BIOGRAFÍA DE John
Banville, por Antonio Rey
William
John Banville nació el 8 de diciembre de 1945 en Wexford, Irlanda [capital del
condado de su nombre, al sureste del país y cerca del puerto de Rosslare, donde
Banville desarrolla su novela El mar.
Está conectada con Dublín por ferrocarril y carretera, y a una distancia que se
cubre en un par de horas]. Su padre [Martin] trabajaba en las oficinas de una
casa de repuestos para automóviles y murió cuando Banville tenía unos treinta
años; su madre [Agnes] era ama de casa. Es el menor de tres hermanos; su
hermano mayor Vicent es también novelista y ha escrito bajo el nombre de
Vincent Lawrence, así como con el suyo propio. Su hermana Vonnie Banville-Evans
ha escrito una novela para niños y unas memorias de su infancia en Wexford
Fue
educado en la CBS Primary, escuela de los Hermanos Cristianos y posteriormente
en el Colegio de San Pedro, donde fue instruido por el padre Larkin, ambos en
Wexford. Su padre tenía el deseo de que fuera arquitecto o pintor, pero él no
quiso asistir a la Universidad: pensaba que allí no iba a aprender nada, hecho
que Banville ha descrito después como “Un gran error. Debería haber ido [a
la universidad]. Lamento no haber dedicado
esos cuatro años para emborracharme y enamorarme. Pero quería huir de mi
familia. Quería ser libre”.
Después
de la escuela, trabajó como oficinista en la aerolínea Aer Lingus hecho
que le permitió viajar a precios muy rebajados, y que aprovechó para viajar a
Grecia y a Italia. Residió también en los Estados Unidos de Norteamérica entre
1968 y 1969. A
su regreso a Irlanda se hizo periodista, siguiendo un poco la línea de Grahan
Greene, viajes y periodismo. Este decía que editor de cierre era el trabajo
ideal para un escritor porque te permitía escribir todo el día. Con estas ideas
entró a trabajar en el diario The Irish Press donde llegó a ser
sub-editor jefe. Desaparecido este periódico en 1995 pasó al The Irish Time,
donde fue director literario; pero este medio también sufrió problemas financieros
y Banville optó por abandonarlo con una buena indemnización. Actualmente, y desde 1990, es colaborador
habitual de The New York Review of Book [magacín bimensual
sobre literatura, cultura y actualidad, publicado en Nueva
York que asume como punto de partida que el debate de libros es
en sí mismo una actividad literaria imprescindible. En 2003, la
publicación tenía una tirada de más de 125.000 ejemplares].
Banville
dice que empezó a escribir novelas a la edad de 12 años. Sus primeros intentos
fueron "terribles" imitaciones de Dublineses de Joyce; una de ellas
empezaba: "La flor blanca de mayo se desvaneció lentamente en la boca
abierta de la tumba". Desde entonces no ha parado.
Autor de manuales, piezas de teatro, un guión de
cine (Albert Nobbs (2011), a las órdenes de Rodrigo García, el hijo de García
Márquez), piezas para la radio y novelas. Su primer libro fue una recopilación
de relatos titulada Long Lankin que apareció en 1970; un año después se
editaría su primera novela, Nightspawn; a estas le siguieron Birchwood
(1973), la Trilogía de las revoluciones -Copérnico (1976), Kepler (1981)
y La carta de Newton (1982)- y otras novelas entre las que sobresalen El
libro de las pruebas (1989), finalista del Premio Booker, y El mar
(2005), que se hizo con el premio. En 2012 editó Antigua luz.
