martes, 7 de noviembre de 2023

Los viajes de Gulliver- Comentario


Jonathan Swift

Los viajes de Gulliver

 Por Gloria Benito

Publicada en 1726, esta novela rompe las convenciones del racionalismo humanista de su tiempo. Lo que en principio podría parecer un relato fantástico, una ficción destinada al entretenimiento, resulta ser una fábula moral que apunta a la modernidad. Pensemos en lo irónico que resulta hacer compatibles la intención del autor de “contar la verdad” y “ser honesto con el lector”, con los extravagantes y sorprendentes mundos creados por su imaginación desbordante. Pues lo consigue.

La ironía que impregna todo el relato exige no formarse un juicio simple sobre el libro, pues el imperativo distanciamiento del narrador favorece la observación de los extraños habitantes desde varias perspectivas, lo que enriquece y complica la interpretación de su rica temática. Por lo que sabemos, el autor fue un gran entendido en las principales obras satíricas de la Historia, especialmente en la de Juvenal, al que tradujo. Entre otras, conocía la “mazarinadas” satíricas de Cyrano De Bergerac contra el cardenal Mazarino y las pantagruélicas historias de Rabelais.

El humor se infiltra también en las dos cartas ficticias que el capitán Gulliver, narrador de la historia, intercambia con su editor. Si el primero se queja de que se han mutilado sus textos, el segundo, se lamenta de la prolijidad de detalles, a su juicio, innecesarios. Significativa es la protesta del capitán Gulliver por ser considerado injurioso con las instituciones, monarquía incluida. Su enfado sobre su supuesta y desmentida falta de respeto hacia la reina Ana, evidencia sus límites respecto a la crítica política y su personalidad y pensamiento moderados. Pero su protesta más emotiva se refiere a la falta de consideración, por parte de la prensa y otros medios, con sus queridos “yahoos” y el maltrato que la sociedad inglesa, que él rechaza radicalmente, les infringe.

Como se afirma en la introducción del profesor Robert de María Jr. en su edición de Penguin Clásicos, Los viajes de Gulliver es una obra subversiva que difícilmente se etiquetaría como libro de viajes canónico, pues se trata de una transgresión del género en toda regla. Precisamente Gulliver, como alter ego de Jonathan Swift, denuncia las falsedades y mentiras que tales libros contienen. Se diría que el viajero-narrador mantiene que él transmite más verdad con sus fantásticas historias que los relatos de viajes al uso, llenos de falsedades.

Las cuatro partes en que se dividen Los viajes de Gulliver se corresponden con las cuatro culturas, países o civilizaciones adonde llega tras los naufragios que dan comienzo a cada aventura. Al comienzo del capítulo Liliput, el narrador traza una brevísima biografía sobre su formación como médico y su embarque en uno de los barcos de la flota comercial inglesa a finales del siglo XVII. Liliput y Brobdingnac, el primer y segundo lugar a los que llega nuestro viajero, exigen al protagonista un cambio radical de punto de vista respecto a su entorno. Encontrarse primero ante lo minúsculo y después ante lo enorme exigen al observador un desplazamiento muy significativo respecto a la percepción, valoración y posterior análisis de la realidad. En cierto sentido, el tamaño se puede entender como imagen de una metáfora cuyo sentido sería que lo grande externo resulta ser, moral e interiormente, más pequeño, y viceversa. De hecho, el viajero presenta una visión más amable de los liliputienses que de los gigantes de Brobdingnac. El primer y exótico territorio merece un elogio sobre las costumbres y actitud de sus habitantes, si bien se deja constancia de lo absurdo de su administración y de la corrupción, malicia y rencillas políticas que provocan su precipitada huida. Algunas escenas y situaciones de tipo escatológico provocan más sonrisas que rechazo. Los problemas ocasionados por el tamaño y cantidad de las deposiciones de Gulliver priman lo cómico sobre lo desagradable, algo que no ocurre en el segundo caso, donde el feísmo de algunas escenas y situaciones se acentúa y exagera con el propósito de realizar una crítica cáustica que alimente la sátira.

