La furia y las imposturas en El mundo deslumbrante
En esta ocasión,
la lectura de El mundo deslumbrante nos invita a penetrar en el complejo e
intrincado universo interior de Harriet Burden, una mujer sensible, inteligente
y dotada de gran talento para la creación artística. Viuda del prestigioso y
adinerado marchante Felix Lord, siempre sintió que el brillo de su marido había
eclipsado cualquier reconocimiento de su
talento por parte del mundillo cultural neoyorquino, más habituado a aplaudir a
los artistas masculinos. El tema de la
marginación de la mujer en el mundo del arte no es irrelevante en esta historia, ya que en la
actualidad sólo el 5% de las artistas femeninas ocupan un lugar destacado en
galerías y museos.
Ésta es la historia de una frustración y de la exploración
de sus orígenes, una historia sobre la
ira furiosa y primigenia que la desencadenó y que va creciendo y adueñándose de
una mujer, a la que su entorno vio siempre como madre y anfitriona de los
eventos culturales, donde su persona se disolvía a la sombra de su triunfante
marido.
Nos encontramos
ante una novela sorprendente en la que existen muchos aspectos dignos de interés,
aunque nos centraremos en los dos que consideramos esenciales: la estructura y
la singularidad del personaje protagonista. Respecto a la primera, estamos ante
un relato-puzzle, compuesto de una gran diversidad de piezas que nutren la
historia y configuran el espacio psicológico, cognitivo y socia,l donde el contexto cobra sentido y propicia la génesis
de los personajes. Sin una voz narradora interna o externa, los textos fragmentarios de
diarios, críticas, artículos de prensa, impresiones y opiniones diversas, van
apareciendo ante el lector como si fueran los materiales preparatorios que un
biógrafo dispondría antes de redactar su
obra.
De este modo, el lector se convierte en observador y testigo del
contenido de los materiales escritos y se ve obligado a participar activamente
en la elaboración del relato y en la construcción de los personajes. Sin
narrador que le guíe, deberá ir despacio en su itinerario como lector,
detenerse a reflexionar y tomar decisiones sobre el valor de aquello que lee,
sobre su carácter ficticio o documental, en suma, sobre su falsedad o
verosimilitud. Es, pues, un reto literario y una experiencia estética, un
recorrido creativo y productivo al mismo
tiempo. Este libro es literatura de verdad, es de los que dejan huella y nos
transforman en alguien distinto del que éramos, un libro al que podremos volver
para descubrir nuevos universos y desvelar nuevos temas.
De hecho, la
multiplicidad de puntos de vista
aportada por los documentos escritos que constituyen la materia
narrativa del relato, contribuye a superar el canónico perspectivismo cervantino
y a acrecentar la complejidad de la novela. Sin embargo, este recurso no resta
verosimilitud en absoluto a la historia, pues más de un lector ha caído en la
tentación de investigar la solvencia de las fuentes, cuyo carácter ficticio es
una realidad incuestionable. La ironía de este planteamiento no se escapa a la
atención de un lector comprometido con la intención de la autora respecto a la
defensa de la objetividad de sus argumentos, mediante la estrategia de mostrar los textos que
contienen las opiniones ajenas junto a sus personales reflexiones.
Lo realmente
interesante es percibir el modo en que el personaje se va construyendo progresivamente
ante nuestros ojos, a base de pequeñas capas de materia vital y sensitiva, del mismo modo que una escultura o un cuadro
van llenando el vacío espacial o el lienzo en blanco. La clave de esta
estructura multiangular y acumulativa se encuentra en la misma novela, concretamente
en la carta que el ensayista Richard Brickman escribe al editor de la revista The Open Eye (atención al título)
dedicada a estudiar la percepción en el arte. Lo que se dice de la carta de H.
Burden sirve también para entender lo que es su obra y también esta novela:
“su estilo, peculiar y heterogéneo al mismo
tiempo, incluye circunloquios, elaboradas digresiones, citas insólitas, así
como escuetas frases filosóficas y saltos argumentales que lo alejan de
cualquier modelo al que los lectores puedan estar acostumbrados” (Página 287 de la edición de Anagrama)
La historia pretende ser, entre otras cosas,
una profunda reflexión sobre el arte como objeto y mensaje de un sistema
comunicativo, desde la concepción de la
obra hasta su emisión, distribución, recepción e interpretación. Como se ve, el
tema da para mucho y suscita todas las polémicas que existen en la actualidad.
