“NOS
VEMOS ALLA ARRIBA” de Pierre Lemaitre y “14” de Jean Echenoz
Por
José Luis Vicent.
Si
de algo no hay ninguna duda es que ambas novelas se alimentan de la Gran Guerra
para construirlas. Podrían por tanto ser parecidas.
Pero
no lo son.
Dado
que las leí en el orden indicado en el título de este comentario, solo pude establecer
la comparación (más sensitiva que razonada), durante y al término de la
segunda.
Para
evitar malos entendidos, incluso conmigo mismo, debo decir que ambas me han
gustado y que la cantidad (más de cuatrocientas páginas la primera y apenas
setenta la segunda), no está reñida con la calidad en ningún sentido.
Las
diferencias empiezan cuando empiezan, porque “14” lo hace en el 14 –al comienzo
de la guerra- y “Nos vemos allá arriba” en el 18 –al final de la guerra-. De
hecho, a este último le basta con describir con todo lujo de detalles apenas un
solo episodio bélico: el enterramiento en vida de Albert tras el espetón del
teniente Pradelle al agujero de un obús que otro cercano se encargó de cubrir y
las heridas en pierna y rostro de Edouard cuando consigue sacarlo de allí. “14”
sin embargo, nos deleita muy brevemente, casi como en una exposición, con todo
tipo de armamento bélico de la época, condimentado eficazmente con la pesada
carga de utensilios que un soldado lleva sobre su cuerpo y su mochila.
Ambos
casos sirven para repudiar la guerra y confirmar que lo que unos pocos provocan
otros muchos lo pagan.
Lemaitre
se apoya en un argumento espectacular del que después dirá que la mitad está
basado en hechos reales y la otra mitad no, aunque bien pudiera también
estarlo. Las dos mitades corresponden a sendas estafas. La de los cementerios
es la más indignante por cómo se trata a los muertos y a los sentimientos de
sus vivos, y por la serie de artimañas urdidas por quien corrompe y quien se
deja corromper (cien años después, esta hermosa labor se ha perfeccionado hasta
límites insospechados). La de los monumentos patrióticos es contemplada con
mayor benevolencia dado el objetivo y habilidad de sus autores y la lección un
tanto humillante al ego de las autoridades y a la fachada cínica de las
instituciones.
Echenoz
no se apoya en más argumento que el de la propia guerra, desde las vísperas de
la llamada a filas con la llamada a quintas rodeada a veces de entusiasmados
cánticos, hasta el fin de la contienda, pasando por las kilométricas y
extenuantes marchas cargados hasta las cejas, las esperas más o menos
tranquilas jugando a los naipes o escribiendo cartas, y la excavación de
trincheras bajo el castigo del calor sofocante o del frío paralizador, bajo la lluvia
de copos o a la de proyectiles. Sobra y basta para entender lo inentendible
metido en el pellejo de un soldado cualquiera.
La
narrativa de Lemaitre no es del todo lineal. Viaja al pasado con el objetivo
claro de entender el presente en que se encuentra, aunque ese pasado pueda ser
el de hace diez minutos o el de hace varios años. Utiliza la ironía que a veces
desemboca en lo macabro o en lo grotesco. Incluso a menudo incluye una especie
de anticipo para advertir ligeramente de la sorpresa que viene después. Echenoz
también utiliza la ironía, pero narra linealmente, sin exagerar en los
detalles, pero con una enumeración de datos y efectos nocivos del ante, durante
y después de la contienda, que no echas en falta ningún ingrediente adicional.
Mientras
los personajes de Lamaitre son perfilados casi al milímetro hasta dejar al
lector con escasas posibilidades de imaginarlo de otro modo que no sea el que
es, Echenoz se limita a contornearlos. Apenas dice nada de ellos, apenas
sabemos nada de ellos, ni siquiera físicamente si no es por lo que les falta
(la vista, un brazo), más que por lo que tienen, lo justo para que la mente del
lector se remueva y los simpatice o los abomine. Una razón más para que una sea
tan larga y la otra tan corta.
La
amistad de Albert y Edouard en la novela de Lemaitre, corresponde más a una
deuda, a una promesa de no abandonar a quien le ha salvado la vida. La amistad
de Anthime con sus otros tres compañeros es anterior a la contienda, son el
grupo que en la novela de Echenoz sale del pueblo natal –alguno sonriente,
alguno temeroso-, sin saber qué les espera.
