Alma Mahler, una romántica encubierta
Un libro singular
Cuando
nos adentramos en la vida de Alma Mahler, tal y como aparece en la excelente
biografía de Suzanne Keegan, se desvanece la idea de una mujer impulsada por anhelos espirituales o intereses exclusivamente artísticos. Sólida y
rigurosamente documentado en una extensa bibliografía, que recoge tanto
publicaciones históricas como escritos biográficos y testimonios personales de
las personas que vivieron junto a la protagonista, este libro reúne dos propiedades que la singularizan. Por
un lado sitúa con gran detalle y precisión al personaje en su contexto, de modo
que vemos cómo se desvelan ante nosotros las claves de uno de los momentos más
interesantes e intensos de la historia europea: los grandes cambios políticos
que se suceden tras la caída del imperio austrohúngaro con el nacimiento de la
nueva Europa de las naciones, cuyas tensiones desembocan en las dos guerras
mundiales; las transformaciones socioeconómicas que alteran la vieja estructura
de clases, donde la aristocracia pierde
definitivamente su protagonismo para ser sustituida por la burguesía comercial
y financiera; y, sobre todo, el refrendo de
los movimientos de vanguardia al nuevo mundo de ideas que emerge con
fuerza en el campo de la filosofía, la ciencia y el arte.
En
fin, que podemos acompañar a Alma Mahler en su periplo vital mientras
observamos cómo hierve la vida cultural centroeuropea: Freud, Klint, Schömberg,
Kockoschka, Gropius, Werfel, el suicida Rodolfo, Bismark… En los grandes salones vieneses podemos
asistir a discusiones y debates sobre pintura y música, sobre el estilo tonal o el
dodecafónico, sobre el romanticismo decadente o los nuevos “ismos” estéticos.
En estos ambientes crece y se desarrolla la personalidad de Alma Mahler y sin
su conocimiento difícilmente podríamos acercarnos al interior del personaje. El
resultado de la lectura de esta biografía, que huye de los tópicos por su
carácter más ensayístico que novelado, es
la intuición de que estamos más cerca de la inclemente exactitud de la
Historia que del deleite de la ficción. Pues nada se oculta ni dulcifica, y
tampoco se juzga, o eso parece. El intérprete es el lector, superviviente de
una experiencia donde los datos importan más que las opiniones, los hechos más
que la amena narración.
Alma, en clave freudiana
Al
finalizar el libro, podríamos pensar que Alma Mahler ha sido, sobre todo, una mujer pragmática.
Inteligente, bella, culta, brillante y seductora, también. Amante del arte y de
la música, sin duda. Pero todos esos atributos están dentro del cliché que han posibilitado
filmes como el dirigido por Bruce Beresford en 2001 cuando se pusieron de moda
los biopic. Lo que resulta
sorprendente es descubrir su talento para gestionar los réditos sociales y económicos
del apellido de su primer marido, y su pericia para incrementar su capital en el negocio del arte.
Alma-adulta
confiesa sin vergüenza que prefiere vivir bien y sin apreturas financieras,
quizá por el recuerdo de los aprietos
económicos padecidos por su padre Emil
Schlinder, un paisajista bohemio y malpagado, en los primeros años de su
matrimonio. El carácter de Alma parece forjarse en los románticos paisajes del
castillo de Plakenberg, donde pasó su infancia y se nutrió de la concepción del
arte como comunión poética entre la naturaleza y las grandes preguntas filosóficas sobre la
esencia del hombre, los orígenes de la creación y el sentido de la vida. Los
bellísimos cuadros que pintaba su padre expresan la fusión de la emoción
intimista, estética y mística. El romanticismo idealista, influido por Schopenahuer y Wagner, contribuye
a conformar el carácter de una joven que hace del anhelo de conocer la esencia
de las cosas y la búsqueda de su sentido, el objetivo que le garantice un gran
papel en el teatro de la vida.
Así
se expresa Schlinder, en cuyos cuadros apenas había personas, excepto aquel en
que aparece Alma-niña entre enormes girasoles:
“Todo lo que es hermoso y poético se puede
hallar sólo en la naturaleza. Entre los humanos se ha perdido el último átomo
de poesía. Pero cuando estoy rodeado por la naturaleza me siento como ningún
hombre se ha sentido jamás. “
De
hecho, Alma Mahler, a pesar de su arrogante y juvenil narcisismo, se inmola
cual heroína trágica cuando accede a la petición de Gustav Mahler y renuncia a
su carrera musical y como compositora. Esa conducta le satisface porque
considera que su sacrificio la hace más
grande y trascendente como musa y mujer redentora, pues ella muere como
artista para que él triunfe. Curiosamente, cuando Mahler consulta a Freud
durante la crisis de su matrimonio, debida a la irrupción de Gropius, aquél le
dice que tiene “complejo de la Virgen María” o fijación por la madre, mientras
Alma busca al hombre mayor, al padre (complejo de Edipo). Pero lo cierto es que
Alma sobrevive a sus fracasos en el amor mediante la gestión de la vida
familiar y profesional de Gustav Malher y, sobre todo, la del escritor Franz Werfel, su último marido. Es como si
buscara compensar la pérdida de su
vocación artística en el control del éxito musical o literario de sus cónyuges.
