Verdes
valles, colinas rojas: Ficción, historia y mito
La
tierra convulsa
El relato que
comentamos pertenece al primer libro de la trilogía Verdes valles, colinas rojas. En ella, Ramiro Pinilla unifica
narraciones anteriores con nuevas
historias, concluyendo así la titánica tarea de contar el germen y evolución
del nacionalismo vasco, desde finales del siglo XIX hasta el nacimiento de ETA,
en la segunda mitad del siglo XX. Aunque menciona hechos históricos, se trata
de un texto esencialmente ficticio aderezado con bastante humor y otro tanto de
leyenda y mito.
El autor cede su
voz a tres personajes que, en primera persona, narran desde su particular punto
de vista unos hechos que creen significativos. En unos casos los han vivido, en
otros han sido simples testigos y en otros los han oído contar. De esta forma,
el autor confiere a su relato un múltiple perspectivismo que proporciona diversas
versiones de los mismos sucesos, tanto por la singularidad e implicación de
cada narrador-personaje como por el tiempo desde el que cada historia es
contada. La acción se sitúa en el margen derecho de la ría de Bilbao, en el
municipio de Getxo, que comprende varias aldeas, términos y lugares. El espacio
geográfico es real y el lector puede reconocerlo con bastante precisión en el
mapa que ilustra esta novela. La acción
gira alrededor de Cristina Onaindia, aristócrata local y dueña de la mayor
parte de las tierras y sus correspondientes caseríos. Los baserritarrras o aldeanos que trabajan los campos, pagan tributos a
su señora en un régimen de subsistencia casi medieval. El esposo de Cristina,
Camilo Baskardo, se dedica a las industrias que han surgido en el margen
izquierdo de la ría: las minas de carbón y del hierro que se funde y elabora en
los Altos Hornos de Sestao y Barakaldo. Éste es el paisaje social del que
arranca el relato y el paisanaje que activa y protagoniza los inevitables
cambios haciendo avanzar el tiempo y la narración.
Como método de
trabajo me ha parecido oportuno dividir el comentario en las tres partes que
corresponden al discurso de cada narrador, que comprende el contenido de su
historia y el perfil de los personajes que intervienen en ella.
El relato de Josafat Baskardo
Hay cinco
fragmentos narrados por Josafat, Jaso, el segundo hijo de Cristina Onaindia.
Los dos primeros corresponden a la edad
de 7 y 8 años (1889), el tercero, a los 13 años (1895), y los dos últimos, a los 22-25 años, entre 1904-1907.
Aunque se trata de
un relato desde la memoria, el tono, vocabulario y contenido de la historia
poseen una impronta infantil que refleja la ingenuidad e inmadurez del
personaje, incluso en su mayoría de edad. En estos capítulos se sientan las
bases ideológicas del incipiente nacionalismo y los roles que corresponden a
cada personaje. Ama, la matriarca,
representa la tradición vasca, la moral católica y la pureza racial. Aita, el padre, se caracteriza por su
pragmatismo económico y utilitarismo moral que se acomoda a las circunstancias
de su tiempo, es decir, las que le permiten ser un industrial poderoso y
enriquecerse sin más. Los campesinos y los niños, tanto los hijos Baskardo como
los de los aldeanos, son víctimas de unas transformaciones que ni les
benefician, ni entienden ni pueden controlar. Ellos encarnan las
contradicciones más agudas y el sufrimiento más intenso por el devenir de la
Historia.
Jaso considera lo
foráneo, lo que procede del exterior, como enemigo de lo vasco y contaminante
de su pureza. La Chica, Ella, el
personaje sin nombre, simboliza ese
miedo a lo ajeno. Irónicamente es el propio Camilo el que permite la invasión
de esa semilla migrante y portadora de una supuesta amenaza. En el universo
sentimental de Jaso se imprime con fuerza el mito de la singularidad y
superioridad vasca frente a un enemigo, que él identifica también con su aita. El padre de la industria y del
dinero suscitarán un odio irracional en Jaso, que le hace responsable del
sufrimiento de la madre y de su indiferencia por el ideario político sabiniano. Este niño condenado a no
crecer representa un nacionalismo primitivo e ingenuo, fundamentado en la
creencia y el sentimiento. Jaso sublima su visión del mundo al sentirse
depositario de las esencias vascas asociadas a un intenso vínculo materno. Por
eso adquiere cierto carácter oracular al anticipar un futuro fatídico y apocalíptico,
si su gente no rechaza los cambios procedentes de fuera. La reiteración de la
frase “Ama se va a morir” cuando ya se ha producido la inseminación
“infecciosa” de lo vasco por lo no vasco, así lo confirma. El desarrollo de la
historia también.
