Capítulos XIII-XXIV
Podríamos dividir
estos capítulos en cuatro partes:
aventuras con el Caballero del Bosque (XIII-XV), encuentro con el Caballero
del Verde Gabán (XVI- XVIII), Las bodas
de Camacho (XIX-XXI), la Cueva de Montesinos (XXII-XXIII).
El caballero del Bosque
Este misterioso
personaje, mencionado en el capítulo anterior, se muestra al lector a través de
las conversaciones que los dos escuderos mantienen sobre sus oficios y sobre sus respectivos amos. Respecto a lo
primero, contrastan las visiones de Sancho y el del Bosque, pues aunque
comparten opinión sobre la dureza de su trabajo, disienten en lo relativo a
premios por sus servicios.
Mientras Sancho le da vueltas a las ventajas de la
ínsula frente al monacato, el del Bosque propone dejar las aventuras y volver a
la tranquilidad de la vida aldeana y doméstica. Esta actitud evidencia la
diferencia entre el carácter genuino e idealista de Sancho frente al espurio y
prosaico de el del Bosque, la misma que se da entre las dos clases de locura de sus amos: la original y la del imitador.
En las palabras de éste último se desliza la alusión al fingimiento planeado por los amigos de DQ para curar a éste
de su locura, y que relatado más
adelante (XV), pone de manifiesto la omnisciencia del narrador.
Así que cuando
Sancho afirma de su amo que tiene más de
loco que de caballero, se queja el del Bosque del suyo pues porque cobre otro caballero el juicio, se hace el loco. De
modo que queda al descubierto la farsa de los disfrazados personajes y sus
ficticias enamoradas, objeto de sabrosos y humorísticos comentarios por parte
de los escuderos, sin que falten las reflexiones sobre la primacía de la locura sobre
la discreción. Sobre esto último se destaca el sentido común de Sancho y su
pragmatismo popular:
Mas si es verdad lo que comúnmente se dice,
que el tener compañeros en los trabajos suele servir de alivio en ellos, con
vuestra merced podré consolarme, pues sirve a otro amo tan tonto como el mío.
Sin embargo es la
conversación entre los dos caballeros la que permite acceder a los artificios cervantinos y sus
manipuladoras intenciones. Cuando el Caballero del Bosque afirma haber vencido
a DQ y héchole confesar ser más hermosa
su Casildea que su Dulcinea, se produce el choque entre
dos realidades ficcionales, una dentro
de la otra: la realidad fingida de el del Bosque ante la realidad “vivida” de
DQ, la imitación ante el original, la
parodia ante el modelo.
A partir de aquí
la aventura se desarrolla dentro de esta
dualidad, recurso que nos permite
reflexionar sobre la inferioridad y mala fortuna de los remedos, incluido el
del denostado Avellaneda. Todo resulta cómicamente paródico: la hiperbólica y quevedesca nariz del escudero, la
ridícula y figura del caballero y su vestimenta de espejuelos y plumas multicolores,
el gongorino y artificioso amanecer. El caballero del Bosque pasa a ser el
Caballero de los Espejos, abatido, derrotado y humillado en el combate por el auténtico y loco DQ, el personaje que es
fiel a su perfil literario y, por lo
tanto, destinado a vencer a los grotescos remedos. Desvelada la mentira, el de los Espejos y su escudero, mohínos y
malandantes, se apartaron de don Quijote y Sancho, con intención de buscar
algún lugar donde bizmarle y entablarle las costillas.
Y no hay que
olvidar cuán diferentes y opuestas son las actitudes de los dos caballeros,
pues mientras DQ sigue con satisfacción su camino, Sansón Carrasco planea una
venganza que será fuente de nuevas y futuras aventuras.
En el plano metaliterario recordemos
la relación entre los personajes de esta segunda parte y lo que conocen de la
primera. Puesto que han leído el libro, se sienten con derecho a comentarlo o
sintetizar lo que les conviene o interesa. Veamos los argumentos de el del
Bosque para convencer a DQ de que le
conoció y venció:
- ¿Cómo no? -replicó el del Bosque- Por el
cielo que nos cubre que peleé con don Quijote, y le vencí y rendí; y es un
hombre alto de cuerpo, seco de rostro, estirado y avellanado de miembros,
entrecano, la nariz aguileña y algo corva, de bigotes grandes, negros y caídos.
Campea debajo del nombre de Caballero de
la Triste Figura, y trae por escudero a un labrador llamado Sancho Panza;
oprime el lomo y rige el freno de un famoso caballo llamado Rocinante, y,
finalmente, tiene por señora de su voluntad a una tal Dulcinea del Toboso,
llamada un tiempo Aldonza Lorenzo; como la mía, que, por llamarse Casildea y
ser de la Andalucía, yo la llamo Casildea de Vandalia. Si todas estas señas no
bastan para acreditar mi verdad, aquí está mi espada, que la hará dar crédito a
la mesma incredulidad.
