FOE: NOTAS DE UN LECTOR ANÓNIMO
·
El personaje de Susan Barton esta inspirado
en Roxana,
protagonista de la novela del mismo título de Defoe, considerada como una
novela precursora del pensamiento feminista. (¡Al fin y al cabo, una
superviviente!). Coetzee dijo en una entrevista que había elegido una narradora
para Foe porque quería hacer un homenaje a todas las escritoras marginadas de
la historia.
·
La Divina Comedia, de Dante:
“Una vez leí a un autor
italiano acerca de cierto individuo que visitaba o soñó que visitaba el Infierno —prosiguió Foe—. Allí
se encontró con las almas de los muertos. Una de aquellas almas lloraba
desconsoladamente. «Mortal, no creas», le dijo el alma dirigiéndose a él, «que
porque yo no sea un ser de carne y hueso mis lágrimas no son fruto de un dolor
auténtico.»”
·
Las 1001 noches
“Una vez un hombre se
encontró a un anciano que esperaba a la orilla de un río y, compadecido de él,
se ofreció a llevarle al otro lado. Después de pasarle a cuestas, sano y salvo,
a través de la corriente, al llegar a la orilla opuesta se arrodilló para que
pudiera bañarse. Pero el viejo se negó a desmontar: y no solo eso, sino que,
apretando entre sus rodillas el cuello de su porteador, empezó a golpearle en
los costados y, en pocas palabras, acabó convirtiéndole en una bestia de carga.
Llegaba hasta quitarle la comida de la boca, y habría seguido montándole hasta
causarle la muerte si el otro no se hubiera librado de él mediante una
estratagema.
·
Algunos cuentos de Borges:
“—Hace mucho tiempo, señor Foe —le dije—, usted escribió
la historia de una mujer (la encontré en su biblioteca y se la leí a Viernes
para pasar el rato) que pasaba una tarde conversando con una amiga suya muy
querida, y al irse le daba un abrazo y se despedía de ella hasta la fecha en
que habían acordado verse de nuevo. Pero la amiga (ella aún lo ignoraba) había
fallecido el día anterior a muchas millas de distancia, y, por tanto, había
pasado la tarde conversando con un fantasma. La recuerda, ¿verdad?, es la
historia de la señora Barfield. Por lo cual deduzco que usted es consciente de
que los fantasmas pueden sostener una conversación con nosotros, e incluso
abrazamos y besamos también.”
“Bien, le contaré otra historia. Una mujer (otra, no la
misma) fue condenada a muerte. No recuerdo por qué delito. A medida que se
aproximaba el día fatal fue sumiéndose en la mayor desesperación pues no
encontraba a nadie que quisiera hacerse cargo de una hija pequeña que tenía con
ella en su celda. Finalmente, uno de los carceleros, compadecido de su
infortunio, habló con su esposa y ambos convinieron en adoptar a la niña como
si fuera hija suya. Cuando la condenada vio a su hijita a buen recaudo en los
brazos de su padre adoptivo, se volvió a sus opresores y les dijo «Ahora podéis
hacer conmigo lo que queráis. Yo ya he escapado de vuestra prisión; lo que aquí
tenéis no es más que el capullo de mí misma», aludiendo, pienso, al capullo que
la mariposa rompe al nacer. ”
“Una mujer condenada por robo, cuando estaban a punto de
subirla a la carreta que había de conducirla a Tyburn, pidió un sacerdote para
hacer una confesión sincera, pues, según decía, la que antes había hecho no lo
era. Así que llamaron al capellán. Volvió a confesarle todos los robos de que
la habían acusado, y muchísimos más; le confesó un sinnúmero de blasfemias y de
actos impuros; confesó haber abandonado a dos de sus hijos y asfixiado a un
tercero en la cuna. Confesó que tenía un marido en Irlanda, otro que había sido
deportado a las Carolinas y un tercero preso como ella en Newgate, y los tres
aún vivos. Confesó con todo lujo de detalles crímenes que había cometido tanto
en su infancia como en su pubertad, hasta que al fin, cuando el sol brillaba ya
en lo alto de los cielos y el carcelero estaba aporreando la puerta, el
capellán la hizo callar. «Me cuesta trabajo creer, señora», le dijo, «que una
sola vida haya bastado para cometer todos esos crímenes. ¿Es usted, realmente,
tan gran pecadora[…]”
·
Buceando hasta el naufragio, Adrienne Rich (p. 151-2) (Poema de 1972)
Primero,
habiendo leído el libro de los mitos
y cargado la
cámara
y probado el
filo del cuchillo,
me puse
la armadura de
neopreno negro
las absurdas
patas de rana
la seria e
incómoda máscara.
