LOS LIBROS, HIJOS DE LOS LIBROS
Foe,
de JM Coetzee
El
personaje de Robinson Crusoe y su simbólica isla siempre han ejercido una
especial fascinación sobre los que
analizan, imaginan y manipulan historias. Con la publicación de Foe en 1986, Coetzee cumple
ese deseo de escribir un relato
sobre el mítico naufrago y sus circunstancias, aportando así su granito de
arena al conjunto de versiones que integran la amplia bibliografía sobre el
tema. En esta ocasión se trata de una narración en primera persona a cargo de Susan Barton, personaje testigo de
la aislada experiencia de Cruso y su silencioso criado Viernes.
De
este modo, una voz narradora femenina se constituye en conductora del relato,
lo que no deja de ser una novedad en un contexto literario en el que predominan
los personajes masculinos. Tras ser arrastrada desde su barco naufragado, el argumento plantea tanto impresiones sobre
su experiencia en compañía de tan célebres compañeros, como juicios y
valoraciones sobre la novela, su autor y
el destino que los ha reunido. El libro, con un marcado carácter metaliterario, se dirige
a un lector enterado y atento a las digresiones de los personajes, sus
disputas y conversaciones. Y, tratándose de Coetzee, no vendría mal estar
preparados para las bromas, los sentidos ocultos y todo lo que comporta su irónica ambigüedad.
Un
detalle que se observa al comienzo de la novela y que será una constante a lo
largo de su desarrollo es el contraste entre RC y la clásica novela de aventuras. Mientras que la historia del
secuestro de la hija de Susan se ajusta al típico relato romántico del
arriesgado y exótico viaje que se emprende para resolver una injusticia, la
famosa novela de Daniel Defoe aparece
como una historia más discursiva que
narrativa, más moral que amena.
En la isla y en el barco de
vuelta
La
valoración de la narradora sobre RC y Viernes sitúa a ambos en su dimensión
literaria, en la medida en que asocia la
vida de Cruso a su permanencia en la isla, pues, como los mitos, no sobrevivirá fuera de ella. La isla es el territorio
vital y existencial donde su dueño reina como
un monarca absoluto, que no tiene otro dios que la Providencia. Este
tema, fundamento del presbiterianismo, y esencial en el original, supone la
humilde aceptación por Cruso de su azaroso destino impuesto por un caprichoso
Ser superior, que ha de velar unas veces y dormir otras. Las
preguntas de Susan cuestionan estos principios:
En un mundo de azares, ¿es que eran
venturosos unos y funestos otros? […] ¿Qué son esos parpadeos contra los que la
única defensa sería una vigilia tan constante como inhumana? […] todas estas
preguntas resonaban en mi mente sin encontrar respuesta alguna.
Según
Susan, como Cruso no puede gobernar su vida ha de asegurarse de ser rey en su isla. Por ello morirá nada más
salir de ella. Y morirá de un miedo
cerval y profundo, debido a la
inseguridad del barco y a la amenaza del mar, esa inmensidad vacía, evocadora de la muerte machadiana. Su obsesiva
dedicación al trabajo, su frugal dieta y la tristeza que envuelve sus
actividades no son más que muestras del tedio y la monotonía, del agobiante
silencio y de la soledad engendrada por el ineludible viento. La isla, esa metáfora de la existencial incomunicación, es vital para Cruso como
personaje, y sin ella desaparece del relato.
La
última reflexión sobre literatura que nos ofrece nuestra narradora es sobre la calidad narrativa de las historias.
Según le dice al capitán, su relato oral podría resultar entretenido, pero por escrito se desvanecería su espontaneidad
que sólo el arte puede suplir y yo carezco de arte. Susan mantiene durante
toda la novela su función narradora, es decir, su papel como intermediaria
entre el autor y el lector. Su sensatez y su criterio estético se superponen a su conciencia
como personaje, y, como tal, sabe que su existencia depende del la
voluntad y del talento del escritor.
Pero es la ironía del autor la que
se filtra en las reveladoras palabras de Susan al Cruso enfermo y aterrado por
la cercanía del final, un travieso guiño al personaje y al lector sobre lo que
podría haber sido la vida del naufrago,
de haber seguido con vida, como sucede en la novela de Defoe:
¿No habrás quedado en tus plantaciones
brasileñas una hermana que siga aguardando tu regreso, y también algún fiel
capataz que lleve tus libros de cuentas?
