Conjeturas, atisbos y otras impresiones
Si tuviéramos que
elegir el número más recurrente en las novelas de Leonardo Padura, éste sería el tres. Se siente cómodo en estructuras
narrativas en las que triplica el espacio-tiempo de sus historias, que se ofrecen al lector en paralelo, un término
cinematográfico habitual para un autor versado en guiones audiovisuales y cine
documental. Este recurso orgánico aparece ya en La novela de mi vida (2002), se amplía en El hombre que amaba a los perros (2009) y culmina en Herejes (2013), un título que remite a
un tema latente en toda la producción
literaria de Padura: su reivindicación de la heterodoxia y la libertad frente a
un poder totalitario e intolerante, proceda éste de la política, las
convenciones sociales o la codicia de los hombres. En la novela que nos ocupa
las tres historias comparten un mismo tema, el desmoronamiento de los sueños y
proyectos vitales de tres hombres: León Trotsky, su asesino Ramón Mercader, y
el narrador Iván, un joven cubano que alterna los dos relatos históricos con el
de su propia vida. Los tres protagonizan su particular viaje interior, un
itinerario personal y existencial que contextualiza la peripecia privada de
cada personaje en su respectivo contexto histórico. Los diez años del exilio de
Trotsky (1930-1940) se expanden en los detalles de una biografía que ocupa los sesenta y dos de la historia de
Ramón Mercader (1936-1998), y los veintisiete de los recuerdos del narrador
Iván (1977-2004).
Tres tiempos no
correlativos que seleccionan fragmentos temporales de la Historia para generar
personajes que sitúan sus vidas en el espacio ficcional de esta novela, de la
que podríamos decir que se basa en la Historia sin ser exactamente una novela
histórica. En todo caso, nos encontramos ante un híbrido compuesto de datos
constatables e imaginarios, lo que nos permite tanto entender los hechos
ciertos como acceder al ámbito de las nebulosas emociones. Los dos mundos, el
objetivo y el subjetivo, se imbrican para enriquecer y multiplicar el punto de
vista del lector, que, como siempre, es libre de aceptar o rechazar la
verosimilitud de un universo literario donde habitan algunos personajes que
antes fueron personas. Es evidente que la voz narradora del escéptico Iván podría interpretarse como el alter ego del autor, respecto a sus
experiencias juveniles en la Cuba castrista y a las frustraciones de un
proyecto social y político que conformó las ilusiones de una generación y una
sociedad trasladadas a los escenarios de
la obra de Padura. Aquí apenas se insinúa el rico y sugerente cuadro de
costumbres y realidades que componen el espacio urbano habanero por el que se
mueve y vive el detective Mario Conde de la serie negra, pero ya se perciben la
decepción y la derrota de los viejos ideales.
Pues esta novela nos habla sobre todo del poder y las artimañas manipuladoras de los hombres y de la Historia, que rueda implacablemente llevándose a los vivos y a los muertos. También es una crítica a los regímenes totalitarios y su peligrosa ortodoxia, empeñada en la eliminación del oponente como medio de perpetuación en el poder de los que dirigen y configuran el mundo al servicio de su tiránico interés individual. Y propone una reflexión sobre el tesón, el miedo y la culpa, sobre el odio y el rencor, sobre el papel a veces complementario de la víctima y su verdugo, el salvador y el salvado, y, claro está, sobre la inevitabilidad de la muerte. Y finalmente, los perros como metáfora de la fidelidad sentimental que atenúa el dolor y la soledad de los personajes. Los perros son como símbolos que vagan por las páginas de las novelas de Leonardo Padura y acompañan a sus criaturas en su periplo de amargura y privaciones. Los galgos rusos que pasea Ramón Mercader son los destinatarios de su faceta más humana, otro aspecto de una personalidad previamente etiquetada sin matiz alguno; pues en lo que es rica esta historia es en matices, esos que ensanchan la perspectiva al mostrar otros puntos de vista, al permitir al lector aproximarse al universo sentimental e íntimo de unos personajes que no son conscientes de la evolución de su íntimo proceso, aunque en eso también hay diferencias y grados, como veremos.
