domingo, 19 de abril de 2020

La primera mano que sostuvo la mía - Comentario


“LA PRIMERA MANO QUE SOSTUVO LA MIA” de Maggie O’Farrell


Seguramente este libro siempre lo recordaré como el primero que leí durante el tiempo de confinamiento por la pandemia del coronavirus. 
Es cierto que se puede recordar por mejores cosas, como el ritmo, la forma, el tema o la confluencia inevitable de las dos narraciones temporales.
Si me fijo en el ritmo, observo que a veces va muy despacio debido a la minuciosidad descriptiva de los pequeños detalles, de las nimiedades, de lo que los personajes ven, hacen, oyen o dicen en cualquier momento del día. A veces, ni siquiera es un personaje sino un lugar el que escucha, como esa cafetería todavía cerrada al amanecer que percibe los más frágiles sonidos y movimientos que circulan en su interior o a su alrededor. Sin embargo otras veces va rápido, trepidante en lo sustancial, como si de una vida entera hubiera que extraer solo lo importante, o mejor dicho, lo trascendente, pero con un halo de misterio que acentúa esa sensación.  
Si me fijo en la forma, observo (no hay que ser muy hábil para ello) que la mayor parte de la narración (muy omnisciente) se hace en tercera persona y en presente, es decir, se cuenta lo que está sucediendo en ese momento, con mayor fluidez en los diálogos y acciones de interés que, como se ha dicho antes, en las descripciones intrascendentes. A veces toma la forma de una cámara que va pegada a la frente del personaje llevando al lector por los mismos sitios que pisa, por los mismos objetos que toca, por los mismos lugares que vive o por las mismas personas que ve. De lo que sucederá en el futuro, el narrador nos hace guiños o anticipaciones, especialmente sobre la prematura muerte de algún personaje lo que no impide sino más bien acrecienta el interés por conocer cómo le sobrevendrá. De lo que sucedió en el pasado se va dando mucha cuenta o poca cuenta dependiendo de la importancia que tenga para la historia y sobre todo de la importancia que tenga para la resolución de la misma justo en el momento que el narrador considere más adecuado. En otra muestra de originalidad gratuita, ese pasado más o menos reciente es descrito como si la película que rodó la cámara fuera visionada al revés. Quizá no fuera necesario ese alarde narrativo pero no deja indiferente al lector.
Si me fijo en el tema… ¿cuál es el tema?, ¿la maternidad?, ¿el indisoluble vínculo entre madre e hijo?, ¿las consecuencias psicológicas de la rotura de ese vínculo?, ¿solo eso? Pues quizá sí, solo eso o tanto como eso, porque salvo cierto atisbo de mostrarnos la liberación de la mujer en determinada época, la madre con el niño a cuestas es una constante en ambas historias, pero la presentación o representación viene rodeada de multitud de ingredientes (amores, odios, venganzas, engaños, secretos) que a menudo alejan al lector del núcleo para volver a él una y otra vez, una y otra vez, irremisiblemente hasta el final.  
En cuanto a la confluencia de las dos narraciones tengo que decir que a pesar de esperada, se lleva magistralmente. Son dos historias paralelas en la misma ciudad (Londres) e incluso en los mismos sitios, ya sean bares, calles, casas u oficinas,  diferenciadas temporalmente. 
La de Lexie y Innes se inicia en los años 60 cuando la muchacha de 21 años expresa sentada junto al seto de su jardín, sus deseos de huir de casa para hacer su vida en la gran ciudad mientras a quinientos metros se le acerca él, hombre de 34 años, a solicitar ayuda para reparar su vehículo averiado. Esa será su oportunidad y la aprovechará para, además de emanciparse de la familia de la que poco o nada se sabe después, enamorarse, trabajar en su revista de arte denominada Elsewhere sita en el bohemio barrio del Soho y conocer a personajes amigables como Laurence o Daphne, malvados como  Gloria y Margot, desconcertantes como Félix o entrañables como Robert Lowe.  
La otra narración se sitúa a principios de este siglo y comienza justo después de un parto complicado que casi lleva a Elina a la muerte. A ella le afecta bastante, sobre todo al principio, no solo por el puntual momento trágico y físicamente doloroso sino por la difícil tarea de cuidar y alimentar a un bebé exageradamente sujeto a su madre. Ted, su pareja y padre del niño al que tardan mucho en ponerle nombre, parece todavía más afectado que ella y sus crisis asociadas a deslumbres visuales van en aumento a medida que avanza la historia. Su incondicional amigo Simmy siempre estará a su lado, mientras que en sus padres se observará cierta frialdad y un claro distanciamiento hacia la figura de Elina.
Pero no diré más, el lector se irá dando cuenta poco a poco de cómo esa sutil manera de hilvanar alternativamente ambas narraciones, le adentra en una lectura agradable, amena, de esas que te aceleran el deseo de llegar hasta el final bajo el riesgo de prescindir de lo que a mí me ha parecido más relevante: la maestría narrativa, el valor de conseguir una lectura fácil en medio de la aparente complejidad. A esto hay que añadir el atractivo de ese pequeño esfuerzo mental por descubrir cómo y dónde se colocan las piezas del puzle, que el narrador se encargará de decírnoslo a su debido tiempo, aunque poco antes o bastante antes hayamos podidos identificar ciertas claves.
Dos historias que por separado dirían poco, multiplican su valor con ese nexo de unión de mérito puramente literario que al fin y al cabo es de lo que se trata y como dije al principio, durante el tiempo de confinamiento, ha sido este el primer libro que sostuvo no solo mi mano, sino mi aislamiento, y eso ya es mucho.

José Luis Vicent Marín

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