Nuestra parte de noche, reescritura del género de terror
Escribe: Gloria Benito
Con su última novela, Mariana Enríquez desciende a los abismos oscuros del terror para articular un relato complejo, con tantas capas culturales y literarias como temas universales plantea y sugiere. La aprensión de algunos lectores ante un género trivializado por el cine y el cómic “gore” y su uso del sufrimiento y la sangre como entretenimiento, puede llevarles a rechazar un libro que va más allá de la intención de provocar espanto, desazón o repugnancia. La autora se vale de un argumento terrorífico donde un padre (Juan Petersen), que es médium de una siniestra secta llamada La Orden, se empeña en proteger a su hijo (Gaspar) para que no siga sus pasos y salvarlo de un destino supuestamente inevitable. Las vidas de estos dos personajes son el hilo conductor de la novela, integrando su evolución vital en el contexto sociopolítico de Argentina desde 1976 a 1997, veintiún años en que el país vivió dos sanguinarias dictaduras con un ingente número de desaparecidos aún vivos en la memoria colectiva.
Pese a que la autora suele negar que su intención haya sido que la Orden se entienda como metáfora del Poder, la connivencia entre los más ricos e influyentes y los militares aparece en la novela sin ambigüedad alguna, denunciando la conducta criminal de ambos. Más equívoca y sugerente es la relación simbólica entre el deseo de inmortalidad de los sectarios y su permanencia y pervivencia en el poder, como clase que manipula y esclaviza arbitrariamente a los más pobres. La denuncia política se entrevera en el tejido de la novela mediante una trama que concierta a la perfección el mundo íntimo de los dos protagonistas, la descripción de paisajes oníricos y la narración de unos hechos cuya sucesión nos engancha como lectores, atrapados por un discurso que nos mantiene en vilo. Así, el horroroso universo del Poder Oscuro discurre en paralelo al otro, el del terrorífico sufrimiento de todo un país. Lo fantástico brota como lenguaje, como forma de expresión del resto de la ficción, más “realista”.
Esta es, en mi opinión, una de las particularidades del estilo de esta escritora y de la gran novela que es Nuestra parte de noche. Esa naturalidad con que traba una multiplicidad de elementos haciendo compatible la complejidad de la historia con la claridad y transparencia de la narración. Tras la lectura atenta del libro vemos el corte lateral que muestra las capas superpuestas que conforman la historia. En la superficie, el argumento donde Juan y Gaspar viven sus contradicciones y conflictos en una inversión de motivos complementarios: Juan en su camino hacia una muerte siempre amenazante, Gaspar en su progresión hacia la adolescencia y la madurez. Cada uno batallando con sus demonios interiores, perdidos en las frustraciones que les impiden conseguir sus objetivos. Juan, atormentado por la angustia de no ser capaz de salvar a su hijo del Poder oscuro; Gaspar, por el sufrimiento que le ocasiona la ignorancia en que le mantiene su padre. La forma y fondo con que se describe el proceso vital de estos dos personajes daría para un estudio psicopatológico que trasciende este artículo. Los dos perfiles configuran uno de las mejores muestras de análisis del ser humano desde una perspectiva interna, desde el más profundo ámbito emocional.
En otro nivel descendente observamos la variedad de fuentes que aglutinan el imaginario de Mariana Enríquez y que están ya en sus obras anteriores. La continuidad de la cultura indígena, propia de toda Latinoamérica, ofrece una amplia muestra de creencias y rituales en los que la muerte se acepta como parte de la vida corriente, con sus talismanes y creencias mágicas o adivinatorias, con sus casas misteriosas y sus fantasmas. Lo irracional enlaza con el folklore y la cultura popular, incorporados habitualmente a los relatos de la escritora como parte de su propio bagaje literario. Ahí entra también la oscuridad propia del “malditismo” romántico y su descenso a los infiernos nocturnos del alma. Mitos guaranís se armonizan con otros más universales como el del héroe trágico, el del “ángel caído” representado por el personaje de Juan. Él es un ser atormentado por su papel de intermediario entre los vivos y los muertos, siempre en la frontera de ambos mundos. Con clara conciencia de su destino, Juan se adentra en los territorios de los llamados “ausentes” recorriendo caminos sofocantes y pantanosos donde la atmósfera irrespirable evoca el angustioso vacío de la nada.
Todo esto, lo político, lo social, lo psicológico y lo mítico, se imbrican en un relato perfectamente estructurado en cinco partes no lineales en el tiempo, pero sin las manidas alternancias entre presente y pasado propias de la literatura más comercial y de los best-seller. Nuestra autora es mucho más sutil y administra magistralmente enigmas e información, personajes que saltan de una parte a otra, de un tiempo a otro, hilvanado las partes en un todo coherente. Con el talento de los grandes narradores, Mariana Enríquez nos seduce sin que nos demos cuenta.
Todo ello se expresa con un dominio de la lengua sobradamente eficiente en cuanto al uso de los recursos narrativos e impregnado de una belleza formal, que reconocemos, en su potencia simbólica, como poesía. En otras ocasiones el relato se hace realista y preciso acercándose al conceptismo barroco. Para muestra algunas frases “conceptistas”:
Gaspar: Ser huérfano es cargar con cenizas.
La Orden: El dinero es un país en sí mismo. Siempre es fácil para nosotros conseguir lo que queremos.
Y también el final de la novela donde el poder telúrico de la naturaleza invade el interior de Gaspar y palpita al unísono con su pensamiento:
Le gustaban las lluvias violentas y cortas de Misiones, los ríos, la tierra roja, el preludio a la noche negra y caliente con las estrellas que latían en el cielo. Un brillo, el silencio, otro brillo, como un corazón exhausto.
¿Cómo el de su padre? No se sabe. A Mariana Enríquez le gustan los finales abiertos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario