martes, 11 de mayo de 2021

Middlesex - Comentario


 


“MIDDLESEX” de Jeffrey Eugenides

Por José Luis Vicent Marin.

 

“Nací dos veces” son las primera palabras del libro. Y es que en esta obra todo es dual. Middlesex es su título. Si traducimos literalmente la división en dos de esta palabra, obtenemos como resultado “medio sexo”. Pero Middlesex también es el lugar donde se desarrolla una parte importante del libro, el lugar donde crece Calíope Helen Stephanides como niña para nacer de nuevo como niño a los catorce años en la sala de urgencias de un hospital, de manera que pasó de llamarse Callie a llamarse Cal. Un hermafrodita o intersexual abocado a ello por una consanguinidad oculta y en quien se libra la batalla por la prevalencia entre la genética y la educación. A poco de comenzar la obra, dice “Es una historia genética. Yo soy la última cláusula de una oración periódica cuya primera frase se escribió hace mucho tiempo, en otra lengua, y hay que leerla desde el principio para llegar al final, que es mi nacimiento.”
Por eso la vida de Calíope no puede entenderse sin la de sus antepasados. Eugenides tiene la virtud de regalarnos muchas páginas dedicadas exclusivamente a los abuelos griegos Desdémona y Lefty desde su lugar de origen  en la pequeña localidad de Bitnio en el monte Ulu Dag (Montaña grande o Montaña de los Monjes) cerca de Bursa en Turquía, hasta su emigración a EEUU iniciada en la saqueada Esmirna en medio del conflicto territorial entre griegos y turcos. Desdémona, presente de principio a fin de la novela (excepto en algún momento intencionado según palabras del propio narrador), nunca quiso revelar el secreto de haber contraído nupcias con su propio hermano. En una población tan pequeña, su madre Eufrosine sometió a Lefty al escrutinio de tan solo dos jóvenes, pero este no eligió ninguna y poco a poco se dio cuenta de que solo tenía ojos para su hermana. A la tragedia de partir entre incendios, disparos, sables y violaciones se les une más tarde la comedia que urden en el barco donde simulan ser desconocidos que comienzan su enamoramiento y noviazgo en cubierta para llegar a tierras americanas como joven matrimonio. Allí les esperan Surmelina, prima de Desdémona y su marido Jimmy Zizmo, un contrabandista de alcohol que más tarde se reinventará en una especie de profeta musulmán. Las dos parejas compartirán casa o al menos vivirán muy próximas durante algún tiempo, de manera que sus respectivos hijos son criados en indudable cercanía.  Lefty se va abriendo paso, primero en una fábrica de automóviles en Detroit y después en una pequeña taberna medio clandestina denominada “Salón Cebra”, mientras su esposa Desdémona en medio de la crisis económica del 29, enseña la técnica de fabricar seda desde la cría de los propios gusanos (la caja de madera que trajo desde Bitnio no la abandonará nunca) aunque se evidencia que en una tierra como américa, el gusano impuro no podrá prosperar. Una forma de vida que nada tiene que ver con sus orígenes y a la que tendrán que adaptarse. Desdémona, casi el alma mater de la obra, hacía predicciones con una cuchara sobre el sexo de quien iba a nacer. No se equivocó en veintitrés de ellas por el procedimiento de la cuchara, hasta que su nieta Calíope rompió su pronóstico que había vaticinado como chico. Su hijo Milton, más predispuesto a los métodos científicos derivados de su amigo quiropráctico Peter Tatakis, buscó el momento justo para engendrar lo que deseaban él y Tessie, hija de Surmelina y por tanto prima segunda o tercera del propio Milton. Y lo que deseaban era una chica, puesto que ya tenían a Capítulo Once, un niño de entonces casi seis años. El doctor Philobosian que había compartido viaje desde Esmirna tras perder a toda su familia, corroboró sin fijarse demasiado bien, que la recién nacida era una niña. A Desdémona siempre le invadió el temor y el sentimiento de culpa por lo que hizo con su hermano. Culpa que pagó Lefty primero cuando en un mal presagio, pierde el habla el día que nació Calíope y después la memoria cuando presenció a su nieta jugueteando sospechosamente en la bañera con su amiga Clementine. Cuando Lefty falleció, Desdémona decidió encerrarse en su habitación y no levantarse más que una vez por semana para asearse. En un brote de lucidez en su senil ancianidad, en el final de la obra, Desdémona, un tanto perpleja ante la presencia de su nieta ahora varón, le revelará que ella y Lefty no solo eran primos segundos sino hermanos para concluir cariñosamente con “mi cuchara tenía razón”.