El pragmatismo vital a cambio de la inmolación heroica, pues cuando Alma se da
cuenta de que ha dejado de ser musa se convierte en matriarca.
Si
bien esta transformación se puede
interpretar como el inevitable paso de la juventud a la madurez, lo cierto es
que su evolución parece responder a motivos más complejos y relativos al
conocimiento del carácter de Alma. Sus ideales románticos sólo se entienden en
el ambiente donde creció entre la belleza de la naturaleza y del arte. En sus diarios
refleja la añoranza por los jardines y la atmósfera idealizada de los eventos
familiares de su niñez, con una conciencia clara de ser una persona especial
destinada a grandes empresas. Su
desinhibida relación con sus amantes y su rol de mujer inteligente y sensible satisfacen
las ansias de libertad que perdió en su matrimonio con Gustav Mahler, libertad
que conservó hasta el fin de sus días,
como si el sufrimiento por el fracaso amoroso y la muerte de dos de sus
hijos fuesen su personal baño de realidad. En este aspecto, Alma Mahler no se
distingue del resto de las mujeres. Pero lo que no debemos olvidar es su
congénito narcisismo o quizá egocentrismo: la necesidad de ser el centro de
atención y brillar en los círculos culturales y sociales de Viena podría
interpretarse como la continuación de su protagonismo infantil, cuando su
talento y conducta siempre fueron celebrados y aplaudidos. Pero también podría
reflejar la necesidad de atención y afecto que todo ser humano precisa. Si analizamos su depresión cuando,
tras la muerte de su hija, es consciente del fracaso de su matrimonio con
Gustav Mahler, lo que parece buscar Alma es simplemente que la quieran y la
mimen, que la atiendan. También en esto se parece a cualquier otro ser humano.
Esta
es la rabia de Alma-desengañada tal y como reproduce su diario:
“No sé cómo empezar, ¡tal es la silenciosa
batalla que se libra dentro de mí! ¡Tengo también un anhelo tremendo de que
alguien piense en MÍ y me ayude a ENCONTRARME! ¡Me estoy ahogando bajo el altar
de la vida familiar! Entré en la habitación de Gustav. Tenía sobre la mesa un
abstruso libro de filosofía, y pensé para mis adentros: ¿por qué no me hace
compartir algo con él, concederme una participación, en vez de engullírselo
todo él? Me senté al piano y me embargó el pensamiento de que yo había cruzado
aquel puente de una vez para siempre: alguien me había cogido brutalmente del
brazo y me había arrebatado a mi propio ser”
Y
como el resto, Alma Mahler es un ser contradictorio y acomodaticio, que supo
adaptarse a las circunstancias y cambios sociales que la llevaron a acabar sus
días en Estados Unidos, el país de las oportunidades y del pragmatismo vital y
financiero. Quizá su periplo, de Europa a América, es también un símbolo de su viaje interior, de heroína a
matriarca. Aunque nunca perdió aquel
espíritu de clase que le llevaba a combinar el antisemitismo de la época con la
defensa de los judíos de élite, o como ella decía, “los suyos”, maridos
incluidos, naturalmente. Pero, si bien ésa es otra cuestión, no deja de
evidenciar que Alma, como muchos otros, ha sido un oxímoron viviente, pura y
simple contradicción.
Y
si nos preguntamos qué ha hecho de
especial para merecer una biografía, nos atrevemos a sugerir que ha vivido en
medio de gentes y hechos que pertenecen a una época, una cultura, un arte donde
la crisis y el cambio convulsionaron el
mundo, de modo que conocerlo en su proceso nos permite comprender los tiempos que
nos rodean tanto como a nosotros mismos. El destino colocó a Alma Mahler como
testigo de la historia, en los ambientes donde se gestaron las líneas maestras
de algunos aspectos del mundo contemporáneo. Lo que no es poco.
“Con sus más de setenta años seguía teniendo
la piel limpia y tersa, oculta su figura bajo los vuelos de sus vestidos negros
de costumbre, un collar de perlas al cuello y el pelo recogido en bucles sobre
la cabeza […] La primera impresión de Dika Newlin: ¡Vaya, si parece una
exprimera vedette del Follies! Pero unos cuantos minutos de conversación con
ella disiparon totalmente aquella impresión. Es una persona encantadora y tuvo
que resultar impresionante verla en sus años más jóvenes”
Y como
un círculo que se cierra en el punto de su origen, siempre fue fiel a su
papel -nacido de sus ideales juveniles- de musa romántica y trágica. Sus
declaraciones ante la mortal enfermedad de Werfel lo acreditan:
“Franz está mortalmente enfermo desde ayer y
tiene ahora el corazón terriblemente débil. Sin él no podré seguir viviendo. Él
es hoy la razón de mi existencia.”
Decir
que la muerte de Werfel la dejaba sin trabajo puede parecer cruel, así que no
lo diremos. Alma Mahler continuó su labor de agente literario y musical,
participando en eventos culturales y debates sobre el arte hasta su muerte el
11 de diciembre de 1964. GB
No hay comentarios:
Publicar un comentario