En ambos casos, a pesar de lo fantástico de personajes, costumbres y situaciones, el relato resulta verosímil debido a la gran cantidad de detalles que se ofrecen sobre medidas, cantidades, costumbres y forma de gobierno de Liliput. En cuanto a la tierra de los gigantes, se hace hincapié en la amplificación del sonido, el tamaño del granizo y el peligro ante enormes perros y arañas que podrían haber inspirado el argumento de El increíble hombre menguante, la película de Richard Matheson (1957). El naturalismo de las descripciones de ratas, moscas, avispas y otros bichos dan más asco que miedo. Este tratamiento feísta se extiende a algunas mujeres de la nobleza que al pequeño Gulliver le parecían tan malolientes como repugnantes los granos y poros del pecho de una nodriza. Este rechazo, físico y moral, del viajero hacia los habitantes de Brobdingnac, contrasta con algunas opiniones de su rey sobre la buena y mala política, que el narrador aprovecha para criticar a los gobernantes de Gran Bretaña, una constante en todo el relato.

El humor llevado al absurdo llega a su apogeo con la descripción de Laputa, el tercer lugar que Gulliver visita. La singular isla flotante, desde la cual los próceres del reino vigilan a sus habitantes, responde a una tecnología que aparenta ser la vanguardia de los inventos científicos, sensación que desaparece cuando el viajero toma tierra en la capital, Laguda, y recorre el territorio con ojos asombrados. La suma de disparates es tan exagerada como cómica, como si el narrador hubiera reunido en el país a los más locos del país para mostrar al viajero el mundo al revés. Investigadores inútiles, planificadores que lo destruyen todo y máquinas de escribir libros constituyen una brutal metáfora del peor gobierno de un país. Remata esta hiperbólica y satírica visión del mundo, la fantasmal procesión de héroes de la Historia desmontando todas las mentiras que de ellos se han dicho y difundido.

Los viajes de Gulliver es un libro político en cuanto que critica sin trabas todos los vicios de los gobernantes, cuestión que se comprueba en la cuarta parte el País de los Houyhnhnms. El nombre podría ser una onomatopeya del relincho de los caballos, los humanizados y admirados gobernantes del lugar donde el capitán permaneció más tiempo y más feliz. Para el narrador, los Houyhnhnms reunían todas las virtudes esenciales: razonamiento, bondad, sobriedad, diligencia, ejercicio y limpieza. Como contraste, la más cruel y feroz   crítica la reserva para los Yahoo, los gobernados y odiosos habitantes a los que atribuye todos los vicios que, con maliciosa ironía, asocia con los ingleses: falsedad, irracionalismo, caos, codicia y lujuria. El sarcasmo está servido en esta cita cuyo contenido y tono son relativamente suaves:

“…existía una especie de jefe yahoo (del mismo modo que en nuestros parques hay siempre un ciervo jefe o guía), que era siempre el más deforme y el peor intencionado de todos

Con esta y otras valoraciones, culmina Jonathan Swift este libro de aventuras que es en el fondo una fábula moral. A lo largo de la narración se intercalan abundantes comentarios y reflexiones sobre lo que observa en cada lugar, para abstraer y universalizar su juicio sobre la naturaleza humana y sus estúpidos actos. Cuando, tras quince años, vuelve a su tierra, el capitán Gulliver ha procesado su conocimiento sobre el ser humano, hecho que le sumerge en una ligera melancolía, consecuencia de la lucidez. Tiene muy clara su decisión y su idea de la felicidad:

Mis caballos me entienden bastante bien. Suelo hablar con ellos un mínimo de cuatro horas diarias. Desconocen la brida y la silla: viven una gran amistad conmigo, y en armonía entre ellos.”


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