Su
credibilidad se basa en que nunca hace juicios categóricos o muy elaborados. Su
papel de crítica literaria se manifiesta en pequeñas frases más o menos
camufladas en sus reflexiones, salpicando las conversaciones aquí o allá. Sin
embargo es bastante implacable cuando sugiere que la obra de Defoe, como relato
es bastante
aburrida:
¿Cómo se explica que en la isla hubiera tan
pocas cosas que pudieran clasificarse de extraordinarias? ¿Cómo es que no había
ni frutos exóticos, ni serpientes, ni leones? ¿Cómo es que nunca aparecieron
los caníbales? Cuando en Inglaterra la gente nos pida que la entretengamos,
¿qué le vamos a contar?
La
irónica ambivalencia de este
discurso se refiere tanto a la calidad
literaria de lo obra de Defoe como al nivel cultural de un lector habituado a las novelas de entretenimiento, inspiradas en el
romanticismo popular de mediocres
relatos de aventuras.
En Londres: Susan y Foe
Las
cartas de Susan a Foe contienen tanto reclamaciones pecuniarias como alusiones
a su relato y al oficio del autor como creador del espacio imaginario en que
viven sus personajes. Susan será un personaje de Foe como Foe es un personaje
de Coetzee. El contenido de esta parte es aún más metaliterario que el
anterior, pues la acción narrativa es mínima, apenas abarca el paso de Susan y
Viernes por las dos casas londinenses. De las dos la más significativa es la
vivienda abandonada por Foe, puesto que contiene los elementos que definen al
personaje escritor: su forma de vida, sus ropas, sus costumbres y sus papeles,
elemento motivador de la mayor parte de las reflexiones de Susan.
Lo
más reiterativo es el pirandelliano desasosiego
del personaje por vivir en la obra, cosa imposible si el autor está
desaparecido, como es el caso. El nerviosismo de Susan va en aumento a lo largo
de este capítulo convirtiéndose en ansiosa zozobra, motivada por el vacío
existencial y por la angustia que
percibe la proximidad de la muerte, el no-ser, la nada. Y esto es muy
del gusto de Coetzee, una marca de estilo que singulariza a sus criaturas. El
existencialismo en estado puro implica también la dolorosa ausencia de
respuestas. El personaje de Susan lo tiene muy claro, pues su naturaleza
literaria le hace sentir que es un ser en tránsito o como dice humorísticamente
en alquiler. Vivir en el libro es ser
escrito, acabado:
Los que vivimos en un mundo de palabras padecemos
el ansia de respuestas.
No
reprocha nada a Foe, como el Augusto de Niebla
a Unamuno. Sólo suplica ser creada
como ser sólido e independiente de su función narradora-testigo, pues se siente
un fantasma sin historia, un ser sin
entidad propia, sin memoria ni consistencia: Hágame recordar el ser que he perdido reclama Susan, que afirma que
la historia donde desea vivir es un
lugar, un almacén de recuerdos. En su solitaria inquietud añora la
sencillez de su isla pero enseguida desvela el referente de la imagen y
descodifica la metáfora: el sótano
donde danza Viernes es la isla, y el mundo, un archipiélago. El miedo a la
muerte -tan parecida al sueño, al letargo- se asocia a la ausencia del creador,
pues, si éste muere, la condena del
personaje será: un descenso a los infiernos, al mundo de la oscuridad.
El
resto de reflexiones, intercaladas en la sorprendente e inverosímil aparición
de su supuesta hija, versan sobre una incipiente y mínima teoría de la creación y de
la tarea del escritor. Tras las palabras de Susan a Foe asoman Coetzee y su
consideración de la dureza de un oficio que exige constancia y disciplina para transformar la realidad mediante
la magia de las palabras. También se
afirma que la novela debe combinar verdad y placer, realidad e imaginación. Foe –comenta Susan- da coherencia a la realidad, ordena el caos, como Cruso ordenaba su
isla, con sus piedras y terrazas. Susan nos conmueve como criatura ficción
al, pero dinámica y entrañable, cuando asegura que la casa de Foe
es su espacio vital e imaginario. Es –dice-
la casa donde he nacido.