En
el año 2007 apareció su primer libro bajo el seudónimo de Benjamin Black: El
secreto de Christine, Serie que escribe con una prosa más ligera y directa,
pero igual de exquisita y que cosechó gran éxito de público y crítica, con
títulos como El otro nombre de Laura (2008), En busca de April
(2011), Muerte en verano (2012), Venganza (2013) y La rubia de
los ojos negros (2014) resucitó al detective Philip Marlowe, creado por
Raymond Chandler. En seis de ellas el protagonista es Quirke, patólogo y jefe
del tanatorio de Dublín [en castellano se dice anatomopatólogo, que es, por
ejemplo, el que analiza las biopsias y patólogo forense aquel cuya misión es la
de investigar las muertes violentas o en las que exista alguna sospecha de
criminalidad.]
Raymond Chandler, el padre literario de Benjamin Black |
Banville
es muy discreto con su vida privada, reacio a admitir que en algunas de sus
novelas podrían filtrarse episodios autobiográficos. "Cuando me levanto de
mi escritorio, todo lo que he escrito se vuelve ajeno"
Banville
tiene cuatro hijos de dos matrimonios distintos. Dos hijas con su primera
esposa, Patricia Quinn, que fue
directora del Consejo de las Artes de Irlanda y dos hijos ya adultos con la actual,
la artista textil estadounidense Janet Dunham [se conocieron en 1968 en San
Francisco, cuando ella estudiaba en una universidad californiana]. Esta circunstancia
le ha obligado a viajar periódicamente a Estados Unidos, algo a lo que él se
resiste porque es uno de esos raros autores irlandeses (nada que ver con los
trasterrados Joyce o Beckett) que no conciben estar alejados de su país y
adoran su mal tiempo y su lluvia permanente.
Banville
tiene un fuerte interés por la experimentación con animales y sus derechos, y
con frecuencia se presenta en los medios de comunicación irlandeses para hablar
en contra de la vivisección en la investigación universitaria.
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EL MAR de JOHN BANVILLE
COMENTARIO
(José Luis Vicent)
Si
al comenzar esta lectura has decidido hacerlo con el lápiz en la mano a fin de
marcar todas aquellas palabras, frases e incluso párrafos que consideres de
interés, puedes terminar sin dejar exenta de subrayados ni a una sola página
del libro. Si lo que has decidido es tomar tus propias notas en una libreta,
acabarás con ella o consumirás el bolígrafo. Puede que, si te has limitado a
reproducir aquello que te gusta, termines copiando íntegramente el mismo libro
en un ejercicio que no sería de caligrafía sino de admiración y comprensión.
Esto
bastaría para, a cualquiera que no lo haya hecho, animarle a que lo lea y
simplemente, si quiere saber muy genéricamente de qué va, que acuda a la
sinopsis, pero si quiere ser tan incisivo como el libro se merece deberá
realizar un gran esfuerzo para que alguien no le abofetee con la respuesta “¿y
eso es todo, se muere la mujer y se refugia en el pasado?”.
Y
qué otra cosa te puedo decir amigo, si lo que ha hecho esta lectura es meterme
dentro y ahogarme las palabras. Si es como si un maravilloso invento hubiera
extraído de la mente del protagonista, ¡ah no, del autor!, bueno de la
trasmisión a su yo narrador y problemático, a menudo no menos que cualquiera,
hubiera extraído de su mente digo, todo lo que va pensando para ser escrito con
la precisión del desorden por el que cualquier mente discurre.
Tampoco
estoy seguro –seguiría insistiéndole a mi amigo- qué ha sido primero, si pensar
lo que va a escribir o escribir lo que está pensando. Lógico es creer en lo
primero, pero eso lo ha hecho el autor. El intérprete ha hecho lo segundo, ¡y
con qué maestría!. Imagínate que puedas estar muy dentro de ti, puedas ser
espía de ti mismo y de todo lo sucedido a tu alrededor, no solo de ahora sino
de cualquier momento, de todos los momentos por los que la mente humana es
capaz de abarcar dando saltos en el tiempo como un saltamontes meteórico.
Imagínate que lo haces en un momento trágico de tu vida –todos en mayor o menor
medida ya hemos padecido o visto padecer
alguno-, y te apartas del mundo por unos días, o incluso solo por unas
horas.
