domingo, 9 de junio de 2013

Quijote capítulos 38-52

Quijote 38-52

Estos quince capítulos narran el final de las aventuras de DQ y Sancho. Culminan con el regreso a la aldea, de la que salieron al comienzo de  esta primera parte de la novela, en busca de  lances caballerescos  así como de los obligados méritos en honor a su imaginaria e ideal dama. El capítulo 38 contiene la continuación del discurso sobre las armas y las letras iniciado en el capítulo anterior. Con esta exposición, que sale de la boca de un DQ tan coherente como ingenioso, rinde Cervantes tributo a un discurso argumentativo de  raíces clásicas, muy arraigado en la tradición cultural y literaria española. Se trata de los diálogos, disputas  o debates donde se contrastaban y comparaban las virtudes y defectos de diferentes menesteres o cometidos, actitudes o creencias. A la conocida y popular disputa  sobre las bondades amatorias del caballero y del clérigo, se suma ahora la que confronta las ventajas del oficio del soldado con las del hombre de letras.

Caricaturas de uno y otro aparte, el argumento por el que nuestro caballero  defiende el trabajo del soldado, se funda en la afirmación de que la profesión de las armas exige tanta o más inteligencia y  entendimiento para tener éxito en las artes de la guerra, que la que usan aquellos que sólo ejercitan el espíritu. Además –dice DQ- el soldado es más sacrificado y generoso que el licenciado, pues la miseria de su paga, que viene tarde o nunca, es proporcional a los premios que recibe, también escasos. A estas razones  valedoras de la profesión militar, añade el orador una apasionada defensa de las armas como garantes de la paz y de la elaboración y cumplimiento de las leyes, si bien nos llama la atención sobre los peligros de la artillería y de la guerra en el mar, que tanto bienes y vidas sacrifica. Claro que DQ es parte interesada en sus conclusiones pues, como buen caballero andante, manifiesta su temor de que las nuevas armas  le resten méritos:

todavía me pone recelo pensar si la pólvora y el estaño me han de quitar la ocasión de hacerme famoso y conocido por el valor de mi brazo y filos de mi espada, por todo lo descubierto de la tierra.

Tanto en este alegato como en la interpolación de la historia del cautivo y su enamorada Zoraida (capítulos 39-41) proyecta Cervantes su experiencia militar y marinera.  Los viajes del soldado cautivo por el Mediterráneo dan fe del conocimiento que el autor tenía de la geografía, las costumbres y la historia de su tiempo. La biografía del pirata Uchalí Farfax es el complemento de un universo social plagado de renegados, conversos de conveniencia, cautivos y pícaros, que constituyen un mosaico de gentes y vidas   emanadas de la tradición de los romances y relatos moriscos.

La emoción fácil y el llanto sin tasa que adornan este género novelesco tienen su continuidad en la historia del enamorado don Luis, disfrazado de mozo de mulas para ir tras su amada, la hija del oidor, que también se aloja en la venta. El desenlace de esta historia de amor tiene lugar en el capítulo 44, tras muchas lágrimas y gemidos, cuando todos los enredos se deshacen, y el final feliz reúne a cada amante con su amada y los problemas se resuelven favorablemente para todos y todas. Este género narrativo exigía que el relato estuviera plagado de sufridas huerfanitas y desinteresados o generosos varones prontos al rescate amoroso de las destinatarias de sus favores. El almibarado comportamiento de los personajes, delicia de un público femenino y poco ilustrado, era un tópico necesario y conveniente  para este género novelesco cercano a lo romántico y sentimental.

No podemos olvidar el juego entre lo real y ficcional, esencia de la novela cervantina, pues mientras los viajeros cuentan sus historias, el cura y el barbero junto al resto de personajes, representan sus papeles como escolta del andante caballero y su escudero, en busca de micomiconas aventuras y dignos trofeos. En esta historia donde los personajes fingen ser otros para dar gusto a DQ en el seguimiento de su engaño, se produce ese fenómeno que algunos han llamado quijotización, necesario  para que los personajes de una ficción formen parte de la historia. Así que la increíble falta de verosimilitud de los relatos interpolados, plagados de tramas inconcebibles y prodigiosas casualidades, hace que la disparatada conducta de DQ resulte más  coherente y creíble que la de los artificiosos personajes de la novela morisca o sentimental.

