jueves, 11 de febrero de 2021

Una historia de la lectura - Comentario


Por José Luis Vicent Marin

   
 
Con el uso del artículo indefinido “Una” en la denominación del título, Alberto Manguel afirma que esta no es la única historia de la lectura posible. En el último capítulo habla en primera persona de un libro que como escritor no ha escrito y como lector le gustaría leer, llamado "la historia de la lectura", con el artículo definido que le confiere el poder de ser la verdadera, la absoluta, pero que abarcaría tanto que sería imposible de hacer. Esa obra incluiría varias páginas en blanco que el lector tendría la capacidad de rellenar y dado que cada uno de ellos, de nosotros, sería libre de interpretar e imaginar a su manera, iría creciendo de acuerdo al número de los mismos, haciendo buena otra declaración suya afirmando que se trataría, además, de una historia sin fin.
La propia tertulia del club de lectura y ahora mismo, estas simples letras, por minúsculas que sean, quizá estén entrando en ese terreno expansivo y al mismo tiempo tan unipersonal, como lo manifiesta aseverando que “la imprenta  ha creado la ilusión de que todos los lectores del Quijote están leyendo el mismo libro”.
Es evidente pues, que el autor concede al lector todo el protagonismo. Significativa es su cita de que "quizá se pueda vivir sin escribir pero no se puede vivir sin leer" como igualmente lo son las del comienzo de las dos partes en que ha dividido la obra. La primera que lleva por título “la última página” contiene una brevísima de Gustave Flaubert que dice sencillamente “leer para vivir” y la segunda cuyo título es nada menos que “los poderes del lector” otra rotunda de Ralph Waldo Emerson afirmando que “hay que ser inventor para leer como es debido”.
Tal vez ese halago le venga por las lecturas que de niño le hacía al Borges ya muy privado de vista, donde aquel se constituía en el verdadero lector, el que viajaba e imaginaba el paisaje, mientras Manguel se limitaba a conducir el vehículo.
Cada uno de sus 22 capítulos es como un mini ensayo y se ocupa de un aspecto concreto referido a la lectura. Incluye una ligera introducción, a menudo personal, que enlaza con un desarrollo temporal y finaliza con una reflexión, una conclusión, o incluso una duda, un pro y un contra, o un interrogante que nos obliga a detenernos y a pensar antes de acometer el siguiente capítulo.
De hecho, dada la complejidad de abarcar la obra como un todo, quizá fuera necesario extraer un poco de cada uno, algo así como una muestra de sangre dispuesta a ser analizada en un laboratorio de más largo alcance que mi simple vista. Por tanto, pasaré someramente por ellos con no muchas más palabras que las que contienen su propio título.
 