El narrador y su historia
El narrador, Iván
Cárdenas, es el responsable de la organización del material de las tres
historias y su disposición en la novela, pues en el relato de su vida se
insertan los episodios de los que derivan las narraciones sobre Trotsky y
Mercader. El tiempo de la historia abarca desde 1977 a 2004, pero el tiempo
del discurso es circular, pues se inicia y acaba en 2004 con las consiguientes
retrospecciones y prospecciones que constituyen el marco de la trama
argumental. Estos saltos temporales pueden confundir al lector ya que se
mezclan las secuencias de su pasado juvenil revolucionario con el desencantado
presente cercano y los momentos en que conoce la historia de Ramón Mercader,
narrada por un imaginario heterónimo Jaime López, hecho que a su vez impulsa a
Iván a leer biografías de León Trotsky y a ilustrarse sobre otros personajes de
la Historia. El relato arranca con la muerte de Ana, su pareja, y finaliza con
la del narrador, las dos en el mismo año, con tres días de diferencia. Ambas se
asocian a catástrofes que invocan de forma indirecta ciertas fuerzas telúricas:
el empeoramiento de la salud de Ana coincide con la llegada de un terrible
ciclón, cuya intensidad se atenúa hasta
desaparecer en el momento de la muerte. También Iván perece aplastado, junto
con su perro Truco, por el derrumbe de los techos de su casa. El sentido
simbólico de este hecho se infiere del
relato de un testigo, su amigo Daniel Fonseca, la voz narradora que cierra la
historia de Iván, el depositario y transcriptor
de sus papeles, los que contienen
las vidas de Mercader y Trotsky, verdugo y víctima…
Ante mí estaba el fin previsible de un
camino, un desastre de resonancias apocalípticas, la ruina de una casa y de
toda una ciudad, pero sobre todo de unos sueños, unas vidas. Aquel montón de
escombros asesinos era el mausoleo que le correspondía en la muerte a mi amigo
Iván Cárdenas Maturell, un hombre bueno contra el que el destino, la vida y la
historia se habían confabulado hasta destrozarlo.
La cita anterior
pone en claro el sentido de la novela, y el hecho de que sean escritas por un narrador
vicario en el capítulo Requiem cierra
y afianza el mensaje sobre las personas cuyas vidas han sido heridas por la
Historia.
Los nueve capítulos dedicados a
esta historia, narrada en primera persona, muestran al lector el proceso
creativo del novelista, su evolución personal, literaria y política. Son como
las bambalinas del teatro, ese lugar situado tras el telón y el escenario donde
se encuentra la maquinaria que mueve los hilos de la representación ficcional.
La larga retrospección sobre el entierro de Ana y la rememoración de la larga y
dolorosa enfermedad que se la llevó al otro mundo, incluye también la mención
de un secreto y escondido manuscrito, relegado al olvido por un Iván paralizado
por el sufrimiento y el miedo. Se supone que el reproche de Ana respecto al
pusilánime silencio de Iván hace emerger la historia de un pasado que se inicia en 1977, año en que Iván conoce al
misterioso hombre que paseaba sus perros por las playas de Santa María.
A partir de ese
momento, el lector será testigo de dos historias: una es la que contiene los
encuentros entre el narrador y el misterioso paseante, cuya personalidad se oculta
tras nombres como la del hispano Jaime López, como ya dijimos. La otra es la
que muestra el itinerario existencial de Iván, desde sus ingenuos años
universitarios hasta la madurez del desengaño. El desvelamiento de la verdadera
identidad de Ramón Mercader se va produciendo de forma lenta y paulatina y no
siempre clara para el lector, que debe situar las dos historias en diversos
segmentos temporales ocasionalmente superpuestos. Si sirve de aclaración, diríamos
que la memoria del narrador comprende aproximadamente veintiséis años (1973-1999)
de los que sólo en uno (1977-1978) coincide con el asesino de Trotsky. Si se
nos permite un paréntesis, no deja de extrañarnos la confusa articulación
secuencial de las tres líneas temporales que conforman el argumento de esta
novela, en un escritor que ya había utilizado este recurso con eficacia en La novela de mi vida, siete años antes.