Tengo que hacer
esto
no como Cousteau
con su
asiduo equipo
a bordo de la
goleta bañada por el sol
sino sola acá.
Hay una
escalera.
La escalera está
siempre ahí
colgando
inocentemente
cerca del
costado de la goleta.
Sabemos para qué
sirve,
nosotros, que ya
la usamos.
De otra manera
sería una pieza
de instrumento marítimo
algún tipo de
equipo.
Voy hacia abajo.
Peldaño a
peldaño y todavía
el oxígeno me
sumerge
la luz azul
los claros
átomos
de nuestro
humano aire.
Voy hacia abajo.
Las patas de
rana me entorpecen,
me arrastro como
un insecto por la escalera
y no hay nadie
que me diga
cuándo el océano
va a empezar.
Primero el aire
es azul y después
se pone más azul
y luego verde y luego
negro me estoy
desmayando y sin embargo
mi máscara es
poderosa
hace bombear mi
sangre con fuerza
el mar es otra
historia
el mar no es una
cuestión de poder
tengo que
aprender sola
a girar mi
cuerpo sin fuerza
en el profundo
elemento.
Y ahora: es
fácil olvidar
para qué vine
entre tantos que
siempre
vivieron acá
balanceando sus
aspas almenadas
en medio de los
arrecifes
y además
acá uno respira
de otra manera.
Vine a explorar
el naufragio.
Las palabras son
propósitos.
Las palabras son
mapas.
Vine a ver el
daño hecho
y los tesoros
que prevalecieron.
Apunté el haz de
luz de mi lámpara
despacio a lo
largo del costado
de algo más
permanente
que los peces o
las algas
a aquello por lo
que vine:
el naufragio y
no la historia del naufragio
la cosa en sí
misma y no el mito
la cara ahogada
mirando siempre
hacia el sol
la evidencia del
daño
deteriorada por
la sal y el vaivén hasta ser esta belleza harapienta
las costillas
del desastre
curvando su
afirmación
entre los
espíritus inciertos.
Éste es el
lugar.
Y yo estoy acá,
la sirena cuyo pelo negro
corre hacia
atrás, el tritón con su armadura.
Hacemos círculos
en silencio
alrededor del
naufragio
nos sumergimos
hasta la compuerta.
Soy ella: soy él
cuya cara
ahogada duerme con los ojos abiertos
cuyos pechos
siguen todavía estresados
cuya carga de
plata y cobre descansa
oscuramente
dentro de los barriles
a medio asegurar
y pudriéndose
somos los
instrumentos a medio destruir
que una vez
mantuvieron un rumbo
el tronco comido
por el agua
la brújula inválida
Somos, soy, sois
por cobardía o
coraje
quien encuentra
nuestro camino
de vuelta a esta
escena
llevando un
cuchillo, una cámara
un libro de
mitos
en el que
nuestros nombres
no aparecen.
Versión de Tom
Maver,
En: Adrienne Rich. Poemas
(1963-2000). Edición, prólogo, traducción y notas de María Soledad
Sánchez Gómez. Sevilla: Renacimiento, 2002
Comentario:
Esta cita-homenaje es lo que ahora se llamaría solemnemente
“juego de intertextualidad”. De todas maneras creo que es lo que da sentido a
este misterioso final. Efectivamente en esta cuarta parte del libro surge un
narrador desconocido, que para mi es el propio Coetzee, y que parece estar
escribiendo un final para todos los personajes de la novela.
Este final escapa, desde luego, a todo lo convencional y
está planteado como una especie de adivinanza
o acertijo que invita al lector a suponer toda clase de finales y conclusiones posibles.
Desde mi punto de vista, y tras la lectura repetida de esta cuarta parte, Viernes con su profundo y persistente silencio hace callar
para siempre la verdad de la historia, realidad o ficción, y todos quedan
abandonados en el fondo del mar, en el barco hundido y encallado; esta última
vez, náufragos del lenguaje.
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