Misterio, magia y mito
Legado
en los huesos, GB
Traslado a estas
páginas la opinión de nuestra tertulia, formulada como conclusión sobre Legado en los huesos, la segunda novela
perteneciente a la trilogía del Baztán, escrita por Dolores Redondo. Nos encontramos
ante una narración híbrida, compuesta por elementos policíacos y románticos, un
convencional best-seller que capta enseguida la atención del lector mediante un
dominio indudable de las estrategias narrativas para mantener suspendida la
tensión dramática hasta el clímax de las páginas finales. La historia criminal
sobre asesinatos rituales de niñas, que la inspectora Amaia Salazar debe
resolver, se ajusta a las pautas del género. El conjunto de delitos y su deriva
respecto a los sucesivos enigmas y misterios
planteados, se produce dentro de una trama sencilla que va tejiendo alternativamente
los aciertos y fracasos de los investigadores,
inmersos en un caso repleto de incógnitas relativas al pasado común de los
habitantes del valle del Baztán, tal y como sugiere el título de la novela. De
esta forma, la autora ha sumergido en
su imaginario universo tanto
a los
malvados como a los virtuosos,
envueltos todos en la neblinosa, inquietante y húmeda atmósfera de las tierras navarras de
Elizondo y sus alrededores.
Como novela
policíaca, los crímenes giran alrededor de los conflictos internos de sus inspiradores, que remiten, como
es habitual, a sus perfiles psicológicos y a posteriores consideraciones
psiquiátricas sobre sus síntomas y trastornos. Otra vertiente apunta a las
profanaciones de iglesias y capillas en las que se mezclan elementos cristianos
con otros paganos pertenecientes a la tradición mitológica vasca, muy
conservada y presente en los angostos valles regados por el río Baztán. Las
exigencias del best-seller se cumplen también en la clasificación de los personajes
y en el reparto de sus funciones en la historia. Así, nos encontramos con dos grupos
antagónicos en el aspecto moral: los
buenos, alrededor de la protagonista Amaia Salazar, y los malos, haciendo piña
con el asesino. La simpleza de este esquema, propio del cuento tradicional y que
tan buenos resultados ha dado y da en el negocio de la literatura, se completa
con la semblanza de la heroica inspectora: alta, guapa, lista, valiente, tenaz,
trabajadora, bondadosa, y perteneciente a una clase burguesa lo suficientemente
acomodada para garantizar su elegancia y buen gusto; es decir, Amaia Salazar se
presenta adornada por la suma de atributos que caracterizan al héroe canónico.
Sin embargo,
conviene que nos detengamos en este personaje tan ajustado al modelo y
observemos otros rasgos, que, aunque puedan parecer tópicos, singularizan tanto
al relato como a los seres que lo pueblan. Pues la autora ha empleado la superposición de géneros con el
fin de que la trama policíaca incorpore elementos románticos propios de las
novelas góticas, donde lo irracional se mezcla con lo mágico, mítico y telúrico
de los mitos vascos y las legendarias criaturas que viven en la memoria de los
pueblos. Y es este matiz oscuro,
peligroso e incomprensible para la lógica, lo que confiere a las tres novelas
una turbadora atmósfera que podría evocar los oscuros y brumosos espacios de la
obra de Conan Doyle, llenos de silencios y enigmas que no pueden ser resueltos
por procedimientos exclusivamente racionales.
Y ahí es precisamente donde el personaje de Amaia Salazar adquiere cualidades
que la alejan de la clásica protagonista de cuento para mostrarse como un ser
especial, elegido por los dioses para desempeñar un cometido extraordinario,
una misión asociada a un destino no exento de dolor y sufrimiento, como si se
tratara de una íntima y personal redención. La voz oracular de la tía Engrasi,
la experta en la adivinación cartomántica del tarot, resume el peligroso y
particular don de su sobrina para conectar y penetrar en mundos arcanos, fruto su esencial naturaleza:
Tengo miedo, Amaia, toda tu vida he estado
temiendo por ti, por lo evidente y por lo que no lo era tanto. […] Un mal se
cernía sobre ti en aquel momento, y unido al agravio y la humillación a que
acababas de ser sometida, las puertas se abrieron como pocas veces lo hacen…
[…] hay algo en ti, Amaia, que invita a las fuerzas más crueles. Tu instinto
para rastrear el mal es aterrador, y tu trabajo…, bueno, imagino que era
inevitable. […] Eres especial, eso lo he sabido siempre.
Otras veces es el
narrador omnisciente quien comunica al lector el control de Amaia sobre sus
dotes perceptivas en las que el instinto sustituye a la razón. Esta descripción
recuerda los actos ceremoniales de chamanes y brujos:
Permaneció quieta, en silencio, mirando la
pintada de la pared durante unos minutos más. Estaba concentrada en una especie
de vacío primigenio en el que se sumergía mientras vaciaba su mente de
cualquier pensamiento, dejando entonces que los datos y las preguntas surgiesen
en una tormenta de ideas. Eran el instinto y la percepción los que tomaban las
riendas de la lógica para conseguir dar el primer paso para descubrir qué
quería contar aquel asesino.
