sábado, 13 de enero de 2024

Comentario

 



ROMANTICISMO VITAL Y NATURALISMO LITERARIO

Gloria Benito


Como otros escritores de su generación, Akutagawa tuvo que enfrentarse a una doble tarea: encontrar un nuevo lenguaje para la novela moderna al estilo occidental y convivir con los grandes cambios sociales y económicos que se estaban produciendo en el país. El choque entre la tradición y las innovaciones culturales portadoras de una nueva moral personal y social iba configurando otra forma de mirar y de estar en el mundo. Como Osamu Dazai, este grupo de escritores se encontró viviendo en el filo de una navaja cuyo borde rasgaba dos realidades opuestas y poco compatibles. Generalmente, los grandes cambios se estabilizan tras periodos de crisis donde las nuevas convenciones conviven con las antiguas, sumergiendo a las almas más lúcidas y sensibles en una confusión insoportable. 

Como hombre de su tiempo, Akutagawa se lanzó sin paracaídas al vacío vital de un paisaje interior y exterior que no le proporcionaba objetivos materiales ni consuelo espiritual. Con sus últimos coletazos, el romanticismo alcanza a este grupo de novelistas, no mediante su estética, sino como actitud individualista, transgresora, rebelde y destructiva, de todo aquello que perciben como injusto e inaceptable. Puede parecer paradójico que Akutagawa y sus coetáneos materialicen esa condición romántica mediante un estilo naturalista considerado como su contrario. Pues es innegable su huella en las descripciones de Rashomon y Los ladrones, donde se evidencia el feísmo tremendista e hiperbólico de la realidad social que muestran y denuncian. En este sentido, El biombo del infierno, supera en crueldad y sufrimiento a su admirado Dostoievski. 

Poner el mundo patas arriba, desvelando las mentiras de la comedia humana y arrancar las máscaras a los actores de la representación, parece ser el objetivo de todos ellos. Unas veces lo hacen con dolor y desde el interior de sus almas heridas como sucede en Vida de un loco, verdadero viaje alucinatorio (desde la frustración a la derrota) por los recovecos de una conciencia atormentada que sólo encuentra salvación en la literatura. Otras, con humor juvenil y siempre curativo conectado con un costumbrismo amable, nos sorprende Akutagawa con el irónico final del hombrecillo que quería ser sensei (Senin) o el sueño onírico del amante convertido en pulga que explora el soñado y ebúrneo cuerpo femenino (Un cuerpo de mujer). 

Más sarcasmo encontraremos en los monólogos de los adúlteros que se engañan mutuamente cuando creen que nadie los oye (Kesa y Morito), y en los hipócritas comentarios de los discípulos budistas del maestro Basho ante su muerte inminente (Extracto de la tierra yerma). En estos casos se levantan las alfombras y queda al descubierto lo que esconden las apariencias y la verdadera naturaleza de los hombres.

A pesar de la contundencia del título de este artículo, Akutgawa es un escritor complejo en cuya obra confluyen diversas tendencias. Su naturalismo se construye alrededor de una versión japonesa de sí mismo enfrentado a un entorno dolorosamente hostil. No persigue la conciencia social como Zola, sino la exploración individual del propio “yo” y sus dolorosos conflictos. Como en Soseki y especialmente en Osamu Dazai, de sus historias emerge el antihéroe como antecedente del hombre moderno y sus atributos: el tedio, la desesperación y el fatalismo que caracterizan a la llamada “novela del yo”. El escritor se desnuda psicológica y emocionalmente para proyectar en el texto toda la subjetividad de su durísima confesión. Con un estilo sobrio y sin adjetivos nos traslada a una realidad brutal donde la irracionalidad romántica se fusiona con un paisaje interior lleno de violencia y sufrimiento. Como lectores nos vemos desplazados fuera de nuestro espacio de confort, para acompañar a los personajes en su itinerario por el universo que conforma el descenso a los infiernos de esta generación de creadores malditos.

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