LA INFANCIA DE JESUS de J. M. COETZEE
COMENTARIO
(José Luis Vicent)
Alguien
podría decir que cualquier parecido de esta obra con FOE es pura coincidencia.
Parecidas tal vez no lo son, pero coincidencias sí las hay. En ambas se sitúan
personas en mundos diferentes a los considerados como normales, en ambas se
llega a ellos atravesando el mar como aliado idóneo de ese aislamiento, en
ambas, la figura central se encuentra inicialmente incómoda y sujeta a la
protección de otra que además de ser especial, está en posesión de alguna
verdad. Ambas se alimentan de historias que otros escribieron y ambas se
componen de algunos personajes cuyas formas y nombres pueden reconocerse como
copias distorsionadas de aquellos.
En
este caso, Coetzee, en un presente continuo que te aproxima a su acción, ha
rescatado en parte, un tema frecuente del pensamiento de antaño: el de las sociedades utópicas, descargando
al lector el papel de pensar en la cantidad de preguntas que presentadas
veladamente compiten con las que más adelante mostrará, abierta y fatigosamente,
David, el niño con quien Simón ha desembarcado.
Una
sociedad amable y solidaria, que admite por igual los esfuerzos que cada uno
puede dar y no tolera que alguien como Daga pretenda rendir más solo para
obtener más. Álvaro y Eugenio, el primero Jefe y ambos compañeros, se muestran
reticentes al progreso en ese mundo que no pretenden convertir en mejor o peor,
dignificando el trabajo físico frente al más cerebral, sobre todo si se intenta
sustituir en pos de una productividad irracional o en un ahorro de tiempo que
no les sirva de nada.
De
hecho, el tiempo libre fuera de su jornada laboral lo dedican a la siesta, a
ver jugar al fútbol (no a competir), y acudir al instituto donde mejorar sus conocimientos o
habilidades. Simón se avergüenza de que
todos menos él, se esfuerzan en ser mejores ciudadanos, aunque una vez
decidido, no le ayuda mucho su incomprensión por emplear dos horas en un enredo
filosófico sobre mesas y sillas.
Esa
actitud plana se aprecia desde el principio en Ana, recepcionista del Centro de
Reubicación y modelo de “Dibujo al
Natural”, a quien admite conservar los impulsos que la falta de recuerdos
debía sofocar, pero ella recrimina convencida de que el gusto aviva el deseo y
el deseo exige más gusto. O la propia Elena, profesora de música y madre de
Fidel que acepta a David como alumno y amigo de su hijo, cuando poniendo como
ejemplo la amistad de los niños asegura que ha surgido del afecto y la buena
voluntad mientras que a él no le basta sin ir acompañada de una pasión que cada
día le haría más exigente. Pasión que por ese afecto, y bajo la gráfica
expresión “me puedes descongelar”,
ella acepta a veces de forma distraída, tras negarse a una petición de
matrimonio que, en otra cerebral disertación les conduciría al fracaso. Por eso
le anima a que se inscriba en el “Salón Confort”, a fin de encontrar una “copia inferior” del ideal femenino. Pero
su torpeza al intentar ser respetuoso en la descripción de sus necesidades
provoca su inadmisión.
La
tercera mujer en su vida es Inés a quien reconoce al instante como la verdadera
madre de David. Ella confiesa que “haber
salido de la nada” fue lo que la convenció para cambiar su buen estatus en
la “Residencia” por el más modesto de los Bloques. Allí compartirá techo con su
inesperado hijo al que Simón dejará para no intervenir en su educación, aduciendo que su misión era encontrar a la
madre y ya la ha cumplido a pesar de sentirse vacío e insistiendo ante las
dudas de Elena, en que Inés ES su
madre porque se lo dijo una “voz interior”
y aunque le duela, respeta ser solo requerido para solucionarle problemas
cotidianos como el atasco del váter que por fortuna se convertirá en el paso
que dará pie a un ligero régimen de visitas.