Inversión y contraste en este alarde de habilidades  narrativas de Cervantes que, además de desmontar los componentes del relato para dar una lección metaliteraria a los lectores atentos, exhibe un muestrario de géneros que evidencian su talento. Tampoco olvidamos la comicidad por  contraste y acumulación, en estos capítulos, en los que un amoscado DQ manifiesta su preocupación por la escasa atención que le prestan aquellos que le rodean, más atentos a las vicisitudes de los azarosos acontecimientos de cautivos y enamorados, que a su caballeresca misión.

La decisión de DQ de velar el descanso de las supuestas damas bajo el ventanuco de la venta, y la broma de Maritornes atando a Rocinante, dan con los huesos de DQ en el suelo, cuando las cabalgaduras de los huéspedes olfatean los efluvios del rocín. Esta situación cómica sirve de contrapunto a tanta aflicción y sufrimiento, pues DQ no osaba hacer movimiento alguno, y no pudiendo soltarse, recurre al truco del encantamiento, comodín que explica todas sus desventuras. La voz narradora que conduce el relato pone de manifiesto la rabia y frustración del caballero mediante una enfática acumulación de anáforas, recurso de intensificación que humaniza al disparatado personaje atribuyéndole, paradójicamente, una conducta más cercana a lo real que a lo ficticio:

Allí fue el desear de la espada de Amadís, contra quien no tenía fuerza de encantamiento alguno; allí fue el maldecir de su fortuna; allí fue el exagerar la falta que haría al mundo el tiempo que allí estuviese encantado, que sin duda alguna se había creído que lo estaba; allí fue el acordarse de su querida Dulcinea del Toboso; allí fue el llamar a su buen escudero Sancho Panza, que, sepultado en sueño y tendido en el albarda de su jumento, no se acordaba en aquel instante de la madre que lo había parido…[…] allí..[…] allí… y finalmente, allí le tomó la mañana, tan desesperado y confuso que bramaba como un toro…

Otra escena cómica tiene lugar en los capítulos 44 y 45 cuando la discusión entre don Luis y sus criados se  simultanea con la pelea del ventero con los huéspedes que se marchan sin pagar. Mientras tanto, Sancho, sumido en su ficcional disparate, se enfrenta al barbero por la bacía que es yelmo o el yelmo que es bacía.  Al final todos pelean con todos y cada vez se suman más personajes a la trifulca, en  tal número y cantidad de gente, que recuerda a la secuencia del camarote de los hermanos Marx, salvando las distancias, claro. La descripción de la pelea es excelente en su expresiva y dramática vivacidad, por lo que no nos resistimos a transcribirla:

Los criados de don Luis rodearon a don Luis, porque con el alboroto no se les fuese; El barbero, viendo la casa revuelta, tornó a asir de su albarda, y lo mismo hizo Sancho. Don Quijote puso mano a su espada y arremetió a los cuadrilleros. Don Luis daba voces a sus criados, que le dejasen a él y acorriesen a don Quijote, y a Cardenio, y a don Fernando, que todos favorecían a don Quijote. El cura daba voces, la ventera gritaba, su hija se afligía, maritornes lloraba, Dorotea estaba confusa, Luscinda suspensa y doña Clara desmayada. El barbero aporreaba a Sancho, Sancho molía al barbero; don Luis, a quien un criado suyo se atrevió a asirle del brazo, porque no se fuese, le dio una puñada que le bañó los dientes en sangre; el oidor le defendía; don Fernando tenía debajo de sus pies a un cuadrillero, midiéndole el cuerpo con ellos muy a su sabor; el ventero tornó a reforzar la voz, pidiendo favor a la Santa Hermandad: de modo que toda la venta era llantos, voces, gritos, confusiones, temores, sobresaltos, desgracias, cuchilladas, mojicones, palos, coces y efusión de sangre.