El adolescente
Jaso vive una sexualidad edípica con su madre, y vicaria en la relación amorosa
de su hermano mayor, Martxel, con Andrea, la hija del caserío de los Altube.
Sabemos que todo el relato está impregnado de ironía, sarcasmo y elementos míticos
y simbólicos. El miedo de Jaso al sexo real esconde tanto una velada
homosexualidad como una patología desatada por su imaginario amor a una neska pintada en un cuadro, es decir, un
personaje inexistente, una representación. El viaje que los hermanos emprenden
en busca de un modelo que nunca encontrarán, es quizá uno de los episodios más
paródicos de la novela, de los más hilarantes. Pero su simbolismo, como
representante de ese nacionalismo sentimental, es muy claro pues alude a la imposibilidad
del personaje para cumplir sueños
basados en algo real. En esta edad, Jaso
aún conserva su fe en el ama y la tierra, universo en el que Martxel juega el
papel de cómplice y acicate. La venganza y el odio se enfocan con claridad
hacia Ella y su Bastardo, también sin nombre. Esta etapa se cierra con un
episodio que sintetiza el estado de la cuestión. Se trata de una cena en la que
Camilo reúne a los representantes del poder del momento: el ministro de Madrid
como político, el industrial como factor
económico, y don Venanci, el cura, como representante de una iglesia entregada
a la fe sabiniana. Ya no acude a la
casa el viejo don Eulogio, el párroco que acompañaba a Cristina en el pasado.
Ahora pinta más el nuevo cura, más radical, y triunfan los jesuitas como cuna
de los futuros líderes del país.
La última intervención de Jaso como narrador, a sus 25 años, muestra de
forma trágica la pérdida de la inocencia. El dolor con que padece los cambios
sociales e históricos es más que evidente, pues la antigua creencia compartida
con la madre se desmorona en un triple sentido. El amor y posterior matrimonio entre su hermana Fabi y Ramón, un maketo castellano, rompe el mito de la pureza racial; la ruptura
propiciada por Cristina de la relación entre Martxel y Andrea, por no ser de la
misma clase, plantea el conflicto social. En el aspecto personal, el desenmascaramiento
de Ama, manipuladora de personas y
acontecimientos conducirá a Jaso hasta la locura como víctima de todas las mentiras.
Además, la sospecha de la existencia de un ominoso secreto, conocido y ocultado
por Ama, en Sugarkea, primitivo reducto
de los vascos ancestrales, resquebraja definitivamente la fe de los hermanos.
Pero mientras
Martxel se rebela rompiendo tabúes, Jaso, se desmorona sin control. Ante la
imposibilidad de aceptar un mundo que no se parece en nada al edén prometido,
el único camino que le queda a Jaso es refugiarse en la locura. Su participación en la guerra de
las llamas, ese símbolo surrealista de la libertad venida de lejanas tierras,
certificará la destrucción física de la casa Onaindia. El ataque a la casa de Ama por las llamas funciona como
metáfora de la fragilidad de lo interior respecto a lo exterior, lo que llega
de fuera. Pero también lo es del gran cambio que supuso la intervención de los
vascos puros, de “la madera”,- Ama
entre ellos- en los negocios del “hierro”. Más adelante encontraremos a este
personaje, Jaso, como parte de la historia de los relatos de los otros
narradores, pero esa es la esencia de esta novela: el continuo intercambio de
voces, espacios, tiempos y puntos de vista. Los mismos personajes deambulan de
unos fragmentos a otros transformándose ante la mirada ajena, pues,
irónicamente, es la mirada de los otros la que configura la propia historia.
El relato de Roque Altube
Roque es un
campesino que trabaja ocasionalmente en las fábricas del hierro para
complementar las escasas rentas que los Altube arrancan a la tierra. En este
momento de la historia (1889) tiene 23 años. Su carácter moral y vital procede
de un mundo cerrado e inmutable donde el trabajo, las costumbres, la taberna y
la misa de los domingos formalizan los fundamentos de una creencia
incuestionable. Por eso su inmersión en los conflictos que se plantean al otro
lado de la ría le dejan confuso e indefenso. Roque también es la inocencia que
se enfrenta a situaciones para las que nadie le ha preparado. El amor y el sexo
condicionan su presencia en las poblaciones mineras de Ortuella y La Arboleda,
donde vive Isidora, la líder sindical de la que se enamora intensamente.
Su función en la
historia es la de testigo pasivo de las discusiones y debates que surgieron
entre la izquierda política de finales del siglo XIX, que Pinilla muestra, al
tiempo que parodia con cierto tono poético, como es habitual en esta novela.
Desde el pragmatismo a la acción directa de la anarquía, todas las opciones se
reflejan en los personajes que rodean a Isidora en su humilde vivienda. Roque
asiste al espectáculo de todo lo que ocurre a su alrededor como si fuera una
locura, un sinsentido propio de los de fuera. Su naturaleza, rocosa como su
nombre, le impulsa a adaptar cada situación a su sueño de familia, tierra y
trabajo, como la tradición dicta. De
hecho, su unión sexual con Isidora adquiere tintes míticos y telúricos al producirse
en el mar y en la tierra, origen y destino de una fecundación primordial.
Las andanzas de
Roque mientras sigue con su silla y la comadrona a una Isidora a punto de
parir, adquieren los trazos surrealistas del absurdo histórico. La ironía se
hace sarcasmo cuando el nacimiento de su hija coincide con el triunfo de la
manifestación que celebra los resultados de la huelga obrera de 1890. Al
seleccionar y distorsionar los hechos de la historia, Pinilla hace caricatura
de todos y de todo, no sólo del nacionalismo. También las izquierdas con sus
dudas, miedos, vanos debates y fallidas decisiones son material narrativo para la pluma de Pinilla,
que disecciona personajes y circunstancias sin piedad. El parto de Isidora en
un altar improvisado mientras se dan vivas a la revolución con la recién nacida
en alto, posee el dramatismo cómico de
tragedia burlesca. Mediante este procedimiento el autor permite al lector
distanciarse, reflexionar y sonreír. Pues no deja de resultar irónico que la
primera irrupción de Roque en la Historia sociao-política del País vasco sea
como portador de una silla; ni que sus insignificantes intervenciones en los
mítines se deban a su intención de salvar a su amada y al fruto de sus entrañas,
y no a su interés por los gravísimos acontecimientos que suceden a su
alrededor.
Roque es la
inocencia, pero también la ceguera propiciada por terratenientes como Cristina
Onaindia, que optan por el mantenimiento de la tradición y la ignorancia cuando
la información y los cambios amenazan sus privilegios. Es una ceguera
consentida y mantenida por los defensores de pasado inmutable. Una ceguera
análoga, pero no idéntica, a la que aludía la marquesa en su dramática
advertencia sobre los amenazantes actos de Ella, la de fuera.
La historia y sus
protagonistas aparecen esporádicamente para puntuar un relato que discurre
entre la ficción, la magia y el mito. Personaje de la Historia es Facundo
Perezagua, el conocido político socialista que intermedió en la huelga de 1890
para atenuar las terribles condiciones de los obreros. De la Historia se nutre el relato que muestra
con crudo realismo cómo aquellos estaban obligados a vivir en barracones
inmundos, llenos de humedad y ratas; y a comprar sus alimentos, caros y en mal
estado, en las cantinas de las empresas regentadas por codiciosos capataces. El estado miserable de
los obreros que trabajan en las minas es ignorado por vascos como Roque, cuya
opinión se reduce a la repetición de una
muletilla muy común entre las gentes del otro lado de la ría: “que se hubieran
quedado en su tierra”.
