lunes, 15 de febrero de 2021

Una historia de la lectura - Comentario

 

El poder del lector
 Gloria Benito

 La verdad es que nuestro poder como lectores es universal, y es universalmente temido, porque se sabe que la lectura puede, en el mejor de los casos, convertir a dóciles ciudadanos en seres racionales, capaces de oponerse a la injusticia, a la miseria, al abuso de quienes nos gobiernan. (Prólogo)


El núcleo de este riguroso y atractivo acercamiento  a la lectura se  encuentra en un tema que sobrevuela todo el texto: el poder del lector en un proceso comunicativo que parte del autor como creador del libro y llega al lector como destinatario e intérprete de su sentido. De acuerdo con las modernas teorías de la interpretación, Alberto Manguel  plantea su proyecto como reivindicación de un lector, poderoso como un dios, que mediante la lectura ordena el caos y crea su propio universo. Este lector-intérprete se establece como centro y motivo de una red de conceptos, trabados para profundizar en los numerosos y sugerentes matices que se desarrollan a lo largo del libro.                                           

Esta estructura reticular queda contenida y encuadrada por el primer y último  capítulo, titulados La última página y El último pliego. En el primero, tras dejarnos atisbar el misterioso enigma del significado, insiste el autor en el carácter creador y transformador de la lectura cuando ésta es lenta, reflexiva y acumulativa. Cuando leemos —dice Manguel— proyectamos nuestro bagaje cultural, en el que se encuentran los libros leídos. Pero sobre todo se nos hace cómplices de su decisión de no contar esta historia de forma cronológica sino asociativa, al modo del mosaico  formado por gran variedad de teselas.

En el último capítulo, el autor nos sirve una enumeración, casi tan caótica como la del Aleph de Borges, de todos aquellos aspectos que podría haber tratado—y no trata— en su libro, con lo que sutilmente se adelanta a críticas impertinentes. Con esta argucia, además de ilustrarnos  sobre la enormidad de  tal proyecto, Manguel deja al lector en soledad frente a un texto abierto y no conclusivo para que empiece a desempeñar su rol, que “consiste en hacer visible aquello que la escritura sugiere mediante indicios y sombras
El contenido medular del libro está organizado en dos secciones. La primera, Lecturas, comprende nueve entradas o capítulos, donde la diversidad temática va desde la explicación de los mecanismos cognitivos de la lectura — de Aristóteles a la Neurolingüística— hasta las metáforas gastronómicas de referencia: “Algunos libros hay que saborearlos, otros hay que tragarlos, y unos pocos, masticarlos y digerirlos”  “…hablan de que un libro es un refrito, de aderezar la trama, de condimentar una escena, o de hincarle el diente a un texto”. 

Pero si alguna idea se impone es la de  priorizar la lectura silenciosa en un espacio de intimidad y recogimiento como medio de vincular  la interpretación personal del lector con el ejercicio de su libertad. Pues es esta libertad interpretativa la que convierte al lector en sujeto de un proceso que Manguel considera cercano a la adquisición del conocimiento. Comienza —nos dice— con la capacidad y el derecho de hacer preguntas y aceptar la liquidez cambiante del texto como algo inacabado, donde lo ausente, las pausas, los vacíos puedan ser significativos ya que “el misterio, lo secreto, lo vacío reflejan mejor la realidad y la vida”.

Este hilo se enlaza con otros, como la importancia de la memoria como “biblioteca íntima” y la del aprendizaje comprensivo, cuyo fundamento es la libertad del alumno para leer e interpretar textos completos y no fragmentarios o seleccionados en aras de intereses espurios.  Fuera de ese espacio de soledad creadora, la capacidad lectora trasciende su esencia individual para proyectarse hacia otros espacios y ámbitos de la vida. Por ejemplo,  los que determinan la forma y tamaño de los libros, e incluso el mobiliario para leer, estudiar, copiar o iluminar textos. La lectura se extiende más allá de la escritura alfabética para abarcar regiones iconográficas, con fines didácticos y religiosos, cifradas en  muros y vitrales.

Mediante los nueve capítulos de la segunda sección, Los poderes del lector, penetra en los aspectos relativos a la vida social o económica donde el libro se convierte en administrador de emociones colectivas o negocios cotidianos. Así, La lectura para otros suele tener una finalidad utilitaria, ya sea de índole espiritual, adoctrinadora o de grato y saludable entretenimiento. Con ironía llama nuestra atención sobre las lecturas de los autores ante un público entregado como una forma de publicitar su producto y fomentar las ventas, algo que sucedía ya en la antigua Roma. Con similar actitud nos conduce hacia los primeros bibliotecarios, catalogadores de libros, que ordenan así su universo de libros. Nos acerca a la esencia creadora de la traducción que —como dice Rilke— considera “el procedimiento más puro para reconocer la habilidad poética”. Muestra a los que se aprovechaban de la credulidad del pueblo para basar en los libros sus augurios o profecías, como hiciera Constantino para justificar su política. Nos enseña, mediante la historia de la pintura, cómo el lector simbólico pasó de ser masculino a femenino en el reformista y humanista siglo XIV, y la poca duración de este logro.

En el interesante capítulo, La lectura entre paredes, nos asombra con las literaturas y lenguas que surgieron de las restricciones de libertad, como las que sufrieron las mujeres japonesas de la época Heian, cuyo instinto de supervivencia fructificó en obras como La historia de Genji y El libro de la almohada. A estos datos y reflexiones se añaden otras aparentemente más anecdóticas como la tolerancia hacia los que roban libros para exponerlos después en sus vitrinas como propios, poseídos de una patología bibliómana. Pero a continuación nos encontramos con otros ladrones encubiertos, como  los que censuran y queman libros asfixiando libertad de los lectores  porque ellos, los más peligrosos saqueadores de los derechos de los ciudadanos, son los que cierran librerías y bibliotecas porque  conocen y temen el poder del lector. 

Manguel cita a Kafka cuando éste exige que “sólo leamos libros que muerdan y arañen”. Irene Vallejo, nos recomienda “libros que perturben”. Barthes  menciona el gozoso “punzamiento” que algunas lecturas nos producen. Lo que tienen en común estas reflexiones es que todas nos hablan de un maravilloso objeto que deja huella, nos transforma, nos hace crecer. Como este libro, Una historia de la lectura

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Como complemento os dejamos este interesante artículo aparecido en el diario El País :https://elpais.com/diario/2007/01/13/cultura/1168642803_850215.html?prm=enviar_email

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