“MIDDLESEX” de Jeffrey Eugenides
Por José Luis Vicent Marin.
“Nací
dos veces” son las primera palabras del libro. Y
es que en esta obra todo es dual. Middlesex es su título. Si traducimos
literalmente la división en dos de esta palabra, obtenemos como resultado
“medio sexo”. Pero Middlesex también es el lugar donde se desarrolla una parte
importante del libro, el lugar donde crece Calíope Helen Stephanides como niña
para nacer de nuevo como niño a los catorce años en la sala de urgencias de un
hospital, de manera que pasó de llamarse Callie a llamarse Cal. Un hermafrodita
o intersexual abocado a ello por una consanguinidad oculta y en quien se libra
la batalla por la prevalencia entre la genética y la educación. A poco de
comenzar la obra, dice “Es una historia
genética. Yo soy la última cláusula de una oración periódica cuya primera frase
se escribió hace mucho tiempo, en otra lengua, y hay que leerla desde el
principio para llegar al final, que es mi nacimiento.”
Por eso la vida de Calíope no puede
entenderse sin la de sus antepasados. Eugenides tiene la virtud de regalarnos muchas
páginas dedicadas exclusivamente a los abuelos griegos Desdémona y Lefty desde
su lugar de origen en la pequeña
localidad de Bitnio en el monte Ulu Dag (Montaña grande o Montaña de los
Monjes) cerca de Bursa en Turquía, hasta su emigración a EEUU iniciada en la
saqueada Esmirna en medio del conflicto territorial entre griegos y turcos.
Desdémona, presente de principio a fin de la novela (excepto en algún momento
intencionado según palabras del propio narrador), nunca quiso revelar el
secreto de haber contraído nupcias con su propio hermano. En una población tan
pequeña, su madre Eufrosine sometió a Lefty al escrutinio de tan solo dos
jóvenes, pero este no eligió ninguna y poco a poco se dio cuenta de que solo
tenía ojos para su hermana. A la tragedia de partir entre incendios, disparos,
sables y violaciones se les une más tarde la comedia que urden en el barco
donde simulan ser desconocidos que comienzan su enamoramiento y noviazgo en
cubierta para llegar a tierras americanas como joven matrimonio. Allí les
esperan Surmelina, prima de Desdémona y su marido Jimmy Zizmo, un
contrabandista de alcohol que más tarde se reinventará en una especie de
profeta musulmán. Las dos parejas compartirán casa o al menos vivirán muy
próximas durante algún tiempo, de manera que sus respectivos hijos son criados en
indudable cercanía. Lefty se va abriendo
paso, primero en una fábrica de automóviles en Detroit y después en una pequeña
taberna medio clandestina denominada “Salón Cebra”, mientras su esposa
Desdémona en medio de la crisis económica del 29, enseña la técnica de fabricar
seda desde la cría de los propios gusanos (la caja de madera que trajo desde
Bitnio no la abandonará nunca) aunque se evidencia que en una tierra como américa,
el gusano impuro no podrá prosperar. Una forma de vida que nada tiene que ver
con sus orígenes y a la que tendrán que adaptarse. Desdémona, casi el alma
mater de la obra, hacía predicciones con una cuchara sobre el sexo de quien iba
a nacer. No se equivocó en veintitrés de ellas por el procedimiento de la
cuchara, hasta que su nieta Calíope rompió su pronóstico que había vaticinado
como chico. Su hijo Milton, más predispuesto a los métodos científicos derivados
de su amigo quiropráctico Peter Tatakis, buscó el momento justo para engendrar
lo que deseaban él y Tessie, hija de Surmelina y por tanto prima segunda o
tercera del propio Milton. Y lo que deseaban era una chica, puesto que ya
tenían a Capítulo Once, un niño de entonces casi seis años. El doctor
Philobosian que había compartido viaje desde Esmirna tras perder a toda su
familia, corroboró sin fijarse demasiado bien, que la recién nacida era una
niña. A Desdémona siempre le invadió el temor y el sentimiento de culpa por lo
que hizo con su hermano. Culpa que pagó Lefty primero cuando en un mal
presagio, pierde el habla el día que nació Calíope y después la memoria cuando presenció
a su nieta jugueteando sospechosamente en la bañera con su amiga Clementine.
