martes, 26 de febrero de 2013

La toponimia en El Quijote




En este comentario no me quiero referir a grandes topónimos, como El Toboso, Puerto Lápice, o incluso La Mancha; quiero referirme a otros topónimos que podemos llamar menores y que a mí me resultan conocidos. Ello no significa que sean  menos importantes ya que otorgan  a la obra que nos ocupa un plus de verosimilitud.

Veamos. El capítulo XX de la primera parte que aunque su título  es largo y elusivo trata de la ‘Aventura de los batanes’, y lo ubica Cervantes al borde mismo de ‘una corriente de agua o arroyo’  supuesto que pone en boca de Sancho al principio del capítulo  “-No es posible, señor mío, sino que estas hierbas dan testimonio de que por aquí cerca debe de estar alguna fuente o arroyo que estas yerbas humedecen…”

Las Lagunas de Ruidera,  actualmente incluidas en la demarcación  del Parque Natural de las Lagunas de Ruidera está formado por quince lagunas que ocupan una extensión de unos treinta kilómetros. A lo largo de su recorrido unas lagunas se comunican con otras a través de una compleja red fluvial con gran cantidad de arroyos y cascadas constituyendo un paisaje de singular belleza. Están situadas en el Campo de Montiel entre el término municipal de Ossa de Montiel, el más occidental de la provincia de Albacete, y una parte del término del vecino municipio de Ruidera, que ya pertenece administrativamente a la provincia de Ciudad Real.

 El conjunto recuerda por su forma una cadena o rosario con el tamaño de las cuentas irregulares y desigual distancia entre ellas pero enlazadas unas con otras, de tal modo que cada laguna vierte el agua que le sobra en la siguiente, ubicada a altitud inferior. Finalmente después de la última laguna su caudal se desliza hasta el vecino embalse de Peñarroya, en el término municipal de Argamasilla de Alba.

Hacia la mitad de esta suerte de rosario se encuentra la laguna Batana, situada entre la Santo Morcillo de la que recibe el agua que le sobra y la laguna Colgada, de la que la separa un desnivel importante, y que vierte en ella  sus excedentes del líquido elemento, formando una hermosa cascada.

Es un hecho admitido que la laguna Batana “… que se llama así porque al final de la misma había un batán de construcción antigua”; con toda probabilidad este batán estaba construido en el límite de la laguna con su vecina, la Colgada ya que entre las dos existe una diferencia de altura de cierta importancia, que permitiría aprovechar la energía potencial del salto de agua entre ambas lagunas. Actualmente no quedan restos visibles de aquella construcción.
Tal vez el rodeo haya sido demasiado largo, pero lo que quiero poner de manifiesto es que en pleno corazón de La Mancha, escenario mayoritario de las aventuras de nuestros héroes, existe una realidad física y tangible, donde toma apoyatura el escenario concreto de una aventura. Efectivamente es muy verosímil que don Quijote y Sancho llegaran a aquel paraje (que existe de verdad), que siendo de noche cerrada se quedaran al borde mismo de la laguna. Es verosímil también que oyeran los ruidos que el agua hacía al caer a la laguna vecina formando una cascada, distinguiéndose perfectamente la naturaleza de este ruido de otros rítmicos  y metálicos debidos a los golpes de los mazos y demás mecanismos del batán….
Hasta ahí lo verosímil, después la frondosa imaginación de Cervantes construyó un capítulo que puede incluirse entre los más divertidos de toda la obra.

Nos presenta un Sancho muerto de miedo desde luego, pero poliédrico como en pocas ocasiones con cambios en su estrategia y en su comportamiento en corto espacio de tiempo. Es evidente que el único objetivo que Sancho perseguía en aquellos momentos era persuadir a su amo  de que no emprendiera su aventura o que la aplazara hasta que amaneciera, pero para ello Sancho acudió primero a sus ‘conocimientos’ de astronomía intentando interpretar la posición y movimiento de las estrellas… ¡en una noche oscura!. Fracasado este intento, Sancho lo intentó de nuevo atreviéndose a contarle a don Quijote un  cuento sin fin, destinado deliberadamente a dilatar el acometimiento de la aventura. Por último, ante el fracaso de estos ardides, Sancho resuelve trabar las patas de Rocinante aprovechándose de que en la oscuridad de la noche su amo tendría dificultades en descubrir la treta.

Conseguida la inmovilización de Rocinante y aguijoneado por el miedo y el frio de la madrugada, Sancho acaba ensuciándose (literalmente) en las mismísimas narices de don Quijote y sin soltar una mano del arzón de la silla del caballo, en una escena vívida y desternillante como pocas, consiguiendo de paso el enfado de don Quijote.

Después de que amaneciera y descubrieran la verdadera causa de sus miedos y desasosiegos, entran por la propia simpleza del asunto en un ataque de risa a dúo, que pronto deriva en una desusada burla por parte de Sancho, que llega a cuestionar incluso la valentía de su amo. De nuevo éste se enfada y le da a Sancho dos golpes con el lanzón, y después lo sermonea con razones ‘propias’ de antiguos caballeros andantes en situaciones semejantes.

De nuevo estas escenas finales del capítulo nos presentan un Sancho acomodaticio, pasando rápidamente de la socarronería a la gravedad, poniendo de manifiesto que no se trata de un simple patán ayuno de recursos y de ingenio.
(Abdón Arjona)



2 comentarios:

ERNESTO dijo...

Querido amigo Abdón

Disfruto de leer una muestra de tu sapiencia de la literatura Cervantina que tanto estimas, más por ser oriundo de aquellos lares

Un abrazo

Ernesto

Anónimo dijo...

Se conoce que sabes mucho del territorio quijotesco de la zona, y además que te estas leyendo el Quijote muy en serio.

Alfredo

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