Quijote 38-52
Estos
quince capítulos narran el final de las aventuras de DQ y Sancho. Culminan con
el regreso a la aldea, de la que salieron al comienzo de esta primera parte de la novela, en busca de lances caballerescos así como de los obligados méritos en honor a
su imaginaria e ideal dama. El capítulo 38 contiene la continuación del discurso sobre las armas y las letras
iniciado en el capítulo anterior. Con esta exposición, que sale de la boca de
un DQ tan coherente como ingenioso, rinde Cervantes tributo a un discurso
argumentativo de raíces clásicas, muy
arraigado en la tradición cultural y literaria española. Se trata de los
diálogos, disputas o debates donde se
contrastaban y comparaban las virtudes y defectos de diferentes menesteres o
cometidos, actitudes o creencias. A la conocida y popular disputa sobre las bondades amatorias del caballero y
del clérigo, se suma ahora la que confronta las ventajas del oficio del soldado
con las del hombre de letras.
Caricaturas
de uno y otro aparte, el argumento por el que nuestro caballero defiende el trabajo del soldado, se funda en
la afirmación de que la profesión de las armas exige tanta o más inteligencia
y entendimiento para tener éxito en las
artes de la guerra, que la que usan aquellos que sólo ejercitan el espíritu. Además
–dice DQ- el soldado es más sacrificado y generoso que el licenciado, pues la miseria de su paga, que viene tarde o
nunca, es proporcional a los premios que recibe, también escasos. A estas
razones valedoras de la profesión militar,
añade el orador una apasionada defensa de las armas como garantes de la paz y
de la elaboración y cumplimiento de las leyes, si bien nos llama la atención
sobre los peligros de la artillería y de la guerra en el mar, que tanto bienes
y vidas sacrifica. Claro que DQ es parte interesada en sus conclusiones pues,
como buen caballero andante, manifiesta su temor de que las nuevas armas le resten méritos:
…todavía me pone recelo pensar si la pólvora y el estaño me han de quitar la
ocasión de hacerme famoso y conocido por el valor de mi brazo y filos de mi
espada, por todo lo descubierto de la tierra.
Tanto
en este alegato como en la interpolación
de la historia del cautivo y su enamorada Zoraida (capítulos 39-41)
proyecta Cervantes su experiencia militar y marinera. Los viajes del soldado cautivo por el
Mediterráneo dan fe del conocimiento que el autor tenía de la geografía, las
costumbres y la historia de su tiempo. La biografía del pirata Uchalí Farfax es
el complemento de un universo social plagado de renegados, conversos de
conveniencia, cautivos y pícaros, que constituyen un mosaico de gentes y
vidas emanadas de la tradición de los romances y relatos moriscos.
La
emoción fácil y el llanto sin tasa que adornan este género novelesco tienen su
continuidad en la historia del enamorado don Luis, disfrazado de mozo de mulas para
ir tras su amada, la hija del oidor, que también se aloja en la venta. El
desenlace de esta historia de amor tiene lugar en el capítulo 44, tras muchas lágrimas y gemidos, cuando todos los
enredos se deshacen, y el final feliz reúne a cada amante con su amada y los
problemas se resuelven favorablemente para todos y todas. Este género narrativo
exigía que el relato estuviera plagado de sufridas huerfanitas y desinteresados
o generosos varones prontos al rescate amoroso de las destinatarias de sus
favores. El almibarado comportamiento de los personajes, delicia de un público
femenino y poco ilustrado, era un tópico
necesario y conveniente para este género
novelesco cercano a lo romántico y
sentimental.
No
podemos olvidar el juego entre lo real y
ficcional, esencia de la novela cervantina, pues mientras los viajeros
cuentan sus historias, el cura y el barbero junto al resto de personajes,
representan sus papeles como escolta del andante caballero y su escudero, en
busca de micomiconas aventuras y dignos trofeos. En esta historia donde los
personajes fingen ser otros para dar gusto a DQ en el seguimiento de su engaño,
se produce ese fenómeno que algunos han llamado quijotización, necesario
para que los personajes de una ficción formen parte de la historia. Así
que la increíble falta de verosimilitud de los relatos interpolados, plagados
de tramas inconcebibles y prodigiosas casualidades, hace que la disparatada
conducta de DQ resulte más coherente y
creíble que la de los artificiosos personajes de la novela morisca o
sentimental.
