MUJERES DE OJOS GRANDES de ANGELES MASTRETTA
COMENTARIO
(José Luis Vicent)
Cuando mis hermanos y yo
éramos pequeños y mis abuelas vivían, escuchábamos a veces las historias de su
pasado que a menudo colocaban a nuestra madre o nuestras tías en el lugar que
entonces ocupábamos. Sí, sí, es cierto, mujeres sobre mujeres que podían o no
incluir a hombres. Pocas veces se daba el caso contrario.
Seguramente el limitado
interés de las mismas, nuestra escasa atención, o tal vez el conjunto de ambas,
han ido apartándolas de nuestra memoria.
O será que realmente no hay
tantas vidas diseñadas para ser contadas, ni tantas personas diseñadas para
contar vidas.
Creo que la genialidad de
esta obra estriba en la magistral labor de su autora para escoger y colocar en
primer plano lo que fue la esencia de estas mujeres de personalidad y nombres
propios como el propio nombre de cualquiera de nuestras tías, destacando en
relativamente escasos renglones, sus actitudes y rasgos más significativos con
la facilidad que un excelente caricaturista las obtendría de sus rostros.
Así lo he visto yo, como
una lectura gráfica de imágenes. Una secuencia construida con las fotografías
de nuestra madre o abuela conservadas en una caja de zapatos sobre la que se
han ido vertiendo las palabras adecuadas y precisas que dan testimonio de los
momentos trascendentes de las retratadas obviando el resto, ese noventa y
tantos por cien que en la vida de cada uno no es más que una repetición del día
anterior (tal vez perfecto para ser repetido pero no para ser contado).
A este confort relajado del
oyente ensimismado y a menudo ávido en la necesidad de superación de cada nueva
historia hay que añadir la facilidad y armonía descriptivas en la que no sobran ni faltan palabras para
trasmitir la idea justa que data al personaje, a la mujer en estos casos, de la
personalidad destacable que impide haberla dejado caer en el olvido.
Mujeres adheridas al
hombre, ya sea padre, marido o amante, como novedad o como costumbre, con
entusiasmo o apatía, pero siempre determinantes en sus objetivos.
Porque todas ellas,
arreglando la casa, horneando galletas, enhebrando agujas con que coser las
ropas del marido y de sus no menos de cuatro o cinco hijos, educándolos,
llevándolos y trayéndolos de la escuela, escogiendo hábilmente la compra de
alimentos o esperando en la noche las necesidades del cónyuge, todas, todas,
poseen escondido en un rinconcito de su corazón el momento en que cambió su
vida para eso o para dejar de ser eso.
Así las hemos encontrado, a
veces presas de un instante, como aquel escalofrío provocado por el beso en la
nuca una noche de intrigante luna, aquellos labios perturbadores preguntando
sobre el guardián de sus ojos, aquellos aromas a orégano o níspero sujetos al
olfato desde el primer furtivo encuentro en la despensa o sobre el frutal,
aquella corbata al cuello como abrazo en mitad de la calle, aquellas
inteligentes palabras, espejo de falsas
virtudes destinadas a descubrir idioteces, o
aquellos temblores al simple roce de un abrigo.
Presas, sí, en el silencio
cada vez más lejano de sus sueños, pero tan firmes, que el tiempo, quizá
vencido, quizá generoso, devuelve un día al inevitable reencuentro, dichoso o
frustrante pero siempre liberador.
También enloqueciendo por
el marido infiel al que figuradamente matan y resucitan al son de sus
turbulentas meditaciones y las guerras desatadas entre el rencor y el cariño, o
buscando eternamente nuevas cosas en las palabras y el cuerpo del hombre al que
queriendo, siempre temieron sentir como su último encuentro.
La enorme pena de la que
mantuvo y despertó durante cincuenta años la luz que encendió su cuerpo al son
de la voz y la guitarra del novio asesinado sin que jamás pudieran terminar con
la parte que de él se quedó para sí misma.
El coraje de esa otra que
desafiando el papel establecido, torció su premeditado futuro de abnegación
para brindar sus triunfos en los negocios a la memoria de un padre que la
defendió a ella tanto como a las causas perdidas en favor de los trabajadores
levantados, o la tozuda que no quiso morir hasta confiar el secreto que
horrorizaba su nueva vida en el otro mundo.
Y cómo no, la bellísima
historia de aquellas gemelas enamoradas el mismo día, siguiendo el mismo camino
bajo distinta visión, el conformismo positivo frente al anhelo de ser y vivir
como otras, desmesurado y finalmente vencido por el único deseo de no perder a
la hermana enferma.
Las consecuencias y sobre
todo las sensaciones que surgen de cada uno de esos momentos en los que se da
un tirón al rumbo de la vida o la vida misma a través de la ventana de la
muerte lo sacude frenando su velocidad de crucero, son la excusa perfecta para
que esa aparente sobrina de todas las tías, homenajeadas hábilmente en el último retrato, nos los
cuente con nitidez, sensibilidad y extraordinaria poesía.
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