Encuentro con el Caballero del Verde Gabán
Frente a los capítulos anteriores, éstos discurren por plácidos y satisfactorios vericuetos. La alegría y
felicidad de DQ por haber salido por primera vez tan bien parado de una aventura, no se truncan en ningún momento. Las charlas con Sancho discurren
tranquilas sobre los habituales cauces de lo que es verdad e ilusión, y se
resuelven, como es habitual, con el recurso de los encantadores que disfrazan
la realidad y la hacen parecer lo que no es.
Mayor interés
tiene su encuentro con don Diego de Miranda, viajero e hidalgo, cuyo aspecto y
vestimenta justifican su sobrenombre. De nuevo, Cervantes, tras la voz de un
narrador externo, evidencia su talento en la presentación y descripción del personaje:
En estas razones estaban cuando los alcanzó
un hombre que detrás dellos por el mismo camino venía sobre una muy hermosa
yegua tordilla, vestido con un gabán de paño fino verde, jironado de terciopelo
leonado, con una montera del mismo terciopelo; el aderezo de la yegua era de
campo, y el de la jineta asimismo de morado y verde. Traía un alfanje morisco
pendiente de un ancho tahalí de verde y oro, y los borceguíes eran de la labor
del tahalí; Las espuelas no eran doradas sino dadas con un barniz verde.
En cambio DQ se presenta
a sí mismo en primera persona a la par que enumera los principios que sustentan su
carácter caballeresco. Orgulloso de su
naturaleza literaria cuyo destino es seducir a los lectores, DQ menciona con confianza la novela en que se compendian sus hazañas, de modo que los límites
entre ficción y realidad se desdibujan y atenúan en un juego metaliterario que
permite a los personajes desplazarse hacia otras realidades más allá de su
particular idiosincrasia:
Salí de mi patria, empeñé mi hacienda, dejé
mi regalo, y entrégueme en los brazos de la Fortuna, que me llevasen donde más
fuese servida. Quise resucitar la ya muerta andante caballería, y ha muchos
días que, tropezando aquí, cayendo allí, despeñándome acá y levantándome
acullá, he cumplido gran parte de mi deseo, socorriendo viudas, amparando
doncellas y favoreciendo casadas, huérfanos y pupilos, propio y natural oficio
de caballeros andantes, y así, por mis valerosas, muchas y cristianas hazañas
he merecido andar ya en estampa en casi todas y las más naciones del mundo.
Treinta mil volúmenes se han impreso de mi historia, y lleva camino de
imprimirse treinta mil veces de millares, si el cielo no lo remedia.
Obsérvese que el
perfil de este DQ literario, que surge de los labios del DQ-personaje, lo es
porque su discurso se ajusta a las convenciones
librescas del género. Está más basado, pues, en lo leído y menos en lo
narrado o “vivido” por el personaje, de forma que reproduce el canon del caballero concebido en la
rigidez normativa propia de la caballería literaria. Así que este DQ, que toma conciencia de su naturaleza como
personaje de libro, va creciendo en autonomía e independencia, pues se va
alejando paulatinamente del DQ de la primera parte, tan vapuleado e incomprendido.
De esta manera se
transforma en el observador de su propia
historia y de la de los personajes que le rodean, va tomando distancia
respecto a un contexto social del que se va sintiendo más despegado y lejano.
Veremos cómo, a medida que el resto de personajes vaya aceptando el universo
novelesco de DQ, lo interiorice e imite, este nuevo DQ se va retirando
paulatinamente hacia otros espacios interiores y abstractos, donde lo que
importa no es el carácter episódico de la historia sino las reflexiones que
suscita. Es como si DQ se hubiera transformado en el esquema de sí mismo y se
encontrara cómodo en ese limbo desde el que puede contemplar lo que sucede sin
implicarse demasiado, como si el personaje estuviera migrando desde la esfera
de la novela a la del mito:
Finalmente, por encerrarlo todo en breves
palabras, o en una sola, digo que yo soy don Quijote de la Mancha, por otro
nombre llamado el Caballero de la Triste Figura, y puesto que las propias
alabanzas envilecen, esme forzoso decir yo también las mías, y esto se entiende
cuando no se halla presente quien las diga; así que, señor gentilhombre, ni
este caballo, esta lanza, ni este escudo ni escudero, ni todas juntas estas
armas, ni la amarillez de mi rostro, ni mi atenuada flaqueza, os podrá admirar
de aquí adelante, habiendo ya sabido quién soy y la profesión que hago.