En ese periodo de
tiempo retrospectivo se funden y confunden los episodios sobre los encuentros
entre Iván y el solitario hombre de los perros, sus borrosas y doloridas confidencias
sobre la vida de Mercader y su papel en
la Historia, hasta su silencio definitivo
en el verano de 1978. La forma en que
llega a las manos de Iván el misterioso manuscrito con las notas
complementarias de los últimos años de la estancia cubana de Mercader, parece
tan caprichosa como innecesaria, lo que cuestiona la verosimilitud de esta
parte del relato. Sin embargo, hay que reconocer que este fragmento está lleno
de reflexiones íntimas, que en ocasiones acentúan la tensión lírica del
discurso, en las que el narrador hace aflorar su implicación, a veces
compasiva, con la circunstancia vital de su personaje. Así
resume su primera impresión sobre el abatido caminante:
“El hombre debía andar por los setenta años,
(después sabría que tenía diez menos), llevaba el pelo entrecano cortado en
cepillo y usaba unos espejuelos de armadura de carey. Era alto, desgarbado.”
Los atardeceres en
la playa, los galgos rusos y el
vigilante negro completan el círculo humano que rodea la enigmática presencia
del viandante, abstraído en las interioridades de su personal tragedia.
Mayor espacio
ocupan las abundantes rememoraciones de Iván, donde va desgranando los
episodios más significativos de su vida y del entorno cultural y político del
régimen cubano. En la historia de Iván se filtran hechos, anécdotas y opiniones
que, como dijimos, nos hacen pensar en el alter
ego del mismo Padura, tantas son las similitudes entre el personaje y su
creador. Ambos son universitarios ilusionados por el proyecto revolucionario,
ambos son escritores, y ambos sufren en sus carnes las consecuencias de sus
ansias de libertad. La denuncia de la
intolerancia totalitaria y una actitud escéptica ante los que rigen los
destinos de los hombres evidencian la mutación de un personaje como referente
de una generación, que evolucionó desde la candidez juvenil al cinismo de la madurez. A este
sector narrativo pertenece el exilio a Baracoa y la dureza de unos juicios que apuntan al
desencanto.
Nos habla de una Literatura encorsetada por la política o que más bien parece una cabrona escalera y no el oficio para
masoquistas infelices que en realidad es. Ve al hombre como el simio inteligente del que hablara
Chandler, su admirado mentor y responsable del título de la novela. De su
ingenuidad juvenil y romántica, se duele del jodido tabú de la virginidad, lo que le lleva a consideraciones más
amplias: Nada es más cercano a la moral
comunista que los preceptos católicos. La crítica, dolorida e irritada, se
hace cada vez más áspera, a la vez que se materializa la frustración por las ilusiones
desaparecidas. Las palabras de sus compañeros mayores en edad y experiencia así
lo muestran: Prepárate, socio: aquí te
van te van a hacer un cínico o te van a hacer mierda. Bienvenido a la felicidad
real –le dicen sobre el destierro de Baracoa-, cuya sintética descripción -pueblo chico, infierno grande- ilustra
muy bien en qué consistía. Toda una
declaración, más cercana al estilo conceptista
que al barroquismo de la exhuberancia caribeña. Y eso, la precisión y la
agudeza hay que registrarlos como marcas del arte narrativo de Padura, tanto
como su gusto por el número tres. La
soledad, el miedo y la rabia impregnan esta historia, donde se imbrican los
datos sobre Mercader con las consideraciones políticas y literarias de Iván.
Así, el interés de éste por la vida de Trotsky es provocado tanto por su contacto
con Mercader como por los sufrimientos de su hermano William, perseguido y
obligado a huir a causa de su homosexualidad. Iván considera que ambos son fugitivos
y víctimas de la intransigencia y sectarismo de los poderosos, pues los dos se
ven condenados a una huida que no han elegido.
