De Dublín a Nueva York, despiadado examen del matrimonio.
Por Gloria Benito
Maeve Brennan se adelantó a Bergman (Secretos de un matrimonio, 1973) y a Noah Baumbach (Historia de un matrimonio, 2019) en el demoledor análisis de la vida matrimonial de dos parejas, los Derdon y los Bagot, que habitaron en el Dublín de los años 50 cuando las convenciones sociales establecían roles férreamente cerrados para hombres y mujeres.
Los editores de Malpaso han ordenado los textos —publicados, sobre todo, en The New Yorker entre 1952 y 1973— en dos mitades. En la primera encontramos Los cuentos dublineses, relatos de ficción cuya coherencia narrativa iremos descubriendo según avanzamos en la lectura. La segunda es una recopilación de los artículos periodísticos que aparecieron en el mismo periódico bajo el pseudónimo “The long-winded lady” (La señora prolija), un conjunto de cuadros de la vida callejera y cotidiana de Manhatan, que conforman una crónica costumbrista, burlona y sensible, del paisanaje neoyorkino.
En este artículo comentaremos solamente la obra de ficción, dejando en libertad al lector para que explore y disfrute de la obra periodística y del universo neoyorkino creado por MB, donde encontrará la calidad temática y formal propias de una de las escritoras más brillantes del siglo XX.
Las tres partes que observamos en la estructura interna de Los cuentos dublineses responden a un criterio unitario que otorga una función específica a cada una. Así, los siete primeros relatos iniciales parecen operar como introducción o presentación del espacio donde sucederán el resto de historias: Ranelagh, una calle sin salida con casitas pareadas e iguales que comparten un muro común, límite y separación entre sus jardines traseros y el mundo de los ricos jugadores del club de tenis, hacia donde miran desde sus ventanas. Todo muy simbólico.
Esta primera parte es un relato de costumbres, conducido por la voz narradora de una niña, del que surge el mapa de una geografía humana que refleja el contexto psicológico, social y moral de Irlanda en aquellos tiempos: lo extraordinario (El incendio) que irrumpe en la vida cotidiana para puntuar la necesidad de protagonismo y reconocimiento infantiles; las penurias de los vendedores callejeros y las irracionales conductas de sus compradoras (El viejo del mar); Las relaciones e influencia de las instituciones católicas, ya sea a través de los conventos (El torno de los rumores), la confesión como forma de control (La mentira) o el cruel clasismo de las monjas en sus colegios (El diablo que nos habita); y también el humor, unas veces espontáneo para afrontar los peligros de las circunstancias políticas (El día que nos vengamos) y otras, irónico con una pizca de sarcasmo (La más lista).
Este conjunto contiene un universo aparentemente ingenuo tras el que asoma otro, lleno de matices y oscuridad, que se desarrollará a través de catorce relatos que comprenden la vida de dos matrimonios —seis para los Dorden y ocho para los Bagot— cuyas existencias, solitarias y vacías, se van mostrando con despiadada lucidez e implacable voz. Los cuentos, cuyos títulos aportan claridad a la trama, están ordenados en un tiempo cronológico inverso, del presente al pasado. En el primero de cada serie, los cónyuges, en la cincuentena de sus vidas, se encuentran sumidos en la incomunicación y la soledad, debido a errores ensamblados como los ladrillos de un muro que se irá erosionando en los relatos posteriores para iluminar al lector en las causas de tal catástrofe emocional y comunicativa.
Una chica puede malgastar su suerte es el título del primer relato de los seis que componen la vida matrimonial de los Dorden. El lector es testigo de la conducta extraordinaria de lo que parecería ser el comienzo de un día cualquiera de las vidas de Rose y Hubert. El comportamiento hipócrita y errático de ambos hace presentir misteriosos motivos en la historia de esta pareja que, tras treinta años de matrimonio, se vuelca con ferocidad en las victorias y derrotas de una guerra sin cuartel. En los siguientes relatos, veremos discurrir la vida de los esposos a través de sucesivas retrospecciones que guiarán al lector hacia los hechos causantes de la grave intoxicación emocional de Rose, cuya angustia arrastrará al metódico, rutinario y sólido Hubert.