Tanto en la
narración como en el personaje de Roque se contraponen la tradición y la
Historia. La postura tradicional se asienta en el sueño de la vida sencilla, la
tierra y Dios. El trabajo sólo se abandona cuando lo manda la Santa Iglesia o
en las romerías y fiestas. El matrimonio entre vascos asegura la continuidad de
un modelo que es cuestionado por las correrías de Roque, hecho personificado en ese
padre oculto que habla en off desde
el desván, como un oráculo. Al amparo de la tradición también se sitúan los empresarios vascos, que se
enriquecen con sus grandes empresas del carbón y el hierro sin perder el pedigrí. De parte de la Historia se
encuentran los conflictos sociales y laborales del mundo obrero y sus múltiples
manifestaciones políticas que reflejan el debate ideológico de su tiempo. El
choque entre estas dos concepciones de la vida hace tambalear las creencias de
Roque y anticipa su desmoronamiento posterior. Como él dice “hay dos Isidoras, la de la playa, el mar y
la tierra, y la de las minas”, pues en su confusión, el personaje sólo es
capaz de expresar su desazón a través del lenguaje del amor: el personal y el
de la tierra. El diálogo con que se clausura el capítulo así lo demuestra:
“-¡Viva la hija de la revolución!
El rebaño se queda ronco diciendo vivas.
-No es la hija de la huelga. Es la hija de Roque Altube, del
caserío Altubena de Getxo –digo.”
En la última parte de su relato, Roque se mostrará desesperado y rendido a las leyes
y costumbres de la orilla derecha del Nervión. Con 38 años y un considerable
equipaje emocional a sus espaldas, Roque carga sobre sus espaldas las consecuencias de los
grandes cambios socioeconómicos producidos
en la última década. En 1904, el mismo año en que Josafat Baskardo camina hacia
la locura, Roque se muestra apático y desconsolado ante los acontecimientos de
la Historia, que no ha sabido entender ni ha podido controlar. Doblemente
sometido a los dos poderes que colisionan en Getxo, el de Cristina Onaindia (lo
vasco) y el de Ella (lo foráneo), su vida hace aguas, y navega a la deriva con
sus discursos tabernarios, las apuestas y su obsesión por crear un sindicato.
Su perfil es el de la víctima a la que la Historia ha arrastrado y destruido en
su azaroso y fatídico acontecer.
El relato de Asier Altube
Este
es el narrador con mayor presencia en la novela. Sus seis entradas en el relato
y la distancia temporal entre los hechos evocados (1889-1969) y el momento de
la narración le convierten en el cronista más objetivo del conjunto de
personajes. A diferencia de ellos, Asier no ha vivido aquel pasado de tragedia y mudanza sino que
los ha conocido a través de sus lecturas y de los relatos orales de sus
mayores. Su discurso narrativo se imbrica en un conjunto de opiniones y
comentarios, de los que extrae sus juicios y recuerdos. Su talante crítico y
desapasionado le hace cuestionar a su maestro don Manuel, al que reprocha un
nacionalismo sentimental, basado en una fe irracional y excluyente. El relato de
Asier se estructura dentro de esas conversaciones o charlas con don Manuel, de
forma que los acontecimientos adquieren siempre una doble perspectiva.
Los
cuatro primeros capítulos comprenden prácticamente la historia del País vasco,
desde sus orígenes míticos hasta la era industrial, la postguerra y mediados del siglo XX. Se menciona la
mágica aparición de los 48 Fundadores de los Principios en que se asienta el
mito de la tierra vasca y la singularidad de sus habitantes. La instalación del
cristianismo mediante la surrealista historia de TotaKotxe y la aparición del
ángel que representa a su bastardo desaparecido o muerto, trae reminiscencias
del realismo mágico, lo mismo que la imagen del gordo Santiago Altube transportado en su hamaca especial de un lado
a otro. Con sutil ironía se resuelve el pasaje sobre la aparición del leño
primigenio, el prisma primordial que representa el pasado del hombre de
“madera”, vinculado a la tierra mítica. Como las creencias que el mito expande,
el leño es pesado y macizo, difícil de arrastrar y mover, como la Historia de
los hombres que se sirven de él. Su función intermedia como mostrador y altar
convierte al legendario leño en signo asociado al nacimiento de las tradiciones
vascas más populares como el “chiquiteo” y las apuestas. Con el mismo humor
burlesco que impregna todo el relato, Pinilla traslada los mitos vascos al
territorio mágico y a veces surrealista de la leyenda. Más realista y verosímil
parece la historia de los vascos que convierten las creencias en lucrativos negocios,
como los astutos Ermo, los Baskardo e incluso Cristina Onaindia.