Y de este modo, la
historia de Iván Cárdenas es también la de su país, que se nos ofrece a través
de una selección de hechos que ilustran los cambios acaecidos en Cuba en el
tercer cuarto del siglo XX. El fin de la bonanza económica propiciada por la
caída del régimen soviético, la precariedad, pobreza y solidaridad del pueblo,
y las masivas salidas de cubanos hacia EEUU, culminan en una lúcida valoración
de los años 90, con la perestroika y la glasnost que
trajeron el desvelamiento de la cruda
realidad, o los tiempos en que se
concretó el gran desencanto. En este
itinerario político y literario, el narrador, como Padura, deja testimonio de
la aparición de una nueva generación perdida a la que pertenece su detective investigador
Mario Conde, un hombre tan escéptico y desengañado como Iván y otras criaturas
salidas de la pluma de su creador. Lo que Iván llama su desencanto cósmico le lleva a los
territorios de la muerte, pues, incapaz de dar salida a su relato,
traslada esta responsabilidad a su amigo
Daniel Fonseca, el escritor sustituto. Su voz se silencia con su muerte,
azarosa y deseada, en lo que sería un arbitrario y simbólico derrumbe del hogar.
Un accidente menos violento y con menor fuerza telúrica que el ciclón que rodea
la muerte de Ana y con su fin también se desvanece. Lo que queda y permanece es
el manuscrito del amigo, con una frase que ha tomado de Ramón Mercader, que
cierra el relato de su vida: Yo también
soy un fantasma.
Liev Davidovich, León Trotsky
La historia del
exilo y muerte de Trotsky discurre a lo largo de diez capítulos intercalados
en las historias de los otros dos personajes, como es habitual en
Padura. El relato, conducido por una voz omnisciente y en ocasiones altamente
subjetiva, combina la narración de
hechos con la descripción de sentimientos, la exposición de ideas y la
argumentación de opiniones y juicios. Al contrario de la línea narrativa
anterior, esta historia se estructura alrededor de un tiempo lineal y cronológico,
con escasas pero francas e intensas retrospecciones, que abarca los diez años
del destierro de Trotsky y parte de su familia junto con su perra Maya. La
década 1930-1940 integra uno de los
periodos más interesantes y convulsos de la historia europea, a las puertas de
la Segunda Guerra Mundial, entre el dominio del nazismo y la amenaza comunista.
Todo ello proporciona al escritor un material a través del que su mirada personal penetra dentro del
personaje para observar y transcribir sus emociones más íntimas, y sus
reacciones ante un entorno casi siempre hostil. Todo ello se vierte en una
dialéctica entre vida interior y exterior muy adecuada para empatizar con el
protagonista y profundizar en su conocimiento.
Los hechos se
inician en el paisaje árido y majestuoso de Alma-Ata, en Kirgistán, donde
Trotsky expresa en bellas palabras su conmovida visión de los pétreos
horizontes y la relación telúrica entre los hombres y la tierra. Al frío extremo se unen las penurias materiales
y la pérdida de la libertad. Su estancia en Turquía, único país que le concede
asilo, en la aislada Büyük-Ada, supone un relativo y apacible paréntesis donde
escribir y repasar sus textos sobre la Historia. Luego, el breve viaje a París
y al Midi francés para acabar en Noruega, de donde partirá hacia México, el
destino final que le reunirá con la muerte. Lo interesante no son estos hechos,
sobradamente conocidos, sino las impresiones que aquellos suscitan, las
emociones que evocan, las ideas que sugieren. Lo que queda tras la lectura de
esta parte de la novela es un acercamiento más
próximo al personaje, una mayor comprensión de sus miedos y su
particular tragedia.
Hay que tener en
cuenta que nos encontramos ante un sujeto que es un teórico de la revolución a la vez que un activista
comprometido. Su proyecto de un mundo nuevo y mejor queda truncado por su
disidencia con Stalin con el consiguiente castigo y deportación. La
personalidad de Trotsky es la de un trabajador incansable y la de un hombre de
profundas convicciones, por lo que la historia de su vida es inseparable de sus
reflexiones sobre el mundo y el devenir de la Historia. Su fe en la reversión
de los acontecimientos que le han abocado a sentir que el mundo es su cárcel,
es inmensa, y como el ave Fénix cree poder resurgir de sus cenizas. Por ello
escribe cartas y manifiestos, busca amigos y apoyos, convoca Internacionales de
adeptos y deja testimonio escrito de sus más extensas reflexiones.