Esta dualidad se nos presenta claramente cuando Milton, convertido en un próspero empresario poseedor de cientos de puestos de salchichas, cuyo éxito fue debido en parte al ingenio de Capítulo Once, necesita la ayuda de su esposa Tessie para colocarse los “gemelos de la suerte” en la bocamanga de la camisa cuando van a acudir al veredicto del Doctor Luce (nombre real de quien fue una eminencia –con sumo interés propio- en el campo del hermafroditismo) acerca del problema de Calíope. Tragedia en una manga, comedia en la otra. Milton se había ganado a Tessie soplando el clarinete en sus rodillas, desbancando a todas las pretendientes que su madre le puso delante repitiendo la escena que protagonizara su abuela allá en Bitnio  y de paso apartando al padre Mike que finalmente se casó con Zoe, hermana de Milton. Este matrimonio envidiará la posición social que alcanzan Milton y Tessie provocando un trágico desenlace en el primero, cuyo último pensamiento tras darse cuenta de sus irracionales impulsos, es haber sido un “cabeza de chorlito”. Tragedia griega y comedia americana.
Calíope ha sido educada como niña pero cercana a alcanzar la pubertad emergen instintos sexuales que le cuesta descifrar. Por vergüenza, oculta que la menstruación no le llega hasta que en una clase de poesía descubre a una pelirroja a la que denominará “Oscuro Objeto” por la que se siente atraída. Unos días de verano en casa de sus padres compartiendo dormitorio, en los que también descubre el sexo masculino por medio de Jerome, hermano de “Objeto”, empiezan a desestabilizar su mente por esa doble condición que sabe bien hacia qué lado se inclina: al opuesto del que ha sido hasta ahora. Jerome las descubre manoseándose en el columpio y la tira de casa. En su huida atolondrada bajo los insultos de aquel es atropellada por un tractor. Esta casualidad hace que en la revisión de urgencias del hospital salte la alarma. Será entonces cuando Milton y Tessie, vagamente informados, buscarán la solución lejos de allí, en Nueva York. Pero aquel famoso día de los “gemelos de la suerte”, Calíope aprovecha un descuido del doctor Luce que va a informar a sus padres tanto del diagnóstico como de las conclusiones, para leer su expediente. Un expediente que ofrece una solución que no comparte, de manera que esa misma noche huye del hotel en el que estaban instalados ya convencido de llamarse Cal y no Callie, tomando un fajo de billetes de su padre que le permite sobrevivir una temporada hasta llegar a San Francisco, convertida en la capital Gay en esa década de los setenta en que todo el mundo se apuntaba a lo unisex. Unos desgraciados acontecimientos en un asentamiento del parque donde pasaba las noches, le deja prácticamente sin dinero y sin ánimo.  Merced a la “ayuda” interesada de Bob Presto con el que viajó haciendo auto stop y que vio en Cal un buen potencial económico, entra en el “Sixty- Niners” con su “Jardín de Neptuno”, donde se exhibe como “el dios hermafrodito” junto a otras atracciones como la sirena Zora, una belleza con una pobre opinión de los hombres, que le ayudó mucho emocionalmente y que pretende escribir “el hermafrodita sagrado” un libro sobre la identidad sexual que posteriormente Cal nunca encontró. Tras una redada policial, Cal termina en la cárcel y no le queda más remedio que recurrir a su familia. El teléfono lo descuelga Capítulo Once y nos encontramos con una nueva dualidad: a la buena noticia del regreso a casa, se le une la trágica en boca de su hermano “papá ha muerto”.
