LORD JIM: narrador,
símbolos y otros elementos formales
Las voces
narradoras y el tiempo
La estructura de Lord Jim
anticipa la renovación de la novela propiciada por los movimientos de
vanguardia, tanto respecto al número y
clase de narrador como a la función del tiempo discursivo. Al principio, el relato corre a cargo de un
narrador externo en tercera persona que presenta con gran subjetividad a Jim como corredor de agencias portuarias,
años después de haber sido juzgado. Su aspecto imponente y contenido
impresionan al lector:
Era fornido y corpulento y, al abordar a la
gente, hacíalo combando ligeramente los hombros, avanzando la cabeza y con la
mirada fija, profunda, bajo el dosel de las cejas, de tal suerte que evocaba el
recuerdo de un toro en el momento de embestir.
Adopta este
narrador una actitud misteriosa que oculta al lector los motivos de la
aflicción del personaje, aludiendo a cierto asunto
como sustituto léxico de un enigma que
se presupone conocido pero no lo es. Tras una leve retrospección en que se nos
ofrece una breve pero esencial biografía del protagonista, se cede la voz
narradora a Marlow, el inquieto aventurero de El corazón de las tinieblas. Este narrador, interno e igualmente
implicado en la historia de Jim, articula un relato disperso, en la que
rememora los hechos simulando una
distendida pero apasionada conversación con sus iguales en la terraza del hotel
Malabar, en alguna ciudad costera de Asia.
La forma
coloquial, con frecuentes apelaciones a sus interlocutores, incluye otras
historias narradas por los personajes que conocieron a Jim, enriqueciendo de
esta forma los puntos de vista sobre el
personaje, que se desvela así
dentro de su compleja trayectoria vital. A veces recurre el narrador a
cartas o documentos para que dinamicen el relato y lo enriquezcan, aunque ello
pueda producir cierta confusión en algún
lector habituado a lecturas más sencillas.
El tiempo discurre hacia delante,
hacia atrás y hacia los lados, sobre todo en la parte donde se gesta el
conflicto de Jim y su condena. La estancia en el idílico Patusán tiene una
estructura más sencilla, que transcurre cronológicamente y nos llega mediante la voz del propio Jim
o la de su amigo Marlow. La novela
finaliza con la transcripción de misivas y documentos, que éste le hace llegar
al narrador inicial, en la que se resumen los hechos, desde el definitivo y
último fracaso de Jim hasta su muerte.
La muerte de Jim se produce en una escena
cargada de dramatismo. Jim se presenta ante Doramín para asumir su castigo. Éste, tremendamente grueso, se bambolea
arrastrando a sus servidores hasta un Jim que, “en pie, muy tieso, desnuda la cabeza y alumbrado por la luz de las
antorchas, no apartaba de sus ojos la franca y recta mirada”. Suena el tiro
y “el hombre blanco” mira a los lados
con orgullo y cae lentamente hacia adelante.
El comentario del
narrador interpreta así el fin del personaje (y el de la novela):
Y aquí termina todo. Desaparece él del mundo
como envuelto en misteriosa nube, inescrutable en el fondo de su corazón,
olvidado, sin el perdón de los que le rodeaban y excesivamente romántico.
La subjetividad
del narrador se evidencia en la consideración de Jim como fantasma o espectro
del “ideal que de sí mismo se trazó”,
llamando nuestra atención sobre la dualidad de Jim: la abrumadora fuerza de su
recuerdo, y su apariencia de “alma
errante, perdida entre las pasiones de este bajo mundo, pronta a someterse
fielmente al llamamiento de aquel otro mundo de fantásticas sombras al que
pertenece”.
Símbolos y otros elementos
Esta novela pone
de manifiesto el talento de Conrad como maestro de la descripción en el relato.