Su confianza se
trunca en Turquía cuando sus amigos los Paz le abandonan por otras propuestas políticas
más acomodaticias, lo que les vale el reproche de ser considerados Bolcheviques de salón o burgueses revolucionarios. Hay que
considerar que el ánimo de Trotsky se encontraba aminorado por el suicidio de
Maiakovski, lo que, unido a la percepción de su soledad, le sume en la
depresión del que se siente abandonado, difamado y anulado por la propaganda
estalinista y su política de abducción de opositores. Sin embargo no se rinde
al desánimo y se dispone a emprender de nuevo una lucha en la que su principal
arma será su pluma. En un momento de inspiración en el que critica duramente la
opresión estalinista contra la cultura y el arte, se compara con Tolstoi en el
espíritu de una de sus frases más significativas: la Historia lo había vencido,
pero sin quebrarlo.
Ese periodo está
poblado de reflexiones sobre los mecanismos del poder, aplicados a la política
represiva de Stalin y su proceso sociopolítico de abandonos, deyecciones,
suicidios, deportaciones, fusilamientos…. Y al mismo tiempo que analiza su propia
trayectoria como líder político, contempla los excesos del poder que aplicó en
su momento, para concluir que el daño ocasionado por el fanatismo de las ideas
son el precio de asesinar la democracia, como si la Historia le ajustara las
cuentas, como si fuera a la vez agente y víctima. También accedemos a un
detallado análisis de la ceguera de Europa en general y del Partido Comunista
en particular ante la expansión del nacional-socialismo y sus nefastas
consecuencias:
Aquel hombre se había quedado solo viendo
cómo a su alrededor el mundo se quebraba bajo el peso de la reacción, los
totalitarismos y la amenaza de una guerra devastadora.
Puesta sobre la
mesa su falta de perspicacia sobre el papel de Stalin, el de los ojos de reptil, nos ofrece una objetiva visión del
totalitarismo bolchevique y su alejamiento de las masas en algunas frases
de significado contundente y algo
profético:
…llegado el momento en que las masas dejaban
de creer, se impuso la necesidad de hacerles creer por la fuerza.
…El empeño de Stalin de borrar de la memoria
lo que nos se aviniera a reescribir la historia soviética.
El socialismo ha cavado su propia tumba y
presiento que allí se va a pudrir por mucho tiempo
Datos al margen,
la mayor parte de la información sobre Trotsky-personaje concierne al ámbito de
su mundo interior, aunque resulta difícil separar éste de los acontecimientos
políticos relacionados. Así, la decepción, el desengaño y la conciencia de
haber perdido la partida y el consiguiente abandono del proyecto político-social
en que se fundamentó su vida, le conducen a un profundo sentimiento de culpa, asociado
a las desgracias familiares provocadas por
unos actos cuya única salida es la muerte. Estas actitudes propician un
estado de tristeza que se atenúa con el intenso activismo desarrollado en Francia y Noruega.
Es precisamente en este país donde Trotsky toma conciencia del plan de Stalin
de conservarle como enemigo como forma de
fortalecer su política interna y externa. Y junto a esa idea se va
perfilando con extraordinaria lucidez la idea de que morirá en el momento en
que el dictador no le necesite:
Stalin fijaría el momento de una muerte que
entonces llegaría con la misma inexorabilidad con que cae la nieve en el invierno siberiano.
Se
atrevió a pensar en su vida en términos de tragedia clásica, a la griega.
Estas
consideraciones contrastan con las impresiones de su estancia en México, donde
el caluroso recibimiento en Tampico por intelectuales, autoridades y gente del
arte y la cultura, se unieron a la embriaguez y sensualidad del clima, el
ambiente y la luz de los espacios de la Casa Azul y Coyoacán. La preparación de su
contraproceso por John Dewey junto con el alegato de Trotsky y las
observaciones sobre las purgas españolas de la postguerra franquista, no excluyen
el goce de los sentidos:
Abrumado por aquel banquete de los sentidos,
Liev Davidovich descubrió cómo sus prevenciones se esfumaban y la tensión
dejaba paso a una invasiva voluptuosidad tropical, capaz de arroparlo en una
molicie benéfica que su organismo y su cerebro recibieron golosamente.
