Quijote, capítulos 28-37
Se
inicia la cuarta parte de la novela con el capítulo 28, en el que el narrador,
consciente de lo divertida que resulta su historia, elogia a su personaje y
comenta su obra, así como los relatos insertados. Pues afirma que en aquellos
tiempos -de crisis, como ahora- eran necesarios “alegres entretenimientos, no sólo de la dulzura de la verdadera
historia, sino de los cuentos y episodios della, que, en parte no son menos
agradables y artificiosos y verdaderos que la misma historia”
Por
eso los capítulos 28 y 29 giran alrededor del relato de Dorotea, a la que descubren en el monte mientras se lava
los pies en un arroyo, quedando todos – “el
cura y los que con él estaban”- deslumbrados por la blancura de sus piernas
“de blanco alabastro”.El retrato de
Dorotea se ajusta al canon de belleza
femenino, con las pertinentes y habituales exageraciones:
“Los luengos y rubios cabellos no sólo le
cubrieron las espaldas, mas toda en torno la escondieron debajo de ellos, que
si no eran los pies, ninguna otra cosa de su cuerpo se parecía; tales y tantos
eran. En esto les sirvió de peine unas manos, que si los pies en el agua habían
parecido pedazos de cristal, las manos en los cabellos semejaban pedazos de
apretada nieve”
Esta
interpolación, el relato de Dorotea,
es un reconocimiento de la fuerza de este personaje
femenino. Su discurso en primera persona defendiendo el derecho de la
hidalguía al honor y a la honra, pese a la desigualdad de clase, reproduce los valores que sustentan la comedia lopesca y
barroca. La narración de la historia de Dorotea atrapa la atención de los que
la escuchan por su amenidad basada en un uso magistral de la tensión narrativa.
La aparición del personaje de don Fernando articula este relato con el de
Cardenio y Luscinda, con lo que todo queda bien atado y las tramas mezcladas. Además
Dorotea reflexiona sobre las convenciones sociales, los matrimonios desiguales
y la independencia de la mujer justa e ilustrada. Además queda en evidencia la lujuria
masculina, pues todos los hombres que conocen o ayudan a Dorotea en su huida
acaban deseando sus favores. Sólo su firmeza y valor la libran de ese
destino y la conducen a una vida pastoril alejada de un mundo amenazante.
Estos
capítulos también son una muestra del perspectivismo
cervantino, pues el lector conoce la triste historia de Cardenio desde otro
punto de vista. Otros ejemplos de este recurso los encontramos en la aparición
de personajes “salvados” anteriormente por DQ. El relato que hace el cura del desafortunado
asalto y liberación de los galeotes pone en evidencia tanto el diferente punto
de vista como la lucidez de DQ al disimular avergonzado ante las consecuencias
de sus actos. Lo mismo podríamos decir de la aparición del propio Ginés de
Pasamonte, con su verdadera cara de ladrón y maleante, y del azotado Andrés, que se ceba en un afligido
DQ, debido a las grandes desgracias reales que le sobrevinieron tras ser
rescatado por el loco caballero.
Precisamente
Cardenio, al reconocerse como personaje del relato de Dorotea, cobra conciencia
de su disparatada conducta y lamenta la nefasta pasividad de su comportamiento
cobarde ante la huida de Luscinda. Así que pasa a la acción y participa en el
complot urdido por el cura y resto de personajes para preparar la representación
caballeresca, que les permitirá rescatar a DQ de su locura y llevarle a su
casa. De modo que para salvar al protagonista
de su enajenación, simulan todos
ser personajes ficcionales de la más absurda y paródica novela de
caballerías.
El
relato del reino Micomicón, su reina y el rey Tinacrio el Sabidor, el gigante
Pandafilando de la Fosca Vista -pues era bizco- resulta tan cómico y extravagante como el lenguaje caballeresco que hilvana la descabellada
historia (cap. 30). El humor viene dado sobre todo por el contraste entre lo
fantástico de la ficción y el pragmatismo de Sancho, muy preocupado por su
futuro, tanto en lo que se refiere al nombramiento de DQ como arzobispo como al
necesario matrimonio de éste con la princesa rescatada (cap. 31). En ambos
casos Sancho ve problemas: en hacerse
eclesiástico siendo casado o en el empeño de DQ
en servir a Dulcinea, lo que pondría en peligro el merecido trofeo por
sus hazañas.
