LA REINA VICTORIA
(Por Lourdes Martínez)
Victoria I de Inglaterra,(1837-1901) hija
de Eduardo Duque de Kent y la princesa Victoria de
Sajonia-Coburgo-Saafeld, fue coronada en solemne ceremonia en la abadía de Westminster el 28 de junio de
1838.
Por aquel entonces, el gobierno lo dominaban los Whig, el Primer
Ministro, vizconde de Melbourne, Lord Melbourne, ejerció desde el comienzo una
importante influencia sobre la inexperta soberana, hasta el punto de depender
completamente del extraordinario caballero, compartiendo sus ideales liberales,
expresando su deseo de no querer volver a ver jamás a los Torys.
Pero debido a los acontecimientos en las
colonias británicas, rebeliones en Canadá y Jamaica, las autoridades locales
protestaban contra las medidas inglesas que no reconocían como leyes dictadas
por el parlamento, Melbourne se vio en la obligado a dimitir, por
su incapacidad para controlar todos los contratiempos que surgieron.
Durante su reinado, Francia conoció dos
dinastías regias y una república, España tres monarcas e Italia cuatro. En este
la reina Victoria, verdadera protagonista e inspiradora de todo el siglo XIX
europeo.
La unión prevista desde hacía mucho
tiempo, determinada por los intereses de Inglaterra, entre Victoria y su primo,
el alemán Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha, se hizo realidad el 10 de febrero
de 1840, en la Capilla Real del palacio de St. James, Londres.
Alberto era uno de los pocos hombres
jóvenes que Victoria había tratado en su vida y el primero con el que se le
permitió conversar a solas. Cuando se convirtió en su esposo, ni la
predeterminación ni el miedo al cambio que suponía la boda impidieron que
naciese en ella un sentimiento de auténtica veneración hacia aquel hombre no
sólo apuesto, exquisito y atento, sino también dotado de una fina inteligencia política.
Cuatro días antes de la ceremonia, la reina le otorgó a su futuro esposo, el
tratamiento de Su Alteza Real, por lo que Alberto sería conocido como el
"Príncipe Consorte".
La reina Victoria de Inglaterra estuvo muy
enamorada de su esposo, al que profesó auténtica veneración, tanto en el ámbito
personal, como en el político. Los nueve hijos nacidos del matrimonio, ocuparon
nueve hijos ocuparon un lugar muy
secundario en el corazón de la reina, tanto que, una vez viuda, escribió a un
miembro de la rama germana de los Hannover «No hallo ninguna compensación
en la compañía de mis hijos. Es más, pocas veces me encuentro a gusto con
ellos. Me pregunto porque ha tenido que dejarme Alberto y ellos continúan a mi
lado ...»
Alberto fue un marido ejemplar y nunca
llegó a faltar a sus votos nupciales. Para Victoria un marido perfecto y
compañero ideal, por el que sustituyó a Lord Melbourne en el papel de
consejero, protector. El príncipe tuvo
sus dificultades al principio. Tardó en acostumbrarse al puesto que le había
trazado de antemano el parlamento, el de príncipe consorte, un status que
adquirió aunque tardó aún más en hacerse perdonar una cierta inadaptación a los
modos y maneras de la aristocracia inglesa. Pero con el tacto y perseverancia
del príncipe, despejó en una misma voluntad todos los obstáculos y se granjeó
un universal respeto con sus iniciativas.
La habilidad política del príncipe Alberto y el escrupuloso respeto observado por la reina hacia los mecanismos parlamentarios, contrariando en muchas ocasiones sus propias preferencias, contribuyeron en gran medida a restaurar el prestigio de la corona, gravemente menoscabado desde los últimos años de Jorge III a causa de la manifiesta incompetencia de los soberanos. Con el nacimiento, en noviembre de 1841, del príncipe de Gales, que sucedería a Victoria más de medio siglo después con el nombre de Eduardo VII, la cuestión sucesoria quedó resuelta. Puede afirmarse, por lo tanto, que en 1851, cuando la reina inauguró en Londres la primera Gran Exposición Internacional, la gloria y el poder de Inglaterra se encontraban en su momento culminante. Es de señalar que Alberto era el organizador del evento; no hay duda de que había pasado a ser el verdadero rey en la sombra.