La llegada de
Bretón y Jacqueline propicia la presencia del mundo del Arte de vanguardia en
la vida de la familia Trotsky. Al ambiente festivo evocado por los surrealistas
se deben algunos momentos casi alegres entre familia y amigos, en los que la
elaboración de manifiestos plenos de optimistas posibilidades no excluye el
sentimiento de soledad de nuestro protagonista, que prevé con lucidez la cercanía
de su final. En esta etapa, Trotsky compatibiliza la cotidianeidad de los
pequeños placeres familiares con el acostumbrado y pertinente análisis sobre el
origen del terror y represión totalitarios, tanto en el régimen soviético como
en el español. Entre la decepción y la esperanza, emprende su más valiente y
arriesgada valoración de los errores y responsabilidad de los aparatos de poder
en los fracasos del proyecto revolucionario, sin excluirse él mismo de esta
culpa.
La descripción del
primer atentado y la posterior investigación por las autoridades mexicanas
alcanzan tintes surrealistas con el cruce de acusaciones y la agitación en la
prensa y en el gobierno. El testamento espiritual y material de Trotsky
confiere a este último capítulo la sensación de desenlace inminente en el que
la caída de París anticipa un final que no se produce en esta línea narrativa,
sino en otra historia.
Ramón Mercader y otros alias
En un orden
también cronológico, que se inicia en 1936 en el frente del Guadarrama, se
suceden los acontecimientos que determinarán la función y el destino de este
personaje en la Historia. Las rememoraciones son mínimas y suelen referirse al
ambiente y a la vida de Barcelona durante los años de la confrontación civil o
a un tiempo pasado. Su lectura nos permite conocer el origen burgués de la
familia Mercader y las aberrantes costumbres del cabeza de familia, lo que
explica tanto el carácter contemporizador del protagonista como la fuerza
enfermiza y dominante de las mujeres de su vida, su madre y su amante. Tanto
África de las Heras como su madre Caridad representan el fanatismo comunista y
su sectaria ambición para construir un orden nuevo. De la primera se dice que
es una fanática teórica y una comunista
aplicada; de la segunda se destaca su condición de superviviente en una
sociedad y una familia corrompidas. La condición totalitaria del proyecto
impulsado por Moscú se convierte en el rasgo fundamental y necesario de la
política española durante aquellos años, tal y como recogían las consignas:
Esta República es un burdel y hay que meterla en cintura […] Hacerse
(el PC) con el poder por la fuerza y limpiar la casa.
Su madre (Caridad) sentía devoción por aquel
hombre (Kotov) capaz de leer quinientas páginas en una noche, recitar a Pushkin
y expresarse en ocho idiomas.
En los primeros
cuatro capítulos se narra el proceso formativo de Mercader como herramienta
destinada a grandes misiones. Desde el comienzo se acentúa su carácter de
víctima propiciatoria y dispuesta para cualquier sacrificio cuya necesidad
requiera o justifique el poder soviético. Desde el comienzo, en Guadarrama, se hacen
evidentes la deshumanización del personaje y su prosopopéyica cosificación.
Ambas son el resultado de la pérdida de la libertad y la ocultación de la información. De hecho, la
muerte de su perro Churro, al que dispara Caridad, funciona como símbolo
anticipatorio de la soledad y el dolor que le esperan. Su entrega incondicional
y ciega al partido es un reflejo de la falta de autonomía y de la ligereza de las convicciones del personaje. Su impulso
inicial para ofrecerse como agente a las órdenes de Moscú parece obedecer más a
un impulso de no defraudar a las dos mujeres, que a la fe del creyente
incondicional. Su destino, que él entiende como el del héroe destinado a
gloriosas hazañas, no encaja con su vulnerabilidad sentimental ante los
desplantes de África. Su inmadurez juvenil se manifiesta en aquellos actos que surgen de la necesidad de pertenencia al grupo
y al proyecto común, más que de la solidez de las ideas. De ahí su naturaleza
de personaje-títere al que veremos sometido a toda clase de manipulaciones.
Como los otros dos, también Mercader recorrerá el camino del desencanto en un proceso de deriva del
entusiasmo inicial.
