MI FAMILIA Y OTROS ANIMALES de G.Durrell
COMENTARIO
GENERAL (José Luis Vicent)
Bueno,
bueno, bueno. Confieso que en la lectura de muchos pasajes de este libro he
disfrutado como un enano, es decir, como solo lo pueden hacer los niños. Sin
duda no tanto como Gerry que ya adulto homenajea a su madre recién fallecida
plasmando en papel las vivencias de cinco maravillosos años de su infancia en
un escenario irrepetible y acompañado de su estrafalaria familia.
Seguramente
apenas voy a hablar del libro. O sí. No lo sé. Lo cierto es que las primeras
sensaciones fueron sin duda, tonificantes, de las que se digieren con
satisfacción sin la necesidad de apelar a agotadores esfuerzos de la mente que
en este caso, por fortuna, han sido absolutamente innecesarios.
Los
hechos, descritos con la misma naturalidad que irradian tanto las personas que
forman su familia como las que habitan la isla a pesar de sus exquisitas
extravagancias, han entrado en el habitáculo de mi espíritu, de mi alma o de
mis sentidos con una facilidad pasmosa, como si lo estuviera deseando, y
agradecido además, de que las palabras más complejas no fueran otras que los
nombres de algunos de los numerosos animalitos hábilmente descritos en el
glosario final para satisfacer la curiosidad del lector más incisivo.
Si
repasamos nuestra infancia, me atrevería a decir que, incluso aceptando no
tener una madre como la de Gerry, tan dispuesta a dejarse llevar amablemente
casi hasta el límite de la confabulación, ni unos hermanos cuyas rarezas
evolucionan en la misma proporcionalidad con la que el pequeño va completando
su zoo particular, casi ninguno hemos ido más allá de acariciar un par de
pollitos pensando que jamás crecerían, colocar gusanos de seda en una caja
llena de hojas de morera esperando ansiosamente el día de su metamorfosis, o concedidas pequeñas brutalidades, experimentar
cortando algunos rabos de lagartija o cercar con fuego a un escorpión para ver
si es verdad que se inmola clavándose su propio aguijón.
Pero
seguramente, de todos los animales protagonistas de este libro, sea Roger el
que sintamos como más cercano. ¿Quién no ha tenido la oportunidad momentánea y
muchos otros la fortuna de disfrutar cada día de la inalterable amistad de su
perro?. Creo que nada sería igual en esta historia sin esa compañía continuada
y envuelta siempre en las conversaciones que solo animal y amo son capaces de
entender.
He
estado leyendo el libro en lugares aceptados como los más normales para esta
actividad nada física. En el salón de casa, tumbado en la cama a la luz de la
lamparilla de noche, en el metro o incluso delante del ordenador. Sitios muy
poco especiales, sin particularidades,
sin interés diría yo. Sitios que, como me di cuenta después, no eran los
más apropiados para acoger textos rebosantes de naturaleza, ¡y encima con un
libro electrónico!. Hubiera sido más gratificante armonizar los dos lugares:
aquél desde el que se lee y aquél sobre el que se está leyendo.
Ir
a un sitio, aunque fuera cercano, en el que apenas se viera, oliese o escuchase
nada que el hombre hubiera sido capaz de construir alterando la esencia del
entorno. Difícil papeleta. O quizá pues más lejos, sí, lo suficiente para no
caer en el error de volver fácilmente.
Entonces,
¿por qué no?, allá, aupado en esa colina magistralmente descrita, los bosques
de cyclamen, donde se me presentaran diáfanos los pastoreos de Yani; el
científico Teodoro departiendo con Gerry de igual a igual a la puerta de su
hogar laboratorio; el archipiélago
encantado al que acudían navegando sobre “la Vaca Marina” o el
“Bottle-Bumtrinket”; el inconfundible hombre de las cetonias tocando la flauta
envuelto en su vistosa indumentaria repleta de bolsas, sacos y jaulas; las
sandías y granados de Petro en los campos de ajedrez; Taki conduciendo su barco
hacia la orilla en su habitual permiso carcelario; el coche de Spiro, portador
de algún recado, serpenteando por los senderos de tierra; o la villa de la
familia Durrell con sus miembros enfaenados en sus cosas, Larry golpeando
palabras desde las teclas de su máquina, Leslie limpiando su escopeta de dos
cañones, Margo cuidando su acné y Mamá Durrel rodeada de pucheros y recetarios.
Tal
vez, en sus inquietudes, el niño Gerry acompañado de sus perros con Roger
abriendo camino, y cargado de frascos
llenos de escorpiones sapos o lagartos subiera a descansar al amparo del
frescor de los tres olivos, y acogida mi presencia con un cordial saludo me
preguntara qué era aquello que tenía entre mis manos. Yo, con una mirada
circular abarcaría todo el espléndido contorno de la isla y alzando ligeramente
el libro respondería: “estoy leyendo y contemplando agradecido la vida que
escribirás dentro de veinte años”.
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