Inversión
y contraste en este alarde de habilidades
narrativas de Cervantes que, además de desmontar los componentes del
relato para dar una lección metaliteraria a los lectores atentos, exhibe un
muestrario de géneros que evidencian su talento. Tampoco olvidamos la comicidad por contraste y acumulación, en estos capítulos,
en los que un amoscado DQ manifiesta su preocupación por la escasa atención que
le prestan aquellos que le rodean, más atentos a las vicisitudes de los
azarosos acontecimientos de cautivos y enamorados, que a su caballeresca
misión.
La
decisión de DQ de velar el descanso de las supuestas damas bajo el ventanuco de
la venta, y la broma de Maritornes atando a Rocinante, dan con los huesos de DQ
en el suelo, cuando las cabalgaduras de los huéspedes olfatean los efluvios del
rocín. Esta situación cómica sirve
de contrapunto a tanta aflicción y sufrimiento, pues DQ no osaba hacer movimiento alguno, y no pudiendo soltarse, recurre
al truco del encantamiento, comodín que explica todas sus desventuras. La voz
narradora que conduce el relato pone de manifiesto la rabia y frustración del
caballero mediante una enfática acumulación de anáforas, recurso de
intensificación que humaniza al disparatado personaje atribuyéndole,
paradójicamente, una conducta más cercana a lo real que a lo ficticio:
Allí fue el desear de la
espada de Amadís, contra quien no tenía fuerza de encantamiento alguno; allí fue
el maldecir de su fortuna; allí fue el exagerar la falta que haría al mundo el
tiempo que allí estuviese encantado, que sin duda alguna se había creído que lo
estaba; allí fue el acordarse de su querida Dulcinea del Toboso; allí fue el
llamar a su buen escudero Sancho Panza, que, sepultado en sueño y tendido en el
albarda de su jumento, no se acordaba en aquel instante de la madre que lo
había parido…[…] allí..[…] allí… y finalmente, allí le tomó la mañana, tan
desesperado y confuso que bramaba como un toro…
Otra
escena cómica tiene lugar en los
capítulos 44 y 45 cuando la discusión entre don Luis y sus criados se simultanea con la pelea del ventero con los
huéspedes que se marchan sin pagar. Mientras tanto, Sancho, sumido en su
ficcional disparate, se enfrenta al barbero por la bacía que es yelmo o el
yelmo que es bacía. Al final todos
pelean con todos y cada vez se suman más personajes a la trifulca, en tal número y cantidad de gente, que recuerda
a la secuencia del camarote de los hermanos Marx, salvando las distancias,
claro. La descripción de la pelea es excelente en su expresiva y dramática vivacidad,
por lo que no nos resistimos a transcribirla:
Los criados de don Luis
rodearon a don Luis, porque con el alboroto no se les fuese; El barbero, viendo
la casa revuelta, tornó a asir de su albarda, y lo mismo hizo Sancho. Don
Quijote puso mano a su espada y arremetió a los cuadrilleros. Don Luis daba
voces a sus criados, que le dejasen a él y acorriesen a don Quijote, y a
Cardenio, y a don Fernando, que todos favorecían a don Quijote. El cura daba
voces, la ventera gritaba, su hija se afligía, maritornes lloraba, Dorotea
estaba confusa, Luscinda suspensa y doña Clara desmayada. El barbero aporreaba
a Sancho, Sancho molía al barbero; don Luis, a quien un criado suyo se atrevió
a asirle del brazo, porque no se fuese, le dio una puñada que le bañó los
dientes en sangre; el oidor le defendía; don Fernando tenía debajo de sus pies
a un cuadrillero, midiéndole el cuerpo con ellos muy a su sabor; el ventero tornó
a reforzar la voz, pidiendo favor a la Santa Hermandad: de modo que toda la
venta era llantos, voces, gritos, confusiones, temores, sobresaltos,
desgracias, cuchilladas, mojicones, palos, coces y efusión de sangre.