Y
su criterio es firme en el dictamen sobre la calidad de las historias, y en
él cimienta sus recomendaciones al
autor: la de Viernes es la más interesante y sugerente, la que tiene
posibilidades y futuro; la de Cruso, por el contrario, es una historia insulsa,
sin interés ni misterio. La coherencia y profundidad de su pensamiento sobre la
naturaleza del lenguaje verbal, como forma de representación que hace al hombre
superior a las bestias, vuelve a
evidenciar la presencia de Coetzee tras el profesional discurso de Susan.
Además hay que tener en cuenta que se está dirigiendo a Viernes, el mudo y
silencioso Viernes, condenado a no poder hablar como los hombres. Pero a estas
alturas el monólogo interior de
Susan es ya en un gran receptáculo de
las ideas del escritor, casi un tratado sobre el lenguaje y la literatura.
En la casa, después de Bristol
El
encuentro entre Susan y Foe acrecienta el carácter fantasmal de la primera
frente a la aparente densidad del segundo. Sus diálogos versan sobre lo mismo:
la necesidad de Susan de vivir, ser
creada, ser escrita. Insiste en que la isla no da para una historia y
discute con Foe de qué debe tratar su
obra. Por eso se abrazan Susan y Foe,
como el artista y su musa. Foe, como
escritor, aparece como el prestidigitador que manipula a sus criaturas. Como
hombre racional, cree en el poder del hombre para ordenar el caos, salir de su
laberinto interior. Según él, la conciencia consiste en un estado claro de
vigilia, frente a la oscuridad fantasmal del sueño, y, como Dios, al escribir
crea el mundo. Su solidez como pensador
le acerca al autor de Robinson Crusoe
con sus disquisiciones sobre la muerte, la culpa y la providencia, tan largas
que ahogan el relato y su orden natural (según Foe): presentación, nudo y
desenlace.
Los
desvanecimientos de Susan son indicios de su desaparición, y aunque afirma no
ser una historia, su naturaleza ficcional no le impide
plantear preguntas sobre la esencia de los que la rodean, incluido el autor: ¿quién soy yo? ¿Quién es usted mismo? A
pesar de saber que su existencia depende de su discurso y está decidida a
seguir escribiendo o hablando, Susan duda de su entidad y no halla respuestas.
Finalmente acepta el silencio, el abrazo de Foe y la compañía de sus iguales:
el resto de personajes que habitan la casa de Foe, su imaginario universo. Se
difumina entre los pensamientos de Foe, ahogada por su lección magistral:
Escribir es mera divagación…
Me he visto perdido en el laberinto de la
duda…
A veces me pregunto qué sería de las
criaturas de Dios si nunca tuviesen sueño. Si nos pasásemos toda la vida
despiertos… ¿seríamos mejores o peores?
Los
sueños son recuerdos, recuerdos
distorsionados de mis horas de vigilia […] tan reales como los recuerdos
mismos.
Las extrañas visitantes
Susan
cree ser un fantasma y que Foe está vivo. Pero no es así. La extraña visitante
certifica que están todos muertos, tanto los de la casa como los que yacen en
el fondo del mar. Deseo imaginarme que la mujer que explora las profundidades
marinas es una sirena mitológica, mágica criatura de las aguas, que seduce a
los que escuchan su canto. Es una broma de Coetzee ¿no? Ninguno de sus
personajes ha existido, Susan nunca llegó a la isla, Viernes no viajó a
Londres. Pero, si no existen, ¿cómo es
que hemos leído este libro? Y lo que hemos escrito sobre él….
Y unas preguntas
más:
·
¿Por
qué Susan no quiere reconocer la existencia de su hija? Tengo una hipótesis,
pero no la expongo para ver si alguien
se anima a jugar a las conjeturas.
·
¿Cómo
va Viernes a contar una historia, un relato, si no sabe hablar ni escribir? ¿es
suficiente con que de su cuerpo emanen los sonidos de la isla, o que su aliento
se funda con las corrientes oceánicas?
Podría
haber más, siempre puede escribirse más,
pero por hoy basta. GB
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