Huracán en Jamaica
Lo que se cuenta
en esta novela, escrita por Richard Hughes y publicada en 1929, es la historia
de unos niños que son raptados por piratas cuando regresaban a Inglaterra desde
Jamaica, donde hasta entonces vivían con sus padres. Tras un argumento que se
ajusta al modelo de novela de aventuras se esconde –como es habitual en estos
relatos- un complejo universo de ideas que proyectan la forma de pensar del
autor sobre el hombre y su circunstancia. Como vimos en las dos novelas ya
leídas y comentadas en nuestro Club de Lectura (Robinson Crusoe y Lord Jim), el viaje se convierte en una metáfora de la vida de los personajes, de
sus emociones, sus cambios vitales y su crecimiento personal.
Los personajes de
esta novela se encuentran en Las Antillas, cuando éstas iniciaron su proceso de
emancipación de la corona británica. El desastre producido por un terrible
huracán decide a los colonos Bas-Thornton y a los criollos Fernández a embarcar
a sus hijos (siete en total) en un barco que los lleve a Inglaterra, donde se supone estarán a
salvo. La historia es conducida por un narrador
en tercera persona, que se introduce ocasionalmente en el relato usando la
primera e impregnándolo de irónicos comentarios, muestra de su implicación en los conflictos de
sus criaturas, a las que analiza con una precisión no exenta de cierto cinismo.
La mayor parte de
la novela se desarrolla en el barco
donde los niños establecen una peculiar relación con los piratas, especialmente
con el capitán Jonsen y su segundo, Otto. El barco se convertirá en el espacio
vital en el que los personajes vivirán su particular odisea, un itinerario
interior situado entre dos mundos lejanos y casi míticos: la lejana Jamaica del
pasado y la Inglaterra del futuro. Entre los personajes destaca Emily, que a sus diez años ha de
enfrentarse al descubrimiento de sí misma y de lo significativo y duro que es
el propio crecimiento. Enfrentada al mal y a la necesidad de mentir y ocultar
sus actos, este personaje simboliza el cambio personal e iniciático hacia el
mundo de los adultos, en el que deberá integrarse para sobrevivir. Una niña en
su proceso de transformación, llena de matices, voces y silencios sobre la que
habrá mucho qué decir y opinar.
Tras las
peripecias de la aventura se adivinan
las opiniones del narrador sobre dos aspectos: la moral conservadora de la sociedad victoriana, que Emily y sus hermanas reproducen en sus ingenuos
actos, como el despectivo comentario sobre los pies descalzos de los negros y
de las niñas Fernández, al considerarse a ambos como “no ingleses”. Más
significativo es el episodio donde Jonsen riñe a las niñas por deslizarse por
la cubierta del barco como si fuera un tobogán y les dice que “si rompen sus bragas, él no se las remendará”.
Lo que incomoda y ofende a las niñas es el hecho de haber escuchado la palabra “bragas”, no el hecho de ser reprendidas.
Pero lo más
relevante de la novela desde el punto de vista temático es el análisis de la infancia como una etapa
misteriosa e incomprensible para los adultos. Las disquisiciones sobre esta
cuestión son auténticos discursos argumentativos, a veces serios, a veces
irónicos. Lo que desmonta el narrador cuando se pregunta si los niños son
humanos o locos es, sobre todo, la idea de que los padres sean verdaderamente
importantes para sus hijos. Según su teoría, los niños sólo tienen la
experiencia del presente limitándose a vivirlo sin trascender el tiempo. Esta
cualidad infantil les permite sobrevivir a su estancia en el barco pirata, ya
que para ellos todo se convierte en un juego. Son los mayores los que interpretan estos hechos a su manera y de
acuerdo con los valores establecidos que regulan las normas éticas y sociales. El juicio final, en el que se condena a
los piratas a la pena capital por algo que no han hecho, es una buena muestra
de por donde van esos valores.
Pero no debemos
olvidar a Emily, que se sale de este esquema, pues, al situarse en la frontera de asumir la responsabilidad
de sus actos y ocultarse en el mundo infantil “de papás, mamás y pasteles de cumpleaños”, oscila de un lado a otro,
sin conciencia plena de la trascendencia de su declaración ante el tribunal de
justicia. Un atisbo de lo terrible de la condena del capitán y los suyos está
al final de la novela cuando Emily pregunta a su padre sobre el destino de su
gato Tabby perseguido por una
violenta jauría salvaje ¿Se trata de un símbolo de lo que les espera a los
piratas enjaulados por la gente de bien?
Para la infantil
Emily es más importante un pequeño terremoto que un gran huracán, dormir con
una cría de caimán que matar a un hombre. Una visión de la infancia bastante sarcástica. Claro que no lo son
menos los comentarios sobre la rígida y esperpéntica religiosidad de Rachel y
su afán de convertir cualquier objeto en muñeco al que cuidar, ya que “parodiando a Hobbes, reivindicaba como suyo
todo aquello en que se había posado su imaginación.
Acabamos con
algunas muestras de la ironía del
narrador:
“¿son los niños seres humanos? La verdad es
que parecen humanos como muchos monos… En realidad están locos.”
“Los cerdos crecen rápidamente, más rápido
incluso que los niños”
“...y con espíritu napoleónico –aunque
embotado- subió a cubierta…”
No olvidamos las caricaturas como la de Thornton con sus
largas piernas colgantes sobre la escasa cabalgadura, o las alusiones a los
desvaríos psicológicos de la Sra.
Thornton sobre las emociones y sentimientos de sus hijos. Por cierto, que eso
no quita que sea el padre de Emily el
único personaje que se da cuenta de lo que ha hecho su hija. Según el narrador,
ésta no se diferencia de cualquier niña de su edad, y lo afirma en primera
persona. Aun faltaban 25 años para que Willian Golding publicara El señor de las moscas. Hay, sin duda, muchas más cuestiones que plantear, muchos más matices que hacer, pero para eso nos reuniremos en nuestro Club. GB
2 comentarios:
He hecho un comentario, pero no se ha publicado. Intento enviar éste.
Lourdes Martinez
Otra interpretación del personaje de Emily: su viaje es iniciático en la medida en que pasa de la niñez a la edad adulta al interiorizar su experiencia con los piratas, pero lo hace como los adultos de la sociedad a la que pertenece. Con la misma hipocresía y egoísmo que sus mayores, Emily prefiere mentir, salvarse y saltarse la justicia, la compasión y la verdad. Todo un ejemplo de quién llegará a ser
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