Y
en esas horas o en esos días empiezas a analizar la pérdida, a analizarte a ti,
al momento actual, al pasado reciente o al pasado lejano que por uno u otro
motivo relacionas con el hecho principal, con el que te ha hundido y no sabes
por qué. Es decir, sí sabes por qué pero no sabes cómo levantarte o prefieres
no levantarte y seguir pensando porque al pensar crees que podrás salir. O no
lo crees pero crees que lo crees y entonces piensas que ni siquiera te conoces
a ti mismo y que ese desconocimiento de ti mismo es el responsable de cuán poco
conocías al ser perdido.
Y
sientes la culpa, sientes la culpa no por la pérdida sino por no saber qué
hacer cuando se acerca y por no haber sabido qué hacer incluso cuando estaba
lejos porque tu vida pasaba junto a ti, llevándote de la mano sin apenas
rechistar, sin oponer resistencia, o tal vez oponiendo la justa para desviarla,
quizá inconsciente, hacia donde te sentías más cómodo. Y solo ahora que estás
quieto, parado, haciendo que esas horas o esos días de penitente recogimiento
no pasen sino para registrar los pasados que han procurado su existencia, puedas darte cuenta de las cuestiones que te
han llevado físicamente a ese ahora melancólico lugar.
Cualquiera
puede haber estado en muchos sitios en su vida pero seguro que hay uno que le
marca de forma diferente, de forma esencial diría, y no tiene por qué ser el
lugar donde nació. Quizá cualquiera no nace realmente el día de su cero
cumpleaños, quizá cualquiera nace ese día que se encendió la espita del
conocimiento, del sentimiento, del asombro, del descubrimiento o del desengaño,
del terror, también del terror, ese cúmulo de sensaciones que a cierta edad le
desbordan y le invitan a definirse porque tanta concentración en tan poco
espacio parece que solo dejarán el resto de su vida como una vana consecuencia.
A veces cualquiera dice haber nacido de nuevo cuando sobrevive a un accidente o
a un infarto, pero no es así, porque en el fondo sigue siendo el mismo un poco
renovado, nada que ver con el despertar aquel que de una forma u otra todos
interiorizamos aunque a veces no lo reconozcamos.
Imagínate
–continuaría sin cederle la palabra- que solo eso y todo eso, por alguna mágica
o sobrenatural razón que no puede venir de ti pero que no nos importa ahora, es
trasladado a un libro haciendo de las visiones palabras, de los momentos
frases, de las acciones oraciones, de los hechos párrafos y así sucesivamente,
ya de digo, en un orden desordenado, el necesariamente exquisito para que
alguien que lo lea crea estar dentro, para que alguien que te lea a ti crea ser tú, y que encima se tome la licencia
–su extraordinaria habilidad se lo permite-, de sembrar dudas sobre si está
siendo fiel a la verdad o solo fiel a lo que ahora ve desde la distancia aunque
la trasmisión de su presencia lo sitúe en lo que a veces llama presente
histórico.
Imagínatelo
todo y una vez imaginado léelo, no el tuyo, no te pido tanto -calmaría a mi
amigo de ese agobio al que le estaría sometiendo-, lee El Mar, en toda su
extensión, o no tanto, basta con aquella parte que abarque tu vista, pero
también en la profundidad que le es ciega. Quizá mirando el horizonte veas tan en su cerca tan
en tu lejos, a tu particular y estimulante señora Grace y su molesto marido, a
tu misteriosa Chloe y su rarísimo gemelo Mylles como dos puntitos lejanos o ya
ni eso, a tu Rose y a tu tú de entonces extrañados y extraños, tan distintos y
sin embargo tan iguales a la señorita Vavasour y a tu tú actual en esa casa,
refugio del presente y testigo del pasado. A Anna, tu querida Anna, nunca
un ser que deja de serlo sabrá nunca lo
que es capaz de obrar en otro cuando ya no está, tan próxima que aun pareces
divisar su brazo alzado entre la espuma reclamando tu ayuda para salvarla. O
salvarte, como ese nuevo amigo y viejo Coronel echándote una mano para alejarte
de la lastimera orilla. Y Claire, tu dulce Claire, el vínculo vivo de tu amor
muerto cubriendo con firmeza las tristes y zigzagueantes huellas sobre la arena
de tu pasado.