Entre las líneas que escribe el ficticio Brickman se filtra la definición que la artista hace de su obra, incluido -¿por qué
no?- el ambicioso proyecto que supone
escribir una novela como ésta:
“Burden intenta eliminar todos los límites
conceptuales que definen la propia experiencia humana. […] y la ambición expresada por la artista es
desmantelar los modos de ver convencionales. […] Sería mejor que el experimento de Burden se hubiese denominado
performance o performance narrativa.
[…] pues en él también se incluyen las
críticas, reseñas, anuncios y comentarios, a los que la artista llama
proliferaciones. Las proliferaciones, de las que presumiblemente forme parte
este ensayo, proyectan personalidades ficticias y poetizadas de Burden hacia un
diálogo más amplio sobre el arte y la percepción”
En nuestra
opinión, el supuesto experimento literario correspondiente a esta singular
novela se ajustaría a las características de la performance como medio de expresión estética, sustentada en la
combinación novedosa y aparentemente arbitraria de materiales de naturaleza
diversa. La participación de la autora como agente e impulsora del resultado
final es un elemento más del proceso
dialéctico que se establece con el
destinatario de la obra, que contribuye
así a la configuración de la misma. De esta forma, la obra se concibe como un
objeto dinámico y cambiante en función de las situaciones comunicativas
-emocionales, intelectuales o estéticas- que tengan lugar en cada momento. Este
concepto resume los deseos de una artista como Burden respecto a la
intencionalidad que la motiva y a los objetivos que persigue. Puesto que su
proyecto resulta fallido, los argumentos para sustentar su fracaso giran
alrededor de la “ceguera” de un público multitudinario, masificado e
incapacitado para percibir aquello que no se ajuste a los patrones impuestos
por las convenciones y la costumbre.
La
bibliografía sobre las teorías de la
percepción, desde la perspectiva de la neurociencia y otras disciplinas, es tan
abundante como la densidad de sus reflexiones sobre el tema. Sería complicado y
costoso resumir las numerosas menciones a la obra de filósofos, psicólogos,
pensadores y teóricos del conocimiento, que se citan y discuten a lo largo de
las páginas de los diarios de Burden y las de los testigos de su forma de ser y
pensar acerca del arte. Todo un tratado
que aborda cuestiones como la escisión de las tendencias estéticas modernas a
partir de la incursión de la imagen, tanto fija como móvil, en la elaboración
de las instalaciones que tanto revuelo y discusión provocaron en el ámbito
cultural neoyorquino del pasado siglo.
Precisamente Burden delimita la cuestión cuando compara su
obra, plagada de una ingente variedad de textos y alusiones literarias, con la
de los nuevos artistas, que incorporan exclusivamente imágenes filmadas y
fotografiadas al resto de materiales. La
gran diferencia entre ambas concepciones del arte conlleva dos formas
radicalmente distintas de percepción estética: la fugacidad y rapidez de los mensajes iconográficos frente a la solidez
y lentitud de los relatos más literarios. Los primeros propician la percepción
simultánea y la superficialidad compositiva, mientras que los segundos
requieren un proceso lógico acorde con la linealidad del lenguaje. Está claro
que H.Burden se identifica con esta
segunda concepción, aunque es consciente de la existencia de la primera, a la
que considera más espectacular y
atractiva para provocar la adhesión emocional del público, pero más engañosa y
trivial en su esencia.
El proceso furioso
La ira y la furia
son rasgos medulares de la personalidad de nuestra protagonista, nacida y
nombrada como mujer, Harriet, y autonominada como hombre, Harry. Las dos caras
de su identidad nominal pretenden fundamentar la ambigua complejidad de su
carácter rebelde e inconformista. Puesto que uno de los argumentos cardinales
de su protesta se refiere a su condición femenina, como causa de la
invisibilidad a que ha sido condenada por los críticos que la han juzgado,
resulta evidente que la indiferencia, y quizá el desprecio con que su obra ha
sido acogida, sienta las bases de un trauma cuyo desarrollo es fruto de un
largo y doloroso proceso. Esta novela cuenta la historia de la raíz,
crecimiento y evolución de ese sentimiento de irritación y cólera, desde la apática
conducta paterna ante las primeras
exposiciones de su obra, hasta las desdeñosas críticas de los medios especializados
pero incapaces de despegar a Burden de la etiqueta de “cónyuge de famoso con
pretensiones artísticas”.