Quizá
el indeciso Albert, tan mediocre y falto de iniciativa según la voz de su madre
metida permanentemente en su pensamiento, podamos darle un parecido con Anthime
–hombre de adaptación fácil incluso a las circunstancias más adversas-, aunque
su verdadero denominador común es que ambos son o fueron contables. Pero el
fatalmente desfigurado Edouard –rico, extravagante y artista poco varón a los
ojos de su decepcionado padre- no puede compararse a Padioleau –un endeble y
tímido carnicero-, más allá de su desgracia.
Tal
vez si la obra de Echenoz se hubiera extendido, encontraríamos a la familia
Borne-Séze buscando apoyo en el acaudalado banquero Pericourd -tan cercano al
poder político de la otra novela- con el fin de protegerles de las
irregularidades en la fabricación del calzado militar en las postrimerías de la
contienda. Nada que ver sin duda, con el indeseable teniente Pradelle en la
novela de Lamaitre –ascendido a capitán y a yerno del banquero- cuya perversión
se inicia acribillando por la espalda a dos de sus propios soldados con la vil
excusa de provocar un ataque justificado al enemigo, y termina con el montaje
de un suculento negocio con los camposantos, reduciendo la calidad y medidas de
los ataúdes que obliga a la amputación de las extremidades en una ubicación
caótica de los cadáveres. Finalmente descubierto y acorralado, se verá forzado
a pedir ayuda a su suegro -confundido por la melancolía y el fraudulento
desastre conmemorativo de los monumentos, que reivindicaría la memoria de
su ahora añorado hijo-, a cambio de
facilitarle el responsable del mismo. Una ayuda que Pradelle nunca recibirá
quedando en manos de la justicia, y una recompensa en forma de atropello a su
enmascarado hijo, que Pericord hubiera preferido no obtener jamás.
Tampoco
la dulce y enigmática Blanche –hija de Borne y única heredera de la fábrica de
zapatos-, se parece a la hastiada Madeleine –heredera del imperio Pericourt
tras la supuesta muerte de Edouard-. La Blanche de Echenoz, con dos
pretendientes –los hermanos Charles y Anthime seguramente rivales en más
estimas que la de su propio amor-, se casó con este último, tal vez solo porque
Charles no sobrevivió en el biplano que por recomendación del doctor Monteil
consiguió como destino más seguro que la primera línea de infantería. Línea que
Anthime abandonó pocos meses después, al tener la magnífica suerte de que un
afilado casco de proyectil suelto le seccionara el brazo derecho a la altura
del hombro. La Madeleine de Lamaitre se ve que cayó ante la hermosura y
vigorosidad de Pradelle, pagándolo inmediatamente con la infidelidad de
éste (tanto mejor cuanto más cercanas
fueran a su entorno las mujeres ajenas), la infelicidad, y finalmente el odio y
la venganza.
Y
en fin, como tampoco se trata de extenderse en éste último encuentro de la
temporada cuya única pero poderosa arma, capaz de construir a quien la ama y
destruir a quien la teme, es el libro, decir que hasta los secundarios
personajes de Lemaitre, como el general Morieux al que la paz le vence y le
envejece, el alcalde de distrito Labourdin tan pendiente siempre de las faldas de su secretaria, el rastrero servidor Dupré o el
estrafalario, maloliente pero puntilloso funcionario Merlin, la niña Louise que
devolvió la alegría a Edouard o la sonriente criadita Pauline que en un
santiamén despejó las dudas de Albert respecto a fugarse con él, merecen ser
recordados para mal o para bien. No menos que las suaves pinceladas de Echenoz
sobre los inocentes Bossis y Arcenel que partieron casi cantando para no
volver. El primero, clavado por los restos de un proyectil en el puntal de una
zapa. El segundo, fusilado en un apresurado consejo de guerra, al suponer que
desertaba al alejarse en un paseo sin rumbo, impulsado por el pesar de la
ausencia de sus amigos.
Como
dije, ambas obras me parecen más que interesantes para un lector que, en una
solo está obligado a leer y en la otra necesita además apreciar.
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