En el último azul,
proceso a la intolerancia
La escritora
mallorquina Carme Riera publicó En el
último azul en 1996. Desde entonces,
numerosas ediciones en diferentes formatos y soportes han dado fe del éxito de
este relato sobre los terribles sucesos que acontecieron en Palma de Mallorca (Ciutat) durante los Autos de Fe contra los judíos. En la
primavera de 1678, el frustrado intento de huida y posterior apresamiento y
enjuiciamiento de un numeroso grupo de clandestinos seguidores de la ley
mosaica, desembocó en los sangrientos y crueles castigos que se despliegan en
esta narración. Estructurada en tres partes, la historia discurre en dos
escenarios que contienen a su vez dos tramas: los acontecimientos que suceden
en las laberínticas y claustrofóbicas calles de Ciutat (la génesis y desarrollo del conflicto), y los de Livorno,
el lejano y edénico destino exterior en el que los oprimidos esperaron
encontrar la libertad. Pues, al fin y al cabo, esta es la historia de la
planificación y fracaso de un viaje hacia la tolerancia, tanto religiosa como
cultural, de un pueblo que sólo deseaba vivir en paz con sus creencias y
prosperar con sus negocios.
Dos secuencias de
carácter fantástico, evocadoras de legendarios cuentos de viajeros y sirenas,
abren y cierran el relato como el marco de un cuadro que delimita e inmoviliza
el contenido ficticio de la historia narrada.
El primer paseo del marinero Joao Peres por las misteriosas y oscuras calles de Ciutat en busca de la dama misteriosa y de sublime belleza, llena de
promesas de amor y felicidad, contrastan con la visión perturbadora y
desgarrada de una sociedad que tortura y quema a sus supuestos enemigos
espirituales. Principio mágico y final naturalista se constituyen en alfa y
omega de una historia que engendra un sueño y acaba en dolor y muerte.
La novela aplica
las reglas del relato tradicional con su estructura tripartita, en la que
primero se presenta a los personajes y la génesis del conflicto en una sociedad dividida por la fe y espurios
intereses; a continuación, el nudo con el intento de huida, arresto y
encarcelamiento de los rebeldes; y finalmente, el desenlace, con los juicios,
penas y quema pública de los condenados. En cuanto al tiempo de la historia,
aunque es lineal y cronológico en su
conjunto (desde el comienzo de la primavera hasta el otoño del infausto año de
1678), incluye un discurso temporal analéptico y fraccionado, donde la trama se
muestra subdividida en múltiples episodios correspondientes a las peripecias de
cada personaje o grupo de personajes. Esta fragmentación de la acción
principal, junto con las continuas
retrospecciones o referencias a un pasado que pretende completar el
perfil y función de los componentes del relato, crea cierta confusión en el
lector, que ve cómo se le escapa el contenido nuclear de una narración dividida
en episodios inconclusos. Tienen que pasar muchas páginas y capítulos para
que la acción se perfile con nitidez y
sus protagonistas muestren sus rasgos y problemas.
En el debate
tertuliano se apuntó que esta técnica es
típica de las teleseries y de los best-seller,
y que, bien empleada, contribuye a crear el clima de suspense que incita al
lector a seguir leyendo impulsado por la necesidad imperiosa de conocer el
siguiente acontecimiento. No es nuevo, pues, este artificio (presente quizá en
la novela bizantina que precedió al género de aventuras) que sin duda encontró
su mejor acomodo en la novela por entregas del siglo XIX, y se consolidó en el
folletín. En cualquier caso, como no somos ni pretendemos ser expertos
portadores de lecciones de sabiduría, dejamos
el tema abierto a futuros y deseables comentarios. No olvidemos que
Cervantes también interrumpió su relato en el famoso capítulo IX de El Quijote, dejando al vizcaíno y a
nuestro entrañable caballero con las espadas en alto, en una imagen estática y
suspendida. Interrumpir, cortar, insertar una y otra historia en la trama;
llevar el discurso temporal hacia delante y atrás; combinar actos presentes con
recuerdos del pasado y deseos o proyecciones del futuro, todo ello forma parte
de la narratología y su teoría del relato o del arte de contar.