Los
capítulos 30 y 31 muestran al grupo en las montañas y en los caminos de vuelta
a la venta. Lo más sabroso son las conversaciones
entre DQ y Sancho sobre los más variados temas de caballería. Las disputas
sobre con quién debería casarse el hidalgo terminan con el enfado de DQ y
alguna colleja para Sancho, cuya simplicidad asombra a todos. El ingenio
cervantino nos ofrece una muestra magistral en las visiones contrarias y
paralelas que amo y criado tienen de Dulcinea. Así, “la reina de la hermosura… ensartando perlas” es para Sancho, una
moza “ahechando dos hanegas de trigo” .Cuando
DQ se refiere a “tan alta señora”, Sancho
replica: “tan alta es, que a buena fe me
lleva a mí más de un coto”. Si DQ pregunta por “un olor sábeo, una fragancia aromática…” Sancho contesta que
sintió “un olorcillo algo hombruno” como
si estuviera ella “sudada y algo
correosa”.
Sancho
va improvisando en su ficcional y cómica historia con gran habilidad para hacer coherentes sus mentiras. A
veces recurre al ingenio, como cuando le explica a DQ la entrega de la carta a Dulcinea y las risas
de ésta ante el nombre de Caballero de la
Triste Figura, así como su agrado ante la pleitesía del vizcaíno y los
galeotes. Y si hay incongruencias en el relato, DQ las solventa con
encantamientos y magos como es costumbre en las novelas de caballerías, con lo
que los dislates de ambos se cohesionan en un orden disparatado pero perfecto.
En estos capítulos el narrador cuenta hechos
simultáneos, pues mientras DQ y Sancho platican, el resto de personajes
comentan los detalles de la locura de DQ, del que dice el cura más adelante que
es bastante cuerdo si no le mientan los
libros de caballería.
La
llegada a la venta (cap. 32) reúne
al grupo con los venteros, criadas y otros huéspedes que entablan conversación
sobre los libros de caballería. Es interesante cómo se distinguen los gustos
masculinos de los femeninos, pues mientras el ventero prefiere los
episodios de luchas y aventuras, la ventera y Maritornes gustan más de los
dulces requiebros de los amantes y de las quejas de las damas. El toque
realista lo pone la moza que dice no entender la crueldad de las damas y los
apelativos que con ellas usan los caballeros:
“…las llaman tigres leones y otras
inmundicias…y tan sin conciencia que por no mirar a un hombre honrado, le dejan
que se muera o que se vuelva loco. Y no sé qué es tanto melindre: si lo hacen
de honradas, cásense con ellos, que ellas no desean otra cosa.”
Tras
revisar los libros que hay en la venta, el cura se despacha contra los malos libros de caballería,
como hicieran en el capítulo VI. Como entonces se reprocha a las novelas sus
disparatados argumentos y la carencia de verosimilitud. A las razones del cura
replica el ventero con una apasionada defensa de los personajes caballerescos,
ya que entiende que tanto éstos como sus peripecias son reales:
“…Felixmarte de Hircania, que
de un revés solo partió cinco gigantes por la cintura…y otra vez arremetió
contra un grandísimo y poderosísimo ejército, donde llevó más de un millón y
seiscientos mil soldados[…] Don Cirongilio de Tracia[…]le salió una serpiente
de fuego[…]y le apretó con ambas manos[…]y no tuvo otro remedio sino dejarse ir
a lo hondo del río…y cuando llegaron allá abajo, la sierpe se convirtió en un
anciano que le dijo…”
La
actualidad de estos comentarios se complementa con una irónica alusión a una segunda parte de don Quijote,
cuyo autor sería el ventero, pues –según
Cardenio- “él tiene por cierto que todos
estos libros cuentan que pasó ni más ni menos lo que escriben, y no le harán
creer otra cosa frailes descalzos.”