El tiempo que DQ y
Sancho pasan con el hidalgo de verde ropaje sirve para que ambos conversen
sobre temas relacionados con la literatura. Los pensamientos de DQ
sobre la poesía, exaltada en su
carácter universal de verdad y belleza, contrastan con el desprecio que le
suscita el engreimiento de los poetas, ligados a vanidosas e inanes conductas.
Asimismo vuelve nuestro caballero a disertar sobre los bienes de la andante
caballería, resumidos en una especie de manifiesto o radiografía moral del caballero virtuoso (XVIII). En medio se
intercala el episodio del intento de lucha de DQ y el león enjaulado, una
secuencia llena de comicidad y talento narrativo. La forma de mostrar el miedo de los testigos ante la locura de DQ y el modo en que se dosifica su
angustia se evidencian en una tensión narrativa ascendente, que se diluye en
el cómico anticlímax de un final
feliz.
Las bodas de Camacho
En los tres
capítulos dedicados a este conocido y
popular festejo, el narrador inserta o interpola de nuevo un relato sentimental en el que encontramos
el habitual conflicto provocado por el triángulo amoroso: el rico Camacho,
pretendiente de la hermosa Quiteria, la cual a su vez es enamorada del pobre
Basilio. Lo más interesante de estos sucesos son las detalladas y bellas descripciones del ambiente festivo, las
comitivas, ropajes y viandas que en ellas suelen ofrecerse.
Compartimos como
lectores la sabiduría cervantina sobre
celebraciones y gastronomía, y asistimos como testigos a las antitéticas
conductas de caballero y escudero, en lo que se refiere a sus estímulos
sensoriales. El comportamiento de DQ discurre por morosas y placenteras
sensaciones, provocadas por las alegres
danzas de las doncellas, las carreras de los mozos o alegóricas
representaciones teatrales sobre la lucha entre el Amor y el Interés. En cambio
la felicidad de Sancho proviene sobre
todo de los olores y emanaciones de la abundante comida y bebida que se le ofrece, de forma que mientras las
experiencias de DQ son más visuales, las de Sancho son más olfativas:
-De la parte desta enramada, si no me
engaño, sale un tufo y olor harto más de torreznos asados que de juncos y
tomillos; bodas que por tales olores comienzan, para mi santiguada que deben
ser abundantes y generosas.
Del mismo modo en
que ambos se distinguen por lo que perciben, se diferencian en los temas de sus discursos. DQ aprovecha la
ocasión para reiterar sus ideas sobre el loco amor y las ventajas de un buen
matrimonio, las armas y las letras, la fuerza y la destreza, todo ello asociado
a la virtuosa orden de caballería. Mientras tanto Sancho hace el elogio y alabanza del dinero:
[…] bien boba fuera Quiteria en desechar las
galas y las joyas que le debe de haber dado y le puede dar Camacho, por escoger
el tirar de la barra y el jugar de la negra de Basilio. [...] Habilidades y
gracias no son vendibles […]; pero cuando las tales gracias caen sobre quien
tiene buen dinero, tal sea mi vida como ellas parecen. Sobre un buen cimiento
se puede levantar un buen edificio, y el mejor cimiento y zanja en el mundo es
el dinero.
El ingenio de
Sancho y su talento para hilvanar dichos y refranes es reconocido por su amo en
este fragmento sobre la Muerte,
muestra que no nos resistimos a ofrecer, pues pone de manifiesto tanto la
sabiduría popular del escudero como la
viveza de la pluma cervantina:
…no hay que fiar en la descamada, digo, en
la muerte, la cual tanto come cordero como carnero; y a nuestro cura he oído
decir que con igual pie pisaba las altas torres de los reyes como las humildes
chozas de los pobres. Tiene esta señora más de poder que de melindre; no es
nada asquerosa, de todo come y de todo hace, y de toda suerte de gentes,
propiedades y preeminencias hinche sus alforjas. No es segador que duerma las
siestas, que a todas horas siega, y corta así la seca como la verde yerba, y no
parece que masca sino que engulle y traga cuanto se le pone delante, porque
tiene hambre canina, que nunca se harta; y aunque no tiene barriga, da a
entender que está hidrópica y sedienta de beber solas las vidas de cuantos
viven, como quien se bebe un jarro de agua fría.
El final del
conflicto amoroso (XXI) tiene a la vez un carácter teatral y burlesco, muy al gusto del tono cómico y apacible de las
aventuras de esta Segunda Parte. La estratagema de la falsa muerte de Basilio
y su boda con Quiteria in articulo mortis se acercan más a la
comedia de enredo que al relato sentimental. Esta fusión de géneros y usos cierra el relato con un DQ que diserta
sobre la felicidad matrimonial y un Sancho que se entristece por la pérdida del
ansiado banquete junto con sus exquisitos y copiosos manjares.