El gusto por lo
irracional es una de las características del romanticismo, lo mismo que la
atracción por la potencialidad de la mente y la indagación en los abismos de
los mundos prohibidos y oscuros del mal, a los que sólo se podría acceder por
medios químicos o psíquicos. En este apartado se incluiría el miedo primigenio
y ancestral que se cuela entre los sueños y pesadillas de Amaia, asociadas a la
asfixia y a la muerte. El miedo se manifiesta tanto en la impotencia ante el
terror de ser “comida” por la madre, como en la posibilidad de perderse en los
misteriosos espacios de una amenazante obscuridad. Nuestra heroína siente que
lo que la asusta es algo profundo e
inquietante y atribuye al gaueko, el
dios de la noche, un ser oculto en las sombras, el poder vampírico de
arrastrarla a las profundidades de los infiernos interiores de su alma
atormentada. La duda establecida por las palabras del enigmático agente Dupree
sobre la naturaleza de las alucinaciones de Amaia, no deja de ser
significativa, pues aunque da una respuesta científica (las visiones son proyecciones
de la mente), sus silencios y gestos indican que bien podría ser otro su
origen.
Cuando Amaia se
dice a sí misma que algo, resultado de terribles hechos antiguos que habían marcado su vida y hasta ahora
sepultado en su alma, acaba de emerger y manifestarse como el mal, nos encontramos ante otro de los elementos
que singularizan el relato gótico. La lucha que se articula en los extremos del
eje Bien-Mal es una constante ya en las remotas narraciones populares e
infantiles de origen oral, pues suele asociarse a la lección moral cuyo fin es transmitir una determinada visión
del mundo y ordenar la sociedad en torno a valores que aseguren su control.
Pero si en los cuentos tradicionales -más o menos fantásticos- los buenos y
malos son criaturas de carne y hueso,
aunque aparezca alguna bruja que otra, en los relatos góticos el Mal se
relaciona con el Maligno, el depredador demoníaco por excelencia, el
representante de fuerzas que superan la
lógica humana para adentrarse en el obscuro territorio de lo sobrenatural y
desconocido. La mitología vasca, rica en personajes y relatos legendarios, enmarca
este combate entre la detective y el crimen, extendiendo sus redes simbólicas a
un conjunto de entes mágicos que ayudarán a la protagonista en su intensa y
dolorosa labor. Las lamias o ninfas
de las aguas con pies de pato acompañan a Amaia en su cometido, del mismo modo
que lo hace el basajaun o señor de
los bosques, y la Andra Mari, la
Señora de la Tierra, Madre primigenia y protectora de aquellos que solicitan su
ayuda. Dolores Redondo ha creado un personaje más complejo que los brujos de las
historias de Harry Potter o los guerreros de Star Wars, con el procedimiento de
agregar rasgos mágicos y míticos a la heroína arquetípica.
Esta novela
policíaca y gótica “a la vasca” se nos sirve adobada con los habituales y
antiguos símbolos que acogen los relatos
de todos los tiempos, desde las más antiguas fábulas hasta la publicidad, el
cómic, el cine, y por supuesto, la literatura. La asociación del bien con el sol,
el día y la luz, además de remitirnos al poder de Zeus como dios de la razón y
el conocimiento, ha sido enormemente productiva. Puesto que nuestra heroína está amenazada por
las fuerzas del mal, su itinerario discurre por los tenebrosos territorios de
la noche, que pierde algo de su mítico sentido femenino y lunar para acentuar
el peligro que acecha a la protagonista. Y decimos “algo” porque no hay que
olvidar que Amaia está dotada de especiales aptitudes intuitivas y una
particular capacidad para la percepción de lo oculto que la aproximan al
universo de las hijas de Selene.
Las dualidades “día-noche”,
“sol-sombra”, “luz-obscuridad”, además de definir los tópicos literarios del locus amoenus/agrestis, remiten al significado
de los antitéticos “felicidad-sufrimiento”, “alegría-pena”, “amor-abandono”, “vida-muerte”.
Por ello la naturaleza trasciende su función de distintivo espacial para
alcanzar otros valores expresivos: por un lado, la fuerza desatada de sus elementos
se concierta con los estados de ánimo de la protagonista del mismo modo que los
tópicos mencionados sirven a la poesía o al cine. En este sentido, la oscuridad nocturna, el
viento, la niebla, la humedad y el frío se asocian con los actos de Amaia en los
momentos de máximo desánimo, fatiga, riesgo o dificultad. Las borrascas y
tormentas estallan alrededor de la inspectora y sus hombres en los instantes en
que la investigación se estanca o la protagonista se siente abrumada por la
preocupación o la angustia:
El intenso frío de aquella mañana venía
acompañado de una espesa niebla que se aplastaba contra el suelo debido a la
carga de agua que llevaba, y que parecía iluminada por un sol intenso,
desconocido en los últimos días, que ahora se tornaba hiriente a los ojos, como
si la niebla estuviese hecha de microscópicos trozos de cristal.