En Rose, la inseguridad y pérdida de autoestima, alimentadas por una madre insensible y un padre idealizado, generador de una dependencia edípica, configuran una personalidad indecisa y retraída que encuentra en el aislamiento y el disimulo el refugio del miedo a ser menospreciada por la sociedad. Estos cuentos, que pueden ser leídos como relatos independientes, funcionan como capítulos de una “novela” que permite observar sin trabas el interior del personaje y evidencia la presión de los prejuicios sociales y morales sobre una mujer pésimamente educada para salir de la confusión en que se encuentra.
La imagen final del personaje muestra a Rose como alguien sin opciones fuera del matrimonio, sin espacio propio ni salida de la asfixiante atmósfera del hogar donde cumple su rol de ama de casa como un autómata, sin encontrar más escapatoria que refugiarse en una enfermiza complicidad con su hijo y defenderse, atacando, del desprecio del marido. Como dijimos, el personaje de Hubert no sale indemne de esta batalla conyugal, pues la actitud y proceder de Rose le hieren y confunden hasta el punto de errar en los escasos intentos de encarrilar su relación, por pasividad unas veces y por simple incapacidad, otras.
Muros familiares, el anteúltimo relato de esta serie, es un análisis de Rose según Hubert, pues un rasgo formal de este conjunto narrativo es la multiplicidad de perspectivas que lo conforman. La velada y sutil subjetividad del punto de vista de la voz narradora —enmascarada tras el distanciamiento sugerido por el uso de la tercera persona — admite la opinión de un personaje sobre otro u otros, lo que intensifica la complejidad y profundidad del análisis de los conflictos. En este cuento asistimos a la reflexión de Hubert sobre Rose cuando ya intuía, a sus cuarenta años, las anomalías matrimoniales: la hostilidad ambiental, su impaciencia ante los bastos modales de su esposa y el desagrado derivado de su dócil victimismo. Hubert intuye la tragedia de la vida, sin proyecto ni lugar, de la trastornada Rose, pero no comprende la razón del miedo que le provoca ni su aparente sumisión.
El último cuento, El ahogado, cierra esta serie con la descripción de las sensaciones y pensamientos de Hubert, tras la muerte de Rose. Su carácter conclusivo proporciona la claridad de una declaración sobre el tema principal y sus claves. Hubert toma conciencia de la insignificancia y mediocridad de su vida, simbolizada en la habitación de la muerta, lo que sume al personaje en el vacío, la nada. La indefinición y la niebla interior que envuelve su existencia lo abocan a cierto nihilismo vital y a la aceptación del mismo tedio e inseguro conformismo que padeció su esposa. La percepción de su incompetencia emocional, con la sensación de “ignorar algo que los demás sabían”, se añade a la de su torpeza, pues “se había enamorado de unas cualidades que ella no tenía”
En la tercera parte, los ocho cuentos restantes, la autora sigue el mismo esquema, en este caso, aplicado a Delia y Martín Bagot. En Aniversario, el primero, encontramos a una mujer absolutamente aislada, con su vida reducida al hogar y las hijas, en un fatigado e irritante acontecer lleno de silencios, errores y sedimentados reproches. El desarrollo del argumento incide en la cadena de situaciones traumáticas no resueltas que infectan la enfermiza y perturbada relación matrimonial.
Las penurias humanas del rol de esposa y madre amplifican la atmósfera claustrofóbica del hogar como prisión y refugio donde esconder el miedo a una realidad incierta y hostil. Rol ratificado por la Iglesia católica (Historia de África) a través del personaje del obispo que, durante su visita al hogar de los Bagot, felicita a Delia por tener un marido protector, una bonita casa y unas hijas preciosas. Inmersa en el tópico, ella intuye que su vida ha sido un error y que para sobrevivir sólo le queda, la simulación, el engaño. Por su parte, el señor Bagot parece consolarse en su superioridad de hombre “no domesticado” y en su metódica rutina, pero lo hace para protegerse de la inseguridad y desasosiego que siente en su casa y del hecho de no comprender a su mujer y a sus hijas.
