Maggie O´Farrell, La primera mano que
sostuvo la mía
Estamos ante un relato
que articula dos historias, dos épocas, dos parejas en un proceso de transformación y crecimiento. Una
estructura narrativa dinámica y amena alberga los conflictos vitales donde ser
madre, padre, hijo o hija condiciona la búsqueda de la propia identidad. Los
años 50 y los 2000 encuadran las vidas de Lexie y Elina, respectivamente, dos
mujeres distintas en su circunstancia personal pero similares en fuerza y
energía. La primera representa el esfuerzo de una generación impulsada hacia la
conquista de nuevos horizontes personales y profesionales, que anticipó la
victoria hippie como respuesta a la moral burguesa de las décadas anteriores.
En la novela, esta moral es transmitida por las “gentes de buenas costumbres” como
los padres y familias de los/las protagonistas, la señora Collins o la
visitante social que irrumpe en la casa de una trastornada Elina. Todas ellas, aparecen como reducidas y esquemáticas
caricaturas destinadas a concitar la antipatía del lector.
En Lexie, joven rebelde, tozuda y llena de sueños,
se encarna la lucha por ser
independiente y libre en el mundo de la bohemia y el periodismo londinenses, donde
se introduce de la mano de Innes, su potencial pareja. Desde el comienzo de su
periplo, la omnisciencia de la voz narradora va depositando indicios sobre la firmeza y constancia de este
personaje para conseguir sus objetivos. El gesto de abrir la ventana de su primer y mísero alojamiento y extender, mientras se suelta la melena, la
mirada hacia los tejados de la ciudad
refleja un deseo juvenil e ingenuo por dominar el mundo. Del mismo modo, el
hecho de comprar un tablero-escritorio en vez de enseres domésticos, como le
sugiere su amiga Hannah, anticipa una historia de ilusiones, de encuentros, de
logros. Estos actos de Lexie la
predisponen para conquistar el mundo y forjarse una profesión relacionada
con la máquina de escribir, dejando en
el camino el rol de esposa y ama de casa. El olor a lavanda de las sábanas de
su madre insinúa su solitaria orfandad. Como lectores asistimos al proceso de
formación de un personaje complejo, lleno de retos, posibilidades y matices:
“Mírala, ahí en la acera (apela al lector la voz narradora). No parece la misma que la de la habitación
de Innes, la que llevaba puesta una camisa a rayas. No parece la misma
Alexandra del vestido azul y la pañoleta amarilla que estaba sentada en el
tocón en el jardín de sus padres. Se reencarnará muchas veces en su vida. Está
hecha de múltiples Lexies y Alexandras, encajadas unas en otras como las
muñecas rusas”
Con estas palabras, la
empatía de la narradora por Lexie la sitúa como heroína de una historia de la
que parten los hilos que hilvanan las vidas del resto de personajes,
conformando la urdimbre narrativa que
conecta la vida de Lexie con la de Innes,
Margot, Félix , Ted o Theo, y la de él con la de Elina, su pareja.
En este tapiz, Lexie es
el nudo que origina y resuelve los conflictos. Su épica muerte es el
desencadenante del desasosiego de Ted, cuya amnesia remite al vacío de una
infancia que le ha hurtado su identidad, ya que la realidad se crea en la
imaginación a partir del recuerdo. Recobrar
la infancia perdida le permite reconocerse y comenzar a curarse las heridas.
En su doloroso proceso de recuperación,
sus síntomas funcionan como enigma que mantiene la tensión narrativa de la
historia y atrapa la atención del lector que, en estos momentos, sabe tan poco
como los personajes. Como advertía la voz narradora, una última y definitiva
Lexie emerge desde el pasado para modificar el presente de sus allegados. Como no podía ser de otro
modo, su resurrección se manifiesta a través de los artículos que escribió y que Elina rescata de la Hemeroteca. Lexie es, más que nunca, un personaje hecho
de palabras, de historias contadas, como si su esencia vital, su huella
espiritual, se hubiera creado y nutrido del lenguaje.