  Por cierto, nada está escrito al azar en una novela en que el azar o destino sí juega un papel primordial. Por tanto, todos los nombres poseen un significado en la mitología griega que no me creo en condiciones de razonar y que seguro están directamente relacionados con los personajes asignados. Pero este extraño nombre parece que se debe a la ruinosa gestión que hizo del negocio de su padre ya que es en ese capítulo donde se recoge la normativa en la ley de quiebras. Cal asegura que su padre falleció en el momento oportuno, ya que tal vez no hubiera digerido bien la vuelta a casa de su hija como hijo.
El doctor Luce había afirmado que todo niño es una pizarra en blanco sobre la que se escribe en base a la educación pero Cal que en sus interrogatorios le había mentido por el lógico miedo adolescente, rechazó su teoría y sobre todo su solución, porque le privaba de algo tan importante como el deseo. Desde la perspectiva de adulto dice no encajar ni en la teoría de la bilogía evolutiva ni en la de Luce asegurando que fue eso, el deseo, lo que le hizo cruzar al otro lado, “el deseo y la realidad de mi cuerpo”.
Continuando con las dualidades. También la narración lo es. Cal lo hace en primera y en tercera persona según le conviene. En la vida que no es suya, es decir la de sus abuelos o la de sus padres, se convierte en un narrador omnisciente en tercera persona deleitándonos con detalles que sirven y mucho para entender toda la obra, haciendo como si lo que vieron y sintieron aquellos, le hubiese sido comunicado por ese cordón umbilical que les une generación tras generación. Y ya saliendo del vientre de su madre en una visión imposible del parto y en todo lo que se refiere a sí misma/mismo no abandona la primera persona salvo en las ocasiones en que necesita distanciarse de su posición narrativa respecto a su posición como personaje. Un distanciamiento quizá equivalente a la confusión que va manifestándose en su cuerpo inicialmente de mujer cuando empieza a ser consciente de si identidad de hombre.  
Dicho está que la mayor parte de esta inmensa obra está construida desde su pasado. Y lo hace sin dejarse nada, recreándose en las descripciones (en la partida de Esmirna parece que seamos nosotros quienes buscamos un lugar en el barco, la casa de Middlesex parece que la estemos comprando nosotros) y en los hechos (la cadena de fabricación de automóviles en Detroit, el incendio del barrio y del Salón Cebra, el accidente de Milton, etcétera). Además, posee la habilidad de hacernos penetrar en los personajes sin que el narrador apenas lo intente a base de adjetivos innecesarios. Contando lo que hacen, sabemos cómo son y lo que sienten. Desdémona y su abanico espanta-males son un claro ejemplo, y la propia evolución de Calíope la sentimos en nuestro interior seamos de uno u otro sexo. Pero otra parte (pequeña) de la narración (siempre al principio de los capítulos), está dedicada a un presente que avanza lentamente, como ese hombre de cuarenta y un años funcionario del ministerio de asuntos exteriores en Berlín y tal vez dispuesto a compartir su vida con Julie Kikuchi, la chica oriental que conoció llevando una bicicleta, que abandonó antes de que descubriera su secreto y recuperó cuando tras un encuentro fortuito le revela toda su verdad, porque tal como descubrió finalmente su familia y contrariamente a la opinión popular, la identidad sexual no es tan importante: “mi cambio de chica a chico era menos dramático que la distancia que todo el mundo recorre de la infancia a la edad adulta” Sin embargo, aunque el objetivo fuera mostrarnos exclusivamente la complejidad precisamente de eso, de la identidad sexual como una lección contra la intolerancia y una gran muestra por el respeto a lo diferente, nos ha ofrecido un gran mapa de los lugares, tiempos, costumbres y sociedades (también diferentes) por las que han circulado sus personajes tratando de abrirse paso y concediendo a la tradición griega unos valores que en la americana no existen.
Si Callie/Cal ha vivido dos vidas creo que al menos yo, necesitaría leer este libro dos veces, y aun así seguiría quedándome corto, muy corto, en mis comentarios.
 
 

 
 

No hay comentarios:

LO MÁS LEÍDO