La primera
manifestación del vacío interior, de la frustración el deseo y la aparición de
la ira de Harry está en los muñecos llamados “metamorfos” o “muñecos marido”,
representación del padre insensible y del esposo egocéntrico. Ambos son
réplicas simbólicas de la represión involuntaria de los que han instrumentado
la existencia de la artista, unas veces por ignorancia y otras por pragmatismo.
Posteriormente, los apuntes de su
psiquiatra y amiga Rachel Briefman reflejan el carácter inquieto y curioso de
una Harry adolescente que “era inteligente, talentosa y de una sensibilidad
exquisita”, una esponja capaz de absorber cualquier conocimiento a su alcance.
Resulta interesante señalar que se constata su personalidad tímida y solitaria
dentro de un “cuerpo potente, hermoso y voluptuoso”, un impedimento para
su reconocimiento como artista, pues,
como señala la cronista, siendo chico
“esa torpe brillantez que ella tenía resulta más fácil de catalogar en un hombre,
aparte de que no conlleva ninguna amenaza sexual”. Y curiosamente, se dice que
ella amaba el libro Frankenstein por el carácter monstruoso de la criatura más que por
los problemas de medicina y ética que plantea. Todo lo corrobora la propia
Harry cuando menciona su silenciosa
desazón, su secreto miedo interior, una reticencia enfermiza que, según ella,
existía desde antiguo, antes del marido y los hijos, y le crecía dentro como
impulso primordial de su necesidad creadora.
En las palabras anteriores vemos atisbar el
concepto proteico del artista como médium e intermediario entre los mundos de
los dioses y de los hombres. Se percibe además
el romántico delirio que asocia
la creación a la misión trágica de un fátum
que arrastra al creador hacia un destino inevitable. Esta hiperbólica visión
del arte se atenúa con la enumeración de las innumerables mujeres artistas
olvidadas por la Historia a pesar de su lucha por dejar huella de su
singularidad, y cuyo paradigma es la aristócrata e ilustrada inglesa Margaret
Cavendish. Su tragedia se alimenta de sus contradicciones, como suele suceder,
y su necesidad de “ser vista” nos vuelve a hacer pensar en los interrogantes
sobre los condicionamientos de nuestra percepción de la realidad. Por eso nos
conmueve la descripción que de la singular y humana Harry Burden hace Bruno Kleinfeld, su amante y biógrafo interior:
“Aquella
no era una señora cualquiera. Aquella era una muñeca de gustos elevados, de
ideas que volaban por su mente como luciérnagas. El cabello de la dama era un
cúmulo de rizos y sus ojos eran grandes, muy abiertos y obscuros. Tenía el
cuello ancho y largo, los hombros cuadrados y, ese día, esa mañana de octubre,
mientras cruzaba la calle como lo había hecho tantas veces, él observó que un
atisbo de vulnerabilidad y dolor cruzaba el rostro de la mujer, como una brisa
que al soplar hiciera que, de repente, pareciese más joven.”
Otra fuente de la
apasionada indignación de Harry es el engaño, tanto el que se asocia al descubrimiento de la
infidelidad del marido como el procedente de la manipulación de Rune, la
tercera de sus personalidades enmascaradas.
Su sensación de soledad y marginación es consecuencia de la frase
reiterativa de Félix Lord (“Esto no tiene
nada que ver contigo”), que incrementa los obsesivos pensamientos de Harry
sobre la sensación de ninguneo y aislamiento que resultan del desamor. La
protagonista realiza un autopsicoanálisis de su problemática biografía interior
a través del recuerdo y el análisis de las humillaciones de su pasado, lo que
se resume en la descripción, lúcida, tierna
y poética de su propia patología. El empleo de la enunciación en segunda
persona ejemplifica el diálogo o monólogo del personaje consigo mismo:
“Está aflorando, Harry, la furia malsana,
cegadora e hiriente, que se ha ido acumulando más y más desde que caminabas con
la cabeza gacha sin darte cuenta siquiera. Ahora ya no tienes que pedir perdón,
niña grande, ni sientes vergüenza por
llamar a la puerta. No es vergonzoso llamar a la puerta, Harry. Te estás
alzando contra los patriarcas y sus adláteres, Harry, tú eres la imagen de su miedo.”
