COMENTARIO
(José Luis Vicent)
Antes
de abrir este libro en que el autor utiliza su versión Black con el fin de
fundir en uno solo, apellido y género literario engañándonos premeditadamente
para no llevarnos luego a engaños, la atractiva y enigmática Francoise
d’Aubigny sería una mujer convenientemente casada con un poderoso hombre que
conoció en una localidad de su país natal muy próxima a Niza y que estaría
afincada en una lujosa mansión a las afueras de Dublín con su marido, el
magnate Richard Jewell, su extraña hijita Giselle y su joven cuñada Dannie a
menudo atrapada en reincidentes procesos depresivos, mientras el corpulento
capataz William Maguire de pasado dudoso y su esposa Sarah estarían cuidando de
las cuadras y de la casa respectivamente.
El
director del Daily Clarion, Harry Clancy y el periodista Jimmy Minor quizá
estuvieran estrujándose el cerebro el uno o pateando ambientes siniestros el
otro, en busca de una buena noticia que colocar en la portada del día siguiente
para satisfacer al público y sobre todo a su dueño, el propio Jewell.
Quizá Carlton Sumner, el chulesco y triunfador
empresario seguiría haciendo cábalas y buscando artimañas para hacerse con el
control de ese diario incluso sin renunciar a retomar, en compañía de su esposa
Gloria, una amistad recientemente dañada que en sus mejores tiempos les llevó a
compartir descanso, placer y lujo, mientras su malicioso hijo Teddy, escrutador
enfermizo, pasearía aireando su estupidez a bordo de un descapotable en
compañía de la joven hermana del que todavía sería considerado más rival que
amigo.
El
Padre Ambrose seguiría dedicado al escrupuloso cuidado de los niños de St.
Christopher, un orfanato sito en lo alto de una peña junto al mar, y al control
de las cuentas que solo con la ayuda estatal y sin recurrir a la excelente
colaboración de benefactores de la categoría de Jewell y Sumner, ambos miembros
de “Los Amigos de St. Christopher”, sería incapaz de sostenerse.
El
inspector Hackett estaría tal vez hundido en su sillón de la comisaría
esperando alguna importante llamada o arreglando papeles amontonados
desordenadamente sobre la mesa, mientras en el pasillo, el sargento Jenkins
caminaría desganado arriba y abajo con las orejotas bien abiertas por si del
otro lado se escuchaba algo interesante.
El
doctor Quirke y su ayudante David Sinclair cumplirían eficazmente con su
trabajo como forenses en los sótanos del Hospital de la Sagrada Familia que
jamás mezclaban con sus vidas personales, la de Quirke con su actual amiga, la
actriz Isabel Gatowey o con su encantadora e independiente hija Phoebe que
descansaría libremente en una sencilla y minúscula habitación, y la del
solitario Sinclair cuya mayor aspiración consideraba un imposible: que el
doctor Quirke se retirase pronto para ocupar su puesto.
Pues
bien.
Al
abrir el libro en su primara página,
Francoise se ha quedado viuda y por tanto Giselle ha perdido a su padre
y Dannie a su hermano mayor. Maguire y su esposa desconocen si seguirán o no
cuidando caballos y ajuar. El Daily Clarion, su director Harry Clancy, el
periodista Jimmy Minor y demás empleados, se han quedado sin dueño y ya se sabe
que cuando alguien queda descabezado es asaltado por las dudas en cuanto a sus
opiniones y a su futuro. Carlton Sumner quizá lo tenga más fácil para hacerse
con esa cabeza aunque ya jamás, ni él ni su familia, podrán recuperar la
amistad. El padre Ambrose perderá, si Dios no lo remedia, unos buenos ingresos
extra, y el inspector Hackett abandonará por un tiempo el orden de su mesa y
levantándose con dificultad de su sillón iniciará sus pesquisas mientras el
sargento Jenkins abrirá, más si cabe, sus orejas para no perder comba. Al
doctor Quirke le lloverá del cielo una nueva aventura en su vida en la que
incluirá a su hija Phoebe y a su ayudante Sinclair que no podrá hacer otra cosa
que seguir aprendiendo incluso fuera de su propio trabajo.
Porque
el que ha quedado literalmente descabezado es Richard Jewell tras un disparo
con la escopeta de caza que en las primeras líneas aun posee entre sus manos.
Este
comienzo violento sin embargo, da paso a un desarrollo, que al menos en sus
primeras dos terceras partes, se presenta con una velocidad de crucero
deliciosa, un ritmo pausado, (“todo se
detuvo igual que la escena de un cuadro”
llega a decir una vez) en el que Hackett y Quirke conducen la investigación
cuyo fin es a veces olvidado por el lector sutilmente introducido en las
relaciones humanas y sentimentales, especialmente del doctor, y que solo en el
último tercio empieza a ganar terreno para recordar que además de todo eso, se
trata de resolver los detalles e incógnitas de la muerte de un poderoso
personaje. Una historia oscura dentro de una novela de agradable lectura en la
que los personajes suelen aparecer por dúos para contarse sus emociones y
sentimientos alternando largos pasajes reflexivos con otros más sencillos de
pregunta y respuesta breves
(Quirke-Francoise, Quirke-Phoebe, Phoebe-Sinclair, Dannie-Phoebe,
Sinclair-Dannie), o sus descubrimientos
(Hackett-Quirke en sus elocuentes intercambios de información y amistad) y
donde el paisaje, el lugar, la hora del día o de la noche, la temperatura, la
luz que entra o la que se queda fuera (“la
luz postrera de la tarde llenaba el dormitorio como un gigantesco artefacto
dorado que irrumpiera seguro por la ventana”), el ruido del agua, de los
pasos en la hierba o de los tacones en el pavimento, el olor de la naturaleza,
de las flores silvestres o del perfume de una mujer, las palabras que se gritan
o las que se susurran, las que se dicen o las que se callan, todo es tan
importante o más que la inequívoca necesidad de conocer también por qué los
sesos de Richard Jewell aparecen desparramados ensuciando con premeditada
ironía la primera página del libro.
Quirke [no tiene nombre]
Quirke
trabaja como forense en Dublín en los años 50. No conoció a sus padres. Pasó
parte de su infancia en un orfanato dirigido por frailes, la Escuela Industrial
de Carricklea, donde sufrió abusos de compañeros y profesores. El juez Griffin
se apiadó de él durante una visita y le llevó a vivir con su familia. Estudió
medicina. Estuvo casado, pero su mujer falleció hace muchos años.
Tiene
40 años, es rubio, nariz partida, y es corpulento. Adora la soledad aunque de
vez en cuando siente nostalgia. Los vivos le resultan más extraños que los
muertos. No es paciente ni tolerante. Bebe demasiado, sobre todo whisky, en su
taberna habitual, el McGonagle. No es valiente ni decidido.
Vive
en una casa de estilo georgiano en Upper Mount Street y trabaja en el Hospital
de la Sagrada Familia.
Hackett
Inspector en la Gardai [policía nacional de la República de
Irlanda] de Dublin.
Está felizmente casado y tiene dos hijos. Hackett nunca será un policía de
altos vuelos pero es tenaz y mantiene los casos hasta que se resuelve el
misterio. Muchas personas han aprendido por las malas que es un error
subestimarlo. Tiene ingenio, es astuto y de modales y formas modestas. A veces,
Quirke y él se llevan a cabezazos, pero se tienen respeto mutuo y solucionan
fácilmente sus diferencias tomando una copa juntos.
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