Junto
a estos elementos míticos y otros simbólicos -como las llamas libres y salvajes
que irrumpen violentamente en la vida de los vascos más puros- aparece en el relato fragmentario de Asier la
historia de la llegada de Ella con su hambre y la niña Madia de misterioso
origen. Lo que para Asier es lucha por
la supervivencia y conquista socio-económica, para don Manuel es manipulación y
perversidad. La distante comprensión del primero contrasta con el odio y rabia
del segundo, por lo que considera invasión y usurpación de derechos ancestrales
y ruptura de leyes inalterables Don Manuel, como el Ama, considera que Ella –en su “metálica” esencia- es la encarnación del mal, el demonio
exterior que viene a contaminar la pureza de la tradición y a destruirla. Pero
en el relato se filtran hechos que certifican que, del mismo modo que las
llamas han fecundado otras bestias, también se ha producido la unión de lo
vasco y lo maketo mediante el
matrimonio de Fabi y Román. Los caminos
de la Historia siguen arrastrando a algunos hombres, mientras otros la
controlan o dirigen. Como hace notar Asier a su amigo, son los mismos vascos ricos
los que han vendido la tierra de la madera a las industrias del hierro.
La
única fisura en la pétrea fe de don Manuel es la culpa por el abandono de
Isidora por parte de Roque Altube. Como depositario de las esencias del bien, don
Manuel se siente responsable de la madre y la hija abandonadas. Su estancia en
el poblado minero de La Arboleda posee todas las marcas de un episodio de
redención con el que desea poner orden en su caos interior. Su comportamiento
evidencia la patológica necesidad de transformar la realidad ajena (que Teresa
se haga socialista y se quede en su margen izquierda) para no alterar el mundo
propio. Lo forzado y artificioso de tal procedimiento redentor pone en evidencia que,
como Roque, tampoco don Manuel entiende lo que pasa, y que su discurso le sitúa
en un bucle sin salida.
El
duelo entre Jaso y Efrén, las dos ramas de Baskardos (con K o C), y el triunfo
final del segundo refleja la continuidad de las sangres mezcladas ante la
esterilidad de las puras, historia que el autor contará en los otros libros de
la trilogía. Como voz narradora, Asier Altube sintetiza y cierra este libro en
los dos últimos capítulos. La decadencia de la casa Onaindia y las ideas que
representa se manifiestan en la rebelión y deserción de los dos hijos, Jaso y
Martxel. Ambos expresan su rabia por lo que consideran la “traición nacionalista”
,ocasionada por la incursión de su Ama en las sucias industrias del hierro,
hecho que Asier también reprocha a don Manuel.
La
conclusión del relato incluye el triunfo de todos los elementos que provienen
de fuera del país, del exterior: las llamas, los negocios de Seguros de Efrén
con la ayuda del indio Ángelo, la herencia y traslado al palacio Galeón con la
definitiva instalación y reconocimiento del bastardo legalizado como Bascardo.
La castellanización de la grafía vasca inaugura una época nueva de ambiciosas
empresas económicas y políticas. Y es muy, muy irónico que el personaje
depositario de tal tarea se llame Cándido. Y que sea educado por los jesuitas
de Deusto, aún más. Pero ahí está la Historia. Con mayúsculas. GB
1 comentario:
Esta síntesis tan clara, precisa y razonada de un libro sumamente extenso, invita a seguir leyendo su trilogía a pesar de que para hacerlo, hay que estar bien preparado y saber a qué te enfrentas.
¡Quién sabe!...tal vez un verano vacacional (o dos, o tres) por los hermosos paisajes del país vasco.
(José L. Vicent)
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