En
este punto de la historia, Cervantes hace reaccionar a su criatura literaria
con un comportamiento paradójicamente
ambiguo, pues es el loco el que pone cordura y orden en la refriega,
finalizando el capítulo con un excelente e idealizado discurso sobre la auténtica justicia de la andante caballería. Los
oyentes, entre los que se incluyen los
miembros de la Santa Hermandad que portan la orden escrita para detener al caballero, se quedan con las
ganas gracias al engañoso complot que
traman el resto de personajes. Parten hacia la aldea, tan contentos con la
representación de un engaño tan loco como el de DQ.
Los
siguientes capítulos relatan la salida
de la venta y las conversaciones que unos y otros mantienen por los caminos
que llevan a la aldea, donde acabarán el viaje y esta primera parte de la
novela. Llenas de humor son las pláticas
entre DQ y su escudero, contraponiendo como viene siendo habitual el
idealismo ficcional del caballero al
realismo acomodaticio de Sancho. Así, los besos de don Fernando a su amada
Dorotea, el olor que aquel desprende…, todo es resultado de maléficos
encantamientos y desatinos novelescos. Hay que añadir que, inmersos en el
engaño ficción al, los personajes se comportan y hablan con el pulido y
parodiado lenguaje de la vieja caballería andante, como sucede con el discurso de despedida del barbero,
lleno de cómicos augurios y referencias librescas.
Muy
interesante es la conversación que mantienen el canónigo y el cura en este capítulo y los siguientes sobre los libros y el arte de las comedias, pues de nuevo se filtra el juicio
cervantino en los parlamentos de estos dos personajes. Respecto a los libros de
caballería, reiteran ambos el peligro de que los lectores confundan ficción y
realidad, y así pierdan el seso. Por el contrario, defienden las buenas novelas
que, según ellos dicen, deben ser ficciones verosímiles y que cuenten historias
bien cohesionadas que sirvan de entretenimiento, sin descuidar el provecho y el
estilo digno. Se elogian aquí las bellas descripciones de la naturaleza y otros
espacios, los personajes nobles como los héroes clásicos, y sus ejemplares
hechos; todo ello adornado por un arte de narrar que aproxime el relato a lo
verdadero.
-Y siendo esto hecho con
apacibilidad de estilo y con ingeniosa invención, que tire lo más que fuere posible
a la verdad, sin duda compondrá una tela de varios y hermosos lazos tejida, que
después de acabada, tal perfección y hermosura muestre, que consiga el fin
mejor que se pretende en los escritos, que es enseñar y deleitar conjuntamente,
como ya tengo dicho. Porque la escritura desatada destos libros da lugar a que el autor pueda mostrarse
épico, lírico, trágico, cómico, con todas aquellas partes que encierran en sí
las dulcísimas y agradables ciencias de la poesía y la oratoria; que la épica
también puede escribirse tanto en prosa como en verso.
Este
discurso metaliterario, muestra del
gusto por la tradición y la modernidad del autor de El Quijote, se completa con una profunda y clara reflexión sobre la
influencia del público en la calidad de
las obras literarias, que nada envidia al debate actual sobre los
contenidos de la TV o de otros medios. Afirma el canónigo, ese alter ego de
Cervantes, que a los ignorantes les gustan los disparates y a los sabios la
verdad, de tal forma que los buenos libros agradan a unos pocos, y los malos
son los más populares. Las palabras del cura trasladan la crítica a la falta de
verosimilitud de las comedias contemporáneas a Cervantes, y eximen de la culpa
a los autores, pues son los que comercian con el arte los que han convertido
las obras en mercadería vendible. Elogia,
por el contrario, las buenas virtudes de la comedia sustentada en el respeto y
aplicación de la regla de las tres unidades, de tiempo, espacio y acción, como
no podía ser de otro modo. Y así como se lamenta de que, por dineros, haya tan malas obras publicadas, mientras otras buenas
duerman en el cajón, afirma que debía haber una autoridad que controlara la
calidad de lo que se publica. Más moderno, actual y universal, imposible.
