarse a sí mismo como el otro, como algo ajeno, pues nombrándose como TÚ experimenta el extrañamiento y distancia precisos para ser el criminal despiadado y calculador en que se convierte. El TÚ suplanta al YO, el asesino al inocente, el adulto al niño y una desesperada  apatía emocional al llanto. Con el tópico “los hombres no lloran” se clausuran tanto la esperanza como el relato, pues se alude tanto al vacío sentimental como a la impasible sangre fría del criminal, que, como criatura de la penumbra, es consciente de su confusión y negrura interior:

“Mientras se alejaba del tractor silencioso, no quiso pensar que quizá nunca recuperaría la esperanza que lo había abandonado al entrar en la cárcel. Y todavía no había terminado todo lo que quería hacer para disipar la neblina que le emborronaba la vida” (P.47)

La ausencia de llanto acompaña también al señor Parés  (Punto de fuga) cuando cierra el ciclo de  su vengativa odisea, fruto en este caso de la rabia y  dolor no superados tras el asesinato de su hija. Se trata de otro proceso e idéntico resultado: la creación de un despiadado y justiciero asesino que, en su afán, se lleva a otros tantos criminales por delante, sean o no responsables del delito. Lo que, si se mira bien, resulta tan irónico como paradójico, si no fuera por el universo irracional en que nacen y evolucionan los personajes. Esta expresión, “los hombres no lloran”, clausura  en el primer relato tanto la esperanza como la historia. En el décimo, con una estructura inversa y circular que inserta en la línea temporal abundantes retrospecciones, indicios y señales, se reúnen personajes y concurren historias de otros cuentos,  integrados así en un relato que comienza en Barcelona y acaba en la Martinica treinta años después.

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En esta colección encontramos una galería de delincuentes bajo las más diversas formas: el ladrón y el asesino son radiografiados y descritos en su vertiente amateur y profesional. El talento narrativo de J.Cabré se evidencia en una interesante variedad de voces, que van del monólogo interior del cínico y pragmático profesional que vive holgadamente de su trabajo(A sueldo), a la ironía de la desgraciada vida y muerte del pobre pastor pirenaico que  se siente perturbado en su tumba, tanto por la acumulación de cadáveres de la guerra civil como por los constantes trabajos de los arqueólogos de la “memoria histórica” (Poldo). El azar juega su papel en la broma que acaba tan mal como un falso relato, tanto en Buttubatta como en Pandora, aunque las motivaciones de los criminales son muy distintas. En el primer caso, el miedo y la estupidez provocan un conjunto de muertes tan hilarantes como trágicas. En el segundo, la codicia de un divorciado le hace tragar con aquello que tenía destinado a su excónyuge, la muerte, convirtiéndose así en el asesino asesinado. Igual que el burlador burlado o el alguacil alguacilado, hijos todos de una vieja tradición literaria.
La culpa rabiosa del pederasta y asesino en serie se complementa con la descripción del personaje adicto y marginado, aislado y solitario en el bar cuyo nombre simboliza la sociedad que le expulsa (Paraíso). El alumno que asesina a su provocadora y pedante profesora evoca en su disparatado y subversivo discurso obituario los tópicos de la novela negra (Teseo).

En realidad la penumbra que nos  envuelve no es tan densa como para resultar agobiante, pues su negrura se alivia con los trazos de humor que  el autor acostumbra. En este caso, humor negro, claro.

Para muchos teóricos, el que los asesinos caigan a menudo en la tentación de volver al escenario del crimen no es más que una convención literaria. Prueba de que sólo son teóricos. Los más perspicaces, sin embargo, defienden que quien lo hace es porque sabe que va a experimentar una sensación tan intensa y única, un cosquilleo tan profundo en el estómago, que será un error renunciar a percibirlo” (p.262)


La referencia metaliteraria se cuela constantemente por los resquicios de las historias Adivine el lector con qué teóricos se identificaría el autor y  encontrará una de las claves esenciales de este libro. GB.

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