Cuando llegó a Elizondo eran las cinco de la
madrugada, y el cielo permanecía tan oscuro como si nunca fuese a amanecer. No
se veían ni la luna ni las estrellas que absorbían cualquier vestigio de luz
[…] Bajó un poco la ventanilla para sentir la humedad del río, que, por lo
demás, resultaba invisible en la oscuridad y sólo se adivinaba como una mancha
de seda negra.
Frente a estos
espacios exteriores donde la naturaleza se muestra hostil con la protagonista,
hay otro entorno donde el medio acoge y protege a Amaia en la búsqueda de soluciones profesionales dentro
de su proceso de salvación personal. Se trata de una concepción casi ceremonial
del bosque y la cueva como templos donde se ofician las ceremonias mediante las
cuales los hombres se acercan a sus dioses o a las fuerzas que éstos
representan, sean positivas o negativas. Esta idea, que combina elementos
mágicos y míticos, remite también a los impulsos telúricos que proceden de las
misteriosas entrañas de la tierra para extenderse y tocar aquellos que,
como Amaia, son los elegidos por los
poderes superiores que guían el destino
de los hombres. A este ámbito pertenecen también las menciones de los Itxsuria o cementerios familiares donde
se enterraban los mairu-beso, los
cuerpos de los niños fallecidos por muerte súbita en el primer año de vida. El tarttalo es una versión del cíclope homérico y, como él, es un
gran comedor de hombres y protagonista de relatos fantásticos donde es vencido
por la astucia de un pastor semejante a Ulises:
Solitario, vive en una cueva, que según la
zona se ubica en unos parajes o en otros, pero no en lugares tan inaccesibles
como la diosa-genio Mari, sino más cerca de los valles donde pueda surtirse de
alimento para calmar su voraz apetito de sangre. El símbolo que lo representa
es el único ojo en mitad de la frente y desde luego, los huesos, montañas de
ellos, que se acumulan en las entradas de las cuevas, fruto de su bestialidad.
Pero si hay un componente
natural que se convierte en motivo estructural y simbólico del relato, ése es
el río, el Baztán que discurre encajonado por su valle y divide a Elizondo en
dos, regando tierras, engendrando nieblas y brumas e inundando las calles con sus furiosas crecidas. Es el río-camino, nutricio y esencial, que da su nombre –Ibai-
al primogénito de la heroína de esta historia, a estas alturas convertida ya en
mensajera de la diosa, en hada, en adivinadora e intermediaria entre dos mundos
que, fusionados, conforman las dos facetas más destacadas de la personalidad de
Amaia: intuición y lógica, creencia y razón, fe y pensamiento.
Además de todo lo
dicho, esta novela contiene un mínimo relato de costumbres, desde las que
seguían las aldeanas vascas después del
parto, a las que reflejan la naturaleza de una sociedad matriarcal, en la que
la mujer ha disfrutado de cierta autonomía. También algunas incursiones en la
Historia, como las referidas a los discriminados agotes y su justificada heterodoxia,
en oposición a las maléficas sectas que convocaban brujas perversas, cuyos
alimentos eran la maldad y el crimen, claves de esta historia. También son
agradables los paseos por Pamplona, Zarauz y Bilbao, Guggenhein incluido. Y como colofón está esa casa familiar,
refugio contra el mal y fuente de sosiego y energía para combatirlo. Un mal que se encarna en el
asesino, un sujeto diferente según quién
lo estudie: para la Iglesia es una manifestación del mal luciferino, para la
Psiquiatría, un trastorno o una enfermedad. De nuevo nos encontramos con otro dos
conceptos -religión y ciencia- opuestos respecto a sus intenciones y fines, que
configuran la realidad ficcional por donde transitan los personajes de esta
historia hecha de retazos de información, magia y fantasía. El círculo como
signo de la perfección une sus puntos en el infinito de una línea que vuelve
sobre sí misma: unas manos nefandas rompen y extraen unos huesos de la itxusuria para desatar una serie de
asesinatos, que, una vez resueltos, clausuran la narración en la última escena.
En ella, con amorosa actitud, las manos de Amaia Salazar devuelven los huesos infantiles
a su lecho original. La misión se ha cumplido; de nuevo, los buenos, capitaneados
por la sagaz inspectora, han vencido. Hemos de reconocer que la novela ha sido una
cómoda estancia donde nos hemos entretenido y disfrutado con su lectura, aunque no tiene el carácter de la casa del Baztán, un lugar
terapéutico y protector de todo desasosiego, de toda perversidad. Nuestro libro
no nos defiende de ancestrales o personales demonios interiores, pero en
cualquier caso nos ha arrastrado a su mágico universo imaginario para que al
menos no pensemos demasiado en ellos. Con algo de voluntad e inspiración, la
descripción siguiente bien podría referirse también a un buen relato:
Para Amaia era aquella casa, la casa que
parecía tener vida propia y se ceñía en torno a ella, cobijándola con sus muros
y dándole calor. […] y era al traspasar el umbral cuando notaba las mil
presencias que la acogían, acunándola en una paz casi uterina, que conseguía
que la niña que debía velar toda la noche para que su madre no se la comiera
pudiera al fin abandonarse frente al fuego y dormir. GB
No hay comentarios:
Publicar un comentario