Léelo,
repito, insisto, ruego, y luego si quieres, si puedes, me lo cuentas.
Aproximación al universo simbólico de El mar de John
Banville
Excitante
y sugerente es el recorrido de la crítica o comentario de una novela que
discurre en el territorio de la ambigüedad, siempre en la línea fronteriza que
separa y fusiona dos realidades: la ficción y la vida, la falsedad y la verdad,
el sueño y la vigilia, la memoria del pasado y el dolor del presente, la imagen
y el objeto. En este libro formalmente brillante, el lenguaje crea la sustancia literaria y ordena el caos mediante
el incremento de la emoción poética,
para derramarse en un relato lento y deliberadamente moroso, donde sus
componentes básicos, los personajes en su circunstancia espacio-temporal,
se ocultan y muestran sucesivamente
según el texto vaya creciendo en el
universo de las imágenes o en el de sus referentes.
Así que en esta novela,
poética y filosófica, nos encontramos con una
armoniosa unión de lírica y narrativa, que encarnaría a la perfección el
sueño de modernidad tan reivindicado por los movimientos de vanguardia y su
romántica propuesta de libertad absoluta en la composición de la obra de arte,
sin distinción de géneros ni incómodos o
asfixiantes corsés estéticos.
Como en las
pinturas manieristas, el foco del relato no se sitúa con claridad en el imaginario interpretativo del lector,
pues la evocación de los dulces años de la adolescencia del historiador de arte Max Morden es mucho más que el relato de un duelo mediante el
reconocimiento del dolor provocado por la enfermedad y reciente muerte de su
esposa Anna. Es la revisión -desde la niñez hasta el momento actual- de toda
una vida, que se somete a un minucioso análisis, sin concesiones ni paños
calientes que suavicen la dureza del
reconocimiento de una realidad interior
que emerge con la fuerza de la verdad sin paliativos. La falsedad de los
planteamientos juveniles, las engañosas máscaras con que el protagonista ha
escondido su mediocridad, sus miedos y torpezas, van surgiendo
de forma intermitente entre los
dos tiempos, pasado y presente, a la vez que la historia se va consolidando en
una estructura coherente y planificada. Pues este texto es como un puzzle donde
cada pieza, por pequeña que sea, tiene su lugar y hace funcionar la maquinaria
narrativa como una bellísima criatura que, a medida que avanza, va incorporando
nuevas emociones y conflictos que crecen y se nutren de lo anterior.
Esta singular
novela, si es que se puede llamar así, o mejor esta obra de arte construida a
base de palabras delicadamente
seleccionadas, es el resultado de un duro y constante trabajo creativo. Como el
fabricante que nos ofrece un juguete junto a las instrucciones de uso y su
esquema compositivo, el autor de El mar
inserta dos textos con sendas claves
simbólicas que quizá iluminen al atento lector respecto a la estructura del
relato y la intención de su creador.