Si
estas palabras son una velada alusión a El
Quijote de Avellaneda, juzgue el lector. No podía faltar la reacción de
Sancho y su preocupada confusión ante los términos en que se habla de los
dislates de las aventuras caballerescas, y con su habitual sentido común,
decide esperar a ver qué pasa, y si las cosas no le van bien con DQ, “determinaba dejalle y volverse con su mujer
y sus hijos a su acostumbrado trabajo”.
Los
tres capítulos siguientes contienen la novela de El curioso impertinente,
donde se cuenta la historia de la enfermiza obsesión de Anselmo por poner a
prueba la honradez y fidelidad de su mujer, Camila, con la ayuda de su amigo
Lotario. Con el grupo de oyentes de la venta asistimos a las razones y
argumentos de Lotario y a una extensa disertación sobre los valores y honestidad
de las buenas esposas, así como la justificación del amor verdadero. El
conflicto se resuelve como en las comedias de enredo, y con el marido engañado
colaborando en el engaño y contribuyendo al regocijo de los amantes adúlteros,
por la insistencia del marido. La moraleja es que todos pierden, víctimas de la
enajenación de Lotario.Todo un caso para los tratados de psiquiatría.
El
relato se interrumpe por el conocido ataque de un DQ adormilado a los cueros de
vino del ventero, pues donde el hidalgo ve gigantes, el criado ve la sangre
derramada. La comicidad de la escena contrasta con la fina ironía del narrador,
cuya opinión sobre esta novela es evidente:
“¿Quién no había de reír con
los disparates de los dos, amo y mozo? Todos reían sino el ventero, que se daba
a Satanás”.
El
episodio concluye con una genial lamentación de la ventera por los daños
sufridos, que finaliza con la paródica maldición de los responsables de todos
sus males. Todo un ejemplo del género:
“En mal punto y en hora
menguada entró en mi casa este caballero andante, que nunca mis ojos le
hubieran visto, que tan caro me cuesta. La vez pasada se fue con el costo de
una noche, de cena, cama, paja y cebada para él y su escudero, y un rocín y un
jumento, diciendo que era caballero aventurero, que mala ventura le dé Dios, a
él y a cuantos aventureros hay en el mundo, y que por esto no estaba obligado a
pagar nada, que así estaba escrito en los aranceles de la caballería andantesca[…]
Y por fin y remate de todo, romperme mis cueros y derramarme mi vino, que
derramada le vea yo su sangre.
Los
capítulos 36 y 37 cierran las narraciones interpoladas con la llegada de don
Fernando y Luscinda y la reunión de cada amante con su pareja, con un final
feliz típico de la novela sentimental. Se suceden discursos sobre el amor y el
honor, y todos quedan asombrados y contentos, salvo Sancho, disgustado por
haber perdido su oportunidad de enriquecerse:
“Todo esto escuchaba Sancho,
no con poco dolor de su ánimo, viendo que se le desparecían e iban en humo las
esperanzas de su dictado, y que la linda princesa Micomicona se le había vuelto
en Dorotea, y el gigante en don Fernando, y su amo se estaba durmiendo a sueño
suelto, bien descuidado de todo lo sucedido.”
Es
de interés señalar el continuo proceso de
“quijotización” de los personajes que acompañan a DQ. Cada vez son más los
que participan en el engaño con el fin
de rescatar al caballero de su locura,
para lo cual han de simular todos ser
tan locos como él. Destacan en este capítulo (37) las peregrinas razones de
Dorotea para explicar que sigue siendo princesa sin dejar de ser lo que era, complejo
e insensato argumento que DQ acoge con gusto. Se inicia aquí la historia de
Zoraida, ejemplo de novela morisca,
que se desarrollará en los posteriores capítulos. Y el famoso discurso sobre las armas y las letras,
donde DQ compara “los espíritus” del
guerrero y del letrado. Como este
discurso continua en el siguiente capítulo, dejamos para otra ocasión su
comentario. GB
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