La narradora deja caer, al final del último cuento (Nochebuena), las causas de la envenenada situación matrimonial, en contraste con su anterior y durísimo examen:
“Es la sólida existencia del amor la que insufla vida y fuerza a los recuerdos, y si en algunos casos a los recuerdos infantiles les faltan las suaves y tiernas suavidades de esa demostratividad, cuando el niño se hace adulto y se echa en la oscuridad sólo sabe que bajo su mano hay una roca que no cederá nunca”
Como contrapunto, el relato que cierra la historia de los Bagot (Las fuentes del afecto) confirma y profundiza en la afirmación anterior realizando una revisión del pasado de Martín desde la perspectiva de su hermana Min. Se trata de una operación casi de psicoanálisis que desvela los orígenes familiares de ambos: un padre soñador y despreciado, una madre autoritaria e intolerante que vuelca sus expectativas en el hijo “por ser el único varón”, dos hermanas con matrimonios fracasados, y un ambiente frío y utilitario sin lugar para los sentimientos. Min, la heredera de la rigidez religiosa y moral de la madre, repasa la vida y destino de su hermano interpretándolos como un castigo por haber roto unas reglas donde las apariencias, (“quedar bien” y “no hacer el ridículo ni que se rían de nosotros”) son sagradas. La cruel determinación de Min por defender a toda costa sus estrictos principios se manifiesta en la última y tremenda escena final, cuando mira y disfruta de las cosas que pertenecieron a Delia, mientras sonríe, satisfecha y rodeada de muertos, en su inexpugnable torre de Wexford.
Alice Munro calificó este cuento como uno de los mejores del siglo. Añadiría, profundamente conmovida, que resulta terrible comprobar cómo son las mujeres parecidas a Min, las que proscriben y destruyen a otras mujeres, sus derechos, sus afectos, sus vidas.
ALGUNAS CITAS
“Hubert se iba a la cama todas las noches hacia las diez y ella un poco más tarde. Rose se levantaba a las siete y él a las siete y media. Los domingos, Rose se levantaba para ir a la misa de ocho y volvía a hacer el desayuno a tiempo para que él llegase a la puerta de la capilla a las diez”.
“La luz del atardecer hablaba y lo que dijo fue: no hay nada más que decir porque lo que queda por decir no debe decirse. Es demasiado tarde para Rose. […] Sentía la misma libertad que la que sentiría si estuviera atrapada en una red”
“Ella sabía que las cosas entre ellos ya no eran lo que habían sido, pero mientras las niñas estaban en casa no quería decir nada por miedo a una pelea, y ahora que las niñas estaban fuera, temía que al romper el silencio se revelaran muchas cosas que no querrían ver ninguno de los dos”.
“Cuando Martín volvió a su habitación, ella estaba dormida y no, como sospechó, haciéndose la dormida, aunque se sintió agradecido por la simulación, si es que lo era, y se deslizó afuera y hacia abajo, a refugiarse en su libro.”
“La señora Bagot vio todos los errores de su vida manando juntos para congelarse en el error fatal que lo había estropeado todo desde el principio”.
(La madre de Martín) “era una mujer baja, robusta y vigorosa con redondos ojos azules y pelo negro liso, y estaba orgullosa de la reputación que tenía de decir siempre lo que pensaba. Era arrogante, astuta, recelosa y con múltiples recursos, y, en lo que respectaba a su indeciso y lento marido, era despiadada”.
“No había nada en Delia. Esto me quita un peso de la cabeza. Ahora ya sé dónde estoy. Siempre supe dónde estaba con ella, aunque no supiera quien era y sigo sin saberlo y Dios sabe que no sé dónde estoy sin ella. Pero no había nada en ella.” (Martín en su vejez)
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