A pesar de que algunos puedan considerar que se trata de una narración morosa y
excesivamente lenta, no nos resistimos a precisar que este tipo de lecturas requieren
también su tempo; pues la degustación lenta de sus intrincadas y extensas
descripciones nos ofrece innumerables detalles físicos y psicológicos de los
personajes con gran profusión de emociones, sensaciones y conductas. Es una
novela densa, pero precisamente por eso, cuando aplicamos el microscopio para
ver sus interioridades, encontramos innumerables tesoros. El retrato de Jim,
las caricaturas de los tripulantes del Patna, las descripciones irónicas de
Egstrom y Blake, la etopeya de Stein, la esperpéntica descripción del rajá de
Patusán y sus estancias…. Conrad domina todas las técnicas y recursos de la
lengua y las pone al servicio del relato. Unas veces imita los movimientos de
la cámara cinematográfica, otras usa profusión de adjetivos, y en ocasiones
economiza tanto que se acerca al impresionismo literario. Dos ejemplos:
Caricatura impresionista de los tripulantes
del Patna
“Uno de ellos era un ruin hombrecillo de
hundidas mejillas que llevaba el brazo en cabestrillo; otro, un sujeto alto,
con chaqueta de franela azul, reseco como astilla y no más grueso que mango de
escoba, de caído bigote gris, miraba en torno suyo con aire de imbécil. El
tercero era un joven tieso, ancho de hombros con las manos en los bolsillos…”
Descripción cinematográfica: lo que ilumina
un cigarro
“La prolongada forma de los sillones de
junco ofrecía cómodo descanso a cada uno de los silenciosos oyentes. De cuando
en cuando, una de aquellas rojas manchitas de fuego movíase bruscamente,
esparciendo claridad por los dedos de lánguida mano o por parte de algún rostro
en profundo reposo, o bien lanzaba un chispazo de luz carmesí sobre unos ojos
pensativos sombreados por una frente sin arrugas”
Las descripciones del mar adquieren una
naturaleza material y plástica con valor como espacio navegable y como símbolo,
generalmente del peligro y del mal. El mar aparece en ocasiones dotado de alma
y voluntad, como criatura que ataca a los hombres y de la que éstos no pueden
escapar. En la novela, el tratamiento de la naturaleza tiene más valor
simbólico que realista, como es propio de los relatos románticos. La noche, la luna y la niebla envuelven
con frecuencia a Jim en un halo de irrealidad y misterio que confiere al
personaje el carácter espectral y fantasmagórico de los seres inmateriales. La oscuridad
y las sombras anticipan la muerte, lo mismo que el sueño que dota a Jim de su singular aire ensimismado y ausente,
como si existiera en otra dimensión distinta del resto de mortales. Y
naturalmente, la isla como refugio,
la tierrra de Patusán como edén rodeado de vegetación en los confines del mundo
civilizado. El viaje como metáfora
de la vida de un personaje condenado por el azar y el tiempo a la muerte de los
héroes.
“La conquista del amor, del honor, de la
confianza que en nosotros depositan los hombres; el orgullo que esto engendra,
la fuerza que comunica, materiales son apropiados para forjar con ellos una
narración heroica.”
“Treinta millas de bosques mantenían aquello
cerrado a la vista de un mundo que se mostraba indiferente, y el ruido de las
olas al estrellarse, blancas de espuma, en la costa, sofocaba la voz de la
fama.”
A pesar de ser Jim
un personaje que impregna de romanticismo todas sus acciones y todos sus
pensamientos, en aras de perseguir su
sueño, Marlow pone las cosas en su sitio al precisar que nadie encuentra la
verdad ni las respuestas a las grandes preguntas. De Jim dice que “vivía
escabulléndose continuamente” y que “estaba satisfecho, casi…”, como el hombre del
siglo XX, con conciencia de su propia temporalidad, de su existencia como
realidad única y cierta. Muy lejos de la ingenua felicidad de Robinson Crusoe. GB
No hay comentarios:
Publicar un comentario