Volvemos a nuestra
novela y a su carácter dual respecto a la forma de agrupar los personajes: por un lado nos encontramos
con el poder civil y religioso, representado respectivamente por la Monarquía y
la Iglesia, con sus virreyes, obispos y funcionarios intermedios. Por otro, la
sociedad judía con su diversidad social
formada por acaudalados e influyentes comerciantes, artesanos, criados y
hortelanos. En la novela hay una amplia representación de todos ellos con
nombres y apellidos. Los más rimbombantes de la parte cristiana corresponden, naturalmente,
a los más poderosos: Antonio Nepomuceno Sotomayor y Ampuero, Virrey de su
Majestad; Nicolás Rodríguez Fermosino, Gran Inquisidor de la Católica y
Apostólica Iglesia de Roma; Jaume Llabrés, Juez de Bienes, eufemístico
apelativo del Confiscador del Santo Oficio. Como vemos, una perfecta geometría que
reúne política, religión y economía en un triángulo de intereses y confluencias.
En la parte judía,
también se distingue al líder supremo en
Gabriel Valls de Valls Major, frente a los numerosos Cortés, Bonnín, Fortesa,
Martí y Miró, con que se nombran a toda una galería de xuetas (cerdo, marrano), término
despectivo con que se denominaba a los judíos y que ha pervivido como insulto
mallorquín. Con esta novela, Carme Riera pretende rescatar de la Historia unos
hechos deleznables y redimir la memoria de unas personas que fueron
injustamente perseguidas y masacradas debido a sus creencias.
Los primeros, los
cristianos, desempeñan el papel de verdugos; de víctimas, los segundos, los
judíos. Interpretamos esta simplificación como una concesión al tratamiento más
dramático que histórico de la narración,
lo que nos ha llevado a polemizar sobre la definición de novela histórica y si
ésta lo es. Algunas aportaciones pretenderán aclarar esta cuestión aunque quizá
no lo consigan. Tras un dilatado intercambio de opiniones y argumentos,
llegamos como mucho, a definir lo que no
es novela histórica. No basta con que se relaten hechos en un contexto
histórico. Todos hemos leído novelas situadas, por ejemplo, en el antiguo
Egipto, en las que los personajes hablan como si salieran de un Burger King. Una buena novela histórica,
como Bomarzo, de Múgica Laínez,
reproduce tanto la Historia y los personajes que la habitaron, como la
“atmósfera” cultural y social de su
tiempo. A la vez nos muestra los
personajes inmersos en sus conflictos y contradicciones, con sus luces y
sombras, con los numerosos y nebulosos matices que los hacen verosímiles. La
buena novela histórica nos sumerge en los hechos de la Historia para aportarnos
conocimientos nuevos desde nuevas perspectivas.
Sin excluir el entretenimiento de toda ficción, no se queda en ella sino
que la trasciende, pues, tras leer esa novela que ha desplegado ante nuestros
ojos un universo ficticio elaborado con materiales procedentes de la Historia,
sentimos que hemos viajado a un tiempo pasado y, tras permanecer en él, hemos aprendido
algo que no sabíamos y que formará parte de nuestra memoria lectora. Alguien
pregunta si Memorias de Adriano, de
Marguerite Yourcenar, es novela histórica…. Alguien dice que los libros de
Santiago Posteguillo sobre la Historia de Roma, sí los son. En fin, otro debate
abierto para que intervengan blogueros y
comentaristas.
¿Qué diríamos al
respecto sobre la novela que nos ocupa? De momento, sólo nos aventuramos a
considerarla como una narración ficticia sobre hechos y personajes históricos.
La propia autora explica al final de su libro qué estrategias y convenciones
narrativas propias de la novela utilizó para transformar la Historia en relato
de ficción. Lo más arriesgado que nos
atrevemos a afirmar es que esta novela trata de hechos históricos, pero no nos
aporta nada nuevo sobre los problemas de los judíos, ya que el relato se parece
demasiado a otros que hemos leído o visto en el cine. La división entre buenos
y malos, verdugos y víctimas es demasiado obvia y tópica. Más interesante
podría ser el diferente cariz que la mentira, el fingimiento y la hipocresía
presentan en los dos grupos sociales: cristianos y judíos. Para los primeros,
la simulación de una hipotética bondad no es más que una máscara que esconde la
ambición de poder, el ansia de dinero o el control de las conciencias. Para los
segundos, es una necesidad derivada del miedo y el instinto de supervivencia.
