sábado, 10 de mayo de 2014

Sancho Panza, gobernador





Sancho Panza, gobernador


Después de que DQ había aconsejado sabiamente a su escudero para que pudiera ir a ser gobernador de la ínsula, éste se dispuso por fin a ejercerlo y nada más pisar la que iba a ser su demarcación de gobierno, empezaron a ponerlo a prueba.

Lo primero que hicieron fue llevarlo a una gran sala en una de cuyas paredes estaba escrita “de muchas y grandes letras”, y como Sancho no sabía leer dijo que le explicaran el significado de aquello.  Una vez que se las leyeron  se enteró de que lo trataban de “don”, de lo que protestó entre graciosa y firmemente diciendo que nadie en su linaje había tenido tal tratamiento: “Sancho Panza me llaman a secas” dijo.

Acto seguido se le presentó a Sancho el primer caso: un labrador y un sastre; ambos querían tener razón en un pleito no muy difícil de resolver. Sancho intuyó enseguida que cada uno de ellos había querido engañar al otro y aprovecharse de él, de modo que resolvió pronto. Tomó una decisión moderada en la que cada uno perdiera su parte (el paño el labrador y el trabajo el sastre)  “…y las caperuzas se llevan a los presos de la cárcel, y no hay más”. Salió airoso nuestro flamante gobernador de esta primera prueba, pero sin darle tregua se presentó la siguiente.
El segundo caso tiene mayor complejidad que el anterior, pero tiene en mi opinión un ingrediente añadido, la convicción por parte de Sancho de que un buen cristiano no juraría en vano, lo que le llevó a fijarse muy bien en todo el proceso del juramento y el juego de entregar primero la caña, justamente al acreedor, con lo cual pagaba la deuda y no juraba en vano.

La acción de volver a pedirle la caña y llevársela, confirmaría la sospecha de Sancho de que el truco y las monedas estaban en la caña. Hemos de admitir que esta segunda sentencia de Sancho fue acertada, con el añadido de cierto efectismo en la decisión, en la medida que no era algo evidente, sino más oculto. Supera pues, Sancho otro  peldaño en la serie de obstáculos a que lo están sometiendo. Pero quedan otros.

El tercer caso que le presentan, es la demanda de una mujer supuestamente forzada contra su voluntad por un hombre, que también estaba allí presente.

Sancho le pide a la mujer que exponga su denuncia, la escucha atentamente y después le dice al hombre que diga su versión de los hechos. Naturalmente era muy distinta y dijo que le había pagado lo suficiente.

Sancho planea y ejecuta para este caso una solución en dos fases: Da la razón primero a la mujer, para después con el ardid que se dirá, dejar al descubierto que la querellante no la tenía, dándosela por tanto al hombre.




Después de dar por finalizado este juicio llega la hora de ir a comer, en cuyo transcurso someten a Sancho a una verdadera tortura. El método consiste en querer hacerle creer que un supuesto médico personal del gobernador vela por su salud. Para ello se proponen ni más ni menos que no dejarle probar bocado, pero eso no es todo, sino que la “cura” la llevan a cabo frente a una mesa rebosante de manjares apetitosos y humeantes que harían segregar jugos gástricos al estómago de un muerto.

Ante tal cúmulo de despropósitos, a Sancho que se encontraba realmente hambriento, se le va acabando poco a poco la paciencia después de cada intento fallido de comer algo. Al cabo de un rato de forcejeo y tras un diálogo de tanteo con el doctor Pedro Recio Agüero, montó en cólera y lo echó del comedor con la promesa (‘voto al sol’) de tomar un garrote y acabar a garrotazos con todos los médicos de la ínsula, comenzando por él.

Hay que hacer notar cómo Cervantes va manteniendo vivo el interés del lector mediante el comportamiento de Sancho y de los efectos escénicos que acompañan la resolución de cada uno de los casos:
En el primero nadie se mueve de la sala;  dicta sentencia, los actores la  aceptan y se termina el caso. En el de la caña y los escudos de oro, primero lo deja marcharse con la caña, después envía a un alguacil a que le haga regresar, con lo que prolonga la acción fuera de la sala, al regreso manda abrir la caña, etcétera. La acción de abrir la caña y que las monedas estuvieran dentro, aumenta el efecto del “fallo”.

En el tercer caso deja salir a la mujer con la bolsa del dinero, pero después no se limita a mandar un alguacil para que le haga volver… sino que envía  al propio demandado a que vaya tras ella y le arrebate la bolsa con el dinero ¡en plena calle!, con lo que se arma el escándalo que era fácil pronosticar.

Otro tanto puede decirse de la escena del comedor y su frustrada comida. Imaginarse a Sancho recostarse en el respaldo de su sillón como para tomar aliento y a continuación lanzarse a gritos contra el “doctor Recio de Mal Agüero” al que llega a decir por dos veces que se vaya de allí y si no “tomaré esta silla donde estoy sentado y se la estrellaré en la cabeza, ….”   mantiene viva y creciente la tensión narrativa del relato. ¡Todo un maestro!.
A.A.A.


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