La habilidad política del príncipe Alberto y el escrupuloso respeto observado por la reina hacia los mecanismos parlamentarios, contrariando en muchas ocasiones sus propias preferencias, contribuyeron en gran medida a restaurar el prestigio de la corona, gravemente menoscabado desde los últimos años de Jorge III a causa de la manifiesta incompetencia de los soberanos. Con el nacimiento, en noviembre de 1841, del príncipe de Gales, que sucedería a Victoria más de medio siglo después con el nombre de Eduardo VII, la cuestión sucesoria quedó resuelta. Puede afirmarse, por lo tanto, que en 1851, cuando la reina inauguró en Londres la primera Gran Exposición Internacional, la gloria y el poder de Inglaterra se encontraban en su momento culminante. Es de señalar que Alberto era el organizador del evento; no hay duda de que había pasado a ser el verdadero rey en la sombra.
Con todas las uniones conyugales en Europa,
de hijos y nietos con otros monarcas, a Victoria se le daría el título popular
de "la Abuela de Europa". Sin embargo, al ser portadora de
hemofilia, transmitió el gen defectuoso a todos sus descendientes (por
estar ligada al cromosoma X). El portador más conocido de dicha enfermedad fue
el zarevich Alexis.
LA RELACIÓN DE VICTORIA DE INGLATERRA CON
SUS PRIMEROS MINISTROS
El comportamiento de la reina con los
sucesivos Primeros Ministros, fue voluble. Aborrecía hasta la sola insinuación del cambio
en todo orden de cosas, la alternancia de los
partidos whig y tory en la conducción del país la azoraba
una enormidad, y recelaba de cada uno de los nuevos jefes de gobierno. Pero,
por lo general, pronto aprendía a apreciar sus respectivas cualidades, incluso
a parecerle imposible el trato con otro Primer Ministro que no fuese el
de turno.
LORD PALMERSTON
Primer Ministro del Reino Unido a
mediados del siglo XIX durante dos ocasiones: la primera
entre el 6 de febrero de 1855 y el 19 de febrero de 1858, y la segunda, entre
el 12 de junio de 1859 y el 18 de octubre de 1865. Participó en el
gobierno continuadamente desde el año 1807 hasta el día de
su fallecimiento.
Comenzó su particular carrera
como Tory, y la concluyó como liberal. Fueun político
aristocrático de perfil antiguo. De corazón liberal, favorable al progreso
tecnológico y completamente opuesto a la noción de gobierno democrático en Gran
Bretaña.
Su época de mayor prestigio político la
alcanzó, cuando ocupó el cargo de Primer Ministro del Reino Unido, puesto que
ocupó en dos ocasiones a mediados del siglo XIX.
La primera entre el 6 de febrero de 1855 y el19 de febrero de 1858, y la segunda entre
el 12 de junio de 1859 y el 18 de octubre de 1865.
El pragmatismo político de Lord Palmerston
se resume en su frase “Inglaterra no tiene amigos permanentes ni enemigos
permanentes. Inglaterra tiene
intereses”. Fue uno de los estadistas más
célebres de la época victoriana, rival de Disraeli,
y aún se le considera uno de los más importantes primeros ministros que ha
tenido el Reino Unido; Winston
Churchill lo citaba como inspirador suyo.
Disraeli, el político que mejor supo
penetrar en el carácter de la reina, alegrarla y halagarla, y desviarla
definitivamente de su antigua predilección por los whigs.
En 1842-46 encabezó una rebelión del ala
derecha del partido contra el librecambismo de Peel, que derribó a éste del
gobierno; con ello, sin embargo, no consiguió más que debilitar a su partido,
que hubo de pasar a la oposición. En 1848 fue designado líder de los
conservadores en los Comunes, pero siguió acumulando fracasos electorales,
apenas compensados por sus éxitos como escritor. Muchas de sus novelas
contenían críticas a la política de su tiempo -como Vivian Grey (1825-27)
o Lothair (1870)- o consideraciones histórico-filosóficas que
sustentaban su posición política
-como Coningsby (1844), Sybil (1845)
o Tancred (1847).
Sirvió dos veces como ministro de Hacienda
hasta que la reina Victoria I le
nombró primer ministro en 1867-68. La principal realización de ese periodo de
gobierno fue la reforma de 1867, que extendió el derecho de voto hasta doblar
el cuerpo electoral; con ello suministró una base de votantes populares a su
proyecto político de «democracia tory», que consistía en transformar
el viejo partido aristocrático conservador en un partido «nacional» capaz de
anudar la alianza entre un fuerte poder monárquico y un electorado trabajador.