Y
entre humorísticas y sutiles pláticas discurren los dos últimos capítulos de la
primera parte de El Quijote, en las
que el caballero argumenta sobre la verdad de su encantamiento, ante el
escepticismo burlón de Sancho. Así que entre los dislates de DQ, que da igual
valor a los héroes históricos que a los librescos, y sus lúcidos argumentos
para defender la necesidad de la
fantasía y la ilusión en nuestras vidas, se contagia Sancho de tal modo que
también discursea sobre el placer de ver sus deseos realizados:
-No sé esas filosofías
–respondió Sancho Panza- mas yo sólo sé que tan presto tuviese yo el condado
como sabría regille; que tanta alma tengo yo como otro, y tanto cuerpo como el
que más, y tan rey sería yo de mi estado como cada uno del suyo; y siéndolo
haría lo que quisiese; y haciendo lo que quisiese haría mi gusto; y haciendo mi
gusto estaría contento; y en estando contento no tiene más que desear, acabóse,
y el estado venga, y a Dios y veámonos, como dijo un ciego a otro.
Como
siempre, Sancho adapta las ideas de DQ a su realidad y a sus intereses, y tan
contento. Tras encontrar a un cabrero
que vaga por los montes con su cabra, éste les relata su historia de amores
fallidos con la hermosa Leandra. Esta nueva
interpolación es otro relato sentimental en el que los amantes se disfrazan
de pastores para llorar en la naturaleza sus fracasos. Pero el encuentro acaba
mal al arremeter DQ contra el cabrero, primero y contra una procesión de
disciplinantes, después. Tras muchos y cómicos revolcones, puñadas y golpes,
entran todos en la aldea ante el asombro
de sus habitantes y el llanto de las mujeres que cuidaban a DQ. Pues allí se renovaron las maldiciones de los
libros de caballerías; allí pidieron al cielo que confundiese en el centro del
abismo a los autores de tantas mentiras y disparates.
Destacamos
aquí el planto de Sancho ante un DQ
caído y maltrecho, al que cree muerto. Toda una parodia de estas elegías, que
evidencia hasta qué punto Sancho se ha contagiado de los sentimientos y del
lenguaje de su amo:
-¡Oh flor de la caballería,
que con sólo un garrotazo acabaste la carrera de tus bien gastados años! ¡Oh
honra de tu linaje, honor y gloria de toda la Mancha, y aún de todo el mundo,
el cual faltando tú en él, quedará lleno de malhechores, sin temor de ser
castigados de sus malas fechorías! ¡Oh
liberal sobre todos los Alejandros, pues por solos ocho meses de servicio me
tenías dada la mejor ínsula que el mar ciñe y rodea! ¡Oh humilde con los
soberbios y arrogante con los humildes, acometedor de peligros, sufridor de
afrentas, enamorado sin causa, imitador de los buenos, azote de los malos,
enemigo de los ruines, en fin, caballero andante, que es todo lo que decir se
puede!
Pone
fin al capítulo la voz indirecta del narrador, que, en nombre del autor, cierra esta parte y promete una tercera
salida de DQ y nuevas aventuras, y pide a los lectores que den a su historia el mismo crédito que suelen dar los
discretos a los libros de caballería. Cierran esta primera parte un
conjunto de sonetos y poemas satíricos, similares a los del inicio y tan
imaginarios y disparatados como los primeros. Versos encontrados en unos
supuestos pergaminos guardados en una misteriosa y conveniente caja hallada en
las ruinas de una ermita. Ofrecemos una muestra del último de ellos, junto con
la invitación a leer el resto, con diversión asegurada:
De Tiquitoc, académico de
Argamasilla,
En la sepultura de Dulcinea
del Toboso
Epitafio
Reposa aquí Dulcinea;
y, aunque de carnes rolliza,
la
volvió en polvo y ceniza
la muerte espantable y fea.
Fue
de castiza ralea
y tuvo asomos de dama;
del gran Quijote fue llama,
y fue gloria de su aldea.
GB
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