domingo, 9 de enero de 2022

Philip K. Dick según Emmanuel Carrére

En este club de lectura es costumbre incluir en nuestros programas a los galardonados por el Princesa de Asturias de las Letras, que hasta ahora no nos han defraudado. En el caso de Emmanuel Carrère nos encontramos ante un buen y ameno narrador que se ha formado en las estrategias y técnicas de los medios audiovisuales. Sus obras más reconocidas son las que reproducen hechos reales (El adversario) transformando la realidad en un relato que discurre entre la crónica periodística y la ficción realista. Parece ser que al autor le interesa dar a conocer los hechos con el mayor número de detalles para obtener un relato sólido, sin grietas ni espacios vacíos que reconozcan la interpretación del lector. Lo que se encuentra en la superficie del argumento es lo que hay, y lo que hay es o pretende ser tan impactante que la emoción podría nublar el criterio de algunos destinatarios, al confundir intensidad con calidad.

En el caso de la biografía de Philip K. Dick (Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos) nuestro interés se centra tanto en conocer el estilo de Carrère como en acercarnos a la vida y obra de uno de los padres de la ciencia ficción.

Hay que reconocerle al libro de Carrère el mérito de haber logrado mostrar la atormentada personalidad de PKD y la transformación de su vida, en los ámbitos familiar y social, en literatura. Nacido en 1928 de unos padres, que el describió como “un predicador enajenado y una dama puritana”. Y cómo su patológica ansiedad y frustración por alcanzar un objetivo que él mismo ignora, le impulsa a crear universos paralelos donde, como demiurgo, pueda crear un orden ficticio que compense el caos de su vida real. Hasta aquí, nada nuevo.

La objetividad de la tercera persona de la voz narradora elegida por Carrére se diluye en un relato subjetivo y cargado de léxico connotativo y adjetivación valorativa, donde la opinión del autor sobrevuela los abundantes y exactos datos de la biografía de PKD. El resultado es un texto que muestra con reiterativa claridad el proceso de formación del escritor como representante de los coletazos del romanticismo beat de los años 50 en EEUU, un movimiento obscuro y angustiado, que exploró los abismos más profundos del ser humano con el estímulo de las drogas, ya fueran ansiolíticos, opiáceos o LSD.

Asimismo, se insiste en el individualismo del personaje PKD que, poco a poco, va sustituyendo a la persona, alguien del que se dice que fue un hombre solitario y “no gregario ni amigo de las tertulias de los intelectuales que se reunían en los cafés”. Contradicción aguda en alguien que no podía compartir tiempo ni actividad, pero necesitaba de sus parejas o de gente a su alrededor como parte de un paisaje social que era rechazado ante la mínima perturbación personal.

Irónicamente, se descubren los contactos entre un PKD acomplejado por ser encasillado en un género considerado despectivamente popular por aquellas élites que cultivaban el monólogo interior, la auténtica literatura. Como se indica, esa desazón aparece ya en los comienzos de sus publicaciones (Ojo en el cielo) en los años 50, cuando PKD precisa que él no escribe “historias de hombrecitos verdes”. En el libro de Carrére se revela el esquema narrativo creado y perfeccionado por el escritor a lo largo de su carrera literaria, concretado en Tiempo desarticulado (1959): el protagonista advierte un “fallo” en su realidad aparente y se siente trasladado a otra realidad ficticia donde accede a una verdad que el resto ignora, y que debe revertir para salvarse a sí mismo y a los otros, algo que no siempre ocurre.  Sus delirantes universos son inquietantes versiones de la caverna de Platón, que Peter Weir adaptó en El show de Truman con todas las variantes posibles, como la pesadilla de existir en la mente de otro como Augusto en Niebla de Unamunodonde PKD aplicó el concepto “mundo-tumba” del psiquiatra L. Biswanger, una realidad que todo lo devora. (Tiempo de Marte, 1964).

En el libro de Carrére se evidencia la inmensa cultura de PKD, un hombre autodidacta desde sus primeras lecturas adolescentes de los clásicos y naturalistas, nihilistas y vanguardistas hasta los conocimientos científicos que le llegaban a través de las publicaciones que devoraba con curiosidad insaciable. Literatura, ciencia, filosofía (griega, china y contemporánea), religión, misticismo… Todo sirve a la dualidad que conforma el eje temático de la obra ingente de PKD:  apariencia/realidad, engaño/verdad, intuición/razón, lucidez/locura. Una obra donde cabe la parodia Barbie-Ken como prototipos de un sueño americano, resultado de la ingesta de una droga aturdidora y enajenante, administrada por un dios “dispensador de la vida eterna” tal y como se relata en Los tres estigmas de Palmer Eldricht (1965).

Carrére va hilando vida y obra de PKD en una trama progresiva que se inicia en los traumas de la infancia, transita por una adolescencia que nunca llegó a superarse, y concluye en la apoteosis de su proceso creativo, lo que el escritor llamó Exégesis o interpretación de sí mismo, un desarrollo filosófico-místico-religioso que le ocupó 8.000 páginas.