En este punto de la historia, Cervantes hace reaccionar a su criatura literaria con un comportamiento paradójicamente ambiguo, pues es el loco el que pone cordura y orden en la refriega, finalizando el capítulo con un excelente e idealizado discurso sobre la auténtica justicia de la andante caballería. Los oyentes, entre  los que se incluyen los miembros de la Santa Hermandad que portan la orden escrita  para detener al caballero, se quedan con las ganas gracias al engañoso complot  que traman el resto de personajes. Parten hacia la aldea, tan contentos con la representación de un engaño tan loco como el de DQ.

Los siguientes capítulos relatan la salida de la venta y las conversaciones que unos y otros mantienen por los caminos que llevan a la aldea, donde acabarán el viaje y esta primera parte de la novela. Llenas de humor son las pláticas entre DQ y su escudero, contraponiendo como viene siendo habitual el idealismo ficcional del caballero  al realismo acomodaticio de Sancho. Así, los besos de don Fernando a su amada Dorotea, el olor que aquel desprende…, todo es resultado de maléficos encantamientos y desatinos novelescos. Hay que añadir que, inmersos en el engaño ficción al, los personajes se comportan y hablan con el pulido y parodiado lenguaje de la vieja caballería andante, como sucede con el discurso de despedida del barbero, lleno de cómicos augurios y referencias librescas.

Muy interesante es la conversación que mantienen el canónigo y el cura en este capítulo y  los siguientes sobre los libros y el arte de las comedias, pues de nuevo se filtra el juicio cervantino en los parlamentos de estos dos personajes. Respecto a los libros de caballería, reiteran ambos el peligro de que los lectores confundan ficción y realidad, y así pierdan el seso. Por el contrario, defienden las buenas novelas que, según ellos dicen, deben ser ficciones verosímiles y que cuenten historias bien cohesionadas que sirvan de entretenimiento, sin descuidar el provecho y el estilo digno. Se elogian aquí las bellas descripciones de la naturaleza y otros espacios, los personajes nobles como los héroes clásicos, y sus ejemplares hechos; todo ello adornado por un arte de narrar que aproxime el relato a lo verdadero.

-Y siendo esto hecho con apacibilidad de estilo y con ingeniosa invención, que tire lo más que fuere posible a la verdad, sin duda compondrá una tela de varios y hermosos lazos tejida, que después de acabada, tal perfección y hermosura muestre, que consiga el fin mejor que se pretende en los escritos, que es enseñar y deleitar conjuntamente, como ya tengo dicho. Porque la escritura desatada destos libros  da lugar a que el autor pueda mostrarse épico, lírico, trágico, cómico, con todas aquellas partes que encierran en sí las dulcísimas y agradables ciencias de la poesía y la oratoria; que la épica también puede escribirse tanto en prosa como en verso.

Este discurso metaliterario, muestra del gusto por la tradición y la modernidad del autor de El Quijote, se completa con una profunda y clara reflexión sobre la influencia del público en la calidad de las obras literarias, que nada envidia al debate actual sobre los contenidos de la TV o de otros medios. Afirma el canónigo, ese alter ego de Cervantes, que a los ignorantes les gustan los disparates y a los sabios la verdad, de tal forma que los buenos libros agradan a unos pocos, y los malos son los más populares. Las palabras del cura trasladan la crítica a la falta de verosimilitud de las comedias contemporáneas a Cervantes, y eximen de la culpa a los autores, pues son los que comercian con el arte los que han convertido las obras en mercadería vendible. Elogia, por el contrario, las buenas virtudes de la comedia sustentada en el respeto y aplicación de la regla de las tres unidades, de tiempo, espacio y acción, como no podía ser de otro modo. Y así como se lamenta de que, por dineros, haya tan malas obras publicadas, mientras otras buenas duerman en el cajón, afirma que debía haber una autoridad que controlara la calidad de lo que se publica. Más moderno, actual y universal, imposible.