De hecho, es una delación, es decir el
intento de desvelar lo que las apariencias esconden, la que desencadena la
persecución y la tragedia. Tanto las denuncias iniciales como las confesiones
y deserciones de la propia fe responden
a ese instinto de sobrevivir, aunque sea a costa de perderlo todo y en las más
ínfimas y míseras condiciones de vida.
Los negocios
sucios, la asociación con el Corso y con los judíos, la ambición política y
económica, la gestión inmoral de las deudas, la lujuria en palacios y burdeles,
la gula de los pastelitos de monja, los matrimonios concertados por el interés,
la estupidez y ñoñería de la aristocracia femenina, la pedantería y presunción
de los jesuitas, la religiosidad teatral de los Tedeum, el negocio de los
funcionarios religiosos y civiles, las vulgares pretensiones de la Corte, el triunfo de la mediocridad, la incultura,
el mal gusto y la cursilería generalizada de los gobiernos del espíritu y la
materia…. Todo esto y más se refleja en esta novela mediante un excesivo uso de
la hipérbole, que desemboca en paródica caricatura, cuando el referente es el
mundo cristiano.
Por el contrario,
el tono trágico se reserva para el ámbito judío, donde la opresión y el miedo
generan una tensión dramática que crece
y se magnifica a medida que avanza el argumento. Aunque en ocasiones también se percibe cierta profusión emocional y
sentimental, próxima al tremendismo, como encontramos en la descripción final
de las hogueras en que arden los condenados, o en el niño ahogado y muerto en
brazos de la madre atormentada. Pero lo que predomina es un sentimiento de
pérdida, tanto de bienes y libertad como de la propia vida, al que se suman las
evocaciones de épocas donde reinaron el respeto y la
tolerancia. También abundan las comparaciones con otros lugares europeos donde existe la libertad,
así como el deseo de una vida en paz en el anhelado exilio italiano bajo la protección
de la legendaria Blanca María Pires, símbolo de un paraíso posible.
La reconstrucción
de los espacios y ambientes del siglo XVII en los barrios judíos de la capital
mallorquina, trasladan al lector a un mundo bien construido y documentado. La
caracterización de los personajes de esta esfera es más cuestionable, dada su tendencia al arquetipo y
al cliché: los jóvenes ingenuos, los adolescentes sodomizados, la prostituta
graciosa y bondadosa, el traidor envidioso, la loca alucinada, el supersticioso
fanático… Quizá el único personaje que muestra cierta complejidad, tanto
respecto a su comportamiento moral como
a su pensamiento teológico, es Gabriel Valls, el guía de la comunidad judía y
artífice del fracasado plan de huida. Su defensa de la tolerancia, próxima a las
teorías erasmistas, sus dudas de fe y crítica de la jerarquía, contrastan con su debilidad de amar a dos
mujeres y la lúcida aceptación de su destino.
En suma, estamos
ante una novela bien escrita y entretenida, pero sobre todo necesaria. En una
sociedad que desconoce su historia y su pasado, siempre hay que agradecer a
aquellos que los escriben y difunden. También hemos valorado la suerte de contar con lenguas tan hermosas
como el mallorquín, y lamentado la pérdida de matices de las traducciones, que,
por muy buenas que sean, no aportan los detalles léxicos y sonoros que constituyen la esencia de una lengua.
Afortunadamente hemos contado con las voces de dos asistentes a nuestro club de
lectura, Carmen y Lourdes, que nos han hecho llegar las delicias de los versos contenidos
en esta novela. Su lectura en voz alta de las oraciones, rezos y conjuros
antiguos nos ha hecho viajar a través del tiempo y del espacio, nos ha transportado
a un universo de magia y poesía.
Seguiremos
ofreciendo la posibilidad de leer en versión original los libros que se presten
a ello, con la libertad de que cada uno elija la versión que más le interese y
convenga. Seguiremos comparando historias y lenguajes dentro de la diversidad
literaria que es base de nuestra cultura. GB

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