Mi
familia y otros animales
Elogio del Mediterráneo
Tras la dureza de Crematorio nos complacemos en la lectura
o relectura de esta refrescante obra de Gerald Durrell, publicada en 1956, en
la que relata las andanzas de la familia Durrell en la isla de Corfú, donde
vivió durante cinco años, de 1935
a 1939. La familia -a su vuelta de la India, donde
habían vivido hasta entonces- huyó de la húmeda y lluviosa Inglaterra hacia la
cálida y luminosa isla griega. Sus hospitalarios habitantes acogieron a los
extravagantes Durrell, que de algún modo se fundieron con el paisaje y el paisanaje, pasando así a formar parte de un
escenario tan singular como atractivo. Éste se desvela al lector a través de la voz narradora de un niño de
diez años, el Gerald infantil que rememora sus gozosos recuerdos de la
infancia.
Este relato, junto
a Bichos y demás parientes (1969) y El jardín de los dioses (1978) forma parte de una trilogía sobre las
peripecias griegas de la familia, cuya publicación se justifica, sobre todo,
por el éxito del primer libro y la demanda de una continuación que satisficiera
tanto las necesidades de los lectores como los intereses de los editores. En la trilogía es la voz del narrador la que ordena
y estructura este relato en primera persona, y muestra el paisaje mediterráneo,
su geografía y fauna, donde animales y humanos forman parte del mismo universo
vital y literario.
Lo explica muy bien su hermano, el escritor
Lawrence Durrell, en el Prólogo:
“Para
quien conozca Grecia, lo más notable es que el autor (a los doce años) la haya
visto como realmente es, no a través de
la bruma de su pasado arqueológico. La Grecia antigua no existe para él: por
eso el decorado que evoca tiene tanta lozanía”
Lo de menos son
los años del narrador (diez o doce) pues la historia que narra posee la difícil
virtud –tan necesaria según Cervantes- de la verosimilitud, es decir, la
semejanza con la verdad de la vida. El propio autor en su Discurso para la defensa, donde justifica el contenido y tono de su
relato antes de iniciarlo, afirma la veracidad de “las anécdotas sobre la isla y los isleños”, aunque no debemos
olvidar que, como toda obra, no es la transcripción mera de la realidad sino
una elaboración a partir de la misma. Otra vez recurrimos al autor para que sus
palabras nos aclaren este concepto:
“ La tarea de condensar cinco años de
incidentes, observaciones y grato vivir en algo poco menos voluminoso que la
Enciclopedia Británica me ha obligado a comprimir, podar e injertar, de modo
que apenas subsiste algo de la continuidad original de los hechos, y a
renunciar también a la descripción de muchos sucesos y personajes”
De modo que
entendemos que lo que el autor hace es convertir los hechos históricos en
sucesos narrados y a las personas que los vivieron en personajes. Un delicioso relato que combina una
descripción naturalista impregnada de poesía con las humorísticas y excéntricas
ocurrencias de los miembros de la
familia. Como observó atinadamente un miembro de este club de lectura, el
narrador no hace diferencias entre la fauna humana y la animal, y ése es
precisamente uno de los procedimientos que confieren al relato el tono humorístico que tanto nos
agrada. De nuevo el autor deja constancia de este hecho y de su singularidad en
la composición de la narración:
“En principio estaba destinada a ser una
descripción levemente nostálgica de la historia natural de la isla, pero al
introducir a mi familia en las primeras páginas del libro cometí un grave
error. Una vez sobre el papel, procedieron a tomar posesión de los restantes
capítulos, invitando además a sus amigos.”
Pero este
artificio no basta para explicar el humor y la ironía que sobrevuelan todos los
episodios de este relato. Durrell utiliza las técnicas universales que H.
Bergson analiza en su ensayo La risa:
la hipérbole y el contraste. Los
rasgos de los humanos están deliberadamente exagerados hasta llegar a veces a
la caricatura: la petulancia de Larry y las extravagancias de sus amigos, los
novios de Margaret, la idealizada y quijotesca personalidad del preceptor
Kralefski, el anecdotario del atildado Teodoro, el baño nocturno de la madre,
la desdentada e hipocondríaca Lugaretzia…
Por otro lado el contraste como fuente de humor
también se manifiesta muy productivo,
como es el que resulta de oponer un tono y registro lingüísticos familiares u
ordinarios para situaciones extraordinarias. Este recurso funciona con gran
eficacia en el personaje de la madre,
que raramente se inmuta ante los más raros sucesos. Con admirable flema
británica se enfrenta a los más insólitos incidentes y suele seguir tejiendo o
cocinado mientras dice algo así como ¡oh,
querido, enfadándonos no solucionamos nada; o no lo hace por molestar, pobrecito, cuando se trata de disculpar la
invasión zoológica de la casa. La
ternura que suscita este admirable
personaje, inspirado en la madre real de los Durrell, convoca tanto a sus hijos
como a los lectores, pues provoca tanto la emoción como la sonrisa, en su afán
de conducir a su familia y sobrevivir a sus pintorescas costumbres.