“La última página” goza de tener, entre otros, a Borges como referente y habla del enorme poder trasmisor de los libros que pueden influir de maneras distintas en los lectores y concluye que a diferencia de la vida, los puedes vivir cuantas veces quieras.
En “leer sombras” habla de la evolución del proceso de la lectura, genético, sensorial, etcétera, hasta las complejas connotaciones personales que deciden sea el lector quien sirve al texto y no al revés.
En “Los lectores silenciosos” trata del camino hasta llegar a ellos, nosotros mismos, puesto que al principio la mayoría de la gente no sabía leer y se limitaba a escuchar. De ahí viene “prestar oídos” a un relato o ese texto “no suena bien”. Leer para uno mismo en silencio posee la gran ventaja de no requerir del tiempo estricto para pronunciarlo, alargándolo o acortándolo a nuestro interés.“El libro de la memoria” centra su atención en toda la sabiduría que, de viva voz,  fue pasando de generación en generación y por eso cuando en África muere un anciano, arde una biblioteca.
En “aprender a leer” se plasman una serie de métodos utilizados a lo largo de la historia, pasando por la edad media, renacimiento, etcétera hasta llegar al método escolástico, la escuela de Selestat o la universidad de Heildelberg que incorporando una perspectiva humanista fueron creando la antesala de la enseñanza actual.
“La primera página en blanco” empieza con un texto de Kafka afirmando que toda lectura es alegórica y por tanto objeto de otras lecturas. Hace mención a Dante que diferenció la lectura literal de la alegórica o mística que subdividió en otras tres y a Tomás de Aquino que contaba con la “intencionalidad del autor”. Finalmente vuelve a profundizar en Kafka que de niño elaboró su propia manera de leer y de adulto afirmó que un libro debe ser escrito para que “quiebre el mar helado de nuestro interior”. Existen alrededor de 15.000 títulos acerca del estudio de su obra. De su Metamorfosis se dice que incita a la risa, a la parábola religiosa, al bolcheviquismo, a la decadencia burguesa, etcétera, y El Castillo no posee la última página porque el lector puede continuar a través de los infinitos niveles de texto.
En “lecturas de imágenes”, entramos en una galería de arte atemporal con dibujos prehistóricos, grabados en pergaminos, pinturas religiosas sobre  lienzos, paredes o vidrieras y obras talladas en madera o en piedra, mostrando una narrativa concreta o a menudo sujeta a la libre interpretación.
“Leer para otros” nos ofrece situaciones concretas como las lecturas apremiantes de su niñera, las de las fábricas de tabaco en Cuba y la anécdota de la marca Montecristo, las de la vida monástica o las de los juglares, amén de esa interesante mención al Quijote de Cervantes donde todo un capítulo “el curioso impertinente” es leído como una novela independiente. La conclusión de que la lectura ajena despersonaliza al oyente privándole de una parte de su libertad contrasta con el mencionado Borges que, escuchando, quizá veía más que otros a través de su ceguera.
En “las formas del libro” hay un extenso repaso a la historia de los soportes de la palabra escrita en tablas de arcilla, rollos de papiro o pergamino y el códice hasta la invención de la imprenta y la actualidad.  
En “lectura privada” pone el ejemplo de Colette que busca su espacio para la lectura ante el rechazo de su padre y la vigilancia de su madre y se nos insta a hacer lo propio pero con plena libertad. En la antigüedad se leía recostado y los monjes lo hacían en los catres de sus celdas. Hoy sigue estando muy extendido leer en la cama, pero también es agradable hacerlo en el ferrocarril, bajo un árbol, en la arena de la playa, en unas rocas, en el sillón bajo el foco de una luz eléctrica e incluso en el retrete. Cada cual tiene su lugar preferente para cada tipo de lectura.
En “metamorfosis de la lectura” el centro es el poeta Walt Whitman que pasó su vida buscando comprender el acto de leer y al que no le abrumaban las lecturas inquietantes porque lo hacía en plena naturaleza. Frases metafóricas nuevas y antiguas relacionan la lectura con funciones corporales como devorar un libro, rumiar su paisaje, sentir el gusto poético o comenzar una dieta de novela policíaca.
 
