Intemperie
En clave de western
Hemos encontrado una de las claves esenciales para entender o interpretar la primera novela de
Jesús Carrasco en la biografía del autor y sus preferencias literarias y
cinematográficas, a partir de las cuales parece haber construido su particular
universo creativo. Tal como leemos en el artículo que resume su biografía, desde pequeño se
empapó de los argumentos e imágenes del western y de relatos como La carretera, de su admirado Cormac
McCarthy. Con estos ingredientes no es de extrañar que el argumento se resuelva
como una historia itinerante, donde el camino se convierte en metáfora del
viaje como ámbito de los acontecimientos que posibilitan los cambios esenciales
de los personajes.
En
este caso nos encontramos ante una historia de iniciación y transformación de
un niño, que huye del dolor y del maltrato de sus mayores en busca de la
libertad. Su lucha por la supervivencia será doble pues ha de enfrentarse tanto
a la dureza e inclemencias del
territorio como a sus perseguidores.
En este sentido, el paisaje adquiere los rasgos de personaje antagonista, que
se alza con toda su fuerza como una poderosa criatura dispuesta a devorar a su
presa. Se trata de un espacio inhóspito, árido, seco y agresivo con aquellos
que osan desafiar sus extremas condiciones. El calor sofocante durante el día
hiere la piel desprotegida e inocente del niño tanto como absorbe la humedad
orgánica de su cuerpo. La supervivencia se asocia así a la búsqueda del agua
como precioso alimento físico y espiritual, en cuanto que adquiere las
connotaciones del sueño mítico que
impulsa al protagonista en su
migración hacia un salvador y edénico norte.
La
naturaleza arquetípica de los personajes sugiere la intención de construir un
relato canónico y con alto contenido simbólico, de forma que el lector no dude
del contenido del mensaje moral que la historia transmite. Estos personajes,
sin nombre propio que los individualice, nos remiten al genérico común que
sintetiza sus atributos. Así, el niño, el alguacil y el cabrero constituyen el
triángulo que sitúa a cada uno de ellos en el vértice que le corresponde. El
niño se presenta como víctima propiciatoria y mercancía, ofrecida por unos padres insensibilizados por la sed y el
hambre, al alguacil de vicios innombrables. Es asimismo la presa que huye de sus depredadores, con la fuerza de
aquellos que persiguen una supervivencia cimentada en mínimos: comer, beber,
respirar, vivir. Como el héroe condenado injustamente por el poder que abusa de
sus siervos, emprende en solitario el
viaje a través del desierto afrontando
peligros y franqueando obstáculos.
Las
descripciones minuciosas del paisaje y su vacía inmensidad acrecientan la soledad del protagonista en su
itinerario físico y vital, donde el polvo y las piedras aportan la dureza y
sequedad de la tierra enemiga. La escasa y casi ausente vegetación
conforma un entorno lleno de trampas y riesgos como anticipación constante de la muerte. El
relato se alimenta de las pequeñas acciones cotidianas que permiten seguir vivo
a nuestro héroe, por lo que se produce la falsa impresión de que apenas ocurre
nada significativo que dé emoción a la historia. Y sin embargo el lector se
encuentra inmerso en el argumento, suspendido y pendiente del leve acontecer
del tiempo. Pues siendo esta novela esencialmente descriptiva, es mérito del
autor interesar y conmover a sus destinatarios, llevándoles a través de un árido territorio ficcional mediante la voz
de un narrador omnisciente, externo y aparentemente ajeno a la terrible historia narrada.
Como
en el relato tradicional y popular del que el western es un buen ejemplo, el héroe
al que se suele llamar coloquialmente “el bueno” tiene su ayudante o cómplice en el
personaje del cabrero. Éste desempeña en parte
una función similar a los amos de la novela picaresca española: es
maestro e instructor en las artes de la
lucha por la vida. Como tal, trasmite a su discípulo una doble información,
práctica y moral. Cómplice y protector del niño, le enseña las artimañas propias de los habitantes curtidos en la
superación de las dificultades y amenazas del medio. También le educa para
afrontar los dilemas morales que se les presentarán en el futuro. El valor, la
fidelidad, y sobre todo, la dignidad de comportarse como personas ante la
violencia devastadora de los poderosos.
Los
adversarios o enemigos se agrupan en tres personajes: los padres, el alguacil y
el inválido que se aprovecha de su ingenua buena voluntad e inocencia. La brutalidad
desatada entre el niño y el tullido se sustenta en el relato como una
forma de superación del miedo a morir de hambre, sed o soledad en una tierra
que se percibe como trampa mortal. El pánico amenaza a estos personajes cuyo
único afán es huir y alejarse del lugar que les tiene atrapados en la
desesperanza. El niño-héroe, en este momento de la historia, ya ha crecido lo
suficiente para hacerse responsable de aquel que hasta el momento era su guía y protector. Se ha hecho mayor al
cuidar al cabrero herido de muerte, hecho que señala el inicio de un
sentimiento de empatía entre ambos personajes, algo que no había sucedido hasta
el momento.
El
nacimiento de las emociones como parte de la naturaleza de un ser humano en
formación se produce en su doble vertiente: como amor y venganza. El niño
siente el impulso de la revancha en su conducta con el mezquino lisiado, pero
esa actitud es modificada por su mentor en la última lección moral y solidaria
que precede a su muerte. La inmolación del cabrero para posibilitar la
salvación del héroe es fácilmente reconocible como ingrediente sentimental del
western. Lo mismo podríamos decir respecto al apoteósico tiroteo en el que el moribundo cabrero abate a todos
los enemigos. Un fin de película.
En
resumen, una novela sencilla, intensa, bien escrita y amena. No es poco para lo
que hoy se publica. GB
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