La madre, el único personaje cuyo nombre desconocemos, es también una
mezcla de rasgos contradictorios que la hacen más humana y creíble. Su liberalidad y capacidad de
adaptación ante los chocantes o extraordinarios comportamientos de sus hijos se
fusiona con naturalidad con los prejuicios propios de una mentalidad victoriana
en lo relativo al sexo, la salud y la higiene o la importancia de las
convenciones. Aunque su sentido moral es relativo y más formal que esencial,
pronto sucumbe al encanto de la isla y sus habitantes, dejándose seducir
por la caricia del clima y el atractivo de sus jardines, así como de las
plantas aromáticas que sazonan sus guisos.
Contraste existe también en el entrañable Spiro, entre su aparente
rudeza y su devoción por la singular familia,
entre su imperfecto y chapurreado inglés y la eficacia de sus intervenciones. Y
no olvidemos a Margo, con sus enigmáticos dichos y refranes, que nadie entiende
qué tienen que ver con las situaciones o conflictos que se plantean.
Otras veces es la
ambigüedad o el equívoco los que provocan
nuestra sonrisa, como sucede cuando la madre confunde la erisipela con la sífilis,
en el incidente de la duquesa calva, otro lance de gran comicidad cuyo
fundamento está en la sorpresa producida
por ejecutar un hecho inusual como si
fuera algo normal u ordinario. Lo mismo
ocurre en el sentido que Gerald atribuye a la expresión “visitar a la madre” durante las lecciones en la casa de Kralefski.
La tergiversación del significado tiene
efectos cómicos, pero también da lugar a una de las escenas más conmovedoras.
Como destacó otro miembro del club de lectura, la descripción de la madre del
preceptor, con sus rojos cabellos extendidos sobre las sábanas mientras escucha
el lenguaje de las flores, parece más cercano al realismo mágico que a la desenfadada
y estrafalaria narración a que nos
habíamos acostumbrado.
Pero por encima de
estos rasgos de estilo que hemos comentado, Mi
familia y otros animales es un relato que pone a nuestra disposición una
forma de viajar y vivir que nos hace añorar a los románticos del siglo XIX, que sabían cuándo
partían pero ignoraban la fecha de su vuelta, el fin de su viaje. El libro es
un compendio de costumbres rurales y urbanas, agrarias y marinas,
gastronómicas e higiénicas. La Grecia de
los comienzos del siglo XX emerge en la naturaleza, en el calor del verano, en
la luz de sus cielos limpios o tormentosos, en sus comidas y bebidas, en sus
villas y en la atmósfera de felicidad intemporal propia de la percepción infantil.
Y además y sobre
todo, es una descripción naturalista
de la fauna y flora de la isla de Corfú, símbolo de la cultura mediterránea. Sentimos el olor del salitre y de las plantas
aromáticas en las correrías de Gerry y su perro Roger por olivos, viñedos y arrayanes; en sendas y
caminos que acaban casi siempre en las blancas playas, bañadas por un limpio,
transparente y espumoso mar, casi mítico.
Todo tipo de
criaturas pueblan las páginas de esta honda y familiar historia: perros de todo
tipo, tortugas, urracas, buhos y culebras habitan sus páginas como
criaturas familiares y cercanas. Los hábitos de las arañas, terrestres o
acuáticas, las costumbres de la salamanquesas y la defensa y lucha por su
territorio en las cálidas noches del verano, todo invita al sueño y al viaje
placentero y pausado que emanan de la contemplación y del estudio de la
naturaleza. Humor, ciencia y arte se funden en este libro mediante la equilibrada
armonía de las buenas y recomendables lecturas.
La tertulia
posterior a la lectura planteó interesantes
cuestiones:
Por un lado nos hizo recordar la deliciosa
película de Billy Wilder, Avanti,
donde se oponen también con mucho y buen humor la cultura mediterránea y la
yanki. Alguien señaló la versión cinematográfica del libro de Durrell, estrenada
en 2005 y dirigida por Shere Folkson. Por asociación, mencionamos Londres, del periodista Julio Camba, una
visión humorística de las costumbres inglesas desde el punto de vista de un
español de comienzos del siglo XX. Y también El antropólogo inocente, de Nigel Barley, que, según reza la
contraportada del libro “hace con la antropología lo que Durrell hizo con la
zoología”
Como se ve, la
lectura de una obra, conocida para algunos y nueva para otros, da mucho de sí.
Por lo tanto… VIVAN LOS LIBROS y nosotros
los lectores.
Y para finalizar,
una interesante cuestión que alguien, muy perspicaz, planteó al final: ¿es este libro una novela? lo que nos
lleva a plantearnos qué es una novela.
Así que esa discusión podría trasladarse a la próxima sesión de abril, cuando
comentemos los personales relatos de Coetze, Foe y La infancia de Jesús. Y también puede ser analizada, desmenuzada y criticada en los comentarios,
naturalmente. ¿Mi opinión? No la digo,
aunque alguna pista he dado. GB
1 comentario:
¡Ah, esta humana (a veces maldita a veces sana) costumbre de clasificar las cosas!... qué bien nos viene para mantener el orden y el equilibrio físico y mental, pero cuanto trabajo nos cuesta colocarlas en el sitio más adecuado.
En fin, entre mis casilleros personales la incluiría en uno etiquetado como “autobiografías noveladas” (fragmento de cinco años de la infancia del autor).
J.L.Vicent
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