La cueva de Montesinos: crítica literaria
Estos dos capítulos en que se narra la visita
de DQ a la cueva de Montesinos contienen una de las más feroces críticas a las
novelas de caballerías y a sus episodios más emblemáticos. El sarcasmo y la
ironía de Cervantes calan hondo en personajes, sucesos y discursos. Cervantes
se ceba en el ridículo primo del licenciado,
acompañante y guía de los viajeros como paradigma del escritor necio y
vanidoso, que investiga sobre asuntos
inútiles como si fueran importantes aportaciones a la humanidad.
La parodia
impregna a este personaje, émulo de la estupidez máxima, en su afán de componer libros[…] sobre quién fue el que
tuvo el primer catarro en el mundo […] o el que primero se rascó en la cabeza,
temas que interesan sobremanera a Sancho. Para rematarlo, este personaje es
presentado como gran lector de novelas de caballerías, con lo que la demoledora
misión de acabar con los malos libros queda consumada.
El descenso a la
cueva de Montesinos y la alucinada narración de DQ es otro golpe al género caballeresco y uno de los
puntales de la parodia donde la socarronería del autor alcanza las más altas
cotas de la sátira. La intención evidente es ridiculizar las
imaginarias cuevas literarias habitadas por magos y encantadores, donde solían
descansar los restos de los héroes y sus
damas. La descripción responde al tópico de los fantásticos recintos de
marmóreas y brillantes paredes, sede de amores imposibles como los de Tristán e
Iseo.
Todo ello, claro está, tamizado y aderezado con la chispa del humor cervantino, que en este caso
tampoco deja títere con cabeza. Por eso el cuerpo de Durandarte es de carnemomia,
su corazón está amojamado, y para colmo, su amada
Belerna aparece encarnada en la más
cruel caricatura:
…venía una señora, que en la gravedad lo
parecía, asimismo vestida de negro, con tocas blancas tan tendidas y largas que
besaban la tierra. Su turbante era mayor dos veces que el mayor de alguna de
las otras; era cejijunta y la nariz algo chata; la boca grande, pero colorados
los labios; los dientes, que tal vez los descubría, mostraban ser ralos y no
muy bien puestos, aunque eran blancos como unas peladas almendras; traía en las
manos un lienzo delgado y entre él, a lo que pude divisar, un corazón de
carnemomia, según venía de seco y amojamado.
Y lo mejor es que
es el propio DQ el relator de tamaño disparate, ante los oídos maravillados
pero escépticos de Sancho y quizá del primo. La hiperbólica y disparatada
descripción de lo vivido o soñado en la cueva concluye con los consejos de Sancho a DQ sobre la
conveniencia de olvidar tal locura y volver a tomar las riendas de su vida como
caballero andante. Curiosamente Sancho parece ejercer de psiquiatra de su amo y, como tal, distingue dos clases de locura:
la habitual e inofensiva de la orden caballeresca, aceptada e interiorizada por
todos, y esta otra más subterránea, peligrosa y desconocida:
-En mala coyuntura y peor sazón y en aciago
día bajó vuestra merced, caro patrón mío, al otro mundo y en mal punto se
encontró con el señor Montesinos, que tal nos le ha vuelto. Bien se estaba
vuestra merced acá arriba, con su entero juicio, tal cual Dios se le había
dado, hablando sentencias y dando consejos a cada paso, y no agora, contando
los mayores disparates que pueden imaginarse.
No deja de
conmovernos la ternura de Sancho hacia
su amo y su preocupación por su salud y
bienestar. Claro que su pragmatismo y suspicacia se despiertan cuando se
entera de que DQ le ha dado cuatro reales a la fantasmal encarnación de
Dulcinea, hecho que hace dudar al lector de la presunta inocencia de estos
sucesos. Otro indicio de un posible enigma, destinado a ser desvelado en su
momento, cuando el omnisciente narrador decida.
La crítica a las
malas novelas de caballería se completa con el comentario del ficcional Cide
Hamete (XXIV) sobre la falta de verosimilitud
del episodio anterior y sus dudas sobre
la cordura de DQ, al que considera
el más noble caballero […] incapaz de mentir. El supuesto autor se extraña
de que tal aventura fuera verdadera, argumentando que las hasta aquí sucedidas han sido contingibles y verisímiles. Es
decir, que también el Cide Hamete distingue, como Sancho, grados de locura. Lo
que están cambiando las cosas: hasta el narrador se ha “quijotizado”. GB
No hay comentarios:
Publicar un comentario