lunes, 22 de abril de 2024

Comentario

 


Cuadernos de memorias coloniales

Mª Ángeles Andreu



Isabela Figueiredo nos ofrece un cuaderno de memorias que, desde la primera línea del capítulo introductorio, hace honor a su título. La misma dedicatoria a su padre esboza una situación que podría parecer verosímil cuando describe cómo se sentía ella, siendo una niña, al escudriñar en los armarios de su progenitor y asegurar oír la voz fuerte y jovial de éste una vez muerto.


Así nos brinda una mezcla de las experiencias y recuerdos vividos hasta su adolescencia en Lourenço Marques, actual Maputo, capital de Mozambique; país africano colonizado por Portugal en 1505 y del cual se independizó en 1975. Una evocación que continúa desde que retorna a Portugal, años después, hasta que inicia sus estudios en el instituto.


A través de unas frases descriptivas, a veces cortas, y un lenguaje claro, fresco, directo y hasta punzante Figueiredo nos cuenta «su verdad» de lo acontecido en la Colonia; unos hechos rodeados de amor filial y, quizás, hasta de añoranza, unidos a una crítica madura que se destila en toda la narración. Es una voz narradora que se implica emocionalmente y resulta, por tanto, íntima y subjetiva desde el punto de vista de una niña desposeída de una clara conciencia de lo vivido, pese a sentirse distinta a sus padres; que se ha hecho adulta y decide escribir sobre ello cuando se siente preparada, una vez fallecido el padre al que adora y al que quiere proteger. 


Entre sus descripciones y juicios aparecen ciertos símbolos como el que representa el color blanco, no solo presente en su piel como colonizadores, sino en sus vestidos o en las camisas blancas que constituían la vestimenta habitual del padre: pura alegoría a la virginidad y al colonialismo; algo difícil de mantener inmaculado, no solo por la tierra rojiza que lo anegaba todo en derredor, si no por los pensamientos y acciones tanto del padre como de ella misma. 


Una tonalidad que tiene su contrapunto una vez de vuelta en Portugal cuando imperan en su recuerdo los colores tristes, grises y oscuros; un modo de transmitirnos no solo sus sentimientos como retornada, sino también las circunstancias familiares y de decrepitud del propio país, con el levantamiento nacional que derrocó al gobierno de Portugal en 1974.


La autora no solo narra si no que analiza aquello que relata. Tal es el caso del comportamiento del padre con las jóvenes negras que «cumplían y hacían lo que tenían que hacer» o el de su madre quien, como persona blanca era «seria, callada y sin goce». Ella, en cambio, cree tener alma de negra, que se divierte con sus vecinos negros y quien, pese al amor que siente por el padre, desprecia su comportamiento. Considera que fue un racista en un mundo de racistas, condescendiente con los negros del país al combinar cierto encanto y crueldad en su trato.


Unos sentimientos de amor y odio que impregnan unas memorias escritas desde la distancia.

 


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