David
ya ha dado muestras de ser un “niño
especial” venciendo a Eugenio en el ajedrez, con parodias como la del vino
en casa de Daga, la “tentación” que
prometía ponerle hermanitos en la barriga de Inés, o hurgando sobre la muerte
hasta creer vencerla en sucesos como el del estibador Marciano ahogado en la
bodega de un buque o el de Rey, el caballo desahuciado cuya misión consistía en
arrastrar carros llenos de sacos y a quien Simón más adelante, un día
intensamente influenciado por las capacidades del niño, lo ve flotando en el
aire bajo su majestuoso control.
Se
acentúan sus rarezas cuando apoyado en un Quijote ilustrado se empeña en
interpretarlo a su manera aprendiendo palabras sin pasar por las letras, o
asignando arbitrariamente números a las estrellas ante el temor a caer por los
espacios vacíos que para él existen en una numeración ordenada.
Simón
considera que el niño no debería aprender solo, pero Inés cree que David es “la luz de su vida” y se niega una y otra
vez hasta el día que cumple seis años en que es inevitable la
escolarización, obligatoria en esa
sociedad de pocas pero estrictas normas.
El
profesor León que tilda al niño de desobediente e insubordinado lo envía a la
Doctora Otxoa, quien asegura que David, un niño creativo empeñado en ser mago,
echa de menos a sus verdaderos padres, y como a falta de ellos nadie lo puede
impedir, el internamiento en el centro especial de Punta Arena se hace
inminente.
Un
último intento ante el tribunal en el que David demuestra saber leer (pasajes
del Quijote alusivos a la gestación, veneración o la existencia de un Dios que
puede ser nadie), sumar (con matices sobre si son peces o no son nada), y un
desafío a las dudas del profesor León por tan rápido aprendizaje con que él ”es la verdad”, no consiguen alterar la
decisión.
Desde
que Simón, insistiendo en que “le falta
algo” es dado de alta por el accidente de la grúa hasta el final, la
sucesión de sugerencias bíblicas o místicas es incesante, como cuando explica a
Eugenio que a David lo quieren devolver a Punta Arena porque se niega a
obedecer “las reglas hechas por los
hombres”, o como cuando Inés reta a la funcionaria que pretende llevárselo
a que demuestre que no existen los espinos que David sorteó en su fuga y que
tanto Simón como ella “creen sin haber
visto”.
Deciden
alejarse de Novilla viajando en el coche del hermano de Inés bajo el nombre de
“la familia de David” incluyendo al
perro Bolívar cuyo valor y aprecio no radica en querer al amo sino en que le
sea fiel, en otra serie de referencias
místicas no exentas de ironía, como su estancia en “Cabañas” donde un nuevo
regalo de Daga guardado en una caja, provee al niño de “la capa de la invisibilidad” y de unos polvos mágicos que
estallando sobre una vela le extasían hasta asegurar que puede ver el mundo
entero entre resplandores. O como la inclusión del autoestopista Juan (otra
alusiva denominación para quien asegura que su nombre pudo ser un número). O como cuando el Doctor García, examinando
sus ojos en Nueva Esperanza es advertido por el niño (ahora insistiendo en que
su nombre no es David), de que “debería
irse con ellos por su propio bien”.
Y
para terminar, un comienzo: la presumible llegada a “Estrellita del Norte”. Una
“nueva vida” de futuro incierto, que
si asociáramos a nuestra realidad, ese niño, creciendo y perfeccionando sus
cualidades increíbles, reuniría el apostolado hasta sentar las bases de la
Iglesia, un elemento ausente en esa sociedad que sí cuenta con Dios pero
obviamente no ha contado con ella.
2 comentarios:
gracias por su nota, leí el libro y me pareció muy interesante pero no termino de entenderlo... y disculpe mi ignorancia pero que es el FOE ? desde ya muchas gracias por su atención.
FOE es la otra novela de Coetze, inspirada en el Robinson Crusoe de Daniel Defoe, que también hemos leído y comentado en este club de lectura.
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