Mensajes metaliterarios
aparte, la unión de los dos tiempos, pasado y presente se consuma en la acción
diferida de este personaje que salta desde el olvido para ordenar el caos,
restablecer la verdad e impartir justicia para los malvados. Gloria, Margot y
Felix son los antagonistas mentirosos que no pueden sobrevivir a la codicia,
egoísmo y falsedad que ha regido sus vidas.
Con su derrota, el Bien triunfa sobre el Mal, y aunque esta parte, la
del final feliz, sea la más tópica de la novela, el lector no puede sino congratularse por la sensación de
bienestar y dulce sabor con que cierra la última página sabiendo que sus amados
personajes están a salvo. Que no están los tiempos para otra cosa, como
dice un amigo.
Es ésta una novela de
personajes femeninos bien perfilados, que abren su interior sentimental y
emocional al lector mostrando su intimidad junto a una sutil y aguda percepción de sí mismas y
de su entorno. Aunque la distancia de la tercera persona narradora se mantiene
en todo el relato, ésta se adentra en el
universo femenino con tal sutileza que el lector tiene la sensación de estar
contemplando el mundo desde la mirada de Lexie y Elina. Con una técnica
descriptiva muy cinematográfica y la apariencia de una cámara subjetiva vemos
desfilar los ambientes pintorescos y bohemios del Soho desde la perspectiva
intimista y sensitiva de Lexie, confusa y ensimismada mientras va al encuentro
de Innes; vemos las sombras en claroscuro de los pubs y el aliento neblinoso y
nocturno de las calles ; vemos el dolor por la muerte del amado, su pobreza
ensimismada y la lucha por la vida;
vemos su embarazo y el nacimiento de Theo como un complemento gozoso para tomar
las riendas de una vida audaz, abierta y autónoma, con las heridas de la
pérdida de Innes a la espalda y la
soledad como elección vital. Las
reiteradas negaciones de todo aquello que perderá con la muerte inevitable,
componen una de las secuencias más conmovedoras de la novela:
“No estaría con él cuando le rompieran el corazón por primera vez, ni la
primera vez que condujera un coche, ni cuando saliera solo al mundo, ni cunado
viera por primera vez lo que iba a hacer, cómo iba a vivir, con quién y dónde.
No estaría con él para quitarle la arena de los zapatos cuando saliera de la
playa. No lo volvería a ver.”
Esta enumeración
refleja muy bien la acumulación de pensamientos en el instante de un trauma
como el fin inminente.
Elina es también un
personaje fuerte y decidido, a su manera sensitiva de artista. El estupor y
aturdimiento iniciales asociados a su enigmática amnesia dan paso a un
personaje que se va mostrando paulatinamente como alguien complejo en su papel de madre, compañera y
persona independiente. Con una delicada percepción de los estímulos sensoriales
se descubre a sí misma como madre por el olor de su ropa; siente con intenso
estremecimiento el lenguaje corporal de su hijo como síntoma de una mutua
fusión casi telúrica; el sudor, el calor del bebé y sus pálpitos digestivos, el
matiz de la luz, las texturas, las líneas y los colores, todo ello habita en
el espacio interior de Elina. Cuando recupera fuerzas se muestra como una
persona llena de energía y deseos de vivir la existencia plena a la que tiene
derecho. En su momento, se enfrentará con decisión al doloroso conflicto de Ted,
en contraste con la actitud huidiza y
evasiva de aquel.
Los personajes
masculinos ocupan un lugar secundario en el relato pues su perfil es más difuso
y su proceso menos dinámico. Innes, seductor, sexy, bohemio, gran conversador y
amante del arte, cobra sentido cuando es herido de amor por la angélica visión
de aquella Alexandra que arrancaba margaritas con los dedos del pie. Es su
pasión por ella la que lo crea y transforma. Ted, herido por un pasado sin
memoria y el trauma de haber sentido muy cerca la muerte de su mujer, se
muestra incapaz de salir de su confusión y aturdimiento. Se pierde en el agitado
itinerario de búsqueda de sí mismo y debe ser rescatado, aunque, como personaje
contradictorio, Ted revela su ternura en la contemplación de su amada dormida
en una descripción que recuerda la poética sensualidad de algunos versos de
Vicente Aleixandre:
“Mira el triángulo que forman las venas en la muñeca, la fina red
violácea de los párpados, los trazos azules que le recorren la mejilla, la
telaraña de vasos sanguíneos en la curva del empeine.”