La sensación compartida al final de la lectura es, entre otras, la del deseo de leer y conocer la obra de este fascinante escritor, PKD, el padre de una ciencia ficción que no narra historias fabulosas de buenos y malos en universos futuristas y distópicos, sino que nos invita a sumergirnos en lo más profundo de los conflictos humanos. Hemos encontrado un torturado acercamiento a la temática universal en la mente a la que Carrére nos invitó a viajar, una mente cuyas propuestas dan mucho qué pensar y han inspirado algunas series (Un hombre en el castillo) y películas como Blade Runner, Desafío total, Minority report y Una mirada a la oscuridad. GB

 

CITAS DE INTERÉS

Persona y personaje

Phil dejó que le trataran como una autoridad psicodélica adoptando una actitud de clarividencia para dar consejos sacados de su larga experiencia. En realidad, tenía miedo y con razón. (151)

“Él vivía, concluyó sobriamente el marido, a un nivel de intensidad mayor que el de cualquier otro e insistía en que los demás se unieran a su universo. Pero nosotros, por nuestra parte, no podíamos”.

En el momento en que la paranoia se convertía en la pasión más compartida de los Estados Unidos, él renunciaba a la suya, como un esteta abandona la exquisitez que se ha democratizado y, reduciéndola a un símbolo, trataba de reconstruir su etiología.

Llamar al FBI fue un alivio para Dick. El gesto se puede interpretar, en términos psicológicos, como el desahogo de un hombre acorralado hace mucho tiempo que, agotado, se rinde, y, al hacerlo, experimenta un extraño placer. (282)

Era esperado con impaciencia, sin duda, pero por progres del 68 que se habían criado con Charlie Hebdo y que admiraban en él al tipo abyecto que ahora se jactaba de no serlo. (343)

Dualidad y conflicto

Fiel a su lógica binaria, llegó a pensar que sólo existían dos tipos de mentes: aquellas para las que la realidad es luz, vida y alegría, y aquellas para las que es muerte, tumba y caos. (152)

Dick sabía en qué quería creer, pero sabía también, y el ácido se lo había confirmado, en qué creía en el fondo de su psique. Sabiendo de qué lado estaba, a pesar suyo, lo hubiera dado todo por equivocarse y porque alguien le hubiese convencido de que estaba equivocado. (153)

De los huéspedes de su mente, aquel con el que mejor se entendió fue un tal Thomas, que se instaló en ella durante casi tres meses. (289

Esencia de la ciencia ficción

Pero Dick era una persona que, para glorificar al ser humano necesitaba primero acorralar y definir a su contrario. Ahora bien, lo contrario a un ser humano no son el animal ni el objeto, sino el replicante: el robot. (157)

Acuñado por Robert Wiener, el término “cibernética” y de lo que designaba surgían preguntas entrelazadas: ¿podemos imaginar que un día una máquina creada por el hombre pueda pensar como un hombre? ¿Qué significa pensar como un hombre? O, si preferís, ¿qué es lo que, en nuestro modo de pensar y en nuestro comportamiento, se puede definir como específicamente humano? (159)

…por más que los esquizoides piensen como máquinas, no dejan de ser seres humanos. Y Dick lo sabía muy bien, ya que él también se debatía entre un apasionado deseo de empatía y fuertes tendencias paranoicas. (163)

Algunos decían que sus universos ficticios rozaban el absurdo […] Pero no tenía nada de sorprendente para un público que escuchaba a diario discursos similares de boca de los radicales americanos. Ese mismo año, Leary invitaba a resistir “contra la robotización en marcha”, y consideraba que “disparar contra un robot policía genocida”, o sea, contra un policía, era un “acto sagrado”. (228)

 Angustia y humor

…piensa Joe, “esa sensación de incertidumbre hasta en la disgregación, el signo de la muerte que avanza” (195)

…esos pasajes memorables que no solo son sobrecogedores, sino que nos dan la certeza de aferrar algo esencial, fundamental. Nos hacen vislumbrar un abismo que formaba parte de nosotros mismos y que ninguno de nosotros había sondeado. (165)

…una aceptación desencantada, aunque afable, de la absurda compleja y maravillosa idiotez del mundo. No existe un significado, un más allá, y quizá sea mejor así; en todo caso, es así, y el que se retracta es un canalla. (360)

Una parodia de sí mismo: Nosotros le sugerimos una manera más adecuada de redimirse: deja de escribir, Phil, y de creer en todas las tonterías que se te ocurren. Mira la tele y hazte un porro. No vas a morirte por eso… (361)

Nota. Todas las citas se encuentran en la edición de Anagrama, 2021, del libro de Emmanuel Carrère, Yo estoy vivo, vosotros estáis muertos. Un viaje en la mente de Philip K. Dick.

 

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