La angustia y la
frustración, junto con la conciencia de la injusticia de no ser vista, de no
ser mirada, conducen a Harry Burden hacia la maniobra de ocultarse tras los nombres de tres artistas
masculinos para presentar al público sus obras y así probar su teoría
discriminatoria. Si las tres instalaciones, presentadas en diferentes galerías
de arte, consiguen la atención y el aplauso de medios y críticos, la tesis
quedará demostrada. El relato de este proceso y la descripción de sus instalaciones abren el camino hacia una
mejor comprensión de la necesidad imperiosa de la artista por comunicarse con
su público, de ser reconocida, de existir para los otros. La dependencia de los
demás como vínculo generador de la propia identidad adquiere tintes trágicos
cuando asistimos al fracaso de su proyecto en su fase final, con la muerte del
misterioso Rune, su tercer alter ego.
Los tres proyectos tienen en común el ser representaciones de la rebelión del
ser humano y su angustioso y dolorido testimonio, además de reflejar la vasta
cultura de la artista en las más diversas disciplinas. Podemos imaginar el
impacto de las tres obras en un público deseoso de experiencias tan fuertes
como nuevas y originales.
La primera, Historia del arte occidental (1998) bajo
el nombre del melancólico Anton Tish, presenta una escultura de una enorme
“mujer ilustrada” de cuyos sobacos cuelga un retrato de la pintora italiana el
siglo XVII Sofonisba Anguissola. Se trata de una gigantesca Venus semejante a
las de Giorgione y Tiziano. Múltiples cajas de forma cúbica guardan la imagen
de una niña grande con el puño cerrado y la boca abierta, que va creciendo
hasta el extremo de salirse de la caja que es como una prisión asfixiante.
La segunda, Las habitaciones de la asfixia (2002)
atribuida a su segunda máscara, el ingenioso Phineas Q. Eldrigge -que además de
homosexual resulta ser negro- es un buen reclamo comercial para el imperante
esnobismo cultural neoyorquino. Su estructura laberíntica obliga al espectador
a circular por un estrecho e irregular pasillo desde el que se accede a universos inquietantes que se muestran tras
ventanas. Dentro de ellas, la atmósfera se va enrareciendo a medida que las
criaturas que las habitan, “metamorfos en crecimiento” van ocupando un espacio
que les resulta insuficiente. Un arcón viejo (¿Un símbolo del subconsciente?)
se va abriendo para dejar salir una figura casi transparente que intenta
escapar de su encierro. Es un ser distinto de todos, por lo que necesariamente debe ser
“mirado” con atención cuando, al final, se levanta y mira por la
ventana-espejo. ¿Otro símbolo del reconocimiento o del desdoblamiento en la
propia imagen? No hay duda de que la obra plantea más preguntas que propuestas.
Y finalmente, la
instalación compartida con Rune, el artista de moda, el joven admirado y
venerado por la crítica, el responsable del fracaso y desmoronamiento de Harry
Burden. La obra es una instalación para ella,
pero es una performance para Rune, el gran engañador, el gran mentiroso. Hay
que tener en cuenta que en la instalación, el/la artista no interviene y en la
performance, sí. Con su obsesión de filmarse, Rune introduce en el proyecto
cientos de imágenes de sí mismo, con lo que contamina el plan de Harry y se
apropia de su obra. Debajo (2003)
plantea un recorrido por un estrecho pasaje de paredes traslúcidas tras las que
se mueven sombras con un efecto de ensoñación alucinatoria. En las ventanas,
semejantes a vitrinas, se superponen objetos y secuencias filmadas de Rune y la
ciudad, de bailes enmascarados, carreras, choques, luchas y muerte. Frente a
la densidad material de las dos
primeras, está se nutre de imágenes que remiten a la virtualidad de lo efímero.