Mientras los personajes femeninos se muestran
en su proceso transformador llenos de detalles y matices, los masculinos
aparecen como posibilidad de ser, como potenciales individuos cuya existencia
depende de ellas.
Los engaños y miserias
de un pasado que determina el presente son finalmente desvelados como desenlace
de la historia y como mensaje principal de la novela: nada sucede por
casualidad, todo tiene una causa en esta narración donde la continuidad de la
acción establece la estructura fragmentaria del tiempo del discurso, que
confluye en un presente esperanzador. Asimismo los espacios y los objetos adquieren
una cualidad simbólica que opera además como unión entre los distintos
episodios, al modo de las transiciones cinematográficas. Las baldosas rotas del
vestíbulo de la casa donde viven, como usurpadores, Margot y Félix simboliza la
huella de un pasado fracturado e imborrable, proyectado hacia el presente como la ficha de
dominó que pone en movimiento una cadena imparable de acontecimientos.
El desván de la casa de
Ted y el café The Lagoon son espacios que permiten el tránsito entre las dos
épocas. La minuciosa imagen del café vacío de gente e impregnado de ruidos y
sensaciones deviene en personaje testimonial de las historias. Faulkner, Dos
Passos, Cela y el cine son sus antecedentes.
Los objetos, paisajes
ruidos y colores actúan como detonadores en la memoria de Ted. La voz narradora
los dosifica para incrementar la tensión narrativa y dar cabida al enigma. Una vez fue la nieve; otra, el tacto de la
seda, el color rojo, el hombre atisbado desde la ventana, el sonido de unas voces,
una calle y su arbolado, una determinada luz…, grageas de chocolate, un hombre
y una mujer. Todo ello se acumula en la mente de Ted como un laberíntico camino
lleno de misterios que deben ser
descifrados:
“Es, se dice, como ponerse unas gafas de bucear y descubrir bajo el agua
otro mundo que, al parecer, siempre ha estado ahí, bajo la superficie lisa
e inescrutable, sin que uno se hubiera
dado cuenta. Un mundo palpitante de vida, seres, significado”
Curiosamente, este
párrafo podría aplicarse a la lectura,
un proceso de descubrimiento —esto que hacemos— al indagar en las profundidades
de un libro desde la superficie del lenguaje.
La continuidad de los
hechos se impone como prueba del talento de la autora y del estilo de esta
novela. Sus partes están tan bien
cosidas como en los buenos guiones que sustentan los relatos cohesionando su
forma y dando coherencia al sentido.
La presencia del cine en esta historia de
hijos sin infancia y madres en formación no sólo se encuentra en el rebobinado
de la película en la que trabaja Ted manipulando a su personaje como trasunto
de la narradora de la novela, a la que imita, sino en otras secuencias: cuando
Lexie contempla, indiscreta, las ventanas
iluminadas donde se proyectan las
vidas de sus vecinos; cuando la narradora
mueve el tiempo hacia adelante y atrás en los primeros encuentros entre
Lexie e Innes; cuando se describe, con un romanticismo de película, la primera
vez de Elina y Ted, de Lexie e Innes, donde juegan un papel importante el
cinturón de una bata y una camisa a
rayas.
Y finalmente, está el mar, ese símbolo siempre
ambiguo. Agitación para Ted y serena evocación de una infancia feliz para
Elina, que sí la tuvo y que surge como anhelo de retorno en busca de la calma curativa
que precisa para combatir la ofuscación que
la oprime. Pues en el mundo interior de Elina, su añoranza del hogar de su
infancia es una constante en la novela, donde se asocia el hecho de ser padres
con el de haber sido hijos.
Y está también la clave
que desata el desenlace en la historia de Ted y desentraña los enigmas de su pasado
robado: la postal que reproduce la fotografía de la Portrait Gallery, la huella de un pasado escrito y grabado para
siempre en una imagen. Como el recuerdo imborrable de la placentera lectura de
esta novela con su historia tan bien
contada.
Gloria Benito
Gloria Benito
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