En esta parte del relato, al tiempo que se presentan las
andanzas de R. Mercader en una agitada Barcelona en guerra, se
despliegan una serie de hechos que conforman el tapiz político de la Historia
de aquellos años. Las luchas intestinas
entre los grupos de izquierda y la
preeminencia comunista, basada en la disciplinada cohesión de los que defienden
la verdad única, determina el plan de aniquilación de opositores y disidentes,
mientras se contemporiza con los adictos. De forma semejante a Stalin, los
comunistas españoles y rusos practicaron una política de aniquilación y
exterminio de sus enemigos, concentrando las “purgas” entre los anarquistas,
trotskistas y sindicalistas. En este marco de violentas y tensas disputas en la
prensa, en los partidos y en las calles, entre los asesinatos de Durruti y la
desaparición de Robles, da sus primeros pasos Ramón Mercader como agitador
profesional, con el primero de sus alias:
Adrian, el desestabilizador. El personaje ha quedado definitivamente atrapado
por el poderoso partido y su intransigente aparato, que emula a la mafia en sus
consignas: “Si entras, no sales”
El cinismo lúcido
de su mentor Kotov, expresado en sus palabras (No hagas caso de esos lunáticos. Confunden la ideología con el
misticismo, no son más que máquinas andantes, peor aún, son fanáticos), contrasta
con la inconsciente actitud de Mercader, cuyo perfil psicológico le impulsa a su
función de objeto manipulable e incapaz de reconocerse como héroe de papel: Ramón se sintió superior, un enterado entre
una masa de marionetas.
La ironía de esta
voz narradora, omnisciente y altamente implicada en el devenir de su historia,
da paso al sarcasmo, duro y frío, que impregna el extenso capítulo donde
se da cuenta de los siniestros y
terribles detalles del adiestramiento de Mercader como agente de Moscú. El procedimiento se
define con explícita claridad: se trata de un entrenamiento similar a la doma
animal, es decir, comprende todos los aspectos del sujeto, que pierde su identidad para llamarse
“el soldado13”. Los entrenadores proceden de acuerdo con un credo basado en la
solidez de sus convicciones y en una técnica basada en el control de la
conducta a través del miedo. Se prepara
al individuo elegido para asumir cualquier personalidad para lo cual se le debe
vaciar previamente de cualquier residuo físico y psicológico procedente de su personalidad anterior.
El lavado mental y
moral se denomina “mutación en los
colores de la conciencia”. Así nacen Jacques Mornard (políglota, burgués,
ilustrado y neutral), y Frank Jackson, agente comercial y asesino de Trotsky.
Las consignas, unas veces hacen referencia a la intención (Te vamos a limpiar por dentro), y otras sintetizan el objetivo (obediencia, fidelidad, discreción). La doctrina incluye la amenaza
y la intimidación como medios para evitar deyecciones o abandonos:
Para ti sólo hay dos caminos: la gloria o un
campo de trabajo, donde no tienes ni idea de lo poco que vale la vida de un
tipo que ni siquiera tiene nombre y es considerado un traidor.
La valoración de los
resultados del adiestramiento de Mercader en boca de su maestro es una muestra
cristalina de la despiadada labor de los servicios secretos rusos y su
implicación en la manipulación e instrumentalización de los siervos al servicio
de un poder ciego y absoluto, cuyo fin es sobre todo la permanencia y el
control del mismo:
Una piedra maravillosa, brillante por todas
sus aristas: la política, la filosófica, la lingüística, la física, la
psicológica; y había sido blindada con
la mayor de las corazas, porque era un hombre capaz de guardar silencio, de
explotar su odio, de no sentir compasión y de morir por la causa. Una máquina
obediente y despiadada.
A la par que se
suceden los hechos mencionados, se da cuenta del panorama político del gobierno
de Stalin, en el que los juicios sumarísimos, las deportaciones y los suicidios
inducidos están a la orden del día. El miedo se extiende como el aceite
mediante las purgas generalizadas contra enemigos como Bujarin y Yagoda, con su
correspondiente defenestración y fusilamiento. Los que antes eran leales se
convierten ahora en traidores a un régimen corrupto y totalitario en el que
todos excepto el dictador ven peligrar sus carreras y sus vidas. La peripecia
de nuestro personaje corre paralela a los principales acontecimientos de la
Historia europea y española, que parecen configurar el telón de fondo de una
representación que acabará en tragedia. El ensayo del espectáculo está listo y
el actor principal, que encarna al cosmopolita Jacques Mornard, se pasea por
París comentando aquí y allá la situación de española y la traición de Europa a
la República.
