miércoles, 29 de abril de 2020

La primera mano que sostuvo la mía - Comentario


Maggie O´Farrell, La primera mano que sostuvo la mía
 Estamos ante un relato que articula dos historias, dos épocas, dos parejas en  un proceso de transformación y crecimiento. Una estructura narrativa dinámica y amena alberga los conflictos vitales donde ser madre, padre, hijo o hija condiciona la búsqueda de la propia identidad. Los años 50 y los 2000 encuadran las vidas de Lexie y Elina, respectivamente, dos mujeres distintas en su circunstancia personal pero similares en fuerza y energía. La primera representa el esfuerzo de una generación impulsada hacia la conquista de nuevos horizontes personales y profesionales, que anticipó la victoria hippie como respuesta a la moral burguesa de las décadas anteriores. En la novela, esta moral es transmitida por las “gentes de buenas costumbres” como los padres y familias de los/las protagonistas, la señora Collins o la visitante social que irrumpe en la casa de una trastornada Elina. Todas  ellas,  aparecen como reducidas y esquemáticas caricaturas destinadas a concitar la antipatía del lector. 
En  Lexie, joven rebelde, tozuda y llena de sueños, se encarna la  lucha por ser independiente y libre en el mundo de la bohemia y el periodismo londinenses, donde se introduce de la mano de Innes, su potencial pareja. Desde el comienzo de su periplo, la omnisciencia de la voz narradora va depositando indicios  sobre la firmeza y constancia de este personaje para conseguir sus objetivos. El gesto de abrir la ventana de  su primer y mísero alojamiento  y extender, mientras se suelta la melena, la mirada  hacia los tejados de la ciudad refleja un deseo juvenil e ingenuo por dominar el mundo. Del mismo modo, el hecho de comprar un tablero-escritorio en vez de enseres domésticos, como le sugiere su amiga Hannah, anticipa una historia de ilusiones, de encuentros, de logros. Estos actos  de Lexie la predisponen para conquistar el mundo y forjarse una profesión relacionada con  la máquina de escribir, dejando en el camino el rol de esposa y ama de casa. El olor a lavanda de las sábanas de su madre insinúa su solitaria orfandad. Como lectores asistimos al proceso de formación de un personaje complejo, lleno de retos, posibilidades y matices:
Mírala, ahí en la acera (apela al lector la voz narradora). No parece la misma que la de la habitación de Innes, la que llevaba puesta una camisa a rayas. No parece la misma Alexandra del vestido azul y la pañoleta amarilla que estaba sentada en el tocón en el jardín de sus padres. Se reencarnará muchas veces en su vida. Está hecha de múltiples Lexies y Alexandras, encajadas unas en otras como las muñecas rusas
Con estas palabras, la empatía de la narradora por Lexie la sitúa como heroína de una historia de la que parten los hilos que hilvanan las vidas del resto de personajes, conformando la urdimbre narrativa  que conecta la vida de Lexie con la de Innes,  Margot,  Félix ,  Ted o Theo, y la de él  con la de Elina, su pareja. 
En este tapiz, Lexie es el nudo que origina y resuelve los conflictos. Su épica muerte es el desencadenante del desasosiego de Ted, cuya amnesia remite al vacío de una infancia que le ha hurtado su identidad, ya que la realidad se crea en la imaginación a partir del recuerdo.  Recobrar la infancia perdida  le permite  reconocerse y comenzar a curarse las heridas. En su doloroso proceso  de recuperación, sus síntomas funcionan como enigma que mantiene la tensión narrativa de la historia y atrapa la atención del lector que, en estos momentos, sabe tan poco como los personajes. Como advertía la voz narradora, una última y definitiva Lexie emerge desde el pasado para modificar el presente de  sus allegados. Como no podía ser de otro modo, su resurrección se manifiesta a través de los artículos que  escribió y que Elina  rescata de la Hemeroteca.  Lexie es, más que nunca, un personaje hecho de palabras, de historias contadas, como si su esencia vital, su huella espiritual, se hubiera creado y nutrido del lenguaje.