Cuando Lefty falleció, Desdémona decidió encerrarse en su habitación y no
levantarse más que una vez por semana para asearse. En un brote de lucidez en
su senil ancianidad, en el final de la obra, Desdémona, un tanto perpleja ante
la presencia de su nieta ahora varón, le revelará que ella y Lefty no solo eran
primos segundos sino hermanos para concluir cariñosamente con “mi cuchara tenía razón”.
Esta dualidad se nos presenta claramente
cuando Milton, convertido en un próspero empresario poseedor de cientos de
puestos de salchichas, cuyo éxito fue debido en parte al ingenio de Capítulo
Once, necesita la ayuda de su esposa Tessie para colocarse los “gemelos de la suerte” en la bocamanga de
la camisa cuando van a acudir al veredicto del Doctor Luce (nombre real de
quien fue una eminencia –con sumo interés propio- en el campo del
hermafroditismo) acerca del problema de Calíope. Tragedia en una manga, comedia
en la otra. Milton se había ganado a Tessie soplando el clarinete en sus
rodillas, desbancando a todas las pretendientes que su madre le puso delante
repitiendo la escena que protagonizara su abuela allá en Bitnio y de paso apartando al padre Mike que
finalmente se casó con Zoe, hermana de Milton. Este matrimonio envidiará la
posición social que alcanzan Milton y Tessie provocando un trágico desenlace en
el primero, cuyo último pensamiento tras darse cuenta de sus irracionales
impulsos, es haber sido un “cabeza de
chorlito”. Tragedia griega y comedia
americana.
Calíope ha sido educada como niña pero
cercana a alcanzar la pubertad emergen instintos sexuales que le cuesta
descifrar. Por vergüenza, oculta que la menstruación no le llega hasta que en
una clase de poesía descubre a una pelirroja a la que denominará “Oscuro Objeto” por la que se siente
atraída. Unos días de verano en casa de sus padres compartiendo dormitorio, en
los que también descubre el sexo masculino por medio de Jerome, hermano de “Objeto”, empiezan a desestabilizar su
mente por esa doble condición que sabe bien hacia qué lado se inclina: al
opuesto del que ha sido hasta ahora. Jerome las descubre manoseándose en el
columpio y la tira de casa. En su huida atolondrada bajo los insultos de aquel
es atropellada por un tractor. Esta casualidad hace que en la revisión de
urgencias del hospital salte la alarma. Será entonces cuando Milton y Tessie,
vagamente informados, buscarán la solución lejos de allí, en Nueva York. Pero
aquel famoso día de los “gemelos de la
suerte”, Calíope aprovecha un descuido del doctor Luce que va a informar a
sus padres tanto del diagnóstico como de las conclusiones, para leer su
expediente. Un expediente que ofrece una solución que no comparte, de manera
que esa misma noche huye del hotel en el que estaban instalados ya convencido
de llamarse Cal y no Callie, tomando un fajo de billetes de su padre que le
permite sobrevivir una temporada hasta llegar a San Francisco, convertida en la
capital Gay en esa década de los setenta en que todo el mundo se apuntaba a lo unisex. Unos desgraciados
acontecimientos en un asentamiento del parque donde pasaba las noches, le deja
prácticamente sin dinero y sin ánimo. Merced
a la “ayuda” interesada de Bob Presto
con el que viajó haciendo auto stop y que vio en Cal un buen potencial
económico, entra en el “Sixty- Niners” con su “Jardín de Neptuno”, donde se
exhibe como “el dios hermafrodito”
junto a otras atracciones como la sirena Zora, una belleza con una pobre
opinión de los hombres, que le ayudó mucho emocionalmente y que pretende
escribir “el hermafrodita sagrado” un
libro sobre la identidad sexual que posteriormente Cal nunca encontró. Tras una
redada policial, Cal termina en la cárcel y no le queda más remedio que
recurrir a su familia. El teléfono lo descuelga Capítulo Once y nos encontramos
con una nueva dualidad: a la buena noticia del regreso a casa, se le une la
trágica en boca de su hermano “papá ha
muerto”.