Y entre humorísticas y sutiles pláticas discurren los dos últimos capítulos de la primera parte de El Quijote, en las que el caballero argumenta sobre la verdad de su encantamiento, ante el escepticismo burlón de Sancho. Así que entre los dislates de DQ, que da igual valor a los héroes históricos que a los librescos, y sus lúcidos argumentos para defender la necesidad de la fantasía y la ilusión en nuestras vidas, se contagia Sancho de tal modo que también discursea sobre el placer de ver sus deseos realizados:

-No sé esas filosofías –respondió Sancho Panza- mas yo sólo sé que tan presto tuviese yo el condado como sabría regille; que tanta alma tengo yo como otro, y tanto cuerpo como el que más, y tan rey sería yo de mi estado como cada uno del suyo; y siéndolo haría lo que quisiese; y haciendo lo que quisiese haría mi gusto; y haciendo mi gusto estaría contento; y en estando contento no tiene más que desear, acabóse, y el estado venga, y a Dios y veámonos, como dijo un ciego a otro.

Como siempre, Sancho adapta las ideas de DQ a su realidad y a sus intereses, y tan contento. Tras encontrar  a un cabrero que vaga por los montes con su cabra, éste les relata su historia de amores fallidos con la hermosa Leandra. Esta nueva interpolación es otro relato sentimental en el que los amantes se disfrazan de pastores para llorar en la naturaleza sus fracasos. Pero el encuentro acaba mal al arremeter DQ contra el cabrero, primero y contra una procesión de disciplinantes, después. Tras muchos y cómicos revolcones, puñadas y golpes, entran todos en la  aldea ante el asombro de sus habitantes y el llanto de las mujeres que cuidaban a DQ. Pues allí se renovaron las maldiciones de los libros de caballerías; allí pidieron al cielo que confundiese en el centro del abismo a los autores de tantas mentiras y disparates.

Destacamos aquí el planto de Sancho ante un DQ caído y maltrecho, al que cree muerto. Toda una parodia de estas elegías, que evidencia hasta qué punto Sancho se ha contagiado de los sentimientos y del lenguaje  de su amo:

-¡Oh flor de la caballería, que con sólo un garrotazo acabaste la carrera de tus bien gastados años! ¡Oh honra de tu linaje, honor y gloria de toda la Mancha, y aún de todo el mundo, el cual faltando tú en él, quedará lleno de malhechores, sin temor de ser castigados de sus malas fechorías!  ¡Oh liberal sobre todos los Alejandros, pues por solos ocho meses de servicio me tenías dada la mejor ínsula que el mar ciñe y rodea! ¡Oh humilde con los soberbios y arrogante con los humildes, acometedor de peligros, sufridor de afrentas, enamorado sin causa, imitador de los buenos, azote de los malos, enemigo de los ruines, en fin, caballero andante, que es todo lo que decir se puede!

Pone fin al capítulo la voz indirecta del narrador, que, en nombre del autor,  cierra esta parte y promete una tercera salida de DQ y nuevas aventuras, y pide a los lectores que den a su historia el mismo crédito que suelen dar los discretos a los libros de caballería. Cierran esta primera parte un conjunto de sonetos y poemas satíricos, similares a los del inicio y tan imaginarios y disparatados como los primeros. Versos encontrados en unos supuestos pergaminos guardados en una misteriosa y conveniente caja hallada en las ruinas de una ermita. Ofrecemos una muestra del último de ellos, junto con la invitación a leer el resto, con diversión asegurada:

De Tiquitoc, académico de Argamasilla,
En la sepultura de Dulcinea del Toboso

Epitafio

Reposa aquí Dulcinea;
y, aunque de carnes rolliza,
la volvió en polvo y ceniza
la muerte espantable y fea.
Fue  de castiza ralea
y tuvo asomos de dama;
del gran Quijote fue llama,
y fue gloria de su aldea.


GB

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