“DIARIO DE UN VIEJO LOCO” de Junichiro Tanizaki
Por José Luis Vicent Marin.
Diario: “Relato de lo que ha sucedido día por día”, “Libro o cuaderno en el que una persona escribe día por día sus vivencias o pensamientos”.
Viejo: “Dicho de un ser vivo: de edad avanzada”.
Loco: “Que ha perdido la razón”, “De poco juicio, disparatado o imprudente”, “Que siente gran amor o afición por alguien o algo”.
En cuanto a “Diario” y “Viejo”, estoy completamente de acuerdo con el título: Utsugi Tokusuke es viejo y escribe un diario. En cuanto a “Loco”, me quedo sin duda con la tercera definición: “que siente gran amor o afición por alguien o algo”. En este caso se trata de “alguien”, Satsuko, su nuera, la joven esposa de su hijo Jokichi cuya relación entre ambos no pasa por sus mejores momentos o incluso fue fría desde sus inicios. Utsugi, hombre de 77 años, delicado de salud especialmente por las secuelas reumáticas y neurálgicas de un ictus padecido diez años atrás, decide a fin de combatir el tedio, llevar un diario “que no pienso enseñar a nadie” cuyo contenido, tanto de hechos como de emociones, a menudo plasmado en tono humorístico o burlesco, abarcará el periodo de su vida comprendido entre junio de 1960 y febrero de 1961 en la ciudad de Tokio, donde reside con su esposa procurando mediante hábiles reformas que lo haga en una estancia “lo más separada posible”, su enfermera Sasaki que le atiende durante las veinticuatro horas del día casi todos los días del mes, su hijo Jokichi que viaja a menudo por trabajo y su nuera Satsuko que suple la ausencia de su esposo para gozar de la compañía del joven actor Haruhisa. Sus hijas Kugako e Itsuko con la que discute cada vez que se ven (reside en Kioto), así como sus nietos Keisuke, Akiko y Natsuji, completan salvo error u omisión el entorno humano por el que se desenvuelve el protagonista, amén del doctor Sugita y otros especialistas a los que recurre cuando los tratamientos del primero no son lo suficientemente efectivos.
El “viejo loco”, consciente de un estado que cree acercarle demasiado deprisa a la muerte se pregunta “qué me queda para poder vivir” y la respuesta la encuentra en la figura de Satsuko. Sus dolores no le impiden seguir sintiendo un impulso sexual imposible de ejercer. Es más, piensa que el dolor -“preferiría morir a manos de ella”- es un incentivo más del placer. Dado que su también debilitada esposa no está en condiciones de cuidarle, se las ingenia para que en los pocos días libres que dispone la enfermera Sasaki, sea Satsuko quien duerma cerca de él a pesar de la vergüenza que pueda sentir cuando ella le vea decrépito, arrugado o sin dientes. Su pensamiento vuela siempre en torno a ella, sucumbe ante su presencia, ante su rostro, ante sus vestidos que a menudo considera insinuantes y sobre todo ante sus pies, unos pies occidentales, bellos, largos y finos, no dañados por la tradición que oprimía a sus antepasadas y por tanto representativos de un hipotético avance en la liberación femenina. Satsuko, de un pasado algo ligero, es astuta y sabe que puede conseguir cosas materiales manejando con picardía los impulsos de su suegro al que aun tratándole de usted, siempre se le dirige como “Padre”. El juego erótico comienza con el consentimiento de que pueda verla en la ducha -“yo no cierro esta puerta cuando me ducho”- o insinuaciones acerca de un voyerismo con su pareja secreta, pero el mayor deseo al fin permitido, tocar y pesar sus pies, constituyen el detonante de una peligrosa alteración de su tensión arterial que más tarde tiene que aplacar con nuevas dosis de medicamentos.
Los regalos que, a cambio consigue ella, como un bolso de su agrado o aquella sortija “ojo de gato” que primero la casualidad y después la desfachatez, le hizo no pasar inadvertida, alerta a la familia, una familia a la que, exceptuando un momento de extrema debilidad física en que suelta unas lágrimas ante la inocencia de su nieto, no le unen profundos sentimientos. La condescendencia de ésta, unida al fuerte carácter de aquél “yo me gasto
mi dinero en lo que quiero” permiten que su “thriller erótico” vaya en aumento, y un día de esos del baño abierto en que observa el contraste rojo y el escote en V con la blancura que el bañador cubre, la imagina ofreciéndole una actuación de ballet acuático en la gran piscina que piensa encargar so pretexto que será un magnífico regalo para los nietos.
Las emociones in crescendo, los empeoramientos en su salud y los planes para conseguir estar el mayor tiempo posible cerca de Satsuko, que habiendo sido el problema también se convertirá –según los especialistas- en la solución terapéutica en la medida adecuada, los refleja en su diario que ocupa buena parte del poco tiempo que le deja su rutina de ejercicios, ingestas, medicinas, mediciones cardíacas, analíticas, descansos y pequeños paseos por el jardín, hasta que un día, convencido de que a su guerra le quedan ya pocas batallas, prepara minuciosamente una estrategia para seguir creyéndose vivo después de muerto y tenerla a ella a tan pocos centímetros de esos pies objeto de su absoluta veneración, que su contacto sería tan real como esa ansiada mezcla de placer y dolor que sentirían sus huesos.
Seguramente las costumbres y creencias orientales nos puedan sorprender un poco, como la de este hombre, que un su última salida a Kioto va recorriendo templos para elegir el cementerio en el que mejor se sienta después de esta vida terrenal o en el que mejor se sienta desde esta vida terrenal imaginando estar ya en la otra. Una planificación que va más allá de lo corriente convirtiendo en comedia lo que pudiera ser tragedia.
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