Mensajes metaliterarios aparte, la unión de los dos tiempos, pasado y presente se consuma en la acción diferida de este personaje que salta desde el olvido para ordenar el caos, restablecer la verdad e impartir justicia para los malvados. Gloria, Margot y Felix son los antagonistas mentirosos que no pueden sobrevivir a la codicia, egoísmo y falsedad que ha regido sus vidas.  Con su derrota, el Bien triunfa sobre el Mal, y aunque esta parte, la del final feliz, sea la más tópica de la novela, el lector no  puede sino congratularse por la sensación de bienestar y dulce sabor con que cierra la última página sabiendo que sus amados  personajes están a salvo.  Que no están los tiempos para otra cosa, como dice un amigo.
Es ésta una novela de personajes femeninos bien perfilados, que abren su interior sentimental y emocional al lector mostrando su intimidad junto  a una sutil y aguda percepción de sí mismas y de su entorno. Aunque la distancia de la tercera persona narradora se mantiene en todo el relato, ésta  se adentra en el universo femenino con tal sutileza que el lector tiene la sensación de estar contemplando el mundo desde la mirada de Lexie y Elina. Con una técnica descriptiva muy cinematográfica y la apariencia de una cámara subjetiva vemos desfilar los ambientes pintorescos y bohemios del Soho desde la perspectiva intimista y sensitiva de Lexie, confusa y ensimismada mientras va al encuentro de Innes; vemos las sombras en claroscuro de los pubs y el aliento neblinoso y nocturno de las calles ; vemos el dolor por la muerte del amado, su pobreza ensimismada y  la lucha por la vida; vemos su embarazo y el nacimiento de Theo como un complemento gozoso para tomar las riendas de una vida audaz, abierta y autónoma, con las heridas de la pérdida de Innes  a la espalda y la soledad como elección vital. Las  reiteradas negaciones de todo aquello que perderá con la muerte inevitable, componen una de las secuencias más conmovedoras de la novela:
No estaría con él cuando le rompieran el corazón por primera vez, ni la primera vez que condujera un coche, ni cuando saliera solo al mundo, ni cunado viera por primera vez lo que iba a hacer, cómo iba a vivir, con quién y dónde. No estaría con él para quitarle la arena de los zapatos cuando saliera de la playa. No lo volvería a ver.”
Esta enumeración refleja muy bien la acumulación de pensamientos en el instante de un trauma como el fin inminente.
Elina es también un personaje fuerte y decidido, a su manera sensitiva de artista. El estupor y aturdimiento iniciales asociados a su enigmática amnesia dan paso a un personaje que se va mostrando paulatinamente como alguien  complejo en su papel de madre, compañera y persona independiente. Con una delicada percepción de los estímulos sensoriales se descubre a sí misma como madre por el olor de su ropa; siente con intenso estremecimiento el lenguaje corporal de su hijo como síntoma de una mutua fusión casi telúrica; el sudor, el calor del bebé y sus pálpitos digestivos, el matiz de la luz, las texturas, las líneas y los colores, todo ello habita en el  espacio interior de Elina.  Cuando recupera fuerzas se muestra como una persona llena de energía y deseos de vivir la existencia plena a la que tiene derecho. En su momento, se enfrentará con decisión al doloroso conflicto de Ted, en contraste con  la actitud huidiza y evasiva de aquel.
Los personajes masculinos ocupan un lugar secundario en el relato pues su perfil es más difuso y su proceso menos dinámico. Innes, seductor, sexy, bohemio, gran conversador y amante del arte, cobra sentido cuando es herido de amor por la angélica visión de aquella Alexandra que arrancaba margaritas con los dedos del pie. Es su pasión por ella la que lo crea y transforma. Ted, herido por un pasado sin memoria y el trauma de haber sentido muy cerca la muerte de su mujer, se muestra incapaz de salir de su confusión y aturdimiento. Se pierde en el agitado itinerario de búsqueda de sí mismo y debe ser rescatado, aunque, como personaje contradictorio, Ted revela su ternura en la contemplación de su amada dormida en una descripción que recuerda la poética sensualidad de algunos versos de Vicente Aleixandre:
Mira el triángulo que forman las venas en la muñeca, la fina red violácea de los párpados, los trazos azules que le recorren la mejilla, la telaraña de vasos sanguíneos en la curva del empeine.”