Por cierto, nada está escrito al azar en una
novela en que el azar o destino sí juega un papel primordial. Por tanto, todos
los nombres poseen un significado en la mitología griega que no me creo en
condiciones de razonar y que seguro están directamente relacionados con los
personajes asignados. Pero este extraño nombre parece que se debe a la ruinosa
gestión que hizo del negocio de su padre ya que es en ese capítulo donde se
recoge la normativa en la ley de quiebras. Cal asegura que su padre falleció en
el momento oportuno, ya que tal vez no hubiera digerido bien la vuelta a casa de
su hija como hijo.
El doctor Luce había afirmado que todo niño
es una pizarra en blanco sobre la que se escribe en base a la educación pero
Cal que en sus interrogatorios le había mentido por el lógico miedo
adolescente, rechazó su teoría y sobre todo su solución, porque le privaba de
algo tan importante como el deseo. Desde la perspectiva de adulto dice no
encajar ni en la teoría de la bilogía evolutiva ni en la de Luce asegurando que
fue eso, el deseo, lo que le hizo cruzar al otro lado, “el deseo y la realidad de mi cuerpo”.
Continuando con las dualidades. También la
narración lo es. Cal lo hace en primera y en tercera persona según le conviene.
En la vida que no es suya, es decir la de sus abuelos o la de sus padres, se
convierte en un narrador omnisciente en tercera persona deleitándonos con
detalles que sirven y mucho para entender toda la obra, haciendo como si lo que
vieron y sintieron aquellos, le hubiese sido comunicado por ese cordón
umbilical que les une generación tras generación. Y ya saliendo del vientre de
su madre en una visión imposible del parto y en todo lo que se refiere a sí
misma/mismo no abandona la primera persona salvo en las ocasiones en que
necesita distanciarse de su posición narrativa respecto a su posición como personaje.
Un distanciamiento quizá equivalente a la confusión que va manifestándose en su
cuerpo inicialmente de mujer cuando empieza a ser consciente de si identidad de
hombre.
Dicho está que la mayor parte de esta inmensa
obra está construida desde su pasado. Y lo hace sin dejarse nada, recreándose
en las descripciones (en la partida de Esmirna parece que seamos nosotros
quienes buscamos un lugar en el barco, la casa de Middlesex parece que la
estemos comprando nosotros) y en los hechos (la cadena de fabricación de
automóviles en Detroit, el incendio del barrio y del Salón Cebra, el accidente
de Milton, etcétera). Además, posee la habilidad de hacernos penetrar en los
personajes sin que el narrador apenas lo intente a base de adjetivos innecesarios.
Contando lo que hacen, sabemos cómo son y lo que sienten. Desdémona y su
abanico espanta-males son un claro ejemplo, y la propia evolución de Calíope la
sentimos en nuestro interior seamos de uno u otro sexo. Pero otra parte
(pequeña) de la narración (siempre al principio de los capítulos), está
dedicada a un presente que avanza lentamente, como ese hombre de cuarenta y un
años funcionario del ministerio de asuntos exteriores en Berlín y tal vez
dispuesto a compartir su vida con Julie Kikuchi, la chica oriental que conoció llevando
una bicicleta, que abandonó antes de que descubriera su secreto y recuperó
cuando tras un encuentro fortuito le revela toda su verdad, porque tal como
descubrió finalmente su familia y contrariamente a la opinión popular, la
identidad sexual no es tan importante: “mi
cambio de chica a chico era menos dramático que la distancia que todo el mundo
recorre de la infancia a la edad adulta” Sin embargo, aunque el objetivo fuera mostrarnos
exclusivamente la complejidad precisamente de eso, de la identidad sexual como
una lección contra la intolerancia y una gran muestra por el respeto a lo
diferente, nos ha ofrecido un gran mapa de los lugares, tiempos, costumbres y
sociedades (también diferentes) por las que han circulado sus personajes
tratando de abrirse paso y concediendo a la tradición griega unos valores que
en la americana no existen.
Si Callie/Cal ha vivido dos vidas creo que al
menos yo, necesitaría leer este libro dos veces, y aun así seguiría quedándome
corto, muy corto, en mis comentarios.
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