Durante la década de los setenta la
política británica estuvo marcada por el enfrentamiento entre Disraeli y el
líder de los liberales, William
Gladstone, cuya política atacó aquél desde la oposición
(especialmente en lo tocante a Irlanda y a las colonias). Cuando accedió a un
segundo mandato como primer ministro (1874-80), puso en marcha el ambicioso
programa imperialista que había anunciado en su discurso del Crystal Palace
(1872): 1877. Su agresividad en política exterior le permitió frenar el
expansionismo ruso defendiendo al Imperio Otomano (al que hizo pagar su apoyo
en 1878 con la entrega de Chipre). En 1880 perdió las elecciones.
WILLIAM GLADSTONE
Sus primeros pasos en la política los dio
en 1832 como
diputado del partido conservador, entonces
llamado Partido Tory, en el gobierno bipartidista durante la época victoriana, pero años más tarde dejó de
ser conservador para unirse al liberalismo (Whig),
situándose a favor de libre cambio y acercándose más a la Iglesia.
De 1843 a 1845 fue ministro de
comercio, y de 1845 a 1846 ministro de las
Colonias durante el mandato de Robert Peel,
el líder del ala liberal de los conservadores. Tras la muerte de éste, llegó a
ser ministro de hacienda y aprovechó para impulsar la liberación del comercio
exterior durante los gobiernos de Aberdeen, de 1852 a 1855, y Palmerston,
de 1859 a 1865. Este año fue
determinante para la historia política británica, ya que tras la muerte de
Palmerston se produjo un realineamiento de partidos, fusionándose el Tory y el
Whig al Partido Liberal, y sobre todo, por el definitivo paso de Gladstone como
izquierdista, al convertirse en el líder de dicho partido. En 1868 se convirtió en
primer ministro, cargo que ocupó hasta 1874. Desde 1880 a 1885 volvería a encabezar
el gabinete, repitiendo en 1886 y desde 1892 a 1894. Entre sus labores
más importantes se destaca la reapertura del ejército y de las universidades,
suprimiendo prejuicios religiosos y privilegios económicos. También extendió el
sistema de oposiciones para el acceso a la función pública, formó el sistema
educativo, y en 1872 introdujo
el voto secreto.
La crisis agrícola de finales del siglo XIX
lo llevó a aceptar la adquisición forzosa de nuevos mercados, teniendo que ir
en contra de sus ideas contrarias al imperialismo. Esto fue lo que provocó la
ocupación de Egipto en 1882 y la entrada
en Sudán en 1885.
Dictó las leyes de la Tierra (1870 y 1881) y la Ley de
prevención de crímenes de 1882 para reprimir la violencia nacionalista que
colapsaba a Irlanda,
pero como esto no fue suficiente, impulsó el proyecto de ley Home
Rule en 1886, que
implicaba para este país un Parlamento autónomo. Este proyecto no fue aprobado
por los liberales unionistas, quienes se pasaron al partido conservador
liderados por Joseph Chamberlain. El autogobierno de Irlanda
y la oposición al imperialismo en la política exterior
provocaron que fuera postergado en las siguientes elecciones. Dimitió en 1894, retirándose de la
política después de que la Cámara de los Lores vetara su último proyecto
de Home Rule para Irlanda, aprobado en los Comunes. Fue sucedido
por Lord Salisbury, que había sido su rival desde
la muerte de Benjamin Disraeli.
NOTAS SOBRE EL REINADO DE VICTORIA I
La sociedad en la época victoriana estaba
exacerbada de moralismos y disciplina, con rígidos prejuicios y severas
interdicciones. Los valores victorianos se podrían clasificar como
"puritanos" destacando en la época los valores del ahorro, el afán de
trabajo, la extrema importancia de la moral, los deberes de la fe y el descanso
dominical como valores de gran importancia.
Los varones dominaban la escena tanto en
los espacios públicos como en la privacidad, las mujeres se debían a los
lugares privados, con un estatus de sometimiento y del cuidado de sus hijos y
del hogar; referente de ello es la novela Ana Karenina mostrando
que la sociedad no permite el resquebrajamiento de la moral. Otro claro
ejemplo fue la condena por sodomía a Oscar Wilde con
Lord Alfred Douglas a dos años de trabajos
forzados.
Quizá por la acentuada moral de la época sea
la observación del psicoanalista Jacques Lacan,
quien dice que sin la reina Victoria el psicoanálisis no hubiera existido, ella
fue la causa del deseo de Sigmund Freud y
la que hizo necesario lo que Lacan llamó el "despertar".