El resultado favorece el narcisismo de Rune, que aprovecha su ventaja para
humillar a Harry sugiriendo otros engaños del Felix Lord del pasado. Nuestra protagonista tiene conciencia de que
está ante una nueva concepción del arte que prima la imagen sobre el concepto,
y que prefiere el juego al pensamiento. Junto a las elucubraciones sobre las
transformaciones estéticas aparecen las delirantes propuestas de Rune, que
incorporan sin rigor algunos presupuestos de la Inteligencia Artificial y la
robótica, mezclados con una concepción organicista del hombre del futuro,
más próxima a la ficción que a la ciencia.
La locura de este
desenlace de máscaras e imposturas
desencadena una serie de acontecimientos que aumentan el grado de
violencia y furor, proporcionales al sufrimiento de Harry por el descrédito de su nombre. Sus
protestas y su rebeldía sólo provocan el sarcasmo y la indiferencia de los
otros. La simuladora ha sido víctima de su propio afán. La frase contenida en
la carta a Richard Brickman resume su rabiosa reacción: “tras una obra o gran
engaño se encuentran una polla y un par
de pelotas”. Esta mujer solitaria e incomprendida quizá solamente sea
reconocida por su obra tras su muerte y mediante el testimonio de los libros
que se escriban sobre ella. Quizás también por los documentales filmados y
editados por su hija Maisie. En cualquier caso, la furia la acompañó hasta el
final de sus días y así lo hizo constar en
el ¡¡NO!! mil veces repetido con que se irguió en su lecho de muerte. Tanto la
espiritual y alternativa observadora de auras, Sweet Autum Pinkey, como las
visiones oníricas de su hija Maisie así lo atestiguan:
Sweet:
“Podía
sentir cómo le brotaba una furia que inundaba toda la habitación, las antiguas
llamaradas rojas ennegrecidas por el humo y las energías negativas, las mismas
que había cuando conocí a Anton.”
Sueño de Maisie:
“Mi madre sigue visitándome en sueños. Ahora
es siempre un fantasma […], una persona muerta, y no puedo alcanzarla. Hace
pocos días soñé que mi madre entraba en mi dormitorio. Era totalmente
transparente, un auténtico fantasma de los de antes, y cuando la llamé por su
nombre, se volvió hacia mí, extendió los brazos y abrió la boca. Vi el interior
de su cuerpo hasta los pulmones, entonces oí que soltaba todo el aire de golpe,
de una vez, y toda la habitación ardió en llamas. En el sueño el fuego no me
daba miedo y tampoco intentaba hablar con ella. Yo me limitaba a quedarme allí
de pie y observar cómo se quemaba todo”
¿Quién fue Harry
Burden? Para unos una mujer solitaria e incomprendida, una mujer que se rebeló
contra su condición mediante una mezcla de ferocidad y erudición. De sí misma
afirmó ser “un parangón de salud en un mundo enfermo de prejuicios”, y también “una ópera, una revuelta una amenaza”,
cuando elogia a su admirada M. Cavendish. Otros hablan de ella como ejemplo de
“un colapso mental” y como “una excéntrica, paranoica, beligerante, violenta”.
En cualquier caso reconocemos su personalidad “sensible, atormentada, furiosa”.
Y, sobre todo, nos
quedamos con la vigorosa e intensa imagen de su última obra, su testamento
vital y estético. Nos referimos a La mujer primigenia, una enorme escultura, hecha de un material
transparente, que representa a una mujer gigantesca, a gatas y con unas tetas
enormes. En su interior contiene una multitud de figuras que configuran una
gran variedad de mundos, y en su cerebro se encuentra la totalidad del
universo. De su vagina, habitada por una profusión de pequeños humanoides,
desciende una muchedumbre de gente entre los que sus familiares y amigos pueden
reconocerse. Sin duda, esta imagen final y esta novela contienen un mundo que nos deslumbra. GB
1 comentario:
Uff! Cómo lo necesitaba!
Cada vez que pasaba por delante del espejo me hacía el sueco.
Ahora, cuando le lea esto, se le van a quitar las ganas de seguir interrogándome.
José Luis Vicent Marin
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