Uno de ellos es el
SUEÑO intercalado tras las primeras
rememoraciones de Max, y que interpretamos como un indicio del proyecto
narrativo de la novela, con lo que este fragmento adquiere un carácter metaliterario,
más sugerido que explícito. El sueño muestra al personaje como un viajero cuyo
itinerario es singular y único, no transitado por nadie que no sea él mismo, es
decir el contenido fundamental del relato reducido al esbozo previo al
desarrollo argumental posterior. El desdoblamiento entre el soñador y el soñado
remite asimismo al del narrador y el protagonista. El contenido narrativo será
mínimo a casi inexistente (No pasaba nada)
pues éste será un relato introspectivo, con poco recorrido temporal y gran
intensidad analítica y emocional. Es un relato para un personaje “solo y obstinado”, que tras el sueño, es
decir, tras la ficción que vamos a leer, que ya estamos leyendo, habrá
culminado su proceso de catarsis mediante la evocación del pasado y la aceptación del presente:
“Pero me desperté en la negrura del alba no
como solía hacerlo en aquellos días, con la sensación de haberme despojado de
otra capa de piel durante la noche, sino con la convicción de haber alcanzado o
al menos haber iniciado algo”
La rememoración de
su experiencia con los Grace y la luminosidad de sus recuerdos funcionarán como
estímulos conductores de los dos discursos, el narrativo y el poético. El
relato del sueño nos remite al plan general de la novela, pues ¿hay algo que represente mejor a la ficción que un sueño?
El otro símbolo hace referencia al MAR, inicio y fin del relato si
consideramos que éste comienza ya en el título.
El mar es un símbolo con un gran recorrido literario y estético, desde
el manriqueño “morir e acabar” de la vida temporal “que son los ríos”, a
la visión existencial y quizá nihilista de Machado. No
es casual ni injustificada esa carga simbólica del MAR, pues con el paso del
tiempo ha ido enriqueciendo su significado connotativo y expandiendo sus
posibilidades semánticas.
La ambigüedad
forma parte de la naturaleza del símbolo, que de esta forma se hace adaptable y
flexible adquiriendo así la ductilidad de los objetos en permanente
movimiento y proceso de transformación, como el mercurio. El mar de Banville no
es estático como la muerte concebida como orden y quietud, según la ley de la
entropía, sino es permanentemente dinámico, con olas que van y vienen, hacia delante y atrás,
como los dos tiempos del discurso narrativo, dibujando en la arena nuevos paisajes
y viejas emociones. El flujo tranquilo
del mar permite al personaje de Max evocar sus felices años adolescentes, la
época de los grandes y personales descubrimientos, desde la aparición de la
conciencia del “Yo” a través del reconocimiento de la otreidad suscitada por el enamoramiento de Chloe, a las
experiencias del erotismo y la sexualidad provocadas por Connie Grace. Este
paraíso perdido es el de los dioses que “se marcharon el día de la extraña marea”, como leemos en las
primeras líneas del libro.
Porque la GRAN MAREA es otra connotación marina y
como tal remite tanto a la catastrófica realidad que deja a su paso como a la
basura abandonada en la arena de la playa. El libro habla de que
“las olas depositaban una orla de sucia
espuma en el límite de las aguas”. La gran marea de nuestro relato trae
consigo la terrible experiencia de la muerte de la amiga de Max y su extraño
hermano Myles. Pero también hace emerger las miserias del protagonista, desde
su inferioridad social y sus anhelos de prosperar acercándose a aquellos que
considera superiores, como su pasividad ante la crueldad de sus amigos con otros niños como él. La intención de no
volver a nadar es muy misteriosa y deja abiertas algunas posibilidades
interpretativas, pero es lo que tiene el mar, que lo percibimos como una enorme y gran superficie
que limita con profundidades ignotas, pobladas de peligrosas criaturas que
arrastran poderosas e incontrolables corrientes. El mar así entendido recuerda
a los angustiosos lagos unamunianos, de oscuras y frías aguas que ocultan
misteriosos paisajes.