Las condiciones como la pereza se
vinculaban con los excesos y la pobreza con el vicio. La repulsión social hacia
el vicio también se traduce en el sexo, relacionado con
las bajas pasiones y su carácter animal proveniente de la carne. Por ello, la
castidad era una virtud a resguardar.
La insatisfacción femenina, en cualquier
ámbito, era tratada como un desorden de ansiedad con pastillas y psicoanálisis
y, si la mujer tenía suficientes recursos económicos, lo trataba en manos de un
"experto" que las estimulaba sexualmente con sus manos. Para las
masas trabajadoras no existía el beneficio social, salvo por la Ley de Pobres
que seguía en vigor.
La doble moral sexual es propia de la era
victoriana. La reina mandó alargar los manteles de palacio para que cubrieran
las patas de la mesa en su totalidad ya que, decía, podían incitar a los
hombres al recordar las piernas de una mujer. Sin embargo, paralelamente a las
estrictas costumbres de la época se desarrollaba un mundo sexual subterráneo
donde proliferaban el adulterio y la prostitución.
También existían las "cortesanas" que eran personas que, en el
principio, asistían a los monarcas La prostitución era una actividad muy
frecuente en la Inglaterra del siglo XIX
El
texto Oliver Twist de Charles
Dickens es el mejor reflejo de trabajo infantil en la época
victoriana, irrumpe en escena en1838 y cae como "balde de agua fría" a los
británicos. Con una crítica mordaz de la hipocresía social, las instituciones y
la justicia debido a los estragos que hacían el hambre, el trabajo y la
mortalidad infantil.
La revolución industrial acaparó mano de
obra infantil para trabajos como la minería o la industria textil, provocando
accidentes y muertes a menudo por hacer trabajar a los niños bajo las máquinas
en marcha, además eran azotados si la producción comenzaba a descender. En
Inglaterra los niños desfavorecidos se encontraban a cargo de las iglesias,
quiénes los vendían a las industrias a través de anuncios en los periódicos
cuando ya no querían mantenerlos o cuando tenían demasiados. El comercio muy a
menudo se realizaba sin consentimiento de los padres. Desde los cuatro años de
edad eran buscados para ser "entrenados" en las máquinas, trabajan en
las minas, limpian las partes de las maquinarias o van tras los hilos rotos en
los telares.
El Estado inglés tomó medidas en 1833, creando una serie de
regulaciones atinentes al trabajo infantil con la Factory
Act, prohibiendo la inserción laboral de niños menores de 9 años,
registrando sus honorarios y obligando a las empresas a brindarles asistencia
escolar.
Pese
a la rigurosa moral victoriana, eran extendidas las prácticas non
sanctas tales como la cultura del
consumo de opio.
Esto no resulta extraño si se conoce que en la botica real se distribuía
libremente el opio a los cortesanos, la misma reina Victoria lo consumía en forma
de goma de mascar con cocaína, junto al joven Winston
Churchill . El opio era libremente consumido como «droga
social», aunque con el tiempo adquirió mala fama debido a que, en los antros
donde se consumía, se hallaba también presente la prostitución.
En
el terreno arquitectónico, el Renacimiento Gótico se
convirtió en algo cada vez más significativo durante el periodo, llevando a
la Batalla de los Estilos entre
los ideales Gótico y Clásico
En el literario, consiste en una reacción
frente al movimiento romántico inglés del primer cuarto de siglo. Los nuevos
escritores rechazan la fantasía romántica de Byron o Shelley y buscan un nuevo
realismo -el poeta Tennyson, los novelistas Thackeray y Dickens, el filósofo
Carlyle encarnan los nuevos valores de la era-. La industrialización cambió la
estructura de clases de manera drástica al final del siglo XVIII. Se había
creado cierta hostilidad entre la clase alta y las demás. Como resultado de la
industrialización, hubo un importante empuje de la clase media y trabajadora. A
medida que la industrialización avanzaba hubo una división social mayor.
Fue en 1861 cuando Victoria atravesó el más
trágico período de su vida: en marzo fallecía su madre, la duquesa de Kent, y
el 14 de diciembre expiraba su amado esposo, el hombre que había sido su guía y
soportado con ella el peso de la corona. Como en otras ocasiones, y a pesar del
dolor que experimentaba, la soberana reaccionó con una entereza extraordinaria
y decidió que la mejor manera de rendir homenaje al príncipe desaparecido era
hacer suyo el objetivo central que había animado a su marido: trabajar sin
descanso al servicio del país. La pequeña y gruesa figura de la reina se cubrió
en lo sucesivo con una vestimenta de luto y permaneció eternamente fiel al
recuerdo de Alberto, evocándolo siempre en las conversaciones y episodios
diarios más baladíes, mientras acababa de consumar la indisoluble unión de
monarquía, pueblo y estado.