 Mientras los personajes femeninos se muestran en su proceso transformador llenos de detalles y matices, los masculinos aparecen como posibilidad de ser, como potenciales individuos cuya existencia depende de ellas.
Los engaños y miserias de un pasado que determina el presente son finalmente desvelados como desenlace de la historia y como mensaje principal de la novela: nada sucede por casualidad, todo tiene una causa en esta narración donde la continuidad de la acción establece la estructura fragmentaria del tiempo del discurso, que confluye en un presente esperanzador.  Asimismo los espacios y los objetos adquieren una cualidad simbólica que opera además como unión entre los distintos episodios, al modo de las transiciones cinematográficas. Las baldosas rotas del vestíbulo de la casa donde viven, como usurpadores, Margot y Félix simboliza la huella de un pasado fracturado e imborrable,  proyectado hacia el presente como la ficha de dominó que pone en movimiento una cadena imparable de acontecimientos.
El desván de la casa de Ted y el café The Lagoon son espacios que permiten el tránsito entre las dos épocas. La minuciosa imagen del café vacío de gente e impregnado de ruidos y sensaciones deviene en personaje testimonial de las historias. Faulkner, Dos Passos, Cela y el cine son sus antecedentes.
Los objetos, paisajes ruidos y colores actúan como detonadores en la memoria de Ted. La voz narradora los dosifica para incrementar la tensión narrativa y  dar cabida al enigma.  Una vez fue la nieve; otra, el tacto de la seda, el color rojo, el hombre atisbado desde la ventana, el sonido de unas voces, una calle y su arbolado, una determinada luz…, grageas de chocolate, un hombre y una mujer. Todo ello se acumula en la mente de Ted como un laberíntico camino lleno de  misterios que deben ser descifrados:
Es, se dice, como ponerse unas gafas de bucear y descubrir bajo el agua otro mundo que, al parecer, siempre ha estado ahí, bajo la superficie lisa e  inescrutable, sin que uno se hubiera dado cuenta. Un mundo palpitante de vida, seres, significado”
Curiosamente, este párrafo  podría aplicarse a la lectura, un proceso de descubrimiento —esto que hacemos— al indagar en las profundidades de un libro desde la superficie del lenguaje.
La continuidad de los hechos se impone como prueba del talento de la autora y del estilo de esta novela.  Sus partes están tan bien cosidas como en los buenos guiones que sustentan los relatos cohesionando su forma y dando coherencia al sentido.
 La presencia del cine en esta historia de hijos sin infancia y madres en formación no sólo se encuentra en el rebobinado de la película en la que trabaja Ted manipulando a su personaje como trasunto de la narradora de la novela, a la que imita, sino en otras secuencias: cuando Lexie contempla, indiscreta, las ventanas  iluminadas  donde se proyectan las vidas de sus vecinos; cuando la narradora  mueve el tiempo hacia adelante y atrás en los primeros encuentros entre Lexie e Innes; cuando se describe, con un romanticismo de película, la primera vez de Elina y Ted, de Lexie e Innes, donde juegan un papel importante el cinturón de una bata y una  camisa a rayas.
Y  finalmente, está el mar, ese símbolo siempre ambiguo. Agitación para Ted y serena evocación de una infancia feliz para Elina, que sí la tuvo y que surge como anhelo de retorno en busca de la calma curativa que precisa para combatir  la ofuscación que la oprime. Pues en el mundo interior de Elina, su añoranza del hogar de su infancia es una constante en la novela, donde se asocia el hecho de ser padres con el de haber sido hijos.
Y está también la clave que desata el desenlace en la historia de Ted y desentraña los enigmas de su pasado robado: la postal que reproduce la fotografía de la Portrait Gallery,  la huella de un pasado escrito y grabado para siempre en una imagen. Como el recuerdo imborrable de la placentera lectura de esta novela  con su historia tan bien contada. 

Gloria Benito 

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