A estas alturas de
la historia, Mercader va mostrando síntomas de su progresiva pérdida de la
inocencia, lo que en esta biografía ficcional demuestra que la marioneta ha
conservado algo de su personal pálpito humano. El horror y la rabia que
manifiesta ante el maltrato francés a los refugiados españoles, no se
encontraban entre los atributos de su personaje, lo que le vale su primera
reprimenda. El siguiente diálogo entre Caridad y su hijo ilustra sucintamente
el cambio que el protagonista está experimentando. La venda cae de sus ojos y
le muestra una realidad distinta de la que el poder para el que trabaja ha
fabricado. Caridad critica duramente los crímenes trotskistas:
Ramón: Eh, eh. Tú sabes que lo que dices es
mentira.
Caridad: Estás seguro? Aún así, aunque fuera mentira,
de todas maneras lo convertiríamos en
verdad. Y eso es lo que importa: lo que la gente cree.
Los últimos cinco
capítulos, muy breves, sitúan al personaje ya en México bajo la personalidad de
Frank Jackson, un hombre de negocios que ha construido una gran farsa para
disfrazar su identidad y sus intenciones. Quizá esta sea la parte más novelesca
del libro, en la que el talento narrativo de Padura ha dotado a este conjunto
de episodios de gran tensión dramática. La entrada en la casa de la Avenida de
Viena, donde residen los Trotsky con su nieto Sieva y el imprescindible perro,
conforman el escenario adecuado a las actos futuros que harán progresar la
acción. A la preparación mental y práctica del atentado, con la compra del arma
homicida incluida, sigue un capítulo lleno de reflexiones, dudas y
consideraciones sobre la necesidad y eficacia de un procedimiento tan cruento
como el de producir la muerte de un ser humano. La ficción biográfica llena
esta secuencia de agitación, sudor, náusea, impotencia y, sobre todo, miedo,
muchísimo miedo, que se derrama en una histeria tan excesiva como el descarnado y fanático
discurso de Caridad incitando a su hijo al odio, el horror y la rabia. Dice Ramón Mercader que en aquellos momentos
tuvo la sensación de ser arrastrado por
la Historia.
El golpe fatal y
mortal nos es presentado casi a cámara lenta, tanto en los detalles sobre la
cabeza de Trotsky y sus ralos cabellos, como por el mordisco recibido por el
asesino, que permanecerá en su memoria junto al grito tenso y desgarrado de su víctima.
Después de estos momentos climáticos, la
detención, el juicio y condena de Mercader, su matrimonio con una joven
mexicana y su instalación en la Unión Soviética
hasta el final de sus días, constituyen un corpus de hechos anecdóticos
y complementarios, cuya función es
clausurar la vida de Mercader junto con el relato. Nuestro protagonista ha
dejado atrás algunos demonios familiares (Caridad) y políticos (Kotov) y ha
consumado su particular descenso a los infiernos. El camino que va de la
juventud a la vejez, de la salud a la enfermedad, de los tiempos heroicos a la
cotidianeidad de una vida anodina, se ha consumado. Sin embargo no podemos
olvidar las palabras que, camuflado tras el viejo y falso Jaime López, le
dirigió al joven Iván Cárdenas, en aquel
alejado espacio-tiempo de la playa de Santa María:
Iván, yo he visto la muerte como tú no eres
capaz de concebirla. Creo que sé todo acerca de la muerte. […] Yo he visto lo
peor de los seres humanos, sobre todo fuera de la guerra.
GB
1 comentario:
No hará falta romper este silencio
con el grito desgarrado de Trotsky.
Bastará con decir que si ahí dentro
hubo un hombre que amaba a los perros,
aquí fuera, el susurro de Gloria
nos trasmite su amor por la buena literatura.
JL Vicent
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