La segunda parte se inicia con el capítulo “principios”, donde el autor dice haber observado en Bagdad las Babilonias de todas las épocas, entre ellas, la de Alejandro Magno donde según los arqueólogos empezó la prehistoria de los libros hace más de cinco mil años cambiando la naturaleza de la comunicación con el arte de escribir. Por desgracia, a algunas escrituras como la etrusca todavía se le resiste el código que las traduzca.   
En los “ordenadores del universo” profundiza en el mundo de las bibliotecas desde aquella primigenia en Alejandría hasta nuestros días y la necesidad de organizar y catalogar la inmensidad de creaciones.
En “leer el futuro” trata las escrituras bíblicas y visionarias como la de Constantino que terminó por convertir a él y a Roma al cristianismo. Más adelante los que fueron perseguidos se constituyeron en perseguidores. Los textos pueden ser como oráculos que hablan enigmáticamente y que el ser humano a veces descifra como única lectura y otras como sujeta a muchas interpretaciones.
En “el lector simbólico” hay un paseo minucioso sobre fotos, cuadros e imágenes donde el libro es objeto principal destacando algunas contradicciones de tipo religioso, como la Anunciación de Martini donde la Virgen lleva un libro rojo en la mano, frente al hecho de que en la Catedral de Constantinopla ninguna imagen de ella porta libro alguno entre sus manos.
“Lectura de interiores” nos plantea los prejuicios de leer libros inadecuados según el grupo humano al que pertenezcamos, no solo por el supuesto contenido sino por el color de la tapa. Profundiza bastante en la segregación de las mujeres en la lectura con ejemplos sangrantes de las viejas costumbres japonesas y nos invita finalmente a atravesar la barrera de la destinación del libro.
En “Robar libros” se refuerza la idea de la inviolabilidad de toda obra escrita mostrando casos en los que la codicia, el afán de posesión, la negligencia  o el saqueo por motivos políticos han puesto en peligro o incluso a veces han terminado con la vida de algunas obras. A nivel individual, un libro nuestro, un libro que nos ha ilustrado, un libro que conocemos por sus pequeños deterioros, un libro que nos ha dejado y en el que hemos dejado nuestra huella, jamás lo debemos perder.  
“El autor como lector” es un paseo a lo largo de los siglos donde autores como Heródoto, Plinio el Joven y más tarde Moliére o Dickens, leían sus obras al público aplicando técnicas más o menos teatrales para seducir al oyente. Costumbre que el autor de esta obra compara tibiamente con las lecturas parciales que otros autores hacen de las suyas cuando las presentan en público a grupos reducidos.
En “El traductor como lector” pone en valor la importancia de los traductores y su habilidad para ir más allá y entender, interpretar o actualizar el objetivo del autor. Destaca la figura del poeta Rilke que siempre buscaba los verdaderos significados de obras como las de la francesa Louiese Labé a las que al traducir al alemán decía gozar de dos lecturas simultáneas ganándole profundidad frente a la sencillez original motivada por el momento cultural de la época. También la Biblia y sus numerosas revisiones son tema de interés en este capítulo.
“Lecturas prohibidas” aborda el poder de la palabra tan temida por los tiranos y se hace eco de numerosos intentos por mantener el analfabetismo, como es el caso de los negros en EEUU, o al menos evitar lecturas de determinados libros, desde Calígula que ordenó quemar las obras de Homero hasta Pinochet prohibiendo el Quijote porque defendía la libertad personal y atacaba la autoridad convencional. En cualquier caso, concluye, todo lector se convierte en su propio censor cuando subordina el texto a su conveniencia.
En “El loco de los libros” un humanista alemán estableció siete especies de locos relacionados con los libros en base a una obra de Sebastián Brant que se hizo popular. Eso y una dedicación exclusiva al papel de las gafas como símbolo de intelectualidad y elemento inseparable del libro completan este curioso capítulo.
Por último, en “Los guardas del libro” se advierte en base a un relato de Hemingway, de la inmensidad oceánica de lo escrito y por escribir. A partir de ahí, conecta con ese libro imaginario llamado “La historia de la lectura” en el que escribiría cosas referidas a algunas falacias sobre las reacciones del lector, opciones y objetivos de escribir en primera, segunda o tercera persona, y numerosas apreciaciones en las que deja ver su absoluto reconocimiento al poder del lector. 


Afortunadamente, en esta vasta obra, como en El infinito en un junco, también se filtran episodios autobiográficos que le acercan levemente a una narrativa pura y nos recrea con ilustraciones minuciosamente escogidas en las que tomarse una pausa. Pero es finalmente el enfoque, atribuyendo el protagonismo al lector y no al libro, una de las grandes diferencias que observo con la del mes pasado. La segunda es que no me cabe duda en cuanto a su catalogación como ensayo y la tercera que me parece menos cercana que aquella, aunque posiblemente el hecho de haberla leído en segundo lugar haya jugado en su contra. Se me ocurre que tal vez el orden a la hora de acometer lecturas afines pueda ser objeto de un nuevo capítulo en esa interminable historia de la lectura.
Como es lógico hay más diferencias pero también bastantes coincidencias sobre todo en los referentes históricos. Los hechos son hechos y eso no es interpretable, pero en los libros, en todos los libros, incluso en este, hay algo de ficción, sugerencias, reflexiones, adornos narrativos, etcétera, que conceden al lector la capacidad de enjuiciarlos, de ser o no sensible a ellos, en definitiva, de disponer de ese espacio secreto que según el propio Manguel, existe entre el lector y su libro.
Un espacio que se me ha presentado como un acordeón, unas veces tan estrecho  que he podido escuchar su música como un abrazo, y otras tan ancho que he necesitado aguzar bien el oído para disfrutarla.

No hay comentarios:

LO MÁS LEÍDO