Sancho Panza,
gobernador
Después de que DQ había aconsejado
sabiamente a su escudero para que pudiera ir a ser gobernador de la ínsula,
éste se dispuso por fin a ejercerlo y nada más pisar la que iba a ser su
demarcación de gobierno, empezaron a ponerlo a prueba.
Lo primero que hicieron fue llevarlo a una
gran sala en una de cuyas paredes estaba escrita “de muchas y grandes letras”,
y como Sancho no sabía leer dijo que le explicaran el significado de
aquello. Una vez que se las leyeron se enteró de que lo trataban de “don”, de lo
que protestó entre graciosa y firmemente diciendo que nadie en su linaje había
tenido tal tratamiento: “Sancho Panza me llaman a secas” dijo.
Acto seguido se le presentó a Sancho el
primer caso: un labrador y un sastre; ambos querían tener razón en un pleito no
muy difícil de resolver. Sancho intuyó enseguida que cada uno de ellos había
querido engañar al otro y aprovecharse de él, de modo que resolvió pronto. Tomó
una decisión moderada en la que cada uno perdiera su parte (el paño el labrador
y el trabajo el sastre) “…y las
caperuzas se llevan a los presos de la cárcel, y no hay más”. Salió airoso
nuestro flamante gobernador de esta primera prueba, pero sin darle tregua se
presentó la siguiente.
El segundo caso tiene mayor complejidad que
el anterior, pero tiene en mi opinión un ingrediente añadido, la convicción por
parte de Sancho de que un buen cristiano no juraría en vano, lo que le llevó a
fijarse muy bien en todo el proceso del juramento y el juego de entregar
primero la caña, justamente al acreedor, con lo cual pagaba la deuda y no
juraba en vano.
La acción de volver a pedirle la caña y
llevársela, confirmaría la sospecha de Sancho de que el truco y las monedas
estaban en la caña. Hemos de admitir que esta segunda sentencia de Sancho fue
acertada, con el añadido de cierto efectismo en la decisión, en la medida que
no era algo evidente, sino más oculto. Supera pues, Sancho otro peldaño en la serie de obstáculos a que lo
están sometiendo. Pero quedan otros.
El tercer caso que le presentan, es la
demanda de una mujer supuestamente forzada contra su voluntad por un hombre,
que también estaba allí presente.
Sancho le pide a la mujer que exponga su
denuncia, la escucha atentamente y después le dice al hombre que diga su
versión de los hechos. Naturalmente era muy distinta y dijo que le había pagado
lo suficiente.
Sancho planea y ejecuta para este caso una
solución en dos fases: Da la razón primero a la mujer, para después con el
ardid que se dirá, dejar al descubierto que la querellante no la tenía,
dándosela por tanto al hombre.
Después de dar por finalizado este juicio
llega la hora de ir a comer, en cuyo transcurso someten a Sancho a una
verdadera tortura. El método consiste en querer hacerle creer que un supuesto
médico personal del gobernador vela por su salud. Para ello se proponen ni más
ni menos que no dejarle probar bocado, pero eso no es todo, sino que la “cura”
la llevan a cabo frente a una mesa rebosante de manjares apetitosos y humeantes
que harían segregar jugos gástricos al estómago de un muerto.
Ante tal cúmulo de despropósitos, a Sancho
que se encontraba realmente hambriento, se le va acabando poco a poco la
paciencia después de cada intento fallido de comer algo. Al cabo de un rato de
forcejeo y tras un diálogo de tanteo con el doctor Pedro Recio Agüero, montó en
cólera y lo echó del comedor con la promesa (‘voto al sol’) de tomar un garrote
y acabar a garrotazos con todos los médicos de la ínsula, comenzando por él.
Hay que hacer notar cómo Cervantes va
manteniendo vivo el interés del lector mediante el comportamiento de Sancho y
de los efectos escénicos que acompañan la resolución de cada uno de los casos:
En el primero nadie se mueve de la
sala; dicta sentencia, los actores
la aceptan y se termina el caso. En el
de la caña y los escudos de oro, primero lo deja marcharse con la caña, después
envía a un alguacil a que le haga regresar, con lo que prolonga la acción fuera
de la sala, al regreso manda abrir la caña, etcétera. La acción de abrir la
caña y que las monedas estuvieran dentro, aumenta el efecto del “fallo”.
En el tercer caso deja salir a la mujer con
la bolsa del dinero, pero después no se limita a mandar un alguacil para que le
haga volver… sino que envía al propio
demandado a que vaya tras ella y le arrebate la bolsa con el dinero ¡en plena
calle!, con lo que se arma el escándalo que era fácil pronosticar.
Otro tanto puede decirse de la escena del
comedor y su frustrada comida. Imaginarse a Sancho recostarse en el respaldo de
su sillón como para tomar aliento y a continuación lanzarse a gritos contra el
“doctor Recio de Mal Agüero” al que llega a decir por dos veces que se vaya de
allí y si no “tomaré esta silla donde estoy sentado y se la estrellaré en la
cabeza, ….” mantiene viva y creciente la tensión narrativa del relato. ¡Todo un maestro!.
A.A.A.
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