Afirma Lytton Strachey que Victoria
fue «el símbolo viviente del triunfo de la clase media»; su pronunciada
afinidad con los gustos de esta clase, aunque amplificados según su propia
posición, impuso un sello burgués a su prolongado reinado. Con todo, la
mentalidad de Victoria se caracterizó por un pertinaz conservadurismo: jamás
profesó demasiada simpatía para con las reformas liberales y las ideas
democráticas, el feminismo –por ejemplo- le parecía una espantable aberración,
y en distintas aristas de su conducta y personalidad no podía ser sino una
genuina aristócrata de honrar los ideales y los gustos de su fallecido
esposo. Las residencias reales y sobre todo las habitaciones de Alberto
se convirtieron en auténticos santuarios. (Fue esta una «operación de
embalsamamiento» -la expresión es del historiador Simon Schama- que alcanzó
rango oficial y que a la larga produjo un hastío generalizado.) La vida de Victoria se encaminó en una «eterna y deliciosa
repetición de acontecimientos absolutamente triviales», sólo interrumpida
por las labores oficiales que nunca descuidó; a ellas destinaba largas horas,
mecánicamente programadas.
Tal y como ella había animado a su marido para trabajar sin descanso al servicio del país, la soberana reaccionó con entereza asombrosa, desde ese instante hasta su muerte, Victoria nunca dejó de dar muestras de su férrea voluntad y de su enorme capacidad para dirigir con aparente facilidad los destinos de Inglaterra. Finalmente, a edad avanzada abandonó su relativa reclusión; si por entonces era de (casi) todos respetada, con sus apariciones en público y el rigor moral de su vida concitó universal estimación. Para sus complacidos súbditos, Victoria se erigió en la personificación del boyante Imperio Británico, al tiempo que el prestigio de la corona –que no su poder efectivo- adquiría niveles casi místicos. La pequeña y gruesa figura de la reina se cubrió en lo sucesivo con una vestimenta de luto y permaneció eternamente fiel al recuerdo de Alberto, evocándolo siempre en las conversaciones y episodios diarios más baladíes, mientras acababa de consumar la indisoluble unión de monarquía, pueblo y estado. Su vida se extinguió lentamente, con la misma cadencia reposada con que transcurrieron los años de su viudez. Cuando se hizo pública su muerte, acaecida el 22 de enero de 1901, pareció como si estuviera a punto de producirse un espantoso cataclismo de la naturaleza. La inmensa mayoría de sus súbditos no recordaba un día en que Victoria no hubiese sido su reina.
Tal y como ella había animado a su marido para trabajar sin descanso al servicio del país, la soberana reaccionó con entereza asombrosa, desde ese instante hasta su muerte, Victoria nunca dejó de dar muestras de su férrea voluntad y de su enorme capacidad para dirigir con aparente facilidad los destinos de Inglaterra. Finalmente, a edad avanzada abandonó su relativa reclusión; si por entonces era de (casi) todos respetada, con sus apariciones en público y el rigor moral de su vida concitó universal estimación. Para sus complacidos súbditos, Victoria se erigió en la personificación del boyante Imperio Británico, al tiempo que el prestigio de la corona –que no su poder efectivo- adquiría niveles casi místicos. La pequeña y gruesa figura de la reina se cubrió en lo sucesivo con una vestimenta de luto y permaneció eternamente fiel al recuerdo de Alberto, evocándolo siempre en las conversaciones y episodios diarios más baladíes, mientras acababa de consumar la indisoluble unión de monarquía, pueblo y estado. Su vida se extinguió lentamente, con la misma cadencia reposada con que transcurrieron los años de su viudez. Cuando se hizo pública su muerte, acaecida el 22 de enero de 1901, pareció como si estuviera a punto de producirse un espantoso cataclismo de la naturaleza. La inmensa mayoría de sus súbditos no recordaba un día en que Victoria no hubiese sido su reina.
1 comentario:
Esta entrada demuestra que nunca sobre algo o alguien está todo dicho.
El apartado "Notas sobre el reinado de Victoria", me parece especialmente interesante porque, al menos a mí, descubre cosas ausentes en el libro.
José L.Vicent
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