La gran marea saca
a la luz el contenido de la vida de Max, su soledad personal y su incapacidad
para comunicarse con su mujer y su hija, su miedo a no estar a la altura de las
expectativas propias y ajenas, su conciencia, en definitiva, de haberse
engañado a sí mismo y a los otros. La marea destapa la vergüenza de mostrar sus
debilidades ante la sociedad, su incapacidad para aminorar el sufrimiento de los que le rodean, su parálisis
emocional ante el anuncio del dolor, la enfermedad y la muerte. Es decir, todo
lo que será el contenido del relato de la vida de Max Morden, un personaje que
con la suavidad del movimiento de las olas y la energía de la gran marea,
realiza una de las más sobrecogedoras y
catárticas exploraciones de su propio interior, en un hermoso y concluyente strip-tease emocional y existencial. Su sencillez a la hora de
quitarse máscaras no contradice la humanidad de su dolor y la lucidez con que
toma conciencia de sus errores. El final del relato con el rescate del
maltrecho y resacoso cuerpo de Max por la hija imperfecta y el tosco novio,
anuncian el comienzo de algo nuevo al final del sueño: el fin de la resistencia
del personaje a los sentimientos y la posibilidad del reconocimiento del otro
en la complicidad del dolor y en las lágrimas compartidas. O quizá nada cambie pero
nada sea igual, porque al menos, Max, y nosotros los lectores con él, conocemos
ahora, al finalizar la lectura, algo que antes no sabíamos.
Volvemos al testimonio
del texto para cerrar estas reflexiones, aunque no estará de más tener siempre
a mano esta novela para detener el tiempo y sumergirnos en el mar de ideas,
emociones y belleza que sus palabras suscitan:
“Yo estaba de pie, sumergido hasta la
cintura, en un agua perfectamente transparente, de modo que veía con todo
detalle la arena acanalada del fondo, y diminutas conchas y fragmentos de patas
de cangrejo rotas, y mis propios pies, pálidos y ajenos, como muestras
exhibidas bajo un cristal. Mientras estaba allí, de repente, no, no de repente,
pero en una especie de paulatino empujón, todo el mar se hinchó, no fue una
ola, sino una marea lenta y constante que pareció alzarse de las profundidades,
como si se hubiera removido algo inmenso ahí abajo, y por un momento me vi
levantado y transportado un par de metros hacia la orilla, y entonces caí sobre
mis dos pies como antes, como si nada hubiera pasado. Y de hecho no había
pasado nada, una memorable nada, tan sólo uno de esos grandes encogimientos de
hombros con que el mundo manifiesta su indiferencia.
Una enfermera vino a buscarme. Me di la
vuelta y la seguí hasta el interior del hospital, y fue como si me adentrara en
el mar.”
Y efectivamente,
lo único que ha pasado es que un ser humano ha mirado dentro de sí mismo y nos ha mostrado todo lo
que tenemos en común y que rara vez miramos. Casi nada. GB
LO
QUE OPINA RODRIGO FRESAN SOBRE J. Banville
(Antonio Rey)
Rodrigo Fresan,
escritor argentino y editor del blog LetrasLibres.com, aparece como personaje en la novela
de Banville Antigua luz como Fedrigo
Sorrán. Dice de Banville, del que es amigo que es el mejor escritor inglés de
nuestro tiempo, que es estilista de los que van quedando cada vez menos y gran
seguidor de Nabokov y Henry James
En una ocasión le
preguntó:
-¿Que es lo más
importante, la trama o el estilo?
A lo que Banville
le contestó:
-El estilo avanza
por delante dando zancadas triunfales y la trama va por detrás arrastrando los
pies”
Para Fresan, El mar es el mejor libro para empezar
con Banville, aunque no es su mejor libro.
El
intocable es literatura del doble, de la ambigüedad moral y Los infinitos es su mejor novela
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Se dice que los
escritores tienen tres vidas: la vida privada, la vida de los libros que leen y
la vida de los libros que escriben. Banville, sin embargo, tiene una cuarta
vida: Benjamin Black
Lo que opinan
Banville y Black sobre sus dobles: Banville, de Black: "Mi